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La Aurora de Chile
Número 2. Jueves, 20 de Febrero de 1812 Tomo I.
Idea del gran objeto de la sociedad y la administración. Exposición sobre el derecho a alterar el sistema político.

Demostramos en el número antecedente [6] que las naciones son cuerpos políticos, sociedades de hombres congregados para procurar con fuerzas reunidas su salud, comodidades y ventajas. A la potestad ejecutiva está confiada la función augusta de dirigir todos las cosas al gran fin de la asociación, que es la prosperidad del cuerpo político. En consecuencia, la felicidad pública es el blanco de la administración, y a un mismo tiempo es el principio fundamental de las obligaciones de los ciudadanos. Luego, nada debe subsistir en el Estado, nada debe conservar el gobierno, si de ello o se originan males contra el bien público, o atrasa y contraría sus miras benéficas. Es, pues, el interés general la única regla de lo que ha de subsistir en el Estado. Si nos elevamos al origen de las instituciones, hallaremos que en su principio fueron admitidas en el Estado por la libre voluntad del gobierno. Luego, en todos tiempos su permanencia depende de la voluntad del gobierno. Pero lo que en un tiempo fue útil, suele hacerse dañoso después, o la experiencia descubre inconvenientes y consecuencias funestas que se ocultaron al principio.

La noción del objeto de la sociedad incluye la de los deberes del ciudadano. Estos están comprendidos en la obligación rigurosa de procurar el bien de la sociedad. Esta obligación excluye al bárbaro egoísmo, peste funesta de la especie humana; ella contiene la práctica de las virtudes sociales, la justicia, la beneficencia, la conmiseración, la amistad, la fidelidad, la sinceridad, el agradecimiento, el respeto filial, la ternura paternal, todos los sentimientos en fin, que son como lazos que unen entre sí a los hombres y forman el encanto de nuestra triste vida.

El amor del bien público debe ser el ídolo de todo hombre inteligente, porque su felicidad personal depende de la felicidad pública. La felicidad se fijara en la tierra si morase en nuestros pechos el espíritu público y filantrópico. Por el contrario, ¡cuán triste y horroroso fuera el aspecto del mundo, si el duro egoísmo llegase a ocupar todos los corazones! La sociedad sería un agregado de verdugos y de víctimas; el Estado se perdiera, y todos se perdieran con él.

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[6] Se refiere al escrito Nociones Fundamentales Sobre los Derechos de los Pueblos (N del E).
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