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Fuentes Bibliográficas
Sociedad y Población Rural en la Formación de Chile Actual: La Ligua 1700-1850
 
Tercera parte: Población y mentalidad.
 
Capítulo II. Movimiento de la población en los siglos XVIII y XIX

2. Los movimientos estacionales.

En general, los datos que tenemos nos permiten detectar fácilmente los movimientos estacionales, pero su interpretación debe hacerse con prudencia. La primera precaución que hemos tenido en cuenta se refiere a la periodización de los datos. Aun cuando podría parecer arbitrario, hemos preferido la división cronológica en tres períodos de cincuenta años cada uno, pero comparando sus resultados con la curva que se desprende de todos los datos durante los 150 años estudiados.

Gráficos N° 5 Y 6

Bautismos

El movimiento estacional de bautismos (entendido solamente como la expresión del sacramento religioso y no como el comportamiento de los nacimientos), no ofrece rasgos particulares. Las cifras contenidas en la Tabla III en Anexos estadísticos, nos permitieron diseñar las curvas del Gráfico N° 5. Para ello se tomaron en cuenta todos los datos sin distinción de grupos étnicos, pues su análisis por separado no demostró ningún rasgo diferente. La tendencia es uniforme en el comportamiento de las tres curvas: la estación de verano -y muy especialmente el mes de febrero- conoce el punto máximo, que tiende a declinar a medida que se avanza en el tiempo sin privilegiar a otro mes, sino en favor de una distribución más uniforme a lo largo del año, que disminuye en invierno y aumenta en verano.

Entre 1700 y 1749, casi el 30% de los bautizos se realizaron solamente en el mes de febrero. En la segunda mitad del siglo XVIII ese porcentaje descendió al 18% y sólo fue del 15% entre 1800 y 1849. El bautismo es, pues, un acto de verano; es decir, del buen tiempo y de la cosecha. Del período en que el clima y la concentración de las actividades agrícolas permiten al cura (sobre todo al misionero) llegar hasta las grandes haciendas para predicar el evangelio, santificar las alianzas e incorporar a la Iglesia los hijos nacidos durante el año.

La evolución cronológica de las curvas demuestra la disminución de esta alza veraniega; el descenso estaría determinado por la vinculación más directa del hombre con la parroquia. Ya no es el párroco quien va a los centros de población, son los pobladores los que se desplazan hasta la iglesia o simplemente habitan más cerca de ella. La ruralidad del sector, la lejanía de la parroquia de los centros de más alta densidad de población, la práctica itinerante de la función parroquial constituyen otra parte de la realidad que nos ayuda a descubrir las curvas anteriores. Tanto más cuando el comportamiento que muestra este mismo factor en un sector más cerrado y urbanizado es absolutamente diferente(13).

Nacimientos

El movimiento estacional de nacimientos presenta algunos rasgos similares al de los bautizos, tales como el alza de verano y el punto máximo de febrero. De diciembre a marzo se concentra el 31, 32 y 36 por ciento de los nacimientos de cada uno de los períodos en que hemos dividido el estudio, mientras que los meses de invierno (mayo, junio, julio y agosto) conocen una disminución del mismo orden (36, 33 y 32 por ciento). Esta es una tendencia a largo plazo, pero en general podemos decir que las curvas muestran que las modificaciones estacionales, mínimas si tenemos en cuenta los escasos cambios bruscos del clima como ya hemos visto, no ejercen una influencia significativa en el movimiento de nacimientos o de concepciones, cuyo estudio podemos realizar descontando a la fecha del nacimiento los nueve meses de gestación. El alza primaveral de concepciones, tan clara en otras sociedades(14), no sólo no es discernible en nuestro caso sino que su análisis en un largo período de tiempo demuestra una tendencia a la baja. El 29% de las concepciones se produce entre octubre y diciembre en el período 1700-1749, pero sólo el 23% entre 1800-1849 (véase el Gráfico N° 6 y la Tabla IV en Anexo estadístico).

Las variaciones mensuales de los matrimonios podrían explicar ciertos puntos del comportamiento de las concepciones, como por ejemplo el alza de febrero, junio y agosto y los descensos de marzo y octubre. Pero no debemos olvidar que con ello damos una desmesurada importancia al papel que jugarían en las fluctuaciones mensuales las primeras concepciones. Por otra parte, la distribución misma de los matrimonios se nos hace sospechosa, ya que también aquí ha tenido una enorme importancia en su registro el desplazamiento estacional del cura párroco.

Con todo, comparando más de cerca la distribución mensual de las concepciones con la de matrimonios (en especial del grupo mestizo-blanco en el Gráfica N° 9), advertimos una evidente interrelación que se da a veces con un desface de un mes, explicable si tenemos en cuenta el elevado porcentaje de concepciones prenupciales. Por otra parte, las frecuentes segundas nupcias (resultado de una vida matrimonial breve), también habrían contribuido a aumentar el peso de las primeras concepciones. A la vez que las concepciones prenupciales y el breve intervalo protogenésico explicarían los desfaces de un mes (antes o después), entre las concepciones y los matrimonios(15).

Las variaciones mensuales de las concepciones podrían estar determinadas también por prácticas de abstinencia sexual. En efecto, hay un descanso de éstas durante el período cuaresmal, que se hace más tenue sin embargo entre 1800 y 1849.

Matrimonios

Dada la fuerte incidencia de la decisión personal en la elección del mes del matrimonio, hemos distribuido nuestros datos de acuerdo a los dos grupos étnico-culturales que reconocemos en la región: indígenas y mestizo-blancos (un tercer gráfico reúne todos los grupos: Gráficos N° 7, 8 y 9 según las Tablas V y VI Anexo estadístico). El estudio por separado sin embargo, no demuestra alteraciones profundas en el comportamiento de uno u otro, clara muestra de la asimilación a un patrón común determinado por factores exógenos y no por la pertenencia a un grupo étnico. Los indígenas se casan sobre todo en verano (el 31% en enero y febrero entre 1700-1749), cuando se realiza la visita del cura a la encomienda respectiva con ocasión de la misión. A medida que la encomienda pierde importancia (con la consiguiente desintegración y disgregación de sus efectivos), la práctica del matrimonio veraniego se atenúa y éstos se distribuyen más homogéneamente a lo largo del año (sólo un 20% en enero y febrero entre 1750 y 1799). Aumentan en cambio en los meses de abril, término de las acaparadoras actividades de cosecha e inicio del reposo agrícola invernal y agosto, que pone fin a la disponibilidad física y sociológica del peón u obrero agrícola, al iniciarse nuevamente los trabajos de la tierra.

Gráfico N° 7

Gráficos N° 8 Y 9

El otro grupo mestizo-blanco, ofrece también algunos trazos similares como las alzas de febrero y agosto y los mínimos de marzo y octubre y la alteración de estas tendencias a lo largo del tiempo. Durante el siglo XVIII el 13% de los matrimonios se realizaron en febrero, mientras que sólo un 9% tuvieron lugar en ese mismo mes durante la primera mitad del siglo XIX. También disminuyen las alzas de junio y agosto a lo largo del tiempo. El Gráfico N° 9 (construido a partir de la Tabla vii en Anexos estadísticos) nos permite constatar dos períodos claros de concentración de matrimonios en las estaciones de verano y de invierno y dos netos descensos en los meses de otoño y primavera.

Parece indudable la influencia religiosa en la distribución anual de los matrimonios, aunque sin alcanzar la magnitud de los casos europeos. La interdicción cuaresmal explicaría la notoria disminución de marzo y la concentración de ellos antes y después de este mes. Sin embargo, la prohibición del adviento parece haberse respetado menos o casi nada, como lo muestran los aumentos de diciembre, dejando entrever, como en el caso mexicano, el aplazamiento de la velación pero no de la boda(16). En resumen, el comportamiento estacional de los matrimonios se explica como resultado de la religión y de la naturaleza: la prohibición de casarse durante la cuaresma explica el descenso de otoño; las siembras agrícolas el de primavera.

Defunciones

La escasa diferenciación étnica en el registro de las muertes, nos impide hacer un estudio por separado de ellas. No obstante, la ausencia de elementos que determinen una mortalidad diferencial a lo largo del año justifica la concentración de los datos contenidos en la Tabla VIII en Anexos estadísticos. Las curvas del Gráfico N° 10 muestran un comportamiento diferente a lo largo del período; las tres diseñan alternancias constantes de depresiones y elevaciones. Este movimiento irregular y desordenado resume la inseguridad de la población ante la llegada de la muerte.

Gráfico N° 10

Algunas de las alteraciones son debidas a la presencia de mortíferas epidemias que concentran en uno o dos meses de un mismo año más decesos que los registrados durante varios años sucesivos. En 1780, cuando la región de La Ligua conoció la más mortífera de estas epidemias, el registro nos entrega 191 defunciones, o sea el 22% de todas las ocurridas en el período 1750-1799. De ellas, 46 (o sea el 23%) ocurrieron en marzo y 154 entre febrero y junio. El 61% de las defunciones de marzo y el 37% de las de febrero y mayo del período de 1750-1799 corresponden a un solo año: el de 1780.

En el próximo período, que corre entre 1800-1849, la región sufre una nueva oleada epidémica que abarca los años 1839-1840. Las defunciones ocurridas en los meses de octubre de esos dos años representan el 37% de la curva de los decesos ocurridos en ese mes durante los 50 años.

Aun cuando aislemos los años irregulares (difícilmente individualizables por lo demás), resta validez el hecho de que los fenómenos epidémicos extienden sus consecuencias por largo tiempo y son, por lo tanto, un factor perturbador de las variaciones estacionales. La curva que engloba el período 1700-1749 es, tal vez, la menos expuesta. Ella nos muestra un aumento de las muertes en invierno -seguramente como resultado de la alta incidencia de la mortalidad infantil a causa de las enfermedades a las vías respiratorias- aunque ésta fue también fuerte durante el verano por las enfermedades gastrointestinales que diezman aún hoy día los efectivos infantiles.

Es difícil estimar para La Ligua las incidencias de las fluctuaciones de los precios o del abastecimiento en la mortalidad. A simple vista las crisis de subsistencia o la escasez demasiado grave no fueron conocidas por esta población, por lo que no hay ninguna correlación entre estos fenómenos y la distribución mensual de las muertes. Los años de alta mortalidad son el fruto de epidemias, cuyos efectos se concentran a lo largo de toda una estación, como lo demuestran las cifras siguientes:

Cuadro N° 24
MORTALIDAD EN AÑOS DE EPIDEMIAS

Años de alta mortalidad
1780
1839
Distribución mensual
Números absolutos
Índice mensual
Números absolutos
Índice mensual
Enero
4
25,1
11
73,3
Febrero
33
207,3
9
60,2
Marzo
46
289,1
10
66,6
Abril
25
157,1
12
80,1
Mayo
25
157,1
19
126,6
Junio
25
157,1
9
60,2
Julio
7
44,0
14
93,2
Agosto
11
69,1
26
173,3
Septiembre
6
37,6
11
73,3
Octubre
5
31,3
29
193,3
Noviembre
2
12,6
25
166,6
Diciembre
2
12,6
5
33,3

La mortalidad infantil es imposible de discernir. Fuentes distintas al registro parroquial nos entregan la edad de las defunciones entre octubre de 1836 y diciembre de 1842(17), las que nos permiten constatar que las muertes de menores de 7 años representan entre 62 y 69% en todo ese período y que su distribución mensual no conoce variaciones significativas, oscilando casi siempre en torno al mismo porcentaje.