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Capítulo II
Banquete de la Juventud al Señor Lyon Pérez.

Hermosos brindis.

A las seis de la tarde del domingo último, uno de los espaciosos y nuevos comedores particulares del Hotel Oddo ofrecía un aspecto brillante y deslumbrador: arañas de múltiples luces de gas se unían en resplandeciente consorcio con sus rivales las arañas de luz eléctricas; en la mesa, los jarrones de vistosas y perfumadas flores, de las más elegantes de la estación primaveral que alborea, se entremezclaban con las frutas exquisitas; y todo presagiaba a los jóvenes que debían sentarse a aquella mesa, ratos de contento, de expansión y de felicidad.

Mucha parte de ese buen rato y todo el buen gusto desplegado en el adorno y arreglo del salón y de la mesa, fueron debidos a la inteligente y laboriosa dirección del señor don Federico Flindtz, propietario del hotel, y del conocido M. Oddo, que lo administra, que no economizaron trabajo en la hábil preparación del banquete, ni descansaron un instante para atender a todos y a cada uno de los convidados.

A las seis tres cuartos, más o menos, llegó al hotel el distinguido joven de Santiago Lyon Pérez, objeto de esa manifestación de aplausos y de cariño, acompañado de una comisión especial que lo presentó a los otros jóvenes allí reunidos, que ansiaban darle el apretón de manos del amigo y del correligionario; y momentos después se pasó al comedor, donde quedaron ocupados treinta y seis asientos, incluso el del señor Lyon. He aquí ahora los nombres de los demás jóvenes asistentes: Aránguiz, Wenceslao; Briceño, Luis; Concha Subercaseaux, Carlos; Concha Subercaseaux, Daniel; Correa, José María; Covarrubias, Manuel A.; Díaz B., Juan de la Cruz; Egaña, Rafael; Errázuriz, Roberto; Fernández Blanco, Joaquín; Fernández, Aurelio; Fernández, Adolfo; Fernández, Enrique; González Errázuriz, Nicolás; Gutiérrez Martínez, José Ramón; Lamas, Recaredo; Larraín, Javier; Larraín, José; Lazo J., Tadeo; Llona, Alberto; Llona, Carlos; Mena, Mauricio; Nercasseaux Morán, Enrique; Ovalle, Abraham; Ovalle, Alejandro; Prieto Hurtado, Joaquín; Valdés E., Alberto; Valenzuela Carvallo, Ramón; Velasco, Elías; Vial C., Alejandro; Vial Solar, Luis; Vial Solar, Javier; Vial Solar, Alfredo; Vial Solar, Wenceslao; Vicuña, Ramón.

Es imposible dar idea de la cordialidad y animación que reinó en aquella mesa en que se sentaban tantas esperanzas y tantas realidades, la flor de la juventud de la capital, representada por el talento, las convicciones, la familia, y donde alternaba el dicho picante y agudo con la sonrisa de la alegría espontánea donde se oían frases soñadoras y risueñas, y protestas de constancia en los principios políticos y religiosos, que allí agrupaban a ese puñado de nobles inteligencias y corazones; donde no había una nota discordante, un solo convidado que no participase de las ideas de dicha, de contento y de dulce fraternidad que circulaban, como atmósfera de aromas, en aquel salón en que, por algunos breves instantes, colocó su asiento la esquiva diosa de la felicidad. Y así pasaron las horas cortas y rápidas, y pasó también la oportunidad de los brindis íntimos y llegó el caso de los discursos serios, de la dedicatoria de esa hermosa fiesta, y de la expresión pública  de los sentimientos que habían presidido a su preparación. Usó primero de la palabra don José Ramón Gutiérrez, que manifestó al señor Lyon la satisfacción con que había sido recibida la comisión de que él formaba parte, y los votos que por la juventud porteña abrigaba la juventud de Santiago.

Respondió el señor Lyon, y en pos de él siguieron los señores Egaña, Nercasseau, Vial, Solar, Lazo, Correa, Concha, Fernández Blanco y otros más, cuyos nombres sentimos no recordar precisamente.

Cada brindis era acogido con calurosas muestrasde simpatías y aceptación, y daba lugar a una verdadera tempestad de aplausos. Los de entre ellos que hemos podidos conseguir, los publicamos más abajo.

Como a las diez de la noche terminó esta gratísima reunión, que ha dejado recuerdos imperecederos en sus asistentes, por lo magnífica, lo cordial y lo caballeresca, y téngase en cuenta que era una reunión improvisada.

***

He aquí ahora algunos de los brindis:

DON J. RAMÓN GUTIÉRREZ M.

En nombre de la juventud católica de Santiago, tengo la honra de ofrecer este modesto banquete al señor don Santiago Lyon, digno representante de la juventud católica de Valparaíso. 

Sea esta manifestación para el obsequiado, no sólo una prueba del afecto que sus amigos de aquí le profesan, sino también un testimonio de respeto y aplauso que al joven y valiente correligionario porteño tributan sus jóvenes correligionarios de la capital.           

Y permitidme, amigos, que celebre con toda mi alma la realización de esta simpática fiesta, tanto porque es un acto de dulce confraternidad y de estricta justicia, cuanto por la revelación consoladora que ella nos trae: que los jóvenes católicos de Santiago, hasta ahora reacios a las manifestaciones colectivas de su entusiasmo, comienzan a unirse y comienzan a amarse.

Durante algunos años la juventud católica ha vivido en el aislamiento, sin conocerse, y, lo que es peor, sin darse a conocer; y tal ha sido su actitud prescindente y silenciosa, que se ha llegado a creer que no existía, o que era muy escaso su número o muy problemática la entereza de sus convicciones y su fuerza intelectual.

En efecto, mientras nuestros jóvenes adversarios invadían nuestros antiguos dominios, desplegando actividad y manifestándola en todo género de trabajos y en obras de propaganda, nosotros nos hemos mantenido casi mudos y en la actitud pasmada y con el asombro silencioso que produce en un niño la intrusión desfachatada de otro niño forastero en los asuntos de jurisdicción infantil.

No hemos tenido un club, ni una academia literaria, ni una tertulia literaria, ni para qué sigo enumerando, amigos míos, si nos han faltado casi todos esos medios que unen, que estimulan y que entusiasman a los hombres de corazón y a los hombres de ideas.

La presente reunión, dado el carácter que inviste habría sido un anacronismo hace un año, hace tres meses; el no hacerla hoy habría sido una irritante descortesía y una injusticia.

El solo hecho de que nos hayamos reunido tan cariñosa y, sobre todo, tan espontáneamente, es algo muy revelador: significa que reaccionamos de prisa contra nuestra apática indolencia y que comenzamos a conocernos y a estrecharnos.

Por eso, señores, lo repito, celebro con toda la   efusión de mi alma esta sencilla manifestación, porque ello es no sólo acto de confraternidad y de estímulo, sino revelación importante para el porvenir del partido católico.

Y el señor Lyon, cuya valiente actitud debemos recordar como un ejemplo, puede felicitarse de haber contribuido con su entereza al completo despertar de los jóvenes católicos de Santiago, cuyo marasmo había dado pie para que se dudase de la potencia de su número, de su energía, de la firmeza de sus convicciones, como pudo dudarse hasta hace poco del valor de la juventud chilena, antes que fuera a cubrir con sus mejores flores los campos de batalla.

El señor Lyon puede decir a nuestros jóvenes correligionarios de Valparaíso que la juventud católica de Santiago se levanta unida, fuerte y apercibida para los futuros combates, con todas las armas del buen derecho y con el corazón lleno de nobilísimos propósitos, pues actual y dolorosa experiencia la ha convencido de que no son las cabezas preñadas de talento y de ideas peregrinas las que hacen generalmente la ventura de los pueblos, sino los corazones henchidos de nobles sentimientos.

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EL SEÑOR LYON.

Señores:

No puedo menos que agradecer vivamente la manifestación que, en mi persona, hace en estos momentos la juventud católica de Santiago a la de Valparaíso, manifestación altamente significativa porque ella envuelve, al mismo tiempo que un aplauso, un grande aliento para todos los que en aquel gran pueblo trabajamos en pro de nuestras creencias y derechos, ultrajados y pisoteados por los déspotas de la Moneda.

En estas horas de lucha en que nos encontramos, no hay nada más consolador para el alma que ver en derredor grupos inmensos de nobles y distinguidos amigos dispuestos a ayudar al amigo que trabaja y que lucha, y dispuestos a sacrificarse en aras de la misma creencia y de la misma idea.

Gracias, pues, bondadosos amigos, por el aliento poderoso que dais a la juventud de Valparaíso, representada por mí en esta mesa de alegría y de amistad; gracias en nombre de los principios católicos y verdaderamente liberales, que son los de los hombres honrados de aquel gran puerto,  y a que vosotros auxiliáis en gran manera con vuestra actitud resuelta y levantada; gracias también en mi humilde y propio nombre, ya que debo a todos vosotros una acogida tan espléndida como benévola.

Recibid, pues, mis más sinceros votos de agradecimiento y amistad, y acompañadme a beber porque siempre la juventud católica de Santiago y la de Valparaíso no tengan más que una misma alma y un mismo corazón.

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DON RAFAEL EGAÑA.

Amigos queridos:

Al oír hace poco que la juventud católica había olvidado por largo tiempo sus altos deberes, y que sólo ahora parecía dispuesta a volver por su honor, recordaba aquella frase de un altivo poeta: ¡el honor es la poesía del deber! Y al recordarlo, me decía que mientras haya juventud, habrá pasiones generosas, habrá leales abnegaciones, habrá entusiastas sacrificios; es decir habrá honor y poesía, y por consiguiente habrá ese cumplimiento del deber, que suele ser difícil y austero en la edad madura, pero que es siempre entusiasta y casi enamorado en la juventud. Así, no era que la juventud estaba olvidada; era solamente que dormía, y que la voz de alarma de los hogares y hasta la voz de los muertos, que se oye en el silencio de las conciencias, la ha despertado.

Todos hemos oído anoche referir a uno de los dignos emisarios de Valparaíso un detalle verdaderamente gráfico del actual Presidente de la República cuando se le hacia presente que esta ley de las tumbas, que ha venido a hacer más oscuros y más helados los dolorosos vacíos de la muerte, era una ley de opresión y de crueldad para las almas creyentes, el excelentísimo liberticida replicó; ¡basta ya, señores; no acepto discusión!

Ya lo sabíamos; sabíamos que desde que apareció en la tierra, como la lepra, el primer déspota, hubo quienes tuvieron horror a la discusión, porque estaban más conformes con su espíritu y con su naturaleza las ásperas voluptuosidades del látigo; sabíamos que desde que el primer hombre de corazón torcido hizo del capricho un código; de la venganza un deber, y del odio un impulso de acción, desde ese día fueron desconocidos los nobles y severos atractivos de la razón, para ser reemplazados por el gendarme y los congresos de servidumbre.

Pero los déspotas han olvidado que el mundo va, conducido a sus inevitables destinos, no por las generaciones gastadas que mueren, sino por las jóvenes generaciones que se levantan y que en la sangre de la juventud circulan siempre vivas y siempre queridas las cálidas expansiones de la justicia y de la verdad; han olvidado que si el presente efímero puede ser momentáneamente de un tirano, el porvenir, que no muere, es siempre de la juventud, es decir, de la libertad.

La historia política del mundo es la lucha eterna de los hombres del poder que pasan con la fuerza de la opinión que permanece, y en este momento nos encontramos reunidos obedeciendo a uno de esos movimientos irresistibles de la opinión pública: somos jóvenes, y no necesitamos estimularnos ni enardecernos; nos hemos agrupado para contarnos bajo la bandera, y saludar el día de las batallas que ha de venir. Hemos sido atacados en uno de los cariños más puros y más profundos de las almas jóvenes, en la fe religiosa, y al llevarnos una mano a la herida y la otra a la espada, hemos tenido el noble consuelo de estrechar la mano de la juventud católica de Valparaíso, que, ha sentido también la herida y recogido la provocación. El Gobierno, en el desenfreno de su orgía política, ha profanado hasta el cáliz en que guardamos las cenizas y los recuerdos de nuestros muertos queridos, y tenemos que arrancárselo del grosero labio como arrancaríamos al brazo extraño y al beso impuro la virgen que amamos.

El Gobierno ha querido hostilizarnos hasta la desesperación, y por fortuna estamos a punto de llegar a la desesperación. Por fortuna, queridos amigos, porque así como el poeta ha dicho que los cantos de la desesperación son los más hermosos, así los ciudadanos podríamos decir que los actos desesperados son los más formidables. Queremos una tumba de cruz y bendición; es decir, una tumba que aunque sea solo una desnuda piedra, sin arte y sin opulencia, obligue al que pase a doblar la rodilla y a saludar a la inmortalidad, y tendremos esa tumba, si sabemos conquistarla.

Una copa; amigos, que sea un encargo para nuestro joven compañero de Valparaíso, que cuando él vuelva a los suyos, diga a la juventud católica de allá que ha visto a los católicos de Santiago resueltos a hacer que los que pasen más tarde por sus sepulcros puedan decir: ¡he aquí muertos que es necesario respetar, porque cuando vivieron supieron hacer respetar a los que habían muerto antes que ellos!

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DON ENRIQUE NERCASSEAUX MORÁN.

Heme aquí de pie, señores y queridos amigos, en obedecimiento a vuestro llamado: desde muy niño he militado en las filas conservadoras, y he aprendido en ellas a obedecer siempre que se me ha hablado en nombre de mis convicciones políticas y de mis sentimientos de creyente.

Y sea mi primera palabra, palabra entusiasta --si bien humilde como de quien vive consagrado a la ingrata labor de la enseñanza y del estudio-- de sincero parabién a la juventud de Valparaíso, hecha presente aquí por el señor Lyon, que a la juventud de Santiago ha traído el abrazo efusivo del correligionario, y el aliento con que palpitan los corazones de aquellas playas, del propio modo que las brisas marinas, cuando hacen rumbo a las ciudades mediterráneas, les llevan en su ala húmeda, la animación, la frescura y la salud.

Sea el segundo de mis votos, señores, que esta unión, que desde hoy se cimienta entre ambas juventudes, se extienda y perpetúe hasta todo el tiempo que ha de durar la lucha entre el bien y el mal, entre los que creemos en la libertad y la amamos, y los que escudándose con su nombre, la odian y la maltratan: ¿y por qué no había de durar y perpetuarse? Ha sido unión pactada y estrechada en estas horas de negra pesadumbre para el país, en que todos los derechos yacen escarnecidos y todas las garantías violadas, y, por lo mismo, tiene condiciones de duración y estabilidad. Los lazos atados mientras la alegría ligera del festín, pueden romperse fácilmente; no así las amistades contraídas en los momentos de tribulación y pena.

Bebo, pues, señores y amigos, por la continuidad de esta unión de la juventud de Valparaíso con la de Santiago, y porque ambas se hallen siempre, como hoy, al pie de la bandera de la fe y de la libertad.

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DON JAVIER VIAL SOLAR.

Señores: si me veo obligado a tomar la palabra, lo hago con placer, al pediros una copa por la mujer católica de Chile, cuya petición al Presidente de la República tuvo el honor de ser aceptada del mismo modo y con igual cortesía que la que ayer dirigían a ese mismo funcionario los delegados católicos de Valparaíso.

Sí, señores, debemos, como jóvenes y caballeros, elevar nuestra copa por aquellas a quienes son debidos los sentimientos nobles y elevados del corazón de la juventud; por aquellas que son la fe, la esperanza y el amor de la vida.

La fe, la esperanza y el amor, señores, las tres virtudes que llevan al hombre a la felicidad; las tres virtudes de que la mujer es el ángel y celoso guardián, porque al calor de sus miradas enciéndese la fe en los corazones que ya no creen en la felicidad, porque la luz de sus sonrisas hace brotar en el desierto de la vida los mirajes encantadores de la esperanza; porque, por último, con su mano, estrechando la del hombre endurecido por el trabajo, le introduce sonriendo en el paraíso del amor.

Señores: por ese ángel de la fe, de la esperanza y del amor.

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DON TADEO LAZO JARAQUEMADA.

Ya hemos bebido, señores, por la unión de la juventud católica de Santiago y de Valparaíso, por los hombres grandes y de magnánimo corazón que se ocupan hoy en conseguir el triunfo de la santa causa; por las nobles matronas de esta capital que sin ambages han hecho saber al que gobierna esta infeliz República que, por sus principios y condiciones religiosas, no podían mirar con indiferencia las leyes de opresión y tiranía que se fabrican en la Moneda, con el solo objeto de esclavizar a la Iglesia católica.

Ahora yo os propongo una copa por una familia de Valparaíso, semejante a algunas familias heroicas de las guerras del pueblo de Dios, en que no quedó uno solo de sus miembros que no contribuyera con su contingente de sangre y de dinero; en que no sólo combatían los hombres, sino también las mujeres, aquéllos con las armas al brazo y éstas con la fe en la inteligencia y la caridad en el corazón, siempre dispuestas a socorrer las necesidades del menesteroso.

Bebamos, señores, por la noble y valiente familia Lyon Santa María; por el apóstol de la caridad en Valparaíso, la señora doña Carmen Santa María de Lyon, por todos sus dignísimos hijos, que han heredado de su madre grandes virtudes cívicas y privadas, y por este valiente joven a quien hoy tenemos el placer de festejar, como amigo y representante de la juventud católica de Valparaíso, juventud siempre entusiasta y dispuesta a los grandes sacrificios, y más cuando se les quiere arrebatar la fe en que han nacido.

Sí, señores, yo bebo porque siempre encontremos familias como la de Lyon, que sepan mantener y hacer respetar sus creencias católicas; porque todas las madres chilenas imiten el ejemplo de esa digna matrona de Valparaíso, para que así, cuando más tarde corresponda a la juventud que hoy se educa regir los destinos de esta República, no tenga que avergonzarse en el extranjero, y mantenga con energía la religión que recibiera de sus padres.

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DON JOAQUÍN FERNÁNDEZ BLANCO.

Desgraciadamente para mí, se ha sentado el principio de la obediencia, y ya que debo aceptar el honor que me dispensáis expresando mi pensamiento con la franqueza que corresponde a las circunstancias excepcionales por que atravesamos, quiero, señores, que mis primeras palabra sean para pedir una copa por mi querido condiscípulo Santiago Lyon y su distinguida familia. (Los concurrentes aceptan la invitación).

Hace tiempo, que el liberalismo venia complaciéndose en colocar numerosos obstáculos en el camino de la Iglesia chilena; pero jamás había contado en el Gobierno con hombres que olvidaran por completo los deberes del ciudadano, del estadista y del patriota, y que merecieran, tanto como los actuales, figurar en las páginas más negras de la historia de la persecución religiosa y de la tiranía.

Al ver que es el espíritu de venganza el que anima a los que, por el puesto qué ocupan, sólo debieran inspirarse en los eternos principios de la justicia; al ver que a trueque de realizar a paso de carga la obra de la reforma que les conviene, pasan por sobre todo un pueblo, hiriéndolo en sus sentimientos más vivos y más sagrados y conculcando sus derechos más legítimos, mi memoria me lleva a los primitivos tiempos de la Iglesia y creo ver al primero de sus tiranos, ya gozándose en el incendio de su ciudad, ordenado por él mismo, ya en traje de carácter sobre el proscenio de sus teatros conquistándose los aplausos de los cortesanos.

Pero así como se dijo que era una gloria para la religión cristiana que el primero de sus perseguidores hubiera sido Nerón, puesto que bastaba conocerle para convencerse de que no podía menos que haber odiado una cosa eminentemente buena, así creo yo que podría decirse, parodiando a Tertuliano: es un motivo de justa satisfacción para los católicos chilenos que sus más entusiastas perseguidores sean sus actuales gobernantes.

Sin embargo, los camaleones de la sociedad y de la política y los renegados de la fe de sus padres y de las dulces impresiones de la edad primera, no debieran olvidar que las doctrinas que hoy persiguen son las mismas que han sido perseguidas durante diez y ocho siglos, las mismas que también durante dieciocho siglos han visto caer y levantarse tronos; caer y levantarse a los gigantes de la tiranía y a los ridículos pigmeos del despotismo irresponsable.

Tampoco debieron olvidar que nuestra causa cuenta con todos los elementos que algo valen en la sociedad: con la ilustración y la fortuna; con el sacerdote y la mujer, con la aristocracia y con el pueblo.

Ellos cuentan con las mayorías decretadas y con los votos inconscientes; con muchos estómagos, cuya necesidad satisfacen las rentas del Estado, y con la fuerza bruta.

Cuentan también, y casi por regla general, con otra clase de individuos que no quiero nombrar y que forman el centro de donde saca sus mejores fuerzas, el arsenal de donde toma sus mejores armas, aquí y en todas partes, el liberalismo perseguidor y ateo.

Bebamos, amigos, porque llegue cuanto antes la hora de que la Iglesia, cuya vida ha sido de constante lucha, la lucha del espíritu con sus concepciones sublimes y eternas aspiraciones contra la materia y sus inclinaciones, se abra paso por en medio de sus enemigos, como se abre paso la primera luz de la mañana por entre las densas tinieblas de la noche.

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DON NICOLÁS GONZÁLEZ E.

Amigos:

La Constitución del Estado asegura a todos los habitantes de Chile la libertad de opiniones y el derecho de hacer peticiones a los poderes públicos.

El Presidente de la República ha negado la libertad de opiniones a los militares, porque son militares, el primero de los cuales ha execrado, según acabo de oír, a un valiente militar que se sienta a mi lado (entusiastas vivas a don José Larraín); pretendió ahogar la voz de las señoras de Santiago, que manifestaban sus deseos, porque son mujeres; y ayer no más quería imponer silencio al intrépido joven que le habló a nombre de la juventud católica de Valparaíso, negándole la mayor edad.

Ocúpese en buena hora el Presidente en tener sofismas para desvirtuar las manifestaciones de la opinión, que no por eso será menos eficaz la acción de las ramas sociales cuyos derechos ha pretendido desconocer.

La juventud católica está doblemente comprometida en la lucha actual.

Cuando el último rey de Granada contemplaba desde una colina lejana la ciudad perdida, recibió de su madre el irónico permiso de llorar como mujer la corona que no había sabido defender como hombre. La juventud católica no tiene hoy ni esa triste retirada. La actitud de nuestras madres ante las leyes de persecución, nos quita hasta el derecho de llorar las libertades que no supiéramos defender.

Vieron que esas leyes iban a perturbar la paz de la sociedad doméstica, a ofender la conciencia de las familias, y alzaron su voz, más que ninguna respetable; y algunas de ellas han expuesto sus venerandas canas a báquicas burlas en medio de la bacanal del despotismo.

Así las señoras de Santiago han comprometido el honor de la juventud; han ocupado nuestro campamento y quemado nuestras tiendas; no nos queda más lugar que lo más reñido de la pelea, ahí donde se vence o se muere.

De ese sentimiento de honor nacen, en estos momentos, los deberes políticos de la juventud. Es inútil que se pretenda desconocer el derecho de cumplirlos.

Dejemos a otros los cálculos fríos y la dirección de las ideas y de los trabajos de la política; pero solo a los elevados sentimientos y a las nobles pasiones de la juventud, corresponde imprimirles el ardor y la vida que para triunfar necesitan.

Ya que el Presidente ha pretendido imponer silencio a los jóvenes y al sexo femenino, bebamos una copa por los derechos políticos de la juventud y por la soberanía social de la mujer.

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EL SEÑOR DON CARLOS LLONA.

Hubo, señores, hace trece años un paréntesis en la administración de nuestro país: subió al Ministerio el señor Abdón Cifuentes, que, como sincero católico, era verdadero liberal. El señor Cifuentes puso la primera piedra del cimiento para una verdadera libertad: decretó la libertad de enseñanza.

Perdieron entonces sus enemigos políticos la esperanza que tenían en la juventud que con la instrucción sin fe y sin religión que daban, pretendían que después les serviría de instrumentos a sus bastardos propósitos. Temblaron al ver que se les arrancaba de las manos el arma con que debían más tarde implantar fatales e innecesarias reformas. Sacudieron la sociedad entera para conseguir el antiguo régimen que les diera la dirección de la enseñanza, y llevaron el debate al Congreso.

Allí el mismo señor diputado que no ha tenido ahora la suficiente honradez y lealtad para citar como debía los autores católicos en los asuntos que actualmente se tratan, pronunció una gran verdad, una de las pocas que ha dicho en su carácter de hombre público. El señor Amunátegui dijo: "El porvenir de la patria está en la juventud, y los jóvenes que ahora tienen diez años dentro de diez tendrán veinte y los que tienen quince tendrán veinte y cinco”. (Aplausos estrepitosos).

Pues bien, le podemos decir ahora, ya han pasado esos diez años que quería, y aquí tiene también a la juventud de veinte, veinte y cinco y más años, pero no como él la quería; tiene aquí jóvenes con fe y con religión; tiene aquí a la juventud católica.

Para esto ha sido necesario que los hombres como aquel que hace once años dejamos de Ministro arrojado totalmente por sus enemigos de la dirección del país, hayan trabajado con tesón, sin descanso y sin perder oportunidad alguna provechosa y se hayan constituido en verdaderos directores de la juventud que se honra de tenerlo por tal. Anoche mismo lo vimos dándonos un sabio y provechoso consejo que espero todos aceptaremos y cumpliremos, cual era el que perteneciéramos a la unión católica que tantos frutos ha dado para la religión en otros países y de la cual tanto esperamos en el nuestro.

Pido, pues, un brindis por el señor Abdón Cifuentes. (La concurrencia se puso de pie y aclamó entusiastamente el nombre del señor Cifuentes).

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