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Fuentes Bibliográficas
Sociedad y Población Rural en la Formación de Chile Actual: La Ligua 1700-1850
 
Segunda parte: Las actividades económicas.
 
Capítulo I. Minería.

3. La producción minera.

Desgraciadamente no poseemos datos exactos para estimar la producción aurífera de la región de La Ligua en el siglo XVIII. Las noticias de los contemporáneos hablan a menudo del mineral de oro de La Ligua como "muy abundante y de buena ley"8349, pero la documentación objetiva demuestra lo contrario. En el mineral de "Los Mantos" la ley de oro fino era estimada en 25 a 30 pesos por cajón, o sea dos onzas de oro, mientras que en las vetas del cerro Pulmahue aquélla no superaba los cincuenta pesos, es decir, las cuatro onzas de oro por cajón(35).

Las minas podían rendir entre 50 y 400 cajones de producción anual(36), es decir, entre 100 y 800 onzas de oro (2.835 a 22.680 gramos). Una de las vetas más ricas del cerro Pulmahue -San Antonio- produjo en 1739, en 25 días que duró su explotación, 23 cajones y 12 cargas de metal. A mediados del siglo XVIII, cuando se reanudó su explotación durante dos meses, produjo 33 cajones, o sea, cerca de 70 onzas de oro (2.184 gramos)(37). Otro minero del mismo lugar obtuvo en un solo año -1744- 350 cajones, alrededor de 22 mil gramos(38).

A comienzos del siglo XIX en cambio, los rendimientos habían decrecido notoriamente. La misma veta de San Antonio sólo producía 50 cajones anuales, no obstante haberse invertido en sus labores una alta cantidad de dinero. En 1801 el rendimiento obtenido por la producción de todos los "pirquineros" en un año, se calculaba en no más de la mitad de lo que obtenía un solo empresario en el mismo período de trabajo en 1740, según la estimación de una autoridad local presentada al Gobierno(39).

Otra mina, que demostró ser muy rica a comienzos del siglo XVIII, propiedad de Luis Mason (de quien tomara el nombre posteriormente pasando a llamarse "La Masona" y luego, por analogía, la "Amazona", nombre con que se le conoció a mediados del siglo XIX), producía en 1780 sólo ocho cajones al mes, de los veinte que llegó a rendir a comienzos de su explotación(40).

Muchas veces la explotación se interrumpía cuando el minero había recuperado las cantidades invertidas en ella. O bien a poco de obtener una utilidad mínima, sobre todo porque rara vez los derechos al usufructo de la veta estaban legítimamente establecidos. En una veta del cerro Pulmahue se obtuvieron en 1744 dos y medio cajones de metal, de 14 pesos de ley, durante los dos meses que duró la explotación. Dos años más tarde, la misma veta fue preexplotada durante 4 meses, rindiendo cinco cajones de 30 pesos de ley(41).

A pesar de la pobreza y mediocridad general, que parece haber caracterizado la minería del oro en la región de La Ligua, ésta creó una generación de mineros. "En todo este mineral de La Ligua observé que los nacionales y residentes de allí son por naturaleza inclinados a la minería", decía un comisionado del Tribunal de Minería al visitar la jurisdicción en 1808(42), cuando esta actividad ya había entrado en franca decadencia. Ochenta años antes, todos los residentes del lugar que no estaban directamente vinculados a las haciendas vecinas lo estaban a la minería, y su acción será sobre todo la que jugará un rol determinante en la gestación y consolidación de la vida urbana, desde la incipiente aldea, hasta la "villa" y la ciudad.

A pesar del gran número de personas que emprendieron la búsqueda o la explotación de un filón, fueron pocos los que lograron constituir una "empresa minera" de relativa importancia, ya sea por su duración, por el capital invertido en la explotación o sencillamente por la utilización en ella de una masa laboral asalariada(43). Este último rasgo era el que diferenciaba mayor mente a una "explotación minera" del trabajo ocasional y autosuficiente de los "pirquineros". La minería del oro en La Ligua fue mayoritariamente fomentada por este úlâimo tipo de trabajadores, pero a veces se alcanzó también el descubrimiento de una veta o filón importante, constituyéndose en torno a su explotación regulares concentraciones de faenas mineras que eran encargadas a numerosos obreros y trabajadores.

En 1751 trabajaban en el cerro de Pulmahue 76 peones repartidos en cuatro faenas, una sola de las cuales ocupaba 30 de ellos, más un capataz y dos mayordomos(44). Pero estas importantes actividades no duraban largo tiempo, eran muy inestables, ya que a los pocos años se abandonaba su laboreo. Entre 1739 y 1751 hubo 14 explotaciones mineras en el cerro Pulmahue, que se trabajaban con cuadrillas (grupo de cuatro peones), pero sólo una de ellas subsistió más de 10 años. 

Desde luego los hacendados que poseían labores mineras, generalmente como consecuencia de haberse descubierto alguna veta al interior de su hacienda o bien por compra a algunos particlares(45), disponían de la mano de obra necesaria para su explotación con los efectivos adscritos a su propiedad. De no ser así el empresario minero debía contratar mano de obra única y exclusivamente paraservir en la minería. Tal fue el caso de Francisco Contador Ponce de León, que iniciara en 1737 la extracción de oro de una importante veta del cerro Pulmahue(46), ampliándola a otra vecina que compró un año después(47). Sin embargo, diez años más tarde, en 1747, estas minas estaban abandonadas y sus faenas inundadas; su propietario radicaba en otra ciudad y a pesar de ser ofrecidas en venta, no había interesados.

Otro caso de empresario minero -también en el mismo cerro- lo constituye Juan Mason. En 1741 obtuvo la concesión de una estaca en la veta de San Antonio,que demostró por lo demás ser muy rica no sólo en la ley del metal sino también en la cantidad que contenía(48). Este mismo minero, mediante la sagaz observación de que los metales que explotaba se presentaban en la superficie, "derramados en forma de mantos", obtuvo la concesión de las vetas vecinas(49). Esto le permitió constituir una de las más importantes explotaciones mineras de la región, origen de una cuantiosa fortuna ligada a la minería. Sus actividades le valieron sin embargo un prolongado y costoso conflicto con la justicia real, al ser acusado de apropiarse indebidamente de los metales pertenecientes al patrimonio real, al "internarse" en las propiedades vecinas para seguir la extracción del oro(50). De este juicio nos quedan dos testimonios significativos: el mapa que detalla las pertenencias mineras que habían en el cerro Pulmahue en 1741 y el Inventario de Bienes del minero Mason. Según este último testimonio, los bienes que tenía Mason al momento de iniciar la explotación eran los mínimos para la subsistencia: 4 "petacas", 1 plato, dos cucharas y 2 tenedores, unas medias de seda negra y un vasito de cristal(51). Para las labores mineras sólo tenía una arroba de pólvora, una arroba de acero y 9 frascos. Diez años más tarde, un solo año de trabajo le reportó $ 4.000 en metales. Después de su primera experiencia minera en La Ligua, deambuló por toda la región asociado a otros como él, en busca de nuevos yacimientos más ricos hasta radicarse definitivamente en La Ligua.

Los filones explotados por Mason fueron vendidos a Lucas Ibarra en $ 10.300 el año 1744, quien habría de constituir la empresa más grande y más duradera de todas las conocidas en la región de La Ligua. A las propiedades compradas a Mason agregó luego otras colindantes, que obtuvo "por despobladas"(52). Igualmente adquirió la otra mitad de un filón que explotaba en sociedad, pagando a sus antiguos socios $ 6.000(53). En 1749 compró la veta de San Diego, vecina a la que él mismo descubriera y que se llamaba San Miguel(54). Un año antes había comprado a Francisco Contador y José Roco otras dos estacas en $ 3.700 y a Juan Antonio Roco y Juan José Mujica otra mina en $ 450, además de las estacas reales correspondientes a estas vetas que compró o arrendó(55). Por último, obtuvo también la concesión de todas las estacas que continuaban en las inmediaciones de sus vetas, formando una gran empresa de explotación minera aurífera en el cerro Pulmahue, con la habilitación de un trapiche donde se procesaban sus minerales. La inversión total fue superior a los $ 30.000(56).

Las explotaciones mineras de Ibarra concentraron en ellas más de cincuenta peones asalariados, que se encontraban a las órdenes de cinco "mayordomos", encargados de la dirección de las diversas faenas. Igualmente, se necesitó contar con la colaboración de otros trabajadores, especializados en las actividades de "carpintería", "herrería", "talaje de bosques", "albañilería", etc. Sólo la habilitación de las instalaciones costaron más de $ 10.000(57).

La alta inversión en la infraestructura de la explotación, más la no menos costosa que demandaba su laboreo diario se vieron compensadas pronto, especialmente porque Ibarra introdujo técnicas más refinadas para la habilitación de los túneles y socavones, que conectaban con los filones y para desaguar los terraplenes de las permanentes inundaciones, a causa del escurrimiento de las aguas desde los niveles superiores(58). También porque utilizó instrumentos de mayor precisión científica como la aguja de marcar(59). Ibarra comercializaba su oro directamente en Santiago, comprando también algunas cantidades a los pequeños vecinos mineros. Además se beneficiaba con los porcentajes de metal que obtenía de las "moliendas" que se hacían en su trapiche.

Empresas mineras como la que constituyó Ibarra hubo muy pocas en La Ligua durante el siglo XVIII, pero se alcanzó a generar, sin embargo, una bonanza minera de la que se beneficiaron muchos, impulsando además, entre otras cosas, la expansión de la aldea. Pero los mayores beneficios no se destinaron a reinversiones en la región, sino fueron llevados directamente a la capital. Contrariamente a otros casos, Ibarra no se interesó por la agricultura, no obstante haberse "improvisado" minero(60). Luego que constituyó una fortuna importante con las explotaciones auríferas, abandonó la región radicándose en Santiago y a pesar de que sus minas continuaron trabajándose bajo la dirección de algunos empleados, finalmente cayeron también en el abandono en que terminó toda la minería aurífera de La Ligua. Con todo, y gracias al prestigio alcanzado en las actividades mineras liguanas y, sobre todo, con los capitales constituidos en éstas, Ibarra obtuvo la concesión por parte del Gobierno de la preparación de 50.000 fanegas de cal, destinadas a las obras de fortificación de Valdivia(61).