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Fuentes Bibliográficas
Sociedad y Población Rural en la Formación de Chile Actual: La Ligua 1700-1850
 
Tercera parte: Población y mentalidad.
 
Capítulo VII. Las mentalidades.

3. El peso de la muerte y lo telúrico.

Religión y naturaleza son, sin duda, los elementos más determinantes en el comportamiento de los habitantes de La Ligua. Esto no es, nuevamente, una característica sólo de esa región, sino nacional y universal, tratándose de sociedades preindustriales. Lo peculiar es cómo se presentan y cómo se conectan con la evolución propia de la localidad.

No sabemos de costumbres o de usos heréticos en el lugar, aunque sí de supersticiones y creencias que se apartan de la doctrina cristiana, aunque también es esto normal en el país y en el continente de la época. En la región estudiada, sin duda hay más curanderismos que hechicería y la medicina popular no llega a concentrarse en prácticas anticonceptivas y abortivas, que fueran tan frecuentes en otros grupos chilenos y de América Latina(61).

Pero los actos consagratorios de la vida sí están pendientes de la religión y de la naturaleza. La metrología del tiempo en los actos cotidianos casi no existe; en cambio es muy fuerte el tiempo religioso y campanil(62). Junto a ello, se nace más frecuentemente al fin del verano o principios de otoño, se contrae matrimonio en pleno invierno o verano. Este ritmo no sólo está acompasado por los menesteres de la cosecha o la siembra o el trabajo minero, sino también por ayunos, abstinencias, celebraciones y lutos. (Véase Capítulo III de Parte Tercera).

A excepción de lo que ocurría en otras regiones del país, la muerte se nos presenta en La Ligua con desordenado ritmo, sin suceder preponderantemente al fin del invierno. Vemos en ello inviernos más benignos y una producción agrícola que sobrepasa la escasez invernal. Este hecho, sin embargo, no aliviana -todo lo contrario-- el peso que sobre la población tenía la inseguridad de la duración y del fin de la vida. Lo exiguo del ciclo vital, la alta mortalidad infantil, los constantes azotes epidémicos y los terremotos, hacían de la muerte un hecho casi cuotidiano. La muerte ocupaba una gran parte del tiempo, de las preocupaciones y de las acciones de la vida. Los lutos y usos mortuorios, las mandas por la salvación del alma del difunto, el ahorro de dinero para costear sepulturas, mortajas y usos mortuorios, la factura del testamento aunque casi no se tuvieran bienes, fueron actos de ritualidad constante(63).

En las sociedades campesinas, como la que estamos estudiando, la muerte y lo telúrico tienen múltiples e íntimas conexiones, formando con lo religioso el conjunto que mueve las acciones últimas del hombre. Esta afinidad transmite elementos de un fenómeno al otro. Así, la naturaleza es animada, desprende bondades y castigos, de modo que sus manifestaciones pueden ser benéficas pero también mortales. Los terremotos, las epidemias, las sequías, las plagas, etc., pueden tener una etiología mística, que paran en una muerte no natural y cargada de culpa(64). La Ligua estuvo constantemente conmovida por estos fenómenos. (Véase Capítulo II de Parte Tercera).

Lo único que puede desarticular la triple atadura formada por la muerte, lo telúrico y la religión es precisamente esta última, a través de la oración y la contrición pública. Sin embargo, cabe también al hombre acorralado por ello una reacción de alejamiento y despreocupación del problema, muchas veces aun de rebelión ante su tiranía. Fue ésta una reacción bastante común en la época, que conducía por una vertiente de actitudes descreídas, rebeldes e irrespetuosas a las normas inculcadas al grupo. Lo que en estos grupos sociales nos parece muchas veces abusivo, inmoral e irreverente arraiga a menudo en ello: la vida es corta de modo que no hay nada de ella que no se deba gozar hasta la saciedad; los compromisos son tiránicos, no hay por qué respetarlos; los lazos comunitarios y familiares son molestos, hay que romperlos; la austeridad y temperancia es aburrida, no merece ser observada.

En alguna medida toda la población de La Ligua, tanto masculina como femenina, se deslizó en más de una ocasión por esta vertiente, cómoda, relajadora de tensiones individuales y del grupo, pero también conflictiva. Es por ello que a pesar de la religiosidad del pueblo y comarca, del ambiente pastoril austero y de costumbres sencillas, existió también la violencia, el rapto y los excesos de todo orden. Quizás el continuo retorno a la religión, el medio físico más bien duro y enjuto, el pesado laboreo minero, los rudos menesteres de la arriería, hacían mantenerse en equilibrio al habitante liguano entre esos extremos de la mentalidad de la época.