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Capítulo IV. La Junta Ejecutiva.
Los Cementerios Católicos. Folleto del Señor Fabres.

COMISIÓN DE LA ASAMBLEA POPULAR DEL 8 DE JULIO DE 1883.

Santiago, 14 de diciembre de 1883.

Distinguido señor y colega:

El interesante folleto que usted ha dedicado al estudio filosófico legal de las transgresiones cometidas con ocasión de la ley de cementerios, ha merecido nuestra especial atención.

Esa obra, llamada a desentrañar el fondo de un sistema que a todas luces merece el nombre de tiranía, honra a su autor y contribuirá poderosamente a disipar las sombras con que la impiedad pretende ocultar a los ojos del país la monstruosidad de sus procedimientos.

La verdad brilla siempre cuando aquel que la proclama sabe colocarse a su altura sin pueriles miramientos de cortesano y obedeciendo sólo a los impulsos de la conciencia.

Bien sabemos que la lógica inexorable de su crítica puede perecer ahogada en el seno del indiferentismo público; pero las estaciones estériles pasan y luego vendrá aquella en que las buenas semillas germinen sobre la tierra cultivada para producir abundante fruto.

Nuestra tarea no es de un día sino de largas veladas y de constantes sacrificios.

En unas cuantas semanas se puede comprometer todo un orden social bastan pocas horas para que el petróleo corone con su luz rojiza la devastación de la impiedad; pero otra cosa es restablecer la base de ese régimen de libertad en que los hombres de fe sincera pretenden levantar el edificio del porvenir.

Reciba usted nuestras ardientes felicitaciones y crea que ellas interpretan fielmente el sentir de todos los chilenos que ostentan sin rubor y con dignidad el nombre de católicos.

Disponga usted de sus atentos servidores. Matías Ovalle.-  Miguel Cruchaga.- Carlos Walker Martínez.- Carlos Irarrázaval.- Antonio Subercaseaux.- Ramón Ricardo Rozas

Al señor don José Clemente Fabres.

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Santiago, 16 de diciembre de 1883.

Muy señores míos:

El liberalismo impío, por especial providencia de Dios, está formando por sí mismo su proceso, para que cuando llegue la hora tremenda de la Justicia Divina no pueda desplegar sus labios ni balbucear la más insignificante excusa.

Nuestra apatía, y nuestra indolencia y tolerancia culpables, criminales, o diré más bien, la indolencia y tolerancia de la gran mayoría de los católicos de Chile, puesto que vosotros y yo con algunos otros pocos nos hemos levantado y estamos de pie, ha puesto audaces e insolentes a los enemigos de Dios y de su Santa Iglesia; y ya no tienen miramiento alguno para declarar sin embozo cuál es el propósito, cuáles son los puntos de mira que abraza su programa político.

Ellos resaltan con bastante claridad de sus obras y de sus palabras, y dan por resultado forzoso la protección de la inmoralidad y la omnipotencia absoluta e ilimitada de los mandatarios civiles.

Para lo primero obligan por la fuerza a los católicos a sepultarse en tierra profana y promiscuamente con los impíos, apóstatas, disolutos y con toda clase de malvados; lo que viene a importar la declaración más elocuente de que todos los hombres al morir son iguales en cuanto a sus méritos sociales y religiosos, que todos tienen un mismo derecho ante Dios y ante la sociedad: esto es lo que llaman los liberales sepultación honrosa. Con el mismo fin cambian en concubinato indecente, pero protegido por la ley, el santo y respetable sacramento del matrimonio, que es garantía eficaz del cumplimiento de los austeros deberes de los esposos, de la formación de una familia honrada y moral, y la única que puede servir de base sólida a la sociedad civil.

En todos los tiempos y con unánime acuerdo, todas las naciones han llevado al pie de los altares a los esposos, para que expresasen allí con juramento, invocando el nombre de Dios, la promesa solemne de cumplir con los deberes sagrados que contraen. Todos los hombres, incluso los salvajes, han creído que Dios debía intervenir en persona para bendecir el enlace que forma y regulariza la sociedad doméstica, como lo hizo con nuestros primeros padres en el Paraíso terrenal, y como lo hace ahora el catolicismo en el augusto sacrificio del altar.

El mismo unánime acuerdo se ha notado para llevar los cadáveres a la presencia de Dios e implorar sus misericordias antes de sepultarlos en la tierra de que fueron formados; y la historia nos da testimonio de la costumbre de sepultar por separado a los malvados que se burlaron de Dios y de su santa ley mientras vivieron, y que persistieron en su iniquidad hasta el momento de la muerte, porque para éstos no cabe implorar misericordia. Del mismo modo los católicos sepultamos con especial veneración y en sitio aparte y distinguido a los cadáveres de las personas que sobresalen por sus virtudes, hasta que la Iglesia llega a declarar su santidad y se les coloca en los altares para tributarles el culto debido, y ya no cabe tampoco implorar para ellas misericordia, porque reinan con Cristo Nuestro Señor en los cielos.

El segundo punto de mira del programa liberal consiste en hacer omnipotente a la autoridad civil, en quitarle toda valla y límite para hacer triunfar así más fácilmente y con más prontitud sus designios perversos. Por esto es que vemos la confianza y satisfacción con que anuncian y sostienen que el legislador puede atropellar y violar la Constitución del Estado, y que estamos obligados a respetar y obedecer el atropello y la violación. Así vemos igualmente que la misma autoridad administrativa nos anuncia sin embozo que puede legislar, que es ineludible el que dicte leyes, y esto estando abiertas y funcionando en su período ordinario las Cámaras legislativas; y con la otra circunstancia agravante de que dicta leyes para quebrantar tres veces la Constitución del Estado.

Ya tenemos, señores, declarada la doctrina liberal, y hemos visto su principio de ejecución. ¿Qué dificultad habrá para que nuestros liberales la apliquen en toda su extensión? Como decís muy bien, bastan unas cuantas semanas para comprometer todo un orden social.

Si todos los católicos no despiertan en esta ocasión, no diremos que está perdido Chile, porque tenemos confianza en que Dios lo ha de salvar aunque sea con medidas extraordinarias, o con sólo los trescientos hombres que dieron el triunfo a Gedeón; pero los católicos indolentes y egoístas serán comprendidos en el común castigo de los protervos enemigos de Dios. 

Yo os agradezco, señores, con toda cordialidad y entusiasmo vuestra ardiente felicitación por mi pobre trabajo sobre los cementerios católicos; y os lo agradezco no sólo como premio valioso de mis servicios por la causa de la Religión y de la Patria, sino también como aliento y consuelo, pues es grande el ver que marcho en esta ruda campaña en unión de hombres tan religiosos, patriotas y abnegados como vosotros.

Pero quiero confesaros con franqueza, y sin que esto disminuya un ápice mi estimación por vosotros y mi agradecimiento por vuestros calurosos aplausos: aunque quedara yo sólo combatiendo en la lucha que tenemos trabada, no desmayaría por eso; porque ante los grandes intereses de la Santa Iglesia Católica y de la Patria desaparecen los hombres, los potentados y las instituciones como átomos que sólo se persiguen con microscopio, y nos encontramos ante la majestad del Dios Soberano como en aquel momento, por fortuna no muy lejano, en que tenga que darle cuenta cabal de mis obras en la tierra.

Tengo, señores, el honor de suscribirme de ustedes, Atto. y S.S. José Clemente Fabres. A los señores de la Comisión de la Asamblea Popular del 8 de julio de 1883.

           

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