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La Aurora de Chile
Número 12. Jueves, 30 de Abril de 1812. Tomo I.
El Editor acerca de la sesión de las Cortes sobre la esclavatura. Comentario del Editor sobre la esclavitud.

Parece que apenas respiran los pueblos un átomo de libertad, cuando se desenvuelven y despiertan los sentimientos de beneficencia, y las ideas de equidad que estaban en inacción y silencio bajo la dureza de las antiguas leyes y costumbres. En los Estados Unidos de Norte América, en España, en Chile se ha advertido que la esclavitud de la raza infeliz de los negros era incompatible con los sentimientos de los pueblos libres. ¡Ejercicio noble de la autoridad romper cadenas, disminuir infortunios, restituir usurpados derechos a una gran parte de la envilecida humanidad! Es cierto que en medio del torrente de injusticias causadas por la codicia y el egoísmo, no faltaron almas rectas y compasivas que se elevaron contra el horror de aquel inhumano tráfico. Entre nuestros escritores Montengon había desplegado su sensibilidad, y don Victorián de Villava había dicho en sus Notas al Genovesi: "Sé muy bien que dicen sus defensores, que no hay tratado más legítimo que el que hace un vencido con su vencedor, cediéndole la libertad, porque le conceda la vida que le podía quitar, y besando la mano, que en lugar de exterminarlo lo liberta, solo con la dura condición de que le sirva; que los desdichados que apenas tienen una subsistencia precaria, pueden asegurársela enajenando la libertad a favor de quien se la promete; que la esclavitud no es una condición en que la naturaleza colocó a los hombres, sino un estado facticio, susceptible de una infinidad de modificaciones. Bien sé que añaden a estas espaciosas razones autoridades de leyes civiles que lo permiten, y de eclesiásticas que lo toleran; pero también sé, que la naturaleza grita de continuo contra un tratado que la deshonra y vilipendia; que los hombres se sacan a público mercado como bestias; que se reconocen como caballos; que se marcan como carneros; que se cargan en un navío como cofres; que se transportan a un clima extraño; que se dedican a un trabajo penoso; y que finalmente, según el cálculo de un moderno escritor, de nueve millones de negros que han pasado a las colonias europeas, no existen más que un millón y cuatrocientos mil. Si este mal es preciso para el comercio ¡desdichada naturaleza!".

Pero estas efusiones de las almas sensibles sólo servían para alimentar el odio de los filósofos contra la opresión y el ocio de los lectores.