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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Cartas escritas durante una residencia de tres años en Chile, en las que se cuentan los hechos más culminantes de las luchas de la revolución en aquel país.
Tercera Carta

Tercera Carta
Término de los Disturbios de Concepción.
Traducción de algunos documentos referentes a ellos.
Actual estado de la provincia de Valdivia, según comunicaciones oficiales.
Grandiosa celebración del aniversario del establecimiento de la junta.

 

Santiago de Chile, 3 de octubre de 1812

Querido amigo:

Hacia los comienzos del mes de mayo último, estuvimos aquí en mucha ansiedad, con motivo de algunas desavenencias ocurridas entre los militares y la Junta, y hasta entre los miembros de ella misma.

Carrera era de opinión de zanjar todas las diferencias con Concepción de la manera más amigable, y los dos restantes miembros de la Junta, de valerse de la espada, en vez de negociaciones. Estos se negaron a enviar provisiones al ejército, a menos que se iniciasen las operaciones y anunciaron a Carrera que no tenían confianza en las tropas; pero antes que esto llegase a su noticia, había celebrado un armisticio, y ambos ejércitos se retiraron a sus cuarteles de invierno.

Los realistas, que son respetables por su número, se valieron de todo género de intrigas para fomentar la discordia y envenenaron el ánimo del pueblo, bien intencionado aunque ignorante; y en su descontento, los patriotas, que se veían burlados en sus aspiraciones, deseaban anular las medidas del Gobierno, de modo que sus miembros se desprestigiasen en concepto del pueblo, en la expectativa de lograr sus ambiciones personales.

Traduciré a usted algunas de las comunicaciones oficiales sobre esta materia.

Oficio del señor don José Miguel Carrera, Coronel de los R.R. ejércitos, Vocal de la Junta Provisional de Gobierno, y su plenipotenciario en el cantón del Maule.

Excelentísimo señor:

Por mis cartas del estado de nuestras negociaciones en la reconciliación de nuestros pretendidos enemigos de Concepción, se cerciorará V.E. que se acerca el momento de poner punto a la discordia y de decidirnos. Si sucede con las intenciones de V.E., que imito, pondremos en la historia del mundo el día mayor de la felicidad chilena. La aurora de nuestros bienes es más clara y de mejor presagio que los dieciocho de setiembre y primero de abril. Los pueblos sólo son felices cuando tienen unión y uniformidad social. Nunca como ahora habíamos disentido los hermanos hijos de Chile, y nunca habían salido las tropas del reino a una campaña horrorosa, en que la victoria nos derrota, y en que nuestra incolumidad y defensa nos anega en nuestra misma sangre. Si nos armamos, y la espada corta nuestras diferencias, el mal queda en nuestra casa, en nuestra familia y en nuestras personas, cual sea el resultado de la contienda: terrible condición de la guerra intestina y disensiones domésticas. ¿Cuántos serían mis recelos y cuidados por cumplir exactamente en mi comisión con la naturaleza, con la humanidad, con la patria y con V.E., a quienes venero y soy responsable de los medios y del suceso? Por más que nuestros enemigos comunes deseen ensangrentarnos y perpetuar la discordia, todo ha mejorado de aspecto y promete un fin favorable.
En el instante que piso las riberas del Maule, escribo al otro lado con la expresión halagüeña de mis ideas pacíficas; se me contesta; y conozco que el río, lejos de rayar la inmediación de dos enemigos, sólo sirve de impedir que nos oigamos mutuamente para acordarnos. En los primeros pasos de nuestra empresa se retiran las dos tropas a sus cuarteles, haciendo salva a la unión, que esperamos fundadamente, y queda el campo libre a la razón, para que discuta de la justicia de la causa y haga sola la conclusión de nuestros movimientos. No pueden haber hechos que convenzan más el deseo que tienen las provincias de deferirse sin armas; y cuando por este principio debían los enemigos de la unión y partidarios de la tiranía y de la muerte sofocar sus intenciones y cesar en sus invectivas, siguen meditando y no paran de sembrar cizaña. Como era imposible conseguir una desconfianza en el ejército de este cantón, que sólo se movió y obra por las órdenes de V.E., sé toman las tropas de la capital por blanco de la intriga, y se intenta hacer creer que en la marcha más precisa han protestado no pasar de la Angostura, más que parezcan sus hermanos, y más que suceda la ruina del reino; siendo todo tan al contrario, que ellas se disponen a penetrar la plaza más fuerte, si allí existen los enemigos de la causa común y del Gobierno. Acabo de ver sus votos en el papel que acompaño a V.E. en copia, dejando en mí el original para prueba de mi reconocimiento y para hacer constar en la distancia la certeza de un hecho, que ahí califican los mismos subscribientes con su inmediación a V.E.[1]. Es conocido el fin de esta terrible invención y las miras de su autor: hasta aquí se difundió la noticia, y aunque no la creí, ni puede creerla V.E., estando todos bien persuadidos de la resolución y subordinación de nuestros militares, envío los documentos efectivos de un desengaño, para que publicándose en la gaceta con este oficio, si V.E. lo decide, los brazos defensores de la patria tengan la satisfacción de haber puesto su opinión a cubierto de presunciones, que por más injustas suelen influir en los ánimos sin crítica. O se intentó hacer dudar a V.E. del buen resultado de mi comisión, o desconfiar a mí de poderme sostener en un procedimiento caracterizado y conforme al decoro que se merece la gran causa de mi cargo. V.E. está sobre las trabas con que se engañan y sorprenden las armas pequeñas, y yo aseguro por mi honor y por mi espada, que primero consentiré me falte la última gota de sangre, que retroceder un punto del plan de mi obra, de la voluntad general y de las instrucciones de V.E. No habría admitido la comisión que me honra, si no tuviese resolución bastante y consistencia para preferirla a mi vida, aun en el caso imposible de hallarme solo, sin auxilio y sin la menor esperanza de buen éxito. Repose V. E. y haga descansar los pueblos de su atención en la justa confianza de la respetable fuerza que los sostiene. La bayoneta no se cala sino por su seguridad y por su orden; y la vaina, que se rasgará a la menor insinuación de necesidad, sola embota la espada, mientras la razón y la justicia desmonten los cañones.

Dios guarde a V. E. muchos años.

Talca, 11 de mayo de 1812.
A la Excelentísima Junta Gubernativa del Reino[2].
Excelentísimo señor José Miguel de Carrera
Manuel Javier Rodríguez, Secretario.

Por hallarse el tesoro nacional casi exhausto, dispuso el Gobierno levantar por suscripción un empréstito en la capital y en las provincias para sufragar los gastos de la guerra. Más de un millón de pesos se han recibido en las arcas públicas en menos de una semana, de los habitantes de la capital solamente, y algunos se han suscrito para vestir y pagar cierto número de soldados mientras sea necesario mantener un ejército en armas. Hay, sobre todas, una donación que merece recordarse. Don José Santos Fernández se presentó con trece de sus sirvientes, bien armados y se ofreció con ellos sin estipendio alguno por todo el tiempo que el Gobierno lo creyese conveniente, y pagar y vestir a sus expensas este pequeño destacamento; además, ofrendó doce carneros gordos y veinticinco pesos en dinero. El Gobierno aceptó el ganado y el dinero, y prometió hacer otro tanto con lo restante en una época próxima, si las circunstancias lo aconsejaran como absolutamente necesario.

El primero de junio las tropas regresaron de Talca. Su entrada a la ciudad constituyó un espectáculo grandioso para el pueblo, que la celebró con locas manifestaciones de alegría. Las tropas que había en la ciudad salieron a recibirlas como a una milla afuera, formando calle para que pasasen, lo que verificaron entre salvas de cañón. Se mostraban llenas de entusiasmo, aunque habían tenido que sufrir bastante por la falta de tiendas de campaña y demás menesteres. Se encendieron luminarias en la ciudad durante dos noches consecutivas, a la vez que hubo música y fuegos artificiales en la plaza del mercado.

Daré a usted ahora algunos detalles relativos a la revuelta que hubo en Valdivia.

 

Consejo de Guerra del Batallón de Valdivia.

Reunidos en el Cuarto de Banderas de la guardia general de prevención de esta plaza de Valdivia, a dieciséis de marzo de mil ochocientos doce, el Coronel graduado de infantería don Ventura Carvallo y doce oficiales del cuerpo[3], formaron consejo de guerra, conforme a las Reales Ordenanzas, en el que acordaron unánimemente, siendo presidido por el referido señor Coronel don Ventura Carvallo:
Por cuanto el primer objeto de este consejo de guerra es extinguir y acabar la Junta que se instaló en esta plaza en primero de noviembre último, en consideración a que no hubo orden de la capital de Santiago para crearla; que la formación fue el resultado de los gritos de treinta o cuarenta muchachos, advertidos por la felonía y engaño para que la aclamaran, y también a los sujetos que la habían de componer; que el reconocimiento en esta plaza se hizo llamando uno por uno a los oficiales e individuos de respeto, diciéndoles que reconociesen la Junta formada por todos los demás señores, a cuyo fin se valieron de ir llamando los primeros a sus adictos, con cuyo motivo, cada uno que entraba creía que la Junta era en unánime consentimiento de todos los presentes, del pueblo y batallón, entre cuya tropa habían hecho creer que el ex Gobernador don Alejandro Eagar tenía ya embarcado para llevarse el fondo de masita, en el que a cada soldado le correspondían diez pesos, y a cuarenta soldados artilleros, que inmediatamente les devolverían los descuentos de gran masa, lo que en efecto ordenó dicha Junta; que ésta, sabiendo que la Provincia de Concepción, de cuya Junta era individua, y en cuya ciudad existía el Doctor don Juan Martínez de Rozas, estaba en insurrección contra la capital de Santiago, publicó aquí un bando dirigido a declarar por Presidente del Reino al mencionado Doctor, de lo que resultaba hallarse esta plaza unida a la de Concepción, y separada de la capital, por más que para apaciguar los clamores del pueblo y oficialidad, dijeren que éste no era el objeto, el cual está comprobado con no haber remitido en el correo de enero los documentos del batallón y demás ramos de la plaza, ni haber dado parte alguno de la situación de ésta por el último barco que salió de aquí para el puerto de Valparaíso, comprometiendo de esta suerte el honor y existencia de esta ciudad, que, la Junta de ella, conociendo el descontento casi general de la oficialidad, que no podía sufrir el dolor de ver que la citada Junta, tan sumamente incaracterizada, tuviese a su arbitrio el mando de esta plaza de armas, hasta llegar a querer disponer de ella, para lo que mantenía siempre dispersos a los oficiales, y armadas las milicias, sin conocimiento, ni del Sargento Mayor de la Plaza, ni del Comandante de Artillería; de forma que no les dejaba arbitrio, ni margen para poder reunirse, ni obrar como en el presente caso; que no se sujetaba a las órdenes y demás providencias de la Capital, valiéndose de los casos de justicia para aumentar adictos a sus ideas; que el Capitán don Julián Pinuer presentó una carta original, en que ofrecía a Concepción las bombas y mortero de este puerto[4]...; que ostentaban una autoridad tan desmedida, que oprimía los ánimos de todos; que en la provisión de empleos y comisiones que ha dado dicha Junta, no ha obrado en justicia; y que, por último, en consideración a los graves cargos que en general se le hacen, este Consejo de Guerra decreta por ahora y hasta la superior determinación, lo siguiente:
Primero: Hace por extinguida y acabada desde este momento la referida Junta creada en primero de noviembre último.
Segundo: Se declara por Gobierno interino de esta plaza y su jurisdicción, con todo el lleno de sus funciones, al citado señor Coronel graduado don Ventura Carvallo, presidente que era de la extinguida Junta.
Tercero: Por cuanto es probado ser el presbítero don Pedro José Eleyzegui (a quien se escribió la carta copiada), uno de los principales agentes para perturbar el buen orden y paz interior de esta plaza, y que ínter exista en ella, no podrá conciliarse la tranquilidad pública, causando siempre pleitos y fulminando disturbios entre los mismos vecinos y parientes, buscando comunicaciones aun entre los labradores del campo para extender el tema de su seducción y oprimir con este auxilio, a más silencio, a los vecinos del pueblo, a quienes representaba armado y patrullando de noche, para hacerse terrible, y aunque conseguía este efecto, siempre escandalizaba, destruyendo el respeto a sus órdenes, en lo que conocen lo opuesto de estas operaciones a su carácter; salga de esta plaza en el término de seis horas para la ciudad de Concepción (con) la escolta correspondiente, hasta dejarlo fuera de la jurisdicción, noticiando esta providencia al ilustrísimo señor Obispo, suplicándole se sirva sostenerla y aprobarla.
Cuarto: Por cuanto, habiendo la extinguida Junta removido de empleos honoríficos y rentados a varias personas que los habían desempeñado con honor y provecho de los intereses del país y nombrado otras en su reemplazo, sin otro mérito que el de ser adictas a sus ideas, decretamos también que todas aquellas que han sido separadas de sus cargos desde el primero de noviembre último; sean inmediatamente repuestas en ellos.
Quinto: Por cuanto es conveniente imponer por menor de todo lo ocurrido y practicado para la extinción de la Junta al Excelentísimo Señor Presidente del Reino, hágase una relación individual y acompáñese a este documento.

Ventura Carvallo (Siguen las demás firmas).

Manifiesto individual de la forma con que el Consejo de Guerra del Batallón de Valdivia extinguió la Junta que con título de Gubernativa fue creada en primero de noviembre último.

Teniendo la referida Junta dispersa la oficialidad y la tropa, armadas las milicias de su adhesión, y aun algunos de los oficiales, cadetes, sargentos y soldados del batallón por sus aliados, que cada uno de ellos era un argos que observaba el menor movimiento de los opuestos a dicha Junta, tenían tomada la acción a los oficiales y demás vecinos, de forma que no podían combinar sus disposiciones para verificar la extinción que tanto se deseaba, hasta que el capitán don Julián Pinuer, valido de la convalecencia de una enfermedad, pudo existir en la plaza, y unido con el sargento mayor interino, ayudante mayor don Lucas de Molina, se resolvieron a echarse sobre las guardias, cuarteles, parque de artillería y pólvora; combinándose con el ministro interino de Real Hacienda de esta plaza don Juan Gallardo Navarro, y los subtenientes don Antonio Adriasola y don Juan de Dios González; y estando todo dispuesto, el referido don Julián Pinuer y don Lucas de Molina, que fueron los autores, trataron con el comandante de artillería capitán don José Berganza, comandante del puerto, donde existe, que la seña de dos o tres cañonazos al aclarar el día, sería aviso de haber dado el asalto esa noche, ofreciendo el referido capitán de artillería que, en el momento que oyese los tiros, se pondría en marcha a la plaza.
Unidos, pues, y armados los cinco oficiales referidos, y estando de comandante de la guardia el citado subteniente González, que les ayudó y franqueó, se hicieron dueños de la plaza y sus principales puntos, a las dos de la mañana de la noche del dieciséis del corriente, en cuya hora dieron aviso a los demás oficiales que abajo firman, que, sin perder un instante, ocurrieron al cuarto de banderas, en donde ya tenían tomado el mando el referido capitán Pinuer y sargento mayor interino don Lucas de Molina; y formando el Consejo de guerra, que presidió el capitán don José Ulloa como más antiguo, determinaron que en el momento se les pusiese guardia a los vocales de la Junta para privarles de salir de su casa, siendo la más doble al presbítero don Pedro José Eleyzegui, como cabeza de sus partidarios, quien, dentro de seis horas, marchó para Concepción. Del mismo modo se le impuso arresto en su casa al capitán de la segunda compañía, don Gregorio Enríquez, que, como principal autor y agente de la instalación de dicha Junta, se desvelaba en proteger su existencia, declarándose enemigo de los oficiales opuestos a su desleal idea. Bajo el mismo orden, se tuvo a conveniente impedir desde aquella hora que el alcalde ordinario don José Lopetegui y el alguacil mayor don Santiago Vera, como adictos y protectores de dicha Junta e íntimos del citado presbítero Eleyzegui, no pudieron salir de sus casas hasta segunda orden. Asimismo se privó que pudiera salir de su casa, hasta otra providencia, el presbítero don Laureano Díaz, como eficaz partidario de los juntistas procediéndose a todo lo anexo a la mayor seguridad.
Llegada que fue la luz del día, se formó la tropa en la plaza y se mandó tocar generala, e inmediatamente se hizo la seña convenida de los cañonazos, sacándoselas Reales banderas, todo con arreglo a las Reales Ordenanzas; en cuya respetable posición no se atrevieron los partidarios de la Junta a respirar. A poco rato, concurrió mucha parte del pueblo, y a su presencia se ratificó el batallón en el juramento a las Reales Banderas, a que acompañó el pueblo, lleno de alegría, a gritar: ¡Viva el rey Fernando Séptimo; Viva la Suprema Regencia Española Viva el excelentísimo señor Presidente de la Capital, don José Miguel Carrera; y mueran los desleales! En el mismo acto se publicó al batallón y al pueblo la extinción de la Junta; declarando por gobernador interino de esta plaza y su jurisdicción al señor coronel graduado de infantería don Ventura Carvallo, a quien, por su mayor graduación y antigüedad, le corresponde, según lo mandado por S. M. y última orden de la Capital.
A las ocho de la mañana compareció al cuarto de banderas el referido coronel, a quien se le había dado noticia de todo a las cuatro de la mañana; y volviendo a juntarse el Consejo de Guerra, que ya presidió él mismo, se reiteró todo lo referido; decretándose sobre los demás artículos anexos al proceder de la extinguida Junta.
Los oficiales tuvieron a bien mantenerse en el cuarto de banderas, hasta ver cumplido todo lo mandado.
Inmediatamente se dio providencia a recoger las armas dadas por la Junta a las milicias. En esta hora se presentó don José Berganza, que emprendió su viaje en la misma que oyó los tiros de cañón, acompañado del capitán de infantería don Dionisio Martínez y el subteniente don Manuel Lorca, y reforzando nuestra tropa, se unieron al Consejo de Guerra, el que ha tenido motivos para no disolverse hasta hoy veinte, y según varias novedades, aunque leves, no se disolverá hasta no dejar al pueblo en su debida tranquilidad, a cuyo efecto se publicó el correspondiente bando.

(Firmado por Ventura Carvallo y otros doce oficiales[5]).

Del Consejo de Guerra del Batallón Valdivia a don José Miguel Carrera, presidente de Chile.

Excelentísimo señor:

Por el acta del Consejo de Guerra y relación que acompañamos, se impondrá V.E. de lo sucedido en esta plaza y de los motivos que nos estimularon. Ha sido un hecho que hemos creído absolutamente necesario para vindicar nuestro honor. Resta, pues, Excelentísimo señor, se sirva V.E. aprobarlo, seguro de que en esta confianza hemos obrado.
Luego que la provincia de Concepción tuvo la osadía de armarse contra esa Capital, recelamos no nos llegarían las órdenes de V.E., o por lo menos aquellas que pudieran imponernos de su voluntad. Que el Gobierno de Concepción querría hacer creer que esta plaza era de su desleal partido; y aunque en esta tesorería no alcanzan a siete mil pesos lo que tenemos nos hemos resuelto a entregarnos a los mayores trabajos y escaseces, antes de ser de otros que de nuestra capital de Santiago, donde tenemos la fortuna mande V.E.
Esté, pues, V.E. persuadido que esta plaza y todos los que componemos este Consejo de Guerra esperamos con ansias sus órdenes. Sería esto excusado, si no tuviéramos fundados motivos para inferir que el Gobierno de Concepción ha de interpretar a otros principios nuestro hecho.
Baste lo dicho que V.E. conozca nuestro objeto. Nos conceptuamos aislados y con la comunicación cortada con el resto de nuestro ejército que está a las órdenes de V.E. En esta situación esperamos que V.E. dará las órdenes convenientes a fin de que a toda costa se nos remita el situado, porque de lo contrario, sin duda pereceremos. Pereceremos, Excelentísimo señor, pero será por no separarnos de nuestra capital, ni de V.E., lo que hemos hecho punto de honor; por lo mismo, nada tenemos que decir a V.E., pues lo esperamos todo de sus conocimientos militares...

Dios guarde a V.E. muchos años.
(Firmado por Ventura Carvallo y otros doce oficiales)
Valdivia, 22 de marzo de 1812[6]

Copia de carta escrita por don José Miguel Carrera a los oficiales del batallón y pueblo de Valdivia, en respuesta a la precedente.

El comunicado oficial en que se contienen vuestras luchas y convulsiones políticas se ha recibido en este campamento. A la resolución y bravura de los oficiales y de algunos ciudadanos, con tanta energía manifestadas en la noche del 16 de marzo último, se debe la caída de la tiranía y el restablecimiento de la tranquilidad pública, unión y paz. Hállome ahora aquí en esta plaza con un cuerpo del ejército, con plenos poderes del Gobierno para solucionar las dificultades con Concepción. No estaré un solo momento inactivo hasta que la tranquilidad y paz públicas y la seguridad de todo el reino de Chile no sean restablecidas por completo; hasta que oigamos de todos los rincones del reino la voz de la razón, y veamos el poderoso brazo de la justicia levantando contra la insurrección y las tramas e intrigas de aquellos que, para destruir, quisieran envolvernos en millares de desastres, que sucediéndose, forzosamente, unos a otros con rapidez, nos habrían de dejar sin un instante de tranquilidad, hasta que sea derramada la última gota de nuestra sangre como sacrificio en el altar de su iniquidad.
La Junta que gobierna el reino (a la que he trasmitido vuestras comunicaciones) tomará especialmente bajo su protección a la ciudad de Valdivia y a sus meritorios defensores, y hasta donde sus recursos lo permitan, pueden ustedes estar ciertos de recibir toda clase de auxilios; en todo caso, no sufriréis.
Es asunto de gran importancia el que ustedes no hayan tenido noticia del cambio que se ha verificado en nuestro sistema de gobierno, y que se espera ha de resultar conforme a vuestras ideas de justicia y a vuestros propios derechos.
El antiguo gobierno del reino ha sido modificado, y al Presidente ha reemplazado una Junta Provisional, compuesta de tres miembros, hasta que el pueblo, unido en un congreso general y representado por individuos libremente elegidos por él mismo, dicte una Constitución o resuelva otra cosa. El antiguo Congreso ha sido disuelto, a causa de que sus miembros no representaban ni la mitad de las diferentes provincias del reino, habiendo sido elegidos en su mayor parte por la capital, y a causa de que en épocas de peligro, se habría necesitado de más actividad y energía de las que estaban dotados, para llevar a buen término los negocios de la nación.
La actual Junta, que es la suprema autoridad de la nación, está compuesta por don José Santiago Portales, presidente, don Pedro Prado y yo, como miembros, que han de asumir por turnos de cuatro meses la presidencia. Tal es el sistema que se ha establecido, el cual, no dudamos, ha de ser abrazado por nuestros meritorios hermanos de Valdivia. Nos hallamos convencidos de vuestra firme adhesión a la capital y de vuestra decisión por la buena causa. Vuestra firme y constante oposición a las insinuaciones y amenazas de Concepción en sus intentos de ligar vuestra suerte a su causa perdida, son rasgos de vuestro carácter que no deben olvidarse jamás.
Habría sido ridículo de vuestra parte que hubiesen consentido en reconocer ciegamente las infundadas pretensiones de don Juan Rosas a la presidencia, cargo que, mientras nuestros conciudadanos se hallan en posesión de los derechos y privilegios de que al presente disfrutan, nadie puede aspirar a obtenerlo sin poseer la confianza del pueblo manifestada sin tumulto y en forma legal. Un millón de hombres libres lo han jurado así, que preferirán que las fértiles llanuras de su país se vean cubiertas de sus huesos y sus moradas lleguen a ser guaridas de los animales feroces, antes que volver a ser de nuevo los esclavos de un poder despótico. Sus sepulcros serán hollados por los satélites del despotismo, pero sus almas habrán escapado de sus garras.
Estoy seguro de que la Junta aprobará vuestra conducta, y si ustedes se mantienen firmes en su adhesión a su sistema, podéis esperar gozar de todos los beneficios que puedan resultar de reunir en un haz porciones de hermanos dispersos.
Réstame sólo encargaros que vigiléis a los que no se manifiestan partidarios de la causa de la libertad, y de aseguraros del vivo interés que siento por el bienestar de los autores de la reforma del dieciséis de marzo.
Guarde Dios a V. E. muchos años.

José Miguel Carrera
Talca, 5 de mayo de 1812.

Contestación del Gobierno a los mismos pliegos de Valdivia.

En medio de nuestras mejores esperanzas por la felicidad de la patria y cuando al leer los papeles oficiales de la revolución última de esa plaza creíamos que se disponía el momento de la unión de todos los chilenos para establecer el sistema de la justicia, de la razón y de los buenos americanos; no hemos podido menos que resentirnos y cubrirnos del mayor dolor y vergüenza al llegar a la proclamación de la regencia de España y de un Presidente en el Reino. Otra es la opinión de la patria, otro es su orden y otras sus intenciones. Una oficialidad tan resuelta y decidida, que en una sola noche supo echar por tierra la tiranía de su régimen interior, a pesar de riesgos, de oposiciones y de peligros, no entablará su opinión, ni concluirá la obra, si entrega en otras manos el poder del despotismo. No se derriba la tiranía, si un tirano sucede a otro en el cetro de fierro, y acaso en la elección se empeoran las manos agentes de la crueldad y de la dureza.
En Chile no hay Presidente, ni el reino se somete a la Regencia de España. Su institución, su orden y su poder están revestidos de las nulidades y vicios que proclama Valdivia contra su Junta, y por qué la destrozó y acabó. Si los principios de su instalación en primero de noviembre son justamente reclamados por ese noble vecindario y su brava tropa, en virtud de no haberse obrado por unánime voluntad de todos, y si la irregularidad de sus procedimientos justifica la violenta medida del dieciséis de marzo; la Regencia se estableció también sin tener parte el Reino, ni pueblo alguno de América; y sus hechos e intenciones no exceden la esfera de proveer nuestros empleos en hombres desconocidos y sin mérito, y de perpetuar nuestra infancia y nuestros grillos. ¿Cuál ha sido la ventaja que hemos adquirido en nuestro estado desde la prisión de Fernando y desde la revolución de España, mientras los pueblos europeos se han conducido a su arbitrio y concentrado en sí mismos el poder de su dominación? No hemos tenido bien que no nos hayamos formado nosotros mismos, a costa de mil riesgos y oposiciones; y aun se alarman contra nosotros los caducos mandatarios del despotismo porque hemos despertado y porque nos aplicamos a nuestra felicidad. En estas circunstancias, ¿no sería un traidor y un delincuente contra la patria, contra la libertad y contra los sagrados derechos de los hombres proclamados uniformemente en Chile, el que intente alterarlos, destruirlos y enredarnos de nuevo en la esclavitud anterior, en la ceguedad y en la inacción? ¿Y en solo ser otra la voluntad de todos, no consistía un convencimiento bastante para que cada uno mude de idea y se una a la opinión general, si quieren permanecer porción de nuestra gran familia?
El Reino, y en su nombre la Junta de Gobierno, jamás ha olvidado ni dista de sus deberes y obligaciones hacia Valdivia, como uno de los países que componen su estado y como el suelo que contiene cuatro mil hombres, cuatro mil chilenos y cuatro mil hermanos, hijos de una misma familia. Está pronta a extenderle los brazos de su protección, estrecharla en su intimidad y seguirle prestando toda clase de auxilios, en cuanto alcance sus medios; está pronta, y está pronta sin acusar un delito por las protestaciones oficiales que se han alzado al primer Tribunal a favor de la Regencia de España y a favor de un Presidente; con tal que en adelante se modere la opinión y quede enmendada por los principios del manifiesto del cuatro de diciembre, que repetimos en esta fecha.
Bien conocemos el espacioso campo y razones que proporciona a ese vecindario la mejor evasión de cualquier cargo con la interceptación que se anuncia de nuestra correspondencia desde que disconvenimos en Concepción: interceptación que dice ha impedido le lleguen nuestros pliegos y los principios del sistema de la Patria, que comprenderá y ratificará hoy que puede beberlos a toda luz resacados de la fuente de la razón. Incluimos aquel manifiesto, y esperamos en la unión su efecto de justicia. Por él y en su forma se ha establecido la autoridad que reconoce el reino, de cuya felicidad y bienes deseamos sea partícipe ese pueblo.
Bajo estas advertencias, que conviene más expresivas y con mayor dilación el Manifiesto acompañado, que hará V. notorio a todo el pueblo y oficialidad, para que nos contesten su reconocimiento, el Gobierno aprueba la interinidad de Ud. en el de esa provincia, y no puede menos que confesar su adhesión, su agrado y la emoción de su voluntad hacia la resolución, carácter y decisión con que se rompieron las cadenas de la opresión en la noche del dieciséis de marzo por los dignos oficiales y gente que les acompañó, de que quedamos advertidos por sus cartas y cuyo mérito no olvidaremos. En todo lo demás reproducimos el oficio del señor vocal don José Miguel Carrera, fecha cinco de este mes, cuya copia tenemos a la vista.
Dios guarde a Ud. muchos años.

José Santiago Portales
Pedro José Prado Xara quemada
José Miguel de Carrera
Manuel Javier Rodríguez, Secretario.
Santiago de Chile, 25 de mayo de 1812
[7]

El cuatro de julio se celebró aquí de manera muy digna. Algún tiempo antes, había decretado el Gobierno que el distintivo de los patriotas sería una escarapela tricolor, y éste fue el día señalado para comenzar a usarla.

A la salida del sol, las estrellas y listas de la bandera de nuestra nación fueron izadas en muchos sitios públicos (cosa que se hacía por primera vez en esta ciudad) entrelazadas con la bandera tricolor de Chile. En la tarde, nuestros compatriotas, en compañía de algunos caballeros chilenos de distinción, celebramos una fiesta en la cual la libertad e independencia de ambas naciones fueron mutuamente recordadas en alegres brindis. En la noche, se dio un magnífico baile por nuestro Cónsul General, al cual asistieron la Junta y cerca de trescientos personas de ambos sexos de la mejor sociedad. Empero, debo prescindir de continuar con este agradable tema, para llevar a usted de nuevo a los intrincados sucesos de una guerra civil, a fin de que tenga una idea cabal del modo en que se resolvieron al fin las diferencias suscitadas con Concepción[8]

En una comunicación oficial de los militares y pueblo de Concepción a la Junta, datada el 9 de julio de 1812, se afirma que habían estado disgustados desde tiempo atrás con los procedimientos de la Junta que presidía don Juan Rosas, y en espera de la primera oportunidad para verificar un pronunciamiento que les permitiera formar una alianza con la capital.

Que en la noche del día ocho, estando todas las cosas arregladas a ese intento, y los oficiales y soldados jurados de obedecer a sus jefes, los dragones, la artillería e infantería se dirigieron a la plaza, donde se había reunido gran número de ciudadanos respetables, habiéndose declarado allí que la Junta, de que era presidente el brigadier don Juan Rosas, quedaba disuelta y los individuos que la componían arrestados en nombre de la nación.

Que se formó en el acto un nuevo gobierno, hasta que se pudiera saber la voluntad de la Suprema Junta; que deseaban, de la manera más sincera, hallarse nuevamente unidos a la capital, en espera de que sus hermanos de las demás provincias del reino los recibirían de nuevo como miembros de la gran familia nacional.

Que reconocían el derecho de la Junta de la Capital para gobernar el país entero y muy gustosos obedecerían las órdenes que recibieran, en cuyo cumplimiento estaban dispuestos a sacrificar su fortuna y su vida.

Terminaba ese documento con recomendar a la indulgencia del Gobierno a don Juan [Martínez de] Rosas y a sus principales secuaces, en espera de que no sufriesen castigo alguno, lo que sería de gran efecto para restablecer la buena armonía y confraternidad entre los habitantes de aquella ciudad.

La respuesta de la Junta a la nota precedente fue de naturaleza por extremo conciliatoria; se aprobó todo lo obrado, y a Rosas se ordenó que se trasladase a la capital bajo su palabra de honor, acompañado de una escolta conforme a su rango. A los demás miembros de la Junta debía enviárseles a cargo de una guardia.

Chile se halla ahora, por todo lo que se deja ver, en estado de profunda paz, pero su verdadera situación no es tal.

Existen más partidos y disensiones internas de las que buenamente podría enumerar. En primer lugar, el país se encuentra dividido en dos grandes partidos: el que se intitula de los patriotas y el de los realistas. El primero de éstos es, sin duda alguna, el más numeroso, pero se halla subdividido en muchas parcialidades. Entre los partidarios de los Carrera y los de la familia Larraín existe un antagonismo tan arraigado como entre cualquiera de ellos y los realistas, y sería difícil de resolver cuáles son los más fuertes. A su turno, Concepción tiene su facción, como existe también una en Coquimbo. Ahora bien, los realistas sólo tienen un solo punto de mira: la restauración del antiguo régimen: la autoridad del Rey.

He dado cuenta a usted antes de la manera en que la familia de los Carrera se levantó a la altura en que hoy se halla. Aunque la conducta de don José Miguel, el jefe de la familia, ha sido generalmente aprobada, la manera en que obtuvo su cargo es condenada por muchos buenos patriotas.

Completamente al tanto de las disposiciones de todos y cada uno hacia él, ha puesto en práctica cuanto ha estado a su alcance para aumentar el número de sus partidarios, y la más consumada prudencia ha marcado todas sus acciones. Aunque su pasión capital es la ambición, todavía, no puedo menos de admirar sus talentos de hombre de estado y de militar, hallándome persuadido de que es el único ciudadano de este país que en las actuales circunstancias está llamado con justos títulos a gobernarlo.

Los beneficios que han resultado de la implantación del nuevo régimen son ya manifiestos en Chile. Un comercio libre ha llenado el país de las manufacturas europeas, y aquellos artículos que de antes se hallaban monopolizados por unos pocos comerciantes, son ya materia de una abierta competencia entre todos. El resultado es que aquellos objetos necesarios o de lujo que en otro tiempo sólo estaban al alcance de unos pocos, son hoy accesibles para todo el mundo.

La revolución, que en un principio fue considerada por muchos como un ensayo peligroso, recibe ahora su más calurosa aprobación, y si no fuera por las disensiones internas de familia, los patriotas podrían considerar hoy la independencia como un hecho inamovible y desafiar las maquinaciones de los realistas.

El primero de julio último fue descubierta en Buenos Aires una conspiración de las más tenebrosas. Los españoles europeos residentes allí estuvieron durante cinco meses formando y madurando un proyecto de operaciones militares en unión con los realistas de Montevideo, cuyo ejército llegó a vistas de la ciudad. Lo siguiente fue lo que al fin se acordó. El ejército sitiador debía hacer un amago en cierto punto, en orden a llamar hacia él la atención de las tropas, mientras quinientos hombres debían ser introducidos en la ciudad por otro sitio y apoderarse del fuerte, cuyo jefe había sido sobornado. Tan luego como se hallasen dueños de la ciudad, se proclamaría por virrey a Alzaga; se castigaría con la última pena a todo europeo que no se presentase armado y a cualquier americano que se hallase por las calles. Las cartas aseguran que su plan era exterminar a todos los americanos mayores de siete años de edad, y que así lo confesaron los culpables antes de ser ejecutados. Se añade que se debió a una mujer el descubrimiento del complot y la consiguiente salvación del país. Cuatro individuos fueron en el acto ejecutados, tres de ellos comerciantes acaudalados. Alzaga fue descubierto el día cinco escondido en la casa de un clérigo y llevado a la cárcel entre un numeroso concurso del pueblo, que iba entonando canciones patrióticas. En el lapso de quince horas fue juzgado, condenado y fusilado y su cuerpo expuesto en la horca. Se ha desterrado a treinta y se preparan calabozos para encerrar a muchos más. Es cosa digna de notarse que ni uno solo de los nacidos en el país se hallase complicado en este diabólico complot.

El día treinta último se celebró en esta capital el aniversario de la instalación de la Junta, que debió haberse verificado el dieciocho, pero que hubo de postergarse por no hallarse aún terminados los convenientes preparativos. Este acontecimiento se celebró en espléndida forma y el magnífico convite dado por el Gobierno excedió a todo lo que antes se había visto en Chile en este orden.

Al salir el sol, se izó la bandera nacional en todos los sitios públicos y se hizo una salva; antes de mediodía tuvo lugar una revista de las tropas; la tarde se dedicó (como de costumbre) a descansar, y la noche al regocijo y alegría.

Se eligió la Casa de Moneda como sitio de la fiesta; en cada extremo de la calle se erigió un arco triunfal, de sesenta pies de alto, en que se veían muchas alegorías, muy bien pintadas, alusivas a los sucesos de la revolución de América, e inscripciones en verso encaminadas a levantar el ánimo del pueblo e inspirarle los sentimientos de su propia dignidad y derechos. Al frente del edificio se levantaba el templo de la libertad, con una Fama que glorificaba a Chile y una leyenda que presentaba la revolución de los Estados Unidos como ejemplo digno de ser imitado por este país.

El edificio, que tiene cuatrocientos cincuenta pies por lado, y es de cuatro pisos, estaba alumbrado con medio millón de luces, y como su altura contrasta con la de los demás edificios, que son de un solo piso, presentaba un espectáculo magnífico.

El salón de baile se vio favorecido por la presencia de cerca de doscientas señoras, la mayor parte literalmente cargadas con oro y perlas. Comenzó la fiesta con minuets y se bailó hasta cerca de las diez. Enseguida, una banda de músicos tocó algunos trozos nuevos patrióticos, y cinco o seis canciones, escritas para la fiesta, que se cantaron de manera espléndida por toda la concurrencia en un gran coro. Se sirvió después un refresco y se dio principio a los bailes nacionales, que duraron hasta las tres de la mañana, a cuya hora se sirvió una cena suntuosa. Después de esto, siguió el baile hasta las siete de la mañana.

Todo se llevó a cabo con la mayor regularidad, sin que ocurriera accidente alguno. Jamás he presenciado un espectáculo que produjera tan universal alegría; todo es mundo parecía lleno de animación y puedo asegurar que no vi un solo rostro en que no se dibujase una sonrisa durante todo el curso de la noche.

De usted, etc.

__________

[1]

Este documento era una simple declaración, de parte de los oficiales de línea y milicianos, de que se hallaban ligados, tanto por sus principios como por sus deberes, al Gobierno, y que obedecerían gustosos las órdenes de su jefe. (N. del T). Volver

[2]

Aurora [de Chile, tomo I], número 15, 21 de mayo de 1812 (N. del A). Volver

[3]

En el número veinte de la Aurora de Chile, del 25 de junio de 1812, se registra íntegra el acta correspondiente de que tomo estos párrafos. En ella se hallan expresados los nombres de esos oficiales e inserta también una carta escrita a don Julián Pinuer, uno de ellos, que no aparece en el extracto de la versión inglesa, a cuyo texto me ajusto (N del T). Volver

[4]

En la versión de este documento, copiado en la Aurora de Chile del 25 de junio de 1812, se inserta la carta en cuestión, cuyo tenor es el siguiente: ““Concepción y Noviembre veinte y ocho de mil ochocientos once. Amado Hermano: hoy por la mañana llegó el extraordinario de ésa, y también otro de Santiago; este último conduce de oficio  los sucesos del día quince de que ya incluí a V. una razón por el correo. También nos anuncian como positivo la independencia del reino mexicano declarada el día seis de Julio; que Santa Fe ha auxiliado a Quito con seis mil hombres armados para que concluya la rendición de Cuenca, y también la de Guayaquil; que en el Alto Perú se han sublevado unos cuantos pueblos de indios, capitaneados por los curas con otras personas de rango, para dar contra las tropas de Goyeneche, a quien le han cortado la correspondencia con Lima. Esta noticia es más autorizada que las anteriores pero todo necesita de confirmación. De Lima se ha escrito una carta a Santiago bajo de mucha reserva anunciando lo siguiente: que en El Callao se estaban preparando varios buques sigilosamente para conducir tropas; el designio se decía ser para auxiliar las que están en el Desaguadero, desembarcando en los puertos intermedios; pero el que escribe la citada carta, opina que el principal objeto de esta expedición es para la costa de Chile, a fin de apoderarse de alguno de sus puntos de poca resistencia para animar a los mal contentos de todo el reino, y dar energía a los sarracenos, revolucionarios; esto no debe dar mucho cuidado, ni tampoco despreciarse, porque acaso el bendito Eagar pudo haber tomado con anticipación una perfidia de esta clase. Buenos Aires, a fin de hacer salir de aquellas costas a los malvados portugueses, entró en capitulaciones con Elío, quedando este de Virrey de Montevideo hasta cierto punto con lo que se ha franqueado comercio y por aquella parte han cesado los cuidados. Sobre los doscientos hombres que V. me dice, son necesarios para la fortificación de esa plaza; es necesario, así mismo, que ustedes lo representen al Congreso, por cuanto si se aumenta la fuerza es de consiguiente se aumenten los gastos y nosotros, aunque tenemos gente estamos escasísimos de arbitrio para franquearlo, pues la capital hace mucho tiempo no nos auxilia con el situado acostumbrado, ni tampoco tratamos de exigir por él, y sí de discurrir otros medios con que hacer más gloriosa nuestra defensa y existencia. Quedamos advertidos de las bombas y mortero que existen en esa plaza, y si se necesitasen pensaremos en auxiliarnos de ellas. Mackenna se ha manifestado con una adhesión grande a la patria; en los sucesos del día quince, lo han separado de los cargos que le habían dado, el motivo no se dice. Usted y los cuatro individuos más que firmaron la protesta contra éste, se expusieron así por las críticas circunstancias del gobierno que seguía, como por el corto número de subscriptores; y yo temía se tomase algún partido violento sobre este particular, y luego que V. me lo anunció, escribí reservadamente al Presidente del Gobierno ejecutivo que a la sazón lo era Marín, mi paisano y amigo, para que inmediatamente me diese aviso del resultado del expresado procedimiento de ustedes, con el ánimo de hacer inmediatamente llegase a V. la noticia para su seguridad. Acá no tenemos novedad; pasarlo bien y mandar a su afecto hermano Q.B.S.M.- Vergara.- Remítame V. a la mayor brevedad una o dos cañas superiores para bastón, cuesten lo que costaren.- Aquí  hay una rúbrica”. (N. del E). Volver

[5]

Aurora de Chile, número 21, de 2 de julio de 1812. Volver

[6]

Aurora de Chile, número 21, de 2 de julio de 1812.Volver

[7]

Aurora de Chile, número 21, de 2 de julio de 1812. Volver

[8]  

No es el propósito del autor dar una relación prolija de las disensiones y revueltas intestinas que agitaron a Chile en este tiempo, sino en lo necesario para darse cuenta del espíritu que reinaba entonces y que servirá para explicar lo que ocurrió posteriormente. - N. del A. Volver