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Fuentes Bibliográficas
Sociedad y Población Rural en la Formación de Chile Actual: La Ligua 1700-1850
 
Segunda parte: Las actividades económicas.
 
Capítulo II. Las actividades agrícolas.

2. La mediana y pequeña propiedad.

Si bien el rasgo predominante de la agricultura en el valle de La Ligua lo constituyó la existencia de la gran propiedad, ya a mediados del siglo XVIII se había iniciado un proceso de subdivisión de los terrenos ubicados en la periferia de los sitios poblados y, especialmente, en las 40 hectáreas que separaban a las aldeas de Placilla y La Ligua.

El interés por beneficiarse con la labor minera llevó a ocupar sitios en las cercanías de estos centros. Luego las mismas actividades administrativas y semicomerciales de las aldeas acrecentaron el interés por los sitios. Y finalmente, la distribución de terrenos vecinos a los pobladores más "importantes" de la nueva ciudad de La Ligua -fundada al amparo de la legislación y de la autoridad real- consolidaron un proceso que desembocó en la atomización de ese espacio, ya de suyo reducido por la misma configuración topográfica(107).

El proceso anterior se inició a mediados del siglo XVIII pero culminó cien años más tarde. En todo caso los terrenos, aunque subdivididos, fueron siempre aprovechados en cultivos intensivos dentro de los márgenes que la calidad del suelo y los conocimientos agrarios lo permitían. A diferencia de la gran propiedad, estos cultivos se destinaron al autoconsumo o a la satisfacción de una demanda creciente, representada por el aumento de la masa no productora de sus alimentos en los centros urbanos vecinos.

Tampoco estos terrenos, como es obvio, pudieron destinarse a albergar una considerable masa ganadera, aunque casi siempre conservaron pequeños pastizales para mantener el mínimo ganado con qué realizar los trabajos agrícolas (caballos o bueyes); con qué obtener los productos lácteos (vacascabras o dónde mantener los animales de transporte (caballos y especialmente algunos mulares), que muchas veces eran la actividad principal de algunos "vecinos", sobre todo cuando el desarrollo de las actividades agrícolas y mineras aumentaron las necesidades de transporte.

Además de la gran propiedad agrícola y de la minimización de los terrenos inmediatos a las aldeas, se constituyen también en el valle algunas propiedades "medianas", cuyos orígenes se remontan a mediados del siglo XVIIII. A veces se formaron con terrenos que los títulos primitivos asignaban a las haciendas del siglo XVII, o bien con aquellos espacios vacíos que aún quedaban en la región. La hacienda de lllalolén fue delimitándose cada vez más como una propiedad autónoma, desvinculada de Pullally. Igual cosa aconteció en el antiguo dominio del Ingenio, con las haciendas de los Ángeles, la Higuera y Peñablanca. Al noroeste de la aldea, en los dominios de Catapilco, se formaron las estancias de Jaururo, Quinquimo y Batuco, además de las haciendas del Blanquillo y la Quebradilla, que ocuparon el resto de los terrenos no distribuidos en el siglo XVI.

A comienzos del siglo XIX las cuatro haciendas que se gestaron en el siglo XVI representaban el 80% de la superficie total de la región de La Ligua; el resto se distribuía en un 9% para las cinco haciendas restantes y el 11% que ocupaban los pequeños propietarios de los alrededores(108). Durante la primera mitad del siglo XIX no hubo una gran modificación de la distribución del suelo liguano, como se puede apreciar en el cuadro siguiente:

Cuadro N° 14
DISTRIBUCIÓN DE LA PROPIEDAD AGRÍCOLA ENEL VALLE DE LA LIGUA. 1853(109)

Superficie (en hectáreas)
0 a 20
20 a 50
51 a 200
201 a 900
1.000 y más
Total
Número de propietarios
143
10
4
5
9
171
% sobre el total
84%
6%
2%
3%
5%
100,0
Número de hectáreas
1.877
300
386
3.005
144.432
150.000
% sobre el total
1,54%
0,20%
0,26%
2%
96%
100,0

Ya hemos visto que desde temprano coexistieron en el valle de La Ligua la grande y la pequeña propiedad. Esta última tuvo su origen en las reducciones indígenas, en la distribución de "chacras" a los pobladores de la ciudad y sobre todo en la partición en partes iguales entre los herederos de la propiedad paterna. Intervino también un proceso de compraventa de pequeños terrenos, acorde con la ausencia de una renta importante entre la población, la que mostró siempre recursos limitados. Los compradores y los vendedores fueron siempre propietarios con deficiente capacidad económica.

Los primitivos terrenos que sirvieron de espacio a las reducciones indígenas ("comunidades"), terminaron por transformarse en propiedad privada o en explotaciones individuales y autónomas, que funcionaban como entes económicos independientes. La comunidad de Valle Hermoso, por ejemplo, estaba compuesta en 1943 de 294 explotaciones independientes, que comprendían 6.100 hectáreas, todas ellas en terrenos de baja calidad(110).

El espacio comprendido entre la aldea de La Ligua y el pequeño caserío de Placilla se repartió entre un número cada vez más grande de pequeños propietarios, que explotaban sus reducidos dominios para la autosubsistencia o para las necesidades de los mercados locales. Fenómeno claramente visible a mediados del siglo XVIII, se acentuó fuertemente en la centuria siguiente. Los terrenos inmediatos a las aldeas, preferidos por las cercanías de éstas y por el acceso a la irrigación del río vecino, conocieron un proceso similar. En 1853 los terrenos circundantes a las aldeas de La Ligua y Placilla estaban distribuidos entre 86 pequeños propietarios cuyas posesiones fluctuaban entre 1/2 y seis cuadras (0,80 a 9 hectáreas)(111). En 1943, las 410 hectáreas vecinas a La Ligua comprendían 54 explotaciones independientes; por su parte, las 310 hectáreas vecinas a la Placilla contenían 58 explotaciones(112).

Cuadro N° 15
PEQUEÑA PROPIEDAD EN EL VALLE DE LA LIGUA. 1853

Tamaño (en cuadras)
Hasta 0,5
0,51 a 1
1,01 a 2
2,01 a 5
Más de 5
Total
Número de propiedades
2
42
28
23
3
98
% sobre el total
2%
43%
29%
23%
3%
100,0
Superficie (cuadras)
1
40
48,5
80,75
24
194,25
% sobre el total
0,5%
20,6%
24,8%
41,8%
12,3%
100,0

La gran propiedad se conservó intacta gracias a la existencia de mecanismos hereditarios. Algunos de éstos incluso hicieron posible el reparto del patrimonio sin llegar necesariamente a la división del terreno. La hacienda de Jaururo, por ejemplo, era la propiedad de cinco herederos en 1853, cada uno de los cuales usufructuaba de su parte manteniendo la unidad dominial. La Hacienda del Blanquillo, en cambio, fue subdividida en 27 propiedades diferentes entre 1820 y 1853. Las 1.256 hectáreas que componían su superficie aparecen distribuidas en 1853 de la siguiente manera:

Cuadro N° 16
DIVISIÓN DE LA HACIENDA EL BLANQUILLO 1820-1853

Superficies (hectáreas)
0 a 10
11 a 20
21 y más
Total
Número de propiedades
14
8
5
27
% sobre el total
51,8
29,6
18,6
100,0
Superficie total (hectáreas)
182
210
864
1.256
% sobre el total
14,5
16,7
68,8
100,0

La subdivisión que nos muestra el cuadro anterior no es uniforme pues la calidad de los terrenos era diferente. Sin embargo, la tendencia fue más bien a constituir pequeñas parcelas familiares que la de reconstituir o de mantener la antigua propiedad.

También el arriendo de tierras contribuyó a la formación y consolidación de pequeñas explotaciones agrícolas. A comienzos del siglo XVIII los arrendamientos se practican sobre todo en propiedades medianas o grandes, pero la subdivisión de éstas y el aumento del interés por la tierra hacen que los terrenos arrendados sean cada vez más pequeños, reduciéndose a dos cuadras (3 hectáreas) o menos. La explotación familiar que se hace del terreno, los cultivos que se practican (cereales u hortalizas) y la deficiente capacidad económica de los propietarios, explican el interés por pequeños terrenos. Los sitios que en un comienzo son tomados en arriendo terminan por ser comprados especialmente porque los arrendatarios tienen especial interés en ello después de construir allí sus viviendas e introducir "mejoras" en la explotación: construcción de "ranchos", acequias de regadío, plantaciones, etc. El arrendatario, a menudo venido de fuera, echa allí raíces y consolida un hábitat que tiende a hacer permanente y que traspasa a sus herederos como el bien y el capital más importante. En 1815, 36 de estos pequeños arrendatarios fueron considerados entre los presuntos "propietarios" afectos a la contribución forzosa que el Gobierno exigió en todo el territorio(113).

A fines del siglo XVIII la administración colonial había distribuido 20 cuadras (31,4 hectáreas), entre los pobladores que se instalaron en la ciudad. Los terrenos estaban adyacentes a ella, correspondiéndole una cuadra a cada seleccionado. Como ellos pertenecían a la Iglesia, fueron reconocidos a su favor los cánones en que se fijó el arriendo de cada uno, ascendente al 5% del valor de la propiedad, que era de $ 70 en 1790.

El valor real de estos terrenos era evidentemente superior, pero el escaso interés despertado al comienzo de la distribución no motivó una preocupación mayor por parte de su propietario. Sin embargo, los años posteriores demostraron su negligencia: a medida que la ocupación se hizo efectiva, que la demanda creciente del "mercado local" aseguraba una salida inmediata a la producción (gracias, sobre todo, al crecimiento de las aldeas y de las explotaciones mineras) y que la apertura de vías' de comunicación conectaron más fácilmente el valle con los circuitos de exportación cerealera, los propietarios reconsideraron la validez de la tasación primitiva.

En 1825 la Iglesia obtuvo de la administración local una nueva tasación del valor y una nueva medición de los terrenos arrendados. Estos trámites permitieron constatar, en primer lugar, que los terrenos ocupados por los arrendatarios excedían hasta tres veces los primitivamente otorgados y, en segundo lugar, que el valor de la cuadra de terreno, que se había estimado en $ 70 en 1790 era de $ 100 en 1825. El valor total de los terrenos subió entonces en más de 500%, pasando de $ 1.365 a $ 6.253:6(114).

La revalorización motivó también la reconsideración de la donación que habían hecho a la Iglesia los antiguos propietarios de la familia Baquedano, a mediados del siglo XVIII. Los herederos obtuvieron, luego de un largo proceso civil, que el Obispado de La Serena les devolviese la propiedad. De esta forma pudieron recaudar a partir de 1850 los "censos" o arriendos de los terrenos en cuestión, fijando nuevos cánones que tuvieron en cuenta "algo más por el valor natural de los suelos"(115).El número total de arrendatarios había aumentado a 30 y la superficie arrendada era de 142 hectáreas: 7 sitios de dos hectáreas, 9 de dos a cuatro hectáreas, 9 de 4 a 5 hectáreas y 6 de más de cinco hectáreas(116).