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La Aurora de Chile
Número 17. Jueves, 4 de Junio de 1812. Tomo I.
Guerra político-literaria entre liberales y serviles. Caracterización de intelectuales liberales y serviles.

No solo Napoleón intenta entronizar el despotismo hollando los derechos del hombre y acabando con toda especie de cultura; hombres hay entre nosotros que quieren embrutecer y preparar el yugo a la patria, y corriendo por las imprentas atizan el fuego de la discordia, ya que no pueden soplar el de las hogueras inquisitoriales. Dormían en escolástico letargo estos góticos siervos, cuando los despertó la voz de la razón, contra la que empezaron a dar bramidos, cual toro aguijoneado con banderillas de fuego, formando partidas de bárbaros que al fin componen ya un copioso ejército que pelea contra los defensores de la libertad. De allí viene a estos el nombre de liberales, y de serviles a los otros, que combaten por la servidumbre. El ejército de los liberales se distingue más por su disciplina y pericia, que por su número. Tiene generales de gran mérito, aventajadísimos en disponer de ataque y arengar a las tropas; pero táchaseles de poco diestros en mantener alianzas. El estado mayor se compone de oficiales expertos y valientes, llamados perriodistas y las tropas ligeras con el nombre de Volanderos, arrollan siempre los cuerpos avanzados del enemigo. Los liberales hacen mucho uso del arma blanca, jamás vuelven la espalda, y llevan en las banderas por divisa Libertad de la Patria. Los serviles son muy numerosos, pero sin disciplina; gritan mucho, y dan pocos golpes, haciendo gran uso de la metralla; su artillería pierde los tiros en el aire, y atrincherados detrás de gruesos tomos en folio, disparan cohetes incendiarios. No tienen caballería, y en su lugar se valen de jumentos, enseñados a rebuznar y dar coces en medio de la pelea. La calumnia es su arma favorita, y si hacen algún prisionero, le queman en parrillas, danzando alrededor como caribes. En su negro estandarte se lee Persecución y Despotismo. Hanse ya dado no pocas batallas entre liberales y serviles; un diccionarista, un filósofo triunfante, un censor universal acaudillan a éstos. Amenaza una catástrofe funesta, por lo que propongo el siguiente tratado de paz: escriban sólo los liberales para instruir al pueblo; recójanse todos los folletos de los serviles. Dos terceras partes de estos vayan a pelear a Cataluña y el resto sirva en los hospitales para acreditar la religión de que tanto blasonan. No impriman más en adelante que relaciones de méritos, esquelas de convite, o coplas de ciegos; y si contravinieren, pierdan (que ya lo pierden) el coste de la impresión, y sean denunciados como charlatanes en el Diccionario Biográfico, que de ellos va a publicarse. El servil que llamase ateo o libertino a un liberal, sin probárselo, sea tenido por sospechoso de francesismo, pues que se desacredita a los buenos, y sirve a Napoleón oponiéndose a las reformas. Si los serviles renuncian a sus preocupaciones, admítanse a alianza con los liberales.