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La Aurora de Chile
Número 15. Jueves, 21 de Mayo de 1812. Tomo I.
Sin título ["¡Novedad! ¡Novedad! Señor Conciso: gracias a la libertad de imprenta..."]. Comentario sobre los beneficios que ha generado la libertad de imprenta.

¡Novedad! ¡Novedad! señor Conciso: gracias a la libertad de imprenta (una y mil veces bendita) el pueblo que antes sólo sabía lo que se le quería decir, a quien se llegó a persuadir que ciertas materias no solo eran superiores a sus alcances, sino que era caso de conciencia el mentarlas y aún discurrir sobre ellas; este mismo pueblo (repito), ilustrado ya algún tanto sobre sus derechos y sobre sus verdaderos intereses, y desengañado de que no es ningún pecado el raciocinar [razonar] y tratar de lo que pueda tener relación con estos objetos (pues para eso está dotado de razón como cada hijo de vecino), empieza ya a meditar y explicarse sobre diversos asuntos que en el día ocupan la atención de los escritores, pero que hasta aquí han sido para él como una fruta vedada.

En prueba de lo dicho, no puedo menos de poner en noticia de V. señor Conciso, entre otros casos, el siguiente. Uno de estos días entré en casa de un honrado artesano y me encontré con que él, su familia y otras personas, estaban oyendo leer algunos de estos últimos periódicos y otros papeles en que se impugna el restablecimiento del tribunal de la inquisición. Por señas que el mancebo de barbero que leía, les daba tal sentido que me admiró, y luego supe que estudiaba para cirujano latino.

Había de ver V., señor Conciso, con que atención estaban todos; que reflexiones se hacían al volver de cada hoja; como se irritaban al oír que se les iba a acabar el privilegio de la libertad de imprenta (de que no quedaría más que el nombre) pues esta era incompatible con la existencia de la inquisición, que indistintamente ha prohibido todo género de obras; como se escandalizaban, al ver el uso que los déspotas de todos los siglos, y sin ir más lejos el infame [Manuel] Godoy había hecho de este tribunal, el cual con el dignísimo Inquisidor General por no nombrarle (Arce) le había servido tan a medida de su deseo; como se horrorizaban al contemplar la amargura en que quedaban, no solo los que caían en manos de la Inquisición, sino sus familias y amigos, que ni sabían su paradero, ni podían suministrarles los auxilios y consuelos que dicta la humanidad, careciendo, por último, los aprehendidos de muchos de los medios de defensa que de justicia se conceden a todo reo en todos los tribunales; como daban la razón a los escritores que declamaban contra esos oscuros procedimientos; como se convencían de que el modo de enjuiciar en ese tribunal (ya que existiese) debe ser el admitido en los tribunales de toda nación culta, humana y enemiga de la arbitrariedad y despotismo; como, en fin, aprobaban que los señores obispos, que son los pastores que nos dejó el mismo Jesucristo (y a quienes toca conservar la fe en toda su pureza), fuesen los que cuidasen de su grey y velasen para que no fuese sorprendida por sus enemigos, ni infestada con las malas doctrinas, en vez de ocuparse en esto unos inquisidores, sin los cuales se habían pasado muchos siglos y siglos en que la fe estuvo más pura, y con los cuales se habían experimentado tamaños males.

Por conclusión, señor Conciso, si como los que componían el corro eran el señor R. y el tío P., el voluntario M, el maestro S, el aprendiz J, la señora maestra G, su oficiala D, etcétera, hubiera sido el congreso nacional: nemine discrepante, quedaba abolida la Inquisición.

P.F.