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La Aurora de Chile
Número 6. Jueves 19 de Marzo de 1812 Tomo I.
Continuación del discurso del número antecedente (Sin título,Tomo I, Nº 5, Jueves 12 de Marzo de 1812). Conclusión del texto referido a la importancia de las fuerzas militares para la conservación de los cuerpos politicos y de la libertad.

Es cierto que en las milicias urbanas y provinciales reside como la materia y el origen del ejército; de aquí es que por medio de ejercicios frecuentes en horas, días, y tiempos, que no perjudiquen al trabajo e industria, introduciendo el gusto por las armas, haciendo a veces por medio de aparentes combates, que representen la imagen de la guerra, que estos espectáculos marciales sean tan gratos al pueblo como los juegos de la antigua Grecia y Roma, puede por este camino ponerse el gobierno en estado de levantar un ejército en la oportunidad. Pero por el espacio de muchos tiempos, y quien sabe si en todos los casos, parece que no habrá libertad sólida y durable, y sobre todo, menores incomodidades y mayor felicidad, sino por medio de tropas regladas y permanentes.

De facto, la experiencia atestigua que la mayor desgracia, que puede suceder a un pueblo, es la de ser subyugado: luego debe solicitar con todo esmero hacerse respetable, y aún adquirir cierto grado de superioridad. Mas no puede llegar a este punto sin una educación militar, de modo que para servir tal vez una ocasión sola en la vida, cada ciudadano había de ser soldado desde su nacimiento: sus costumbres habían de ser en todo tiempo militares. Pero ¿quién habrá que desee este género de vida?

Parece que esta disciplina sólo puede alcanzarse, a lo menos por ahora, por medio de las tropas regladas. Este orden trae menos inconvenientes. Los pueblos pueden ser dichosos sin debilitarse, porque en los regimientos permanentes se conserva la subordinación con los principios de honor y entusiasmo militar. Muy raros serán los pueblos, raras y muy pequeñas las repúblicas donde cada ciudadano pueda desempeñar bien e indistintamente todos los cargos públicos, donde ya vista la toga, ya empuñe la espada. Los buenos magistrados se forman, los soldados se forman en el Campo de Marte. Non omnia posumus ommes. Un sistema que llamase indistintamente los hombres a todas las funciones, solo produciría políticos inconsiderados, jueces incapaces, soldados indóciles: el pueblo viviera siempre en inquietud, en la paz víctima de las facciones, y en la guerra sufriera todos los estragos; pero una sociedad vasta, reunida bajo unas mismas leyes, halla su reposo, y es más feliz por la juiciosa distribución de los cargos públicos; el magistrado no expone su vida en las fronteras, ni el militar decide acerca de los derechos de los ciudadanos; el labrador cultiva en paz, mientras el uno estudia, y el otro combate. En este sistema la paz es más tranquila, y la guerra tiene menos horrores. La vasta extensión del territorio del estado, las plazas fuertes, son como una fuerza centrífuga, que repele la guerra hacia las extremidades. Cuando al principio de la guerra del Peloponeso quiso Atenas oponer a sus enemigos suficiente número de tropas, todo sintió desde los primeros instantes la calamidad de la guerra, todo fue turbación, toda edad tomó las armas; al contrario en las guerras más ruidosas y porfiadas de las mayores potencias de Europa vastas provincias han gozado de profunda tranquilidad, y millones de labradores apenas han oído nombrar los lugares donde estaba el teatro de la guerra.

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[6] Véase el artículo sin título, Tomo I, Nº 5, Jueves 12 de Marzo de 1812 (N del E).
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