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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Lord Thomas A. Cochrane: Memorias.
Apéndice

Los documentos signados con los números 1, 2 y 3 forman parte del original (Colección de Historiadores y de Documentos Relativos a la Independencia de Chile, Tomo XIII, pp. 395-411). Los comprendidos entre el 4 y el 14 los hemos copiado de la obra de Luis Uribe Orrego, Nuestra Marina Militar. Su Organización y Campañas Durante la Guerra de la Independencia, Talleres Tipográficos de la Armada, Valparaíso, 1905.


1. Reciente mensaje del Presidente de Chile al Senado y a la Cámara de Diputados, reconociendo los servicios de Lord Dundonald, y concediéndole la paga entera de Almirante por el resto de su vida.

Conciudadanos del Senado y de la Cámara de Diputados:

Hacia fines de 1818, cuando Chile celebraba el primer triunfo marítimo obtenido por nuestra Escuadra en Talca­huano, el bizarro marino Lord Thomas Cochrane, ahora conde de Dundonald y almirante al servicio británico, se presentó en nuestros mares, decidido a asistirnos en la noble causa de nuestra independencia.

Los importantes servicios de este jefe en la marina bri­tánica, durante la guerra europea que concluyó en 1815, son harto conocidos:

Era un capitán de navío en no actividad de servicio cuando la Escuadra de su país fue reducida al pie de paz, y aceptando la instancia que le hizo en Londres el agente chi­leno de entrar al servicio de este país, vino a tomar el mando de nuestras fuerzas navales, trayendo el prestigio de su nom­bre, su grande habilidad e inteligencia, su genio activo y em­prendedor; contingente poderoso de una lucha de tanta im­portancia vital para nuestra independencia, el dominio del Pacífico.

Hasta qué punto se han realizado las bien fundadas es­peranzas en la cooperación de lord Cochrane por la hábil dirección que supo imprimir a nuestras fuerzas marítimas son hechos que todo el mundo y la historia han juzgado. Aún es­tán vivientes en nuestra memoria la toma de Valdivia, las hazañas en el Callao, el sanguinario y brillante triunfo de la Esmeralda, la captura de las fragatas españolas Prueba y Ven­ganza en la costa del Ecuador, y el completo aniquilamiento del poder español en estos mares, efectuado por nuestra Es­cuadra bajo el mando de lord Cochrane; y al dejar este jefe el servicio de Chile, en Enero de 1823, y cuando entregó al Gobierno, por no haber más enemigos que combatir, las triun­fantes insignias de su grado, pudiera con justicia y verdad haber dicho: “Os devuelvo esto cuando Chile ha asegurado ya el dominio del Pacífico.

Al propio tiempo que Chile repele injustas y exagera­das pretensiones, se ha enorgullecido siempre de querer re­compensar de un modo digno y honroso los servicios de los ilustres extranjeros que nos han asistido en las gloriosas lu­chas de nuestra independencia. Este noble y espontáneo sen­timiento de gratitud nacional es lo que dictó la ley de 6 de Enero de 1842 concediendo al general D. José de San Martín la entera paga de su grado durante su vida, aun cuando resi­diere en país extranjero; y es el mismo sentimiento el que me mueve a proponeros hoy, con el consentimiento del Consejo de Estado, el siguiente proyecto de ley:

Artículo único. - El vicealmirante Lord Thomas Cochrane, ahora conde de Dundonald, queda considerado du­rante el término de su vida como en activo servicio de la Es­cuadra de la República, con la entera paga de su grado, aunque resida fuera del territorio de Chile.

Santiago, Julio 28 de 1857.- Manuel Montt. José Francisco Gana.

 

2. Respuesta de Lord Dundonald a la precedente comunicación.

Londres, Noviembre 6 de 1857.

V. E. magnánimamente presentó al Congreso una su­cinta pero luminosa enumeración de los servicios que tengo prestados al Estado, los que habiendo sido tomados en con­sideración por los ilustrados representantes de un pueblo prudente y bizarro, se me acordó paga entera durante mi vida y una medalla de honor, acompañada de la muy satis­factoria declaración de que tan apreciables favores eran en testimonio de gratitud nacional; por grandes servicios que prestó a la República durante la guerra de la independen­cia.

Esos honores los acepto con grande reconocimiento, co­mo pruebas altamente satisfactorias de que después de un lapso de más de treinta años, mis activos cuanto venturosos esfuerzos oficiales y extraoficiales para asegurar a Chile com­pleta independencia, paz interior y el dominio del Pacífico, son gratos recuerdos para el Gobierno y el pueblo de esa tan respetada nación. Sin embargo, permítaseme observar que la concesión de toda la paga, solamente en perspectiva, a uno que pasa de ochenta años de edad, es poco más que nominal, pues mi vida, en toda humana probabilidad, se acerca a su término. Había esperado que como el Estado ha realizado sin interrupción cuantiosos beneficios desde que se prestaron esos servicios tan honorablemente reconocidos, la concesión habría corrido desde aquel período, del mismo modo que me ha sido recientemente acordado por el gobierno del Brasil, el cual ha decretado el recobro de las pagas atrasadas desde el tiempo que ha cesado mi mando efectivo, y su continuación durante mi vida.

Si se reconoce que los servicios que presté a Chile han sido grandes ¿no puedo yo esperar igual merced por parte de un país que debe las dulzuras de la paz y subsiguiente tran­quilidad y prosperidad a la pronta terminación de la gue­rra? No abogo por mí mismo, Excmo. Señor, pues a mi avan­zada edad tengo pocas necesidades, pero sí por mis hijos y el honor de mi familia. Véanse los ejemplos de España y Por­tugal, en donde todos los generales y almirantes de primer orden o empleados en la guerra de la emancipación e inde­pendencia de aquellos países fueron recompensados con la subsiguiente continuación de sus pagas durante sus vidas, obli­gación que siempre han cumplido puntualmente.

Estoy seguro que si V. E., al proponer el proyecto de, ley en mi favor, hubiese tenido presente mi avanzada edad y recordado que una mera concesión en perspectiva sería para mí o para mi numerosa familia de muy corto beneficio per­sonal, V. E. habría sido dichoso en haber recomendado, y el Congreso en haber acordado, que aquélla hubiese sido igual­mente por el tiempo pasado, tanto más cuanto que Chile no tiene (como sucede en mi país natal) numerosos oficiales que educar y mantener por uno que encuentra capaz de mandar.

A fin de convencer a V. E. de que no es mi ánimo re­clamar paga entera por todo el largo período transcurrido desde que presté mis servicios (bien que las privaciones que he padecido, y las pérdidas que he sufrido, semejante retardo debiera en verdad considerarse como un título más) ruego, por lo tanto, se me permita elevar con el mayor respeto a la consideración de V. E., a la del Consejo y Congreso Nacional, así como a la rectitud del magnánimo pueblo de Chile, el que una mitad sólo de la paga que recibía cuando estaba en ac­tual servicio me sea acordada por el tiempo pasado, del mis­mo modo que la nación brasileña me concedió semejante gra­cia. Esto lo aceptaría con profunda gratitud, en compensación de las heridas que recibí hace hoy treinta y seis años en la captura de la Esmeralda, por otros extraoficiales servicios ren­didos, y las graves responsabilidades incurridas, todo lo cual se terminó en resultados de la mayor importancia para la causa nacional.

Esté V. E. seguro de que sólo mi avanzada edad es la que me impide ensayar de volver a visitar su ahora sosegado y próspero país, y dar personalmente a V. E. las gracias por su bondad y los benéficos sentimientos que el Consejo de Es­tado, los representantes y el pueblo chileno me han manifes­tado. Me causaría placer ver los buques de vapor que se han introducido ahora en la Marina nacional, el gran ferrocarril que se está construyendo desde Valparaíso a Quillota y San­tiago, y presenciar las varias importantes mejoras que se han realizado y los adelantos de prosperidad nacional efectuados en el curso del último tercio de un siglo. Tan dichosos resultados son un alto testimonio de los méritos del Gobierno y del carácter del pueblo chileno.

Cochrane y Dundonald.

A S. E. el presidente del Consejo y Congreso de Chile.

 

3. Carta del Supremo Director de Chile aprobando todo lo que yo había hecho en el Perú. [1]

(Reservadísima y confidencial.)

Santiago, Noviembre 12 de 1821.

Mi querido amigo Lord Cochrane:

El capitán Morgell, portador de ésta, me ha entregado los despachos que usted me ha enviado en el Ceransasee, en unión con las interesantes notas números 1 a 9, fechadas del 10 al 30 de Septiembre, como también los documentos a que se refieren. Los he leído con grande atención, pero siempre he experimentado una justa indignación hacia la conducta desagradecida que se tuvo para con Chile, la que sólo puede mitigarse con el placer que experimento en leer con cuánta dignidad, buen juicio y discernimiento supo usted sostener sus derechos y los de esta República.

Deseaba no darle esta respuesta por escrito, y sí perso­nalmente, con abrazos de aprobación por todo lo que usted ha dicho y practicado bajo las circunstancias difíciles deta­lladas en sus cartas privadas y oficiales; pero como la grande distancia a que usted se halla me priva de aquel placer y es-pera usted añadir nuevas glorias a Chile con la captura de la Prueba y Venganza trayéndolas al puerto bajo sus órdenes, responderé­ apresuradamente a los principales puntos de sus co­municaciones.

La persona y las palabras que usted menciona no dejan ninguna duda acerca de las pocas esperanzas que debe tener Chile de sus sacrificios; con todo, nada hay que temer de se­mejantes intenciones cuando son conocidas. Mientras la Es­cuadra que usted manda domine en el Pacífico, esta Repú­blica se hallará muy bien cubierta, y está en nuestras manos el ser los dueños de la fuerza moral, política, comercial y hasta física de esta parte de América.

...............

Aunque la batería colocada en Ancón después que el enemigo se marchó tranquilamente y las amenazas (de San Martín) de no pagar un real, a menos que Chile no ven-da la Escuadra al Perú, hizo excusable no se enviase allí ninguna misión diplomática, no obstante he nombrado a mi ministro de Hacienda, en quien tengo la mayor confianza, para que vaya a Lima a fijar las bases de relaciones y pedir compensación por la deuda activa que Chile tiene contra el Perú. Mi ministro lleva órdenes de volver lo más pronto posi­ble; sea cual fuere el fin de su misión, por aquel tiempo ya habrá usted tal vez regresado a Chile, y entonces acordaremos lo que se ha de hacer después.

¡Es muy doloroso que la guarnición del Callao no haya capitulado a la bandera de usted! Entonces se hubiesen implorado sus favores y los de Chile; entonces se habría pagado todo sin excusa, y entonces no se hubiese usted visto en la necesidad de embargar la propiedad retenida para pagar y salvar a la Escuadra. Yo habría hecho otro tanto si me hu­biese encontrado ahí; de consiguiente, vuelvo a decir a usted que todo merece mi aprobación, y le doy, así como a los be­neméritos oficiales de su mando, mis más cordiales gracias por su fidelidad y heroísmo en favor de Chile, en donde, de un modo más glorioso y conveniente, se hará la fortuna de todos con el curso de los acontecimientos que se están preparando para este afortunado país, en tanto que no se sabe lo que ha­brá de acontecer en el Perú, puesto que, como usted observa, la guerra no hace más que comenzar, a la cual seguirán la pobreza, el descontento, y, sobre todo, la anarquía. Pronto sentirán la necesidad que tienen de usted y de la Escuadra, y aquellos ingratos oficiales que se separaron de usted para entrar en la Marina peruana también experimentarán su en­gaño y castigo. Se les ha borrado de la lista de la Marina chi­lena, y sólo espero la llegada de usted o una relación oficial relativa a la expedición para asignar tierras y premios a aquellos que no le han abandonado, y en particular a los ilustres capitanes Crosby, Wilkinson, Délano, Cobbett y Simpson, que usted ha recomendado.

A pesar de que vivimos en pobreza y que el Erario con­tinúa en penuria, tenemos, sin embargo, bastante resignación y coraje para hacer los sacrificios necesarios. Emplearé toda mi solicitud para que el Rising Star forme parte de nuestra Escuadra, y entonces seremos invencibles, y conservando buenas relaciones con sir Tomás Hardy, y por su medio con Inglaterra, cimentaremos los principios fundamentales de nuestras glorias. Estoy satisfecho de las conferencias y delibe­raciones que usted tuvo con aquel caballero, y apruebo el to­do, aunque griten los negociantes de Valparaíso.

Me agradan las precauciones que usted ha tomado de enviarme directamente su correspondencia y no al Ministe­rio. Pero es preciso que usted sepa que antes que yo leyese sus cartas privadas y oficiales sabía ya el público gran parte de su contenido, sin duda por las comunicaciones particulares de algunos oficiales, o por lo que los del Araucano dijeron verbalmente en Valparaíso. Por mi parte, le recomiendo tam­bién todo el secreto preciso acerca del contenido de esta car­ta, de modo que no quede frustrada nuestra reserva y nues­tras mejores medidas no sean contrariadas.

Pediré satisfacción al Gobierno de Lima por haber pues­to preso al primer teniente del O’Higgins y también por ha­ber arrestado al de igual clase perteneciente al Valdivia, así como por la amenaza del desagradecido Guido, según me co­munica por su favorecida del 29 de Septiembre último. Le ase­guro a usted que nunca permitiré se haga el menor insulto a la bandera de esta República. Me ha causado el mayor jú­bilo la respuesta que usted hizo a Monteagudo y Guido en sus cartas de 28 y 29.

Puesto que ha salido usted del Callao nada tengo que comunicarle oficialmente respecto de su conducta allí. Usted no se ha sometido directa ni indirectamente a Lima, y desde el momento que la independencia de aquel país se ha de­clarado estar bajo el gobierno protectorio de San Martín, cesó la autoridad provisoria que él ejercía sobre la Escuadra.

La provincia de Concepción está casi enteramente libre de enemigos, y espero que la de Chiloé lo estará muy en bre­ve para completar nuestra grandeza. Allí hay un semillero para formar una buena Marina, y cuando usted pueda visitar el archipiélago descubrirá ventajas y riquezas sustraídas a la custodia de la indolente y despótica España.

Créame usted, mi querido milord, su eterno amigo, O’Higgins.

Habiéndoseme pedido un testimonio de si se había o no pagado a los aprehensores de la Esmeralda la suma de 120.000 pesos, o parte de ella, di el siguiente certificado, por donde se verá que no es esa la sola obligación nacional que queda aún por satisfacer a un Gobierno que debe la libertad y el bienestar de su país a los heroicos esfuerzos de la Escuadra de Chile.

Londres, Julio 26 de 1856.

En atención a habérseme rogado certifique si los ciento veinte mil pesos adjudicados por el Gobierno chileno (afian­zados en la Deuda que contrajo el Perú por los servicios de las fuerzas libertadoras), o parte alguna de aquella suma ha sido pagada a los aprehensores de la Esmeralda durante el período de mi mando naval, doy la adjunta respuesta, la cual creo, si he de hacer justicia al Gobierno de Chile, al servicio naval y a mí mismo, no deber concretar a aquel solo hecho.

"Durante mi mando no se pagó ninguna parte de la suma asignada por el arriesgado y heroico servicio extraoficial de abordar con botes de remos la fragata española Esmeralda (fondeada a la sombra de los cañones de la fortificada ciuda­dela del Callao), aunque el buen éxito de ésta y otras empresas navales produjo tranquilidad en el país y crédito en el extranjero, por lo que se obtuvo de un modo ventajoso ayuda pecuniaria internacional, cuyas obligaciones estipuladas fue­ron honorablemente cumplidas. Este hecho justifica la segura esperanza de que una prosperidad creciente tan dichosamente cimentada pone ahora a un Gobierno justo y esclarecido en el caso de recompensar también la arrojada y feliz estratage­ma que añadió al Estado las fortalezas y la hostil provincia de Valdivia; asegurando así la tranquilidad en el interior, ade­más de haberle procurado superioridad marítima por haberse posesionado de la Esmeralda, superioridad que puso en esta­do de poder emprender el inesperado perseguimiento de los restos de la fuerza naval española, desde el Perú hasta Méxi­co, y retirada a Guayaquil, en donde las magníficas fragatas Prueba y Venganza, destituidas de provisiones, tuvieron que rendirse, y hubiesen sido añadidas a la victoriosa Escuadra chi­lena si el ambicioso Gobierno del Perú no se hubiese, sin derecho alguno, interpuesto, enarbolando su entonces presun­ta bandera imperial, ofreciendo al propio tiempo pagar, no por la captura de la Esmeralda (como el Gobierno chileno lo exigía), pero sí por la compra de esa fragata, a fin de asegurar preponderancia marítima al restaurado dominio de los Incas.

Estas ocurrencias, brevemente recordadas, demuestran que la deuda debida a los aprehensores de la Esmeralda no es la sola obligación nacional que tienen que satisfacer un honorable Gobierno y un pueblo generoso y de sentimientos elevados, el cual ha sacado ventajas de los servicios extraofi­ciales prestados con el mayor celo, y aun puede añadirse, fide­lidad, puesto que las provisiones y pertrechos necesarios para ir en perseguimiento de las fragatas Prueba y Venganza, ni Chile ni el Perú los habían suministrado, sino que se com­praron con el dinero del premio de presas, que en justicia pudiera haberse distribuido entre los aprehensores de la Es­meralda.

Estos hechos históricos, obscurecidos o falsificados en aquella época, a fin de impedir se hiciesen comparaciones entre empresas navales y militares poco favorables a proyec­tos ambiciosos, serán reconocidos cuando se publique una verídica relació [2] de los acontecimientos de aquella época, y de los motivos y acciones de aquellos que estaban empleados en promover y afianzar paz y prosperidad a Chile, y emancipación colonial al Perú, dejándole elegir libremente su Go­bierno, según se había religiosamente decretado por proclamación, antes de salir la expedición libertadora.

Cochrane y Dundonald.
Antiguo comandante en jefe de las fuerzas navales chi­lenas.

Consulado de Chile en Londres.

Certifico que ante mí compareció el señor almirante LORD COCHRANE Y DUNDONALD, y que firmó el docu­mento que antecede, cuya firma es digna de toda fe y crédito judicial.

Y para los fines que convengan doy el presente, firmado y sellado con el sello de este Consulado.

Londres, Julio 26 de 1856.

Firmado: S. W. Dickson,

Cónsul de la República.

 

4. Carta de José Antonio Álvarez Condarco al gobierno de Chile, sobre la construcción de una fragata a vapor para la escuadra chilena. 12 de enero de 1818.

Señor:

Entre las invaluables y asombrosas invenciones del hombre, puede contarse la aplicación del poder del vapor a los buques de cualquier descripción que sean; pero, para un Estado en su infancia política, es sin duda de suprema importancia, porque su sola adopción le dispensará de los gastos y sacrificios inmensos a que otras naciones han tenido inevitablemente que recurrir, para imponer respeto en sus costas y sostener la dignidad de los mares.

Tomando, pues, este descubrimiento una nueva era en la táctica naval y produciendo tan imponderable ventaja, no podía menos que atraer mi atención, desde mi llegada a esta; y me he atrevido a lisonjearme que cualquier esfuerzo hacia su adquisición sería facilitado, en un país como Chile, cuya seguridad exterior y sucesos esperados para consolidar su libertad dependen, esencialmente, de la actitud que tome sobre las costas del mar Pacífico.

Yo no entraré a dar detalle circunstanciado y facultativo de un buque de vapor, porque su ventajoso mecanismo no permite ser claramente entendido y explicado sin una inspección ocular; pero sí puedo poner en la consideración de V.S. que, siendo movido el buque en todas las direcciones según convenga, por un poder interior que no necesita de viento, que hace frente a los temporales y que se burla de las calmas, no sólo es peculiarmente útil para toda diligencia y conducción importante en un tiempo dado, sino que, con cuatro o seis cañones de grueso calibre, sería impunemente destructivo de los mejores y más formidables navíos o fragatas que, incapaces de elegir ad limitum su posición o de conservar la que tomen, tendrán sus baterías inútiles y sin protección alguna vulnerables sus costados.

Desde este punto de vista, es fácil deducir su importancia para confiar a semejante buque un ataque nocturno y repentino, sea sobre otro buque, sea en un punto cualquiera, con la seguridad de una pronta retirada en tiempo conveniente; así como puede calcularse su velocidad, si a la que recibe por impulso del vapor, que es de ocho a diez millas por hora, se agrega la fuerza motriz de un viento favorable de la marea o corriente de las aguas.

Convencido de estos resultados y de que el costo de un buque de vapor, de una dimensión respetable, apenas puede ascender a la cuarta parte de un navío de guerra, que por bueno que sea no producirá jamás la cuarta parte de sus efectos decisivos, he determinado mandarlo construir en la mejor forma posible. Su tamaño es de 410 toneladas, y su máquina del poder de más de 60 caballos a la vez. El desembolso que se ha hecho sube a quince mil pesos; otros tantos me ha suplido Lord Cochrane, que está encargado de su dirección y será él mismo que lo haga entrar en Valparaíso; y Mr. Eduardo Ellice, otro comerciante, pone el resto de los gastos necesarios, que se calculan en treinta mil pesos, hasta ponerlo en la mar bajo su nombre; en cuya virtud, y de los riesgos que son consiguientes en el equipo de un buque de esta consecuencia, en circunstancias en que el gobierno inglés ha esforzado su atención para impedir que se apronte buque o auxilio alguno a la América, y considerando, sobre todo, que cuando el crédito público de un país como Chile no ha podido aún ser establecido, los mayores sacrificios y más lisonjeras promesas se consideran acercar a tres mil leguas de distancia; por todo esto, repito, y haciendo uso del poder que se me ha conferido, he venido en conceder al dicho Ellice el privilegio de introducir en Chile 200 toneladas de efectos, libres de todo derecho de importación o tránsito. Debo añadir que, además del desembolso indicado, tengo que pagar a tiempo dado, a ocho meses en Londres diez mil pesos que faltan a la cuenta del ingeniero fabricante de las máquinas, y diez mil pesos al constructor del buque, en conformidad a un contrato que tengo ya firmado. En vista de lo cual, espero con la mayor confianza que S.E. el Supremo Director mandará honrar mi firma, en el momento de la llegada del dicho buque de vapor, y que, al instante en que se reciba este primer aviso, se me remita por la vía de Buenos Aires la dicha cantidad de veinte mil pesos, para cubrir los últimos créditos indicados y facilitar los medios de llenar en lo sucesivo los otros objetos de que estoy encargado.

Tengo el honor, etc. José Antonio Álvarez Condarco. Londres, 12 de enero de 1818.

 

5. Carta de José Antonio Álvarez Condarco anunciando la contratación de Lord Cochrane. 12 de enero de 1818.

Tengo la alta satisfacción de anunciar a V.S. que Lord Cochrane, uno de los más acreditados y acaso el más valiente marino de la Gran Bretaña, está enteramente resuelto a pasar a Chile, para dirigir nuestra marina y cooperar decididamente en la consolidación de la libertad e independencia de esa parte de la América. Este personaje es altamente recomendable, no sólo por los principios liberales con que ha sostenido siempre la causa del pueblo inglés en el parlamento, sino que posee un carácter superior a toda pretensión ambiciosa; y, lo que es más, incapaz de ser envuelto en el vértigo de las intrigas ministeriales de Europa, en donde se empieza a acechar con celos el engrandecimiento de la América del Sur. Bajo de este seguro concepto, yo no he trepidado un momento en hacer uso del pleno poder con que se me ha honrado, y en su virtud le he ofrecido el mando general y puesto de almirante de toda la fuerza naval de Chile; y como habiéndolo aceptado, ha sido, en consecuencia, autorizado a elegir y nombrar aquellos oficiales de marina que, con el arreglo al número de nuestros buques, objeto de nuestra gran causa y circunstancias de las empresas que debe dirigir, sean capaces de llenar sus destinos del modo más satisfactorio a las miras del Supremo Director. El celo que Lord Cochrane manifiesta en el apresto de todos los objetos en que estoy ocupado, hasta llegar el caso de hacer uso de su fortuna, contribuyendo por su parte con 15.000 pesos para la construcción de un buque de vapor (de que hablo a V.S. en nota separada), me decide desde este momento a dar a V.S. el parabién, por la adquisición de un hombre cuya sola reputación será el terror de España y la columna de la libertad de América.

Me honro repetirme con toda mi consideración, de V.S. su más atento y S.S., José Antonio Álvarez. Londres 12 de enero de 1818.

 

6. Decreto de nombramiento de Lord Cochrane. 11 de diciembre de 1818.

Santiago, diciembre 11 de 1818.

Penetrado este gobierno del mérito que, respecto de la marina chilena, ha contraído el ciudadano Lord Cochrane, pues, en obsequio de la libertad e independencia, se decidió a prestar los importantes servicios que son de esperar de sus notorios conocimientos marítimos, renunciando por consecuencia a los derechos de su país nativo, la Gran Bretaña, he venido en resolver, de acuerdo con el excelentísimo Senado, que se le entregue el mando de la escuadra nacional, dándosele posesión y haciéndole reconocer como jefe de ella el contra almirante don Manuel Blanco Encalada, quien quedará de segundo jefe de dicha escuadra. Comuníquese esta resolución a quienes corresponda, por el Ministerio Universal de Marina.- O’Higgins.- Zenteno.

 

7. Instrucciones dadas por el gobierno para la realización de la primera expedición de la escuadra bajo el mando de Cochrane.

1º. El objeto principal de esta expedición es bloquear el puerto del Callao, cortar con esta operación las fuerzas marítimas del virrey de Lima y de consiguiente abatirlas en detalle.

2º. A este fin, dará la vela el comandante en jefe con todos los buques de la escuadra que se hallan actualmente surtos en Valparaíso, a saber: el navío General San Martín, las fragatas O’Higgins y Lautaro y la corbeta Chacabuco, dirigiendo su rumbo al oeste, hasta perder la tierra de vista, en cuyo punto lo cambiará con dirección al Callao.

3º. Durante su navegación, reconocerá el puerto de Arica, con el único objeto de apresar los buques enemigos que allí hayan, esto es, si lo creyere conveniente, y si calcula que puede verificarlo sin perjuicio de llegar al Callao con la escuadra, antes que los correos de tierra puedan avisar al virrey, de su existencia y movimiento; porque, en caso contrario, debe evitar este paso, para precaver las prevenciones hostiles que puede preparar el virrey, si tal vez se hallan en el Callao todas sus fuerzas marítimas como, a pesar de la noticia que se comunica sobre Talcahuano, casi no lo duda el gobierno. En fin, todo esto se deja a discreción del comandante en jefe. El derrotero número 2 podrá aumentar sus conocimientos sobre los que proporcionan las cartas, respecto de las costas del Perú.

4º. Puesto sobre el Callao, permanecerá cruzando a su vista; pero procurará evitar, en lo posible, que el todo de su fuerza sea reconocido por la parte de tierra. En esta actitud sostendrá un estricto bloqueo, interceptando la salida y la entrada al puerto de toda bandera, indistintamente.

5º. Por ningún pretexto ni motivo se acercará a batir las fortificaciones, ni a emprender sobre tierra operación alguna que ni remotamente comprometa la escuadra, teniendo presente que a la existencia de ella se ha consignado la libertad de la América, cuyo grande objeto nos impone la mayor circunspección en nuestros procedimientos.

6º. Porque pudiera suceder que el pueblo de Lima, a presencia de nuestra escuadra a quien seguramente debe mirar como el apoyo de su independencia, se sublevara contra el gobierno colonial que actualmente le oprime, y en esta crisis implorara el auxilio del comandante en jefe, en protección de sus empresas; en este caso, y asegurado hasta la evidencia de hallarse realizada la insurrección, franqueará inmediatamente a los patriotas empresarios los seiscientos fusiles y las municiones que a este intento se han mandado poner a bordo de la escuadra, suministrándole, al mismo tiempo, todos los demás socorros que a su prudente cálculo pueda y deba franquearles.

7º. A fin de preparar los acontecimientos de que habla el artículo anterior, y facilitar nuestras ulteriores operaciones, entablará, por cuantos medios le fueren posibles, correspondencia secreta con los patriotas del país, para saber a fondo el estado de la fuerza enemiga, planes ofensivos y defensivos del virrey, recursos con que cuenta, estado de la opinión pública y demás nociones relativas a formar un cabal concepto de la situación política y militar de aquella colonia. Por este medio procurará también ingerir celos y desconfianzas mutuas entre los actuales tiranos del Perú, haciendo jugar en esta parte los ardides de la política, hasta conseguir, si fuere posible, dividirlos o a lo menos desopinarlos ante el pueblo, e introducirles la confusión y parálisis en sus proyectos e imaginaciones. Y sin olvidarse de inspirar a esos pueblos la mayor confianza respecto de nuestras fuerzas y de la aproximación del glorioso día de su libertad, los estimulará (si lo creyere conveniente y de un éxito seguro) a que principien a obrar activamente en la gran empresa de su redención, empuñando las armas contra la tiranía y ofreciéndoles de su parte la más cordial cooperación.

8º. A fin de facilitar las comunicaciones con la tierra, hará uso oportuno de las noticias que da el pliego número 3.

9º. Sabiendo el gobierno, de un modo positivo, que los únicos prisioneros de guerra pertenecientes a este Estado que tiene en su poder el virrey de Lima, cuales son los que hicieron en el desgraciado apresamiento del bergantín corsario Maipo al Arriel, existen aherrojados con grillos y cadenas en inmundos calabozos, con ofensa de la humanidad y total infracción del derecho de guerra, reclamará del virrey la reforma de esta bárbara conducta, intimándole que por una justa represalia, si no varía de procedimientos, serán puestos en iguales y peores conflictos más de cuatro mil prisioneros del estado del Rey de España, hechos por nuestras armas y que existen entre nosotros.

10º. Se autoriza al comandante en jefe para que ajuste con el virrey del Perú el canje de nuestros prisioneros del Arriel, por lo que es regular haga la escuadra, ejecutándolo hombre por hombre, y categoría por categoría. Verificado el canje, sobre cuya operación activará sus esfuerzos, distribuirá en el servicio de la escuadra a todos los marineros que de este modo se rescaten.

11º. La duración del bloqueo es por ahora indeterminada, y se mantendrá hasta que un aviso del gobierno ordene nuevas operaciones.

Todo buque que llegue a la escuadra, enviado por el gobierno, deberá ser reconocido por las señales que indica el plan número 4.

12º. Por punto general, toda vela que navegue con el pabellón español será apresada, marinerada y dirigida a Valparaíso; pero si, por mayores atenciones, creyese no deber deshacerse de su gente, los echará a pique, observando acerca de los prisioneros el derecho común de la guerra.

13º. No vacilará en atacar las fuerzas enemigas que encontrare, a menos que fuesen muy superiores a las suyas, y en cuyo ataque no haya probabilidad del vencimiento; en tales circunstancias, procederá según le dictare su prudencia. Pero una vez empeñado el combate, se clavará de firme la bandera nacional, esperando el gobierno del alto honor del jefe de la escuadra, un honroso resultado, aún cuando el triunfo no lo coronase.

14º. Todo buque de cualquiera bandera que hiciere rumbo a las costas del Perú, con armamento o propiedades españoles, será remitido a Valparaíso, con parte que anuncia al gobierno los motivos de su remisión.

15º. Se recomienda muy encarecidamente al comandante en jefe observe la mayor neutralidad con los pabellones que no son enemigos, muy especialmente con el británico, francés y norteamericano, en cuanto esto sea conciliable con el objeto de nuestras operaciones, franqueándoles, en caso preciso, todos los auxilios que exigen la neutralidad del derecho de gentes.

16º. Si encontrase a los bergantines de guerra Galvarino, Pueyrredón y Araucano, les mandará que se le reúnan, o que regresen a Valparaíso, según lo crea conveniente, pues la elección de ambos extremos se deja a su deliberación.

17º. El asignar los puntos de reunión durante la navegación de los buques de la escuadra, en caso que se dispersen; el uso que debe hacer de los ardides y estratagemas de la guerra naval; las precauciones para evitar el ser reconocido de las banderas enemigas o neutrales, en caso que las circunstancias lo requieran; los medios de reparar las averías, falta de víveres u otro cualquier accidente grave; la conducta que ha de observarse en la conservación, envío y resguardo de las presas, y, finalmente, la dirección y desenlace que deba dar a la multitud de ocurrencias que pueden en diversas circunstancias sobrevenirle, en cuya previsión no se halla ni puede estar a los alcances del gobierno, se dejan absolutamente a la prudencia, discreción, y acreditados conocimientos del comandante en jefe y bajo de su responsabilidad, teniendo presente que a sus acertadas deliberaciones confía Chile, o más bien la América de Sud, el éxito de sus más altos y grandiosos empeños. Quedando, sobre todo, responsable, ante la patria y la ley, de la infracción de estas determinaciones sin ser a ello inducido por el concurso de motivos gravísimos que hagan peligrar la salud pública y el objeto de la expedición, los cuales se justificarán debidamente.

Santiago, enero 7 de 1819.

 

8. Parte de Cochrane a Zenteno, relativo al ataque sobre el Callao. 1º de marzo de 1819.

A bordo de la fragata almirante O’Higgins, anclada delante del Callao, marzo 1º de 1819.

Señor:

La entrada de la fuerza naval de Chile en la bahía del Callao y el acto de fijar un formal y manifiesto bloqueo de dicho puerto, eran operaciones sencillas, pero que no llenaban algunos objetos de la gran causa de la América, si no se acompañaban de algún suceso principal por su importancia, o impresión por sus consecuencias. El plan que he tenido el honor de indicar a V.S., en mi nota número 6, preparaba uno y otro, y cuando menos aseguraba alguno de ambos resultados. Sobre este convencimiento, tomé todas mis medidas el día y noche del 27 último; pero una nueva y extraordinaria continuación de accidentes me forzó a adoptar otro partido, no desventajoso.

Después de estar reunidos los buques de la escuadra, la tarde del 27, a distancia de 20 millas de la isla de San Lorenzo, al caer el sol, sobrevino una fuerte brisa del sur, que, acompañada de una negra y espesa niebla, hizo inútiles todos los esfuerzos para que los buques conservaran sus posiciones. Perdidos de vista unos de otros en la noche, no fue posible tomar alguna idea ni aun por el auxilio de señales. Amaneció el 28, y la misma niebla destruía toda esperanza de ver buque u horizonte alguno. Teniendo motivos para creer que el San Martín y el Lautaro debían haberse dirigido hacia la isla, hice rumbo sobre ella, cuando a las nueve de la mañana se empezó a oír un cañoneo en la misma dirección. Cada momento y cada grado de aproximación lo presentaban más empeñado, de modo que, no teniendo otro antecedente, fue preciso y natural concluir que el San Martín y Lautaro, o alguno de ellos, envueltos en la niebla y forzados por el viento, se habían hallado repentinamente sobre el Callao, en la inevitable necesidad de sostener algún empeño con las fuerzas navales de Lima.

Mi ansiedad crecía en proporción que el cañoneo continuaba y que la brisa escaseaba sensiblemente. Al fin, haciendo toda fuerza de vela, divisé la punta occidental de la isla, a las dos de la tarde, tiempo en que el fuego ya había cesado. Estando sobre el cerezo de la isla, un feliz momento de claridad me permitió conocer el San Martín y el Lautaro, que al ruido del mismo cañoneo, y figurándose empeñada a la O’Higgins, se habían apresurado a llegar al mismo lugar, sin saber ninguno el destino del otro; y al poco tiempo se descubrió también la Chacabuco, conducida por el mismo motivo, pero enteramente a sotavento sobre la costa firme.

En este estado, nos volvimos a ver otra vez cubiertos de la perseguidora niebla, pero no tan espesa que me impidiese ver una vela extraña; sin perder instantes, seguí casi a tientas sus aguas, y, conociendo a poco que era una cañonera, le tomé el barlovento y se rindió sin tirar un tiro. El alférez de fragata que la mandaba y los prisioneros, entre soldados y marineros, fueron transbordados a la O’Higgins, y la balandra cañonera, con un cañón de 24 y dos pedreros, fue tripulada con un oficial y doce hombres de la marina de la patria. Sabiendo entonces, por los prisioneros, que el cañoneo de toda la mañana había sido con motivo de haber venido el virrey al Callao, a revistar los castillos y fuerzas navales, y que aun el mismo virrey se había embarcado en el Maipú (que en efecto fue avistado por el San Martín, que no lo pudo cortar por estar muy a sotavento), creí conveniente seguir adelante, con el fin de sorprender, a favor de la misma niebla, alguna embarcación o cañonera. El Lautaro me seguía a alguna distancia, y de repente, en una clara, nos vimos a la vista de los buques y baterías del Callao.

El enemigo había tenido ya noticias, el 26, de la aparición de buques cerca de la costa; el San Martín y la Chacabuco habían sido vistos en la mañana; el vigía de la isla había también hecho, hacía poco, señal con dos cañonazos, y, últimamente, la O’Higgins y el Lautaro se acababan de presentar a la vista. Fue, pues, ya preciso aparecer con la dignidad que demandaba el honor de un pabellón, y enseñarle al enemigo que cualquiera que fuese su preparativo, las fuerzas de la patria sabían sostener su posición.

Por otra parte, yo creí que, aunque mi primer plan ya no podía tener lugar por la fuerza de elementos extraños, este momento me facilitaría el saber quiénes eran los enemigos y de qué eran capaces los patriotas que me acompañaban, y que jamás habían tenido un empeño naval. Así, pues, bajo de este concepto, y sobre la seguridad de que no había un compromiso peligroso, viré para entrar en línea, sobre la que tenía hecha el enemigo. Era ésta en forma de media luna y compuesta de buques de guerra, según la lista adjunta, y veinte y tantas cañoneras y lanchas. Tras de éstos seguía una segunda línea, cubriendo los claros de la primera, y compuesta de otras embarcaciones armadas, y a retaguardia estaba amontonado un gran número de buques mercantes españoles. Los extranjeros se veían fondeados sobre la derecha enemiga.

Al llegar segunda vez sobre el cabezo de la isla, hice señal para que el San Martín virase en vuelta de tierra, suponiendo que mi dirección, y con sólo romper el fuego, enseñaría a todos los buques su ruta y si deber. El Lautaro, estando más inmediato, acompañó entonces a la O’Higgins hacia el enemigo, y le ordené gobernase sobre la Esmeralda, que al parecer sostenía la derecha de la línea.

Yo procuré todavía mantener una perplejidad en el enemigo, aprovechándome de aquella capa de neutralidad que, pocas semanas hacía, había cubierto al sobrino y espía del virrey del Perú, en la corbeta Notario, anclada en Valparaíso; pero fue bien visto que la atención pagada por los castillos y buques de guerra del Estado de Chile a un buque neutral, sin embargo de estar empleado de tal modo, no es la política que regla la conducta del virrey del Perú. No bien fueron avistados la O’Higgins y el Lautaro, a las cuatro de la tarde, cuando rompió el fuego la Esmeralda, siguió en confusión toda la línea naval y continuaron los castillos; y tengo el pesar de decir que un casco de una bala perdida hirió gravemente al capitán Guise, del Lautaro, y me privó no sólo de los importantes servicios de este bravo oficial, sino de la cooperación que yo me había propuesto tener del mismo Lautaro.

Dirigiéndome, pues, a tomar mi posición, fijada la bandera de Chile y echada el ancla, empezó la O’Higgins a jugar sus baterías. No pudiendo acercarse los demás buques de la escuadra, esta fragata sola contestó el fuego de los contrarios. Sin duda que hubiera sido temeridad el sostener el empeño, aun por un cuarto de hora, si el acierto de los enemigos hubiera correspondido a sus preparativos y al número de más de trescientas piezas de cañón que obraban a la vez; pero felizmente, cada minuto me persuadía del ningún riesgo que corría, y de este modo duró el combate dos horas, sin experimentar más daño la fragata que el de una bala que bandeó la botavara, sin inutilizarla, y dos que le clavaron en los costados, ni tener más desgracia en la gente que la de ser herido en la cabeza un pilotín y salir contuso un escribiente del buque.

A las seis de la tarde, satisfecho ya mi objeto y empezando a caer una densa niebla, viré tranquilamente en vuelta de fuera, a reunirme con los demás buques, a los que, encontrados enfrente del cabezo de la isla, a excepción de la Chacabuco, ordené fondear de la parte de adentro, bien seguro de que ni la gran línea enemiga, ni buque alguno, se atrevería a incomodarnos, como en efecto ha sucedido.

Las pérdidas de los enemigos deben haber sido muy considerables, pues según los informes que he recibido esta mañana temprano se ha desembarcado gran número de heridos de los buques, y tengo el sentimiento de añadir que se han visto algunos muertos en tierra, contra mis intenciones, y debido sin duda a un inevitable exceso en la elevación de las punterías.

Yo me había prometido que la gente que forma la tripulación de la O’Higgins sostendría su puesto, con todo el honor propio de los hijos de un Estado libre; pero tengo la más honrosa complacencia en poder informar a V.S. que la prontitud, alegría y bravura de todos los oficiales, soldados y marineros han excedido mis mejores expectaciones. En particular, no puedo dejar de recomendar al capitán de la fragata, don Roberto Foster, por su actividad y conocimientos, que merecen la suprema consideración de S.E.

El bloqueo está ya puesto, y me atrevo a decir que el enemigo tiene motivos para creer no le será fácil romperlo, y que puede costarle muy cara cualquiera tentativa.

Tengo el honor de ser, con toda consideración, de V.S. su más atento y S.S.- Cochrane.- Señor Secretario de Estado y de Marina, don José Ignacio Zenteno.

 

9. Declaración de bloqueo sobre el Callao. 1º de marzo de 1819.

El muy honorable Lord Cochrane, vicealmirante de Chile, almirante y comandante en jefe de la escuadra bloqueadora del Callao y costas adyacentes, etc., etc., etc. Por cuanto, me hallo autorizado por el gobierno de Chile para bloquear las costas del reino del Perú; por tanto, he venido en declarar, como declaro, lo que sigue:

Art. 1º. El puerto del Callao y todas las demás bahías y caletas que baña en Pacífico, desde el puerto de Guayaquil hasta el de Atacama, se hallan en estado de bloqueo formal.

Art. 2º. Se prohíbe rigurosamente todo comercio y correspondencia con dichos puertos.

Art. 3º. Ninguna embarcación amiga o neutral existente en la actualidad en el Callao, o en algún otro puerto de los comprendidos en el bloqueo, podrá salir a exportar cosa o valor alguno, cualquiera que sea, después de pasado el día 8 del corriente.

Art. 4º. Ningún pabellón amigo o neutral podrá, en caso alguno, cubrir o neutralizar las propiedades o valores que se encuentren a bordo de un buque o pertenezcan a españoles o habitantes de países sujetos al vasallaje del Rey de España.

Art. 5º. El buque neutral cuyo capitán o maestre haga una falsa declaración de las propiedades que tiene a bordo, o hiciese uso de falsos o dobles documentos, contratos de fletes, conocimientos o pólizas, etc., sufrirá la muerte y sentencia que se aplique a las propiedades enemigas.

Art. 6º. Toda embarcación amiga o neutral que tenga a su bordo oficiales de guerra enemigos, maestre, sobrecargo o comerciante españoles, de los países sujetos al Rey de España, será retenida o despachada a Valparaíso, para que, con atención a las circunstancias, sea juzgada conforme al derecho público de las naciones.

Art. 7º. La presente declaración será transmitida a quien corresponda.

Dado a bordo de la fragata almirante O’Higgins, delante del Callao, marzo 1º de 1819.- Cochrane.- Por mandato del señor almirante, Antonio A. Jonte.

 

10. Instrucciones dadas por el gobierno para la realización de la segunda expedición de la escuadra bajo el mando de Cochrane.

1º. El único objeto de esta expedición es afianzar en nuestras manos, de un modo positivo y sólido, el dominio del Pacífico, para que, desembarazado el paso del mar de toda nave enemiga, pueda, sin ese obstáculo, zarpar de nuestros puertos el ejército expedicionario, que ha de ir a dar la libertad al Perú y asegurar, por una consecuencia necesaria, la inalterable independencia de la América del sur.

2º. Partiendo de este principio las operaciones del almirante, será su primera empresa destruir o apresar la escuadra española, que se halla surta en el Callao.

3º. Practicada esta operación, permanecerá con sus fuerzas reunidas enfrente del mismo Callao, en espera de la división que ha salido de Cádiz, compuesta de tres navíos y dos fragatas, poco más o menos, dirigidas al Pacífico con el fin de reforzar la escuadra de Lima. Esta división, que con toda probabilidad se dirige rectamente al Callao, será asimismo apresada y destruida por cuantos medios y arbitrios están en poder del almirante. Ninguno es prohibido contra un enemigo implacable, que, desconociendo toda clase de derechos y respetos humanos, ha jurado y demostrado con la práctica que no se empeña en esta conquista o recolonización, sino en el exterminio de todo americano.

4º. Hallándose vigente el decreto de bloqueo publicado en 20 de abril último, lo hará valer en toda su extensión, quedando a su arbitrio designar un puerto donde los buques de pabellones amigos o neutrales puedan tomar refrescos, y extraer los intereses de sus naciones respectivas que hubiere en el Perú.

5º. Con los pabellones neutrales, especialmente el británico y norteamericano, guardará la mayor armonía y consideración, conforme al derecho de gentes, auxiliándolos, en caso necesario, como permiten la circunstancia y la neutralidad. Por consecuencia, se apartará empeñosa y estudiosamente de todo lance que sea capaz de comprometer esa armonía y equilibrio, que a toda costa debe contener la política de Chile con los pabellones neutrales. Porque si aun la libertad de la América es un objeto indiferente para los gabinetes de Europa, en la alternativa de concitar contra nosotros sus miradas o de dejarles en su silenciosa indiferencia, es a toda luz esto último preferente a nuestros intereses, que exponernos a irritar su animosidad y prepotencia.

6º. Si, como es de esperar, el almirante triunfa de la escuadra enemiga surta en el Callao, dará parte al gobierno, inmediatamente, de este feliz acontecimiento, dirigiendo a Valparaíso un buque menor y el más ligero de los de su mando. Pero ejecutado el apresamiento o destrucción de la otra escuadra española que se aguarda, y esto es, no quedando ya buque de guerra enemigo ni de los que hoy existen bajo la conducta del virrey de Lima, ni de los que vienen de España a reforzarle, dará inmediatamente la vela a Valparaíso (sin perjuicio de dejar en el bloqueo los buques que creyere suficientes), para recibir y convoyar la expedición de armas que entonces debe dirigirse al Perú, y sobre cuyos preparativos trabaja el gobierno incesantemente; de modo que, dentro de tres o cuatro meses, el ejército expedicionario estará listo y enteramente pronto a embarcarse.

7º. Como la libertad e independencia del Perú es el primario objeto de nuestras operaciones, persuadidos de que así únicamente terminarán las calamidades de la guerra, se dará fin a la indecisión e inseguridad en que fluctuamos, y aparecerá por último el día majestuoso de la paz y prosperidad de Sud América, conviene esencialmente, para arribar a este deseado término, inclinar la operación de aquellos pueblos a favor de nuestras armas. Éstos, por fuertes que se concibieran, nunca podrían ser tales que contrastaren la resistencia común de los peruanos. Ellos, apoyados en otra fuerza, deben labrarse y asegurar su libertad. Si la rehúsan, no hay poder bastante para dársela, y Chile retrogradará infelizmente a la servidumbre, porque, resentido el Perú, no quiso salir de ella. Al contrario, si nuestra conducta marca con los hechos la liberal protección que proclamamos respecto de esos oprimidos habitantes, ellos secundarán gustosos nuestras miras, y con su libertad se hará eterna la nuestra. En este concepto, y convencido el almirante, como el gobierno conoce que lo está, de que las expediciones pequeñas o parciales que se hagan sobre el Perú son insuficientes para apoyar el movimiento y cooperación de aquellos patriotas, sin producir otro punto que comprometerlos vanamente, multiplicar las víctimas del furor español, en individuos que en otras circunstancias deben ser utilísimos a nuestros intereses, y atraernos por último la desconfianza y odiosidad de todos ellos,   prohibirá expresamente a todas las fuerzas de su mando el que, por ningún pretexto, hagan incursiones ni hostilidad alguna sobre las costas del Perú, no permitiendo, en caso de necesitar hacer aguada, que se contraiga a esta operación más gente que aquella muy precisa para ejecutarla, lo mismo que sucederá respecto de los individuos que hiciese saltar en tierra a esparcir nuestros papeles, espiar al enemigo, comunicarse con los patriotas, y demás ardides de la inteligencia secreta cuyos manejos se le recomiendan. Al Perú no debe inmaduramente conmoverse, porque o concitamos contra nosotros su odiosidad y execración, o porque un movimiento inoportuno sepultará aquel país en presa de la anarquía y la feroz rivalidad de las multiplicadas castas que lo habitan. Prendido este fuego, nada podría extinguirlo, y el opulento Perú, al pretender neciamente sacudir por sí solo el tiránico yugo de la España, caería en las voraces llamas de la guerra civil, sin más fruto que haberse aniquilado para siempre y desconcertado los mejores planes de los demás pueblos de la América. Pero si una fuerte expedición cual preparamos, positivamente guiados por los anhelos y feliz disposición que hoy tienen los peruanos, va a promover su revolución y conglobarlos a su sombra, contra el grupo de tiranos que los esclaviza y contra el natural desenfreno a que en todo trastorno político se abandona la plebe, especialmente africana, de que abunda aquel país, él será libre; y los agentes de esta inesperada crisis habrán tenido la gloria de triunfar, no de la España solamente, sino de las preocupaciones, superstición, ignorancia, encontrados intereses y demás trabas que hoy afligen la humanidad en esa parte del globo.

8º. Mas, en el caso de que de resultas de las felices operaciones de la escuadra se llegue a conocer la capital de Lima, y para sacudir el yugo del tirano pidiesen los patriotas un pronto auxilio al almirante, lo proporcionará, desembarcando toda la gente que pudiere, si concibe que es tiempo y ocasión oportuna de franquearlo, dejando a su discreción y prudencia los ulteriores procedimientos, que siempre serán dirigidos a apoyar a los patriotas en la hora de la destrucción del gobierno español, y a constituir en libertad el poder supremo de aquel país, comunicándome noticias repetidas del progreso y curso que tomaren estos acontecimientos.

9º. La prudencia, conocimientos y acertado tino del almirante darán arreglada dirección a los negocios que puedan hacer aparecer accidentes, que ahora no es posible prever, pero en toda circunstancia procurará inclinar los sucesos hacia el espíritu de estas instrucciones, cuyo literal sentido será observado en cuanto fuere posible, con responsabilidad conforme a ordenanza.

Santiago de Chile, diciembre 6 de 1819.- O’Higgins.- Zenteno.

 

11. Parte de Beauchef a Cochrane informando de la captura de los fuertes de Valdivia. 4 de febrero de 1820.

Señor:

El enemigo, emboscado a la orilla de la playa, hizo un fuego vivísimo sobre las dos primeras lanchas de desembarco, que iban bajo las órdenes del valiente Sargento Mayor Miller, quien lo dispersó en un momento. Desembarcadas todas las tropas, organicé mi columna en el orden siguiente: setenta y cinco artilleros de marina, bajo las órdenes del Sargento Mayor don Guillermo Miller, Capitán Francisco Erezcano, Teniente 1º don Daniel Carson, y Subteniente don Francisco Vidal, formaban la derecha de la columna; el destacamento de cien hombres de infantería número 1 de Chile, al mando del Capitán graduado de Sargento Mayor, don José María Puente, Teniente 1º don Dionisio Vergara, Teniente 2º don Rafael Correa de Saa y Subteniente don Francisco Latapiat, y el tercer destacamento del número 3 de Arauco, compuesto de 150 hombres, al mando del Capitán don Manuel Valdovinos, Teniente 2º don Pedro Alemparte, Teniente 2º graduado de Capitán don José Labbé y Subteniente don José María Carvallo. En su orden de batalla, rompí la marcha a las seis de la tarde, a dos de fondo, atravesando a nuestro paso los peñascos de un camino el más infernal; pero los valientes soldados de la patria, a quienes nada detiene, lo ejecutaron en el mejor silencio y orden, y, después de dos horas de marcha en medio de una oscuridad completa, llegamos al primer castillo de la Aguada del Inglés. El enemigo, que había conocido nuestros movimientos, reunió inmediatamente todas las fuerzas que guarnecían los castillos de San Carlos, Amargo, Choracomayo y Corral. Los jefes principales eran el Coronel del Cantabria y Lantaño, quienes hicieron jurar a sus tropas de morir antes que abandonar el puesto. Puedo asegurar a V.S. que tres mil españoles no se habrían atrevido a atacar una posición que trescientos soldados de la patria tomaron en una media hora. Para llegar al castillo de la Aguada del Inglés hay que pasar un cerrito bastante elevado, el que habían rodeado de una fortísima estacada. Esta posición, defendida como se hallaba con seis cañoncitos y en la que se habían reunido todas fuerzas enemigas, al mando de sus mejores jefes, era inexpugnable. El camino para llegar a ella, que era un callejón largo y muy angosto, no me permitía otra formación que de a dos de fondo, lo que, unido a las demás seguridades, hacía que los enemigos se riesen de nuestra empresa. Pero, a pesar todas estas dificultades, al primer tiro del centinela enemigo, mandé tocar a la carga y nos precipitamos sobre la estacada, no obstante la vigorosa resistencia del enemigo. Tres oficiales y soldados, en proporción, fueron muertos a bayonetazos, al otro lado de la estacada. Tomado este punto, formó mi tropa, y a su cabeza emprendí la marcha sobre el importante castillo del Corral, con toda rapidez y sin preocuparme de lo dejaba atrás, llegando ahí casi revuelto con los enemigos, que no hicieron sino una resistencia muy débil y apoderándonos del castillo, del Coronel del Cantabria, de cuatro oficiales y de treinta y tantos soldados. Los demás, muertos o heridos, y algunos que se vienen a entregar a cada instante. Nuestras pérdidas han sido cinco muertos y catorce heridos. Debo participar a V.S. que los señores oficiales y soldados se han portado con la mayor intrepidez. He establecido mi tropa y espero nuevas órdenes.

Dios guarde a V.S.- Jorge Beauchef.- Castillo de Corral, 4 de Febrero de 1820.- Al señor Almirante Lord Cochrane.

 

12. Parte de Miller a Cochrane, informando sobre la captura de los fuertes de Valdivia. 4 de febrero de 1820.

Fuerte de Corral, Febrero 4 de 1820.

Señor: Con los soldados de marina y artilleros de la O’Higgins y del Intrépido que tenía a mis órdenes, desembarqué con poca oposición cerca de la punta sudoeste de la bahía de Valdivia, y de acuerdo con las instrucciones de V.S. procedí, en unión del destacamento de infantería al mando del Mayor Beauchef, a atacar al enemigo, el que hasta ese momento se consideraba perfectamente seguro, contra toda tentativa de asalto que pudiera hacerse sobre sus fuertes y formidables fortificaciones. Cuando se considera la situación ventajosa del enemigo, que la misma naturaleza hacía casi inexpugnable y de difícil acceso por caminos angostos e intrincados, no debe extrañarse que el enemigo tuviese tal opinión de su fuerza; pero el valor e intrepidez de nuestros oficiales y bravos soldados ha salvado todos los obstáculos, y el éxito más completo ha coronado una empresa que, si no es la más atrevida que hasta ahora se haya llevado a cabo por un número tan reducido de soldados, hace a lo menos, me aventuro a decir, no poco honor a los valientes hijos de la América del Sur.

La batería de la Aguada del Inglés, los fuertes llamados San Carlos, Amargo, Choracomayo y Corral, junto con varias piezas de artillería que dominaban el angosto desfiladero, fueron tomados por asalto o abandonados por el enemigo, que huyó con tal precipitación que ni un solo cañón fue clavado ni utilizadas las municiones.

El Coronel don Francisco Loaiza, del regimiento Cantabria, cuatro oficiales y sesenta soldados, fueron hechos prisioneros.

Me es imposible expresar a V.S. una idea cabal del valor desplegado por la pequeña pero entusiasta fuerza empleada en esta ocasión. Soldados veteranos no habrían demostrado mayor determinación.

Me permito recomendar a V.S., de la manera más decidida, al Capitán Erezcano y al Teniente Carson, quienes, a la cabeza de sus respectivas compañías, dieron tal ejemplo a sus soldados, que no ha podido menos que inspirarles esa noble emulación tan conspicua durante el ataque.

La bravura e intrepidez del Subteniente Vidal le ha granjeado, con justicia, la estimación y alabanzas, tanto de  los oficiales como de los soldados. Donde había peligro, ahí estaba siempre de los primeros este esforzado oficial. Los sargentos Diego Cabrera y Pedro José Concha, el Cabo José Flores y el Soldado Vicente Rojas se han distinguido de tal manera, por su conducta resuelta y militar, que me hago un deber en recomendarlos especialmente a la consideración de V.S.

Incluyo una lista de los artilleros de marina muertos y heridos, cuyo escaso número sorprende.

Tengo el honor de ser de V.E., etc.- Guillermo Miller.- Al honorable Lord Cochrane.

 

13. Partes de Cochrane al gobierno, informando de la ocupación de Valdivia. 5 y 6 de febrero de 1820.

Puerto de Valdivia, a 5 de Febrero de 1820.

Señor: Estando resuelto a seguir el golpe dado anoche por nuestros denodados oficiales, soldados y marineros, la Motezuma pasó los fuertes de Niebla y Mancera esta mañana, en compañía del Intrépido, y fondearon bajo el de Corral, sin más daño que dos o tres balazos que recibió el Intrépido en su casco.

Inmediatamente se embarcaron las tropas de estos buques, para subir el río y tomar posesión del cuartel general del enemigo, en la ciudad de Valdivia, que está a retaguardia de estos fuertes y de la batería del Piojo; pero apenas habíamos hecho vela cuando la O'Higgins, apareciendo por el morro, en la boca del puerto, las guarniciones abandonaron sus fuertes y huyeron apresuradamente.

Esta inesperada retirada del enemigo vino a alterar el plan concertado, y como, por otra parte, la goleta había encallado y el bergantín estaba en poca agua, se desembarcaron las tropas en Niebla, hasta que la marea permita transportarlas en los botes a Valdivia.

La boca de cien cañones y los parapetos de los castillos, fuertes y baterías están ahora vueltos, para llevar la destrucción a los enemigos de la libertad y de la independencia.

Tengo el honor de ser su más obediente servidor.- Cochrane.- Señor don José Ignacio Zenteno, Ministro de Marina.

Cuartel General de Valdivia, Febrero 6 de 1820.

Señor: Las tropas y los artilleros de marina, hallándose en los botes para seguir a Valdivia en persecución de las fugitivas guarniciones, apercibimos una bandera de parlamento, que se aproximaba por el río, y por la que tuvimos noticia que el enemigo había abandonado la ciudad, en gran consternación, y después de haber saqueado las casas particulares así como los almacenes públicos. Es un consuelo, sin embargo, saber que no han faltado de nuestra parte esfuerzos para protegerlas, y que los habitantes, distinguiendo ahora a sus amigos de sus opresores, están prestando toda ayuda: los que habían abandonado sus hogares se apresuraron a volver a ellos, y espero que el gobernador civil que los habitantes elegirán mañana restablecerá el orden y buen gobierno. A este respecto, he lanzado algunas proclamas tranquilizando al pueblo por su seguridad, y que el poder militar no intervendrá de ninguna manera en el civil; pero no tengo tiempo para enviarle copias.

He dispuesto que el acostumbrado estipendio que se paga a los jefes indígenas sea doblado en su monto y número, y por el sanguinario monstruo Benavides he ofrecido una recompensa de mil coronas.

Tengo el honor de ser, etc.- Cochrane.- Señor Ministro Marina don José Ignacio Zenteno.

 

14. Lord Cochrane informa al general San Martín de la captura de la Esmeralda. 14 de noviembre de 1820.

A bordo de la fragata O’Higgins, enfrente del Callao; 14 de noviembre de 1820.

Excelentísimo señor: Los esfuerzos de S.E. el Supremo Director y los sacrificios de los patriotas del sur, para adquirir el dominio del Pacífico, se han frustrado hasta aquí, principalmente por la enorme fuerza de las baterías del Callao, que, siendo superiores a las de Argel o Gibraltar, hacían impracticable todo ataque contra la fuerza naval del enemigo por cualquiera clase o número de buques de guerra.

Deseoso, sin embargo, de adelantar la causa de la libertad nacional y de la independencia política, que son los grandes objetos que tiene por mira V.E. para promover la felicidad del género humano, estaba ansioso de deshacer el encanto que hasta aquí ha paralizado nuestros esfuerzos navales. Con este objeto, examiné prolijamente las baterías, buques de guerra y cañoneras de este puerto, y me convencí que la fragata Esmeralda podía ser sacada por hombres resueltos a hacer su deber; inmediatamente, di órdenes a los capitanes de la Independencia y Lautaro para que preparasen sus botes, y les hice saber, por medio de la siguiente proclama que el valor de aquella fragata, como también el premio ofrecido por la toma de los buques de Chile, sería la recompensa de los que voluntariamente quisiesen tener parte en esta empresa:

“Soldados de marina y marineros: Esta noche vamos a dar un golpe mortal al enemigo, y mañana os presentaréis con orgullo delante del Callao. Todos nuestros camaradas envidiarán vuestra buena suerte. Una hora de coraje y resolución es cuanto se requiere de vosotros para triunfar. Acordaos que sois vencedores de Valdivia, y no os atemoricéis de aquellos que un día huyeron de vuestra presencia.

El valor de todos los bajeles que se capturen en el Callao os pertenecerá, y se os dará la misma recompensa que ofrecieron los españoles, en Lima, a aquellos que se apoderasen de cualquiera de los buques de la escuadra chilena. El momento de la gloria se acerca, y yo espero que los chilenos se batirán como tienen de costumbre, y que los ingleses obrarán como siempre lo han hecho en su patria y fuera de ella. A bordo de la O’Higgins, 5 de noviembre de 1820”.

Al día siguiente, un número considerable de voluntarios, inclusos los capitanes Foster, Guise y Crosbie, con los oficiales contenidos en la lista, etc., ofrecieron sus sacrificios: el total de ellos componían una fuerza suficiente para la ejecución del proyecto.

Estando todo preparado para la noche del 4, se ejercitaron los botes en la oscuridad y se eligió la del día 5 para el ataque. El capitán Crosbie fue el encargado del mando de la primera división, compuesta de los botes de la O’higgins, y el capitán Guise, del de la segunda, formada de los de las otras fragatas. A las diez y media nos dirigimos en dos líneas hasta el fondeadero enemigo; a las doce forzamos la línea de los cañones, que estaba a la entrada, y toda nuestra fuerza abordó simultáneamente la Esmeralda, de cuya cubierta fue arrojado el enemigo, después de una obstinada resistencia.

Todos los oficiales empleados en este servicio se han conducido del modo más bizarro. A ellos también, como a los marineros y soldados, estoy en extremo obligado por su actividad y celo en abordar la Esmeralda.

Me es sensible que la necesidad en que me ví de dejar al menos un capitán encargado de las fragatas, me obligó a no acceder a los deseos del de la Independencia, quien quedó con aquella comisión. También tengo que lamentarme de la pérdida que hemos sufrido, y que aparece de las adjuntas listas B, C y D. la de la Esmeralda no puede asegurarse con exactitud, en razón de los heridos y otros que se arrojaron al mar; sin embargo, se sabe que de los 330 individuos que había abordo sólo se han encontrado vivos 204, inclusos los oficiales y heridos.

La Esmeralda monta 40 cañones, y no se haya en un estado indiferente, como se ha dicho, sino muy bien dispuesta y perfectamente equipada. Tiene tres meses de provisiones abordo, a más de un repuesto de jarcia y otros artículos para dos años.

Una lancha de cuatro cañones, que se hallaba más inmediata al rumbo que siguieron los botes, fue abordada y sacada a remolque en la mañana  siguiente. Yo espero que la toma de la fragata Esmeralda, asegurada por perchas, baterías y cañoneras, en una situación que se ha creído siempre inexpugnable, y a la vista de la capital, donde no se puede ocultar el hecho, producirá un efecto moral mayor que el que en otras circunstancias podría aguardarse.

Me es satisfactorio remitir a V.E. el estandarte del general Bacaro, para que se sirva ofrecerlo a S.E. el Supremo Director de la República de Chile.

Tengo la honra de ser, etc.- Cochrane.- Excelentísimo señor José de San Martín, capitán general, etc., etc.

Lista de los oficiales y demás individuos empleados voluntariamente en los botes de la escuadra de Chile, en la noche del 5 de noviembre de 1820, para la empresa de sacra la fragata Esmeralda, surta en el Callao, bajo los fuegos de las baterías.

 

Primera división de la fragata O’Higgins.
Honorable Lord Cochrane, comandante en jefe. - Capitán Crosbie, comandante de la primera división.

Tenientes: Esmond; Brown; Morgell; Robertson; Wynter.
Contramaestre: Taylor.
Condestable: Davis.
Carpintero: Cullum.
Guardiamarinas: Wenden; Delano; Orella.
Capitán de artillería: Gervott.
Teniente de infantería: Romero.
Cirujano segundo: Welk.

 

Segunda división de la Lautaro. - Capitán Guise, comandante de la segunda división.

Tenientes: Bell; Freeman.
Piloto: Gardiner.
Cirujano: Michael.
Contador: Frew.
Guardiamarinas: French; Oxley.
Condestable: Blucher.
Contador: Soyer.
Contramaestre: Tompson.
 
Independencia.
Tenientes: Grendell; Gilbert.
Guardiamarinas: Simmonds; Parker.
 
Muertos y heridos:
Fragata O’Higgins  
Muertos:
3
Heridos:
15.
Fragata Lautaro.  
Muertos:
3.
Heridos:
8.
Corbeta Independencia.  
Muertos:
5.
Heridos:
8.

En frente del Callao, noviembre 14 de 1820.- Cochrane.

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[1]

Me la había escrito en inglés, cuya lengua conocía S. E. bastante bien, habiendo tenido en su juventud la ventaja de pasar algunos años en Richmond; circunstancia que más tarde dio a su espíritu un talante inglés, haciéndole muy superior a los hombres de cortos alcances, que para desgracia de Chile, entonces le rodeaban y ponían obstáculos. -Nota de Cochrane. Volver.

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Estas Memorias, relación verídica de los acontecimientos de aquel tiempo, convencerán a] más escéptico de la ausencia de todo princi­pio moral y político por parte de aquellos a quienes cupo en suerte dirigir los destinos de dos beneméritos pueblos nuevamente emancipados. Estos saben afortunadamente sacar hoy ventaja de una liber­tad heroicamente conquistada, y a la que tengo la dicha de haber contribuido en gran parte, a costa de nobles, pero muy dolorosos sacrificios, que Chile y el Perú tendrían a mengua desconocer ahora que han logrado, con la cooperación de mis servicios, cimentar su di­cha y prosperidad sobre base que sólo una demente conducta y ciega política podrían destruir. -Nota de Lord Cochrane. Volver.