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La Aurora de Chile
Número 8. Jueves, 2 de Abril de 1812. Tomo I.
Pensamiento político religioso remitido al Editor. Sobre religión y libertad, firmado por A.V. (Probablemente Agustín Vial).

La obra maestra de los gobiernos es sacar el error de sus atrincheramientos. La educación, el tiempo, el fanatismo, todo lucha contra la razón, cuando se empeña en convencer sus extravíos. Los buenos, fatalmente prevenidos de ideas serviles de la vieja costumbre y del sacrílego abuso, arrastran con toda la serenidad de la virtud los empeños del delirio; los malos, abrigados de prestigios respetables y conducidos de las pasiones mezquinas, intrigan con el aspecto mismo de la honradez; los débiles, ignorantes e incautos, son arrastrados a ciegas; y el sabio virtuoso vive aislado entre la multitud preocupada, criminal o débil. Los mismos partidarios de la opinión llegan a ser agentes decididos de sus contrarios; exaltados sin reflexión, se expresan con ligereza, mal poseídos de los principios abortan escándalos por consecuencias, o menos virtuosos, empeñan el idioma de la razón para cohonestar los vicios a que vergonzosamente los arrastran sus pasiones; apellidan seguridad a la tiranía, propiedad al despotismo y libertad al libertinaje. Todos empuñan la espada contra la felicidad que buscan, y un falso cálculo sobre su mismo bien, hace el más enorme mal a la sociedad después de constituir criminal al individuo; convencerlo es la obra del gobierno, y es justamente para lo que ha invocado el nuestro a los genios de la patria.

Nadie debe ser insensible a su llamamiento; es preciso hacerse superior a sí mismo, sacrificar el amor propio en las aras de la patria, y sordo a las reclamaciones individuales; poner cada uno en el fondo social el grande o mezquino de sus luces. Abandonarse al bien es el verdadero patriotismo, corriendo los riesgos de tamaña empresa.

Voy, Señor Editor, a arrostrarlos con solo el objeto de empeñar a mis compatriotas. Ellos, al volver por el crédito del país dirán cosas que, descubriendo la pobreza de mis conocimientos, enriquezcan los del público a quien consagro mi proposición que es: La libertad civil es amiga verdadera de la religión de Jesucristo, que proscribe el libertinaje. Sí. La religión de caridad aborrece esencialmente la tiranía; ella iguala por el amor recíproco el trono al patíbulo, sólo distingue la virtud, maldice sólo el vicio, establece la propiedad y la seguridad en sólo el decálogo; todos somos iguales delante de esta sagrada ley, todos libres bajo su imperio, todos seguros en sus personas y bienes. ¿Y acaso se extiende a más la libertad civil?, ¿puede aspirar más allá el hombre libre? El corrompido libertino, que solo quiere por ley sus antojos, escolla en la religión santa que los prohibe; éste ni es libre, ni en propiedad miembro de la sociedad civil.

No es libre, porque sólo lo es el hombre bajo la potestad de la ley a que no quiere sujetarse; ésta se constituye por la voluntad general, sobre [la] que no obra[n] el capricho personal, la mezquina pasión, la relajación de cuatro prostituidos, ni el interés particular. No es miembro de la sociedad, porque faltando esencialmente al contrato que la constituye, está legalmente privado de sus derechos; el estado social está condicionado por las leyes, que son otras tantas cargas a cuyo costo se compran sus beneficios. El que falta a aquellas, no debe reportar éstos, y por consiguiente no es un verdadero miembro del Estado.

La misma religión de nuestros padres abriga por desgracia mortales corrompidos: nunca han faltado en el rebaño ovejas extraviadas, cristianos malos, y aún escandalosos. ¿Acaso estos desgraciados rebajan la santidad del dogma?, ¿ofenden sus vicios la sanidad de la doctrina?, ¿degradan la infinita justicia de su autor? Como la religión es buena en sí misma, lo es esencialmente todo sistema liberal, regulado por los sanos principios de la libertad civil.

Ésta, como es amiga del altar, no es amiga del trono en lo que conviene íntimamente con la religión: solo proscribe el vicio en su orden, lo que es común en ambas, ama la virtud, y detesta al corrompido, establece el bien civil con aquella el Eterno, y condena el desorden, la tiranía, el despotismo, la injusta servidumbre, que ha abominado siempre la Iglesia Santa.

Los faraones, los calígulas, los nerones, rivalizaron desde el trono al mismo cielo, y un Constantino, un Luis, un Fernando, lo hicieron residir en la tierra. En Esparta, en Atenas, en Roma ha residido la virtud como en Francia, Inglaterra y España. Los imperios y las repúblicas han padecido alternativas de probidad y corrupción. En todos los gobiernos ha sido santa la religión, ya adorada, ya perseguida; y en todos ha vivido y se ha proscrito la libertad civil, a que ha correspondido la felicidad o desgracia. No es pues la naturaleza de éstos enemiga de aquella; lo es sólo la corrupción moral, que constituyendo el libertinaje, aborta monstruos espurios de la religión y proscritos por la sociedad.

Estos son la abominación de la especie, sin que contaminen la libertad civil, que no gozan; a éstos proscribe la religión santa, no al sistema liberal que profanan; a estos detesta el virtuoso, que nunca ha sido amigo de la tiranía; y contra ellos está[n] de acuerdo la religión, la sociedad y los hombres de bien a quienes se dirige.

A.V. [9].

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[9] Probablemente el autor de este artículo sea Agustín Vial (N del E).
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