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El Hurón
NÚMERO III
Guerra a Santa Fe y Entre-Ríos.

El pueblo de Buenos Aires está sobre un volcán espantoso que amenaza envolverlo en ruina y desolación; el Gobierno se empeña en ocultarle el peligro que los progresos de la combustión le harán advertir acaso cuando su suerte esté decretada sin remedio; la ominosa guerra contra Santa Fe; esa terrible lucha de los déspotas contra los pueblos se enciende hoy con un furor desconocido en el siglo XIX y la mayor parte de los habitantes de la capital ignora la causa de esta desgracia y los resultados que ofrece a nuestras armas. ¿Por qué está el Gobierno tan vigilante en distraer la atención pública y en ocultar los principios y las consecuencias de este delicado negocio? Porque ellas demuestran hasta qué punto se sacrifican los intereses, las vidas, los derechos de los ciudadanos a la ambición insaciable de la facción dominante; porque se teme que a la vista del peligro que corre la capital, nada sea capaz a contener la indignación del pueblo engañado, y que los tiranos sean víctimas de su furor. Para destruir sus artificios daremos una idea de las causas que han ocasionado esta guerra y del estado actual de ella, y continuaremos anunciando sus progresos en lo sucesivo.

Los sucesos del año 18[19], disolviendo los vínculos de las provincias y pueblos, condujeron al de Santa Fe a arreglar por sí mismo su administración. El Gobierno de Buenos Aires sancionó su independencia y se comprometió a sostenerla más allá de lo que los interesados exigían; pero esta promesa falaz era dirigida a adormecerlos para sacrificarlos: bajo pretextos frívolos fue enviado en calidad de huésped y amigo un cuerpo de tropas destinado a sembrar la discordia entre los habitantes pacíficos y tranquilos, y a cooperar con la fuerza a que se despedazasen entre sí o se entregasen como esclavos al yugo de los mandatarios de Buenos Aires. ¡Horrible proyecto y más horribles sus consecuencias! Cuando los santafesinos comprendieron su situación se convirtieron todos contra sus enemigos, resueltos a perecer antes que sujetarse a la tiranía y aunque inferiores en recursos y en táctica, debieron a su resolución y a la escuela de la desgracia triunfos continuados que humillaron vergonzosamente nuestras armas: hasta ahora se ignora el número de víctimas que de una y otra parte se sacrificaron en esta guerra horrible, ni la ruina y desolación que causaron los jefes de la capital en aquel desgraciado pueblo, que fatigado de padecimientos suspiraba por un gobierno capaz de inspirarle confianza y de restablecer la armonía sobre bases sólidas: así los principios de aparente moderación y justicia que adoptó Pueyrredón en los primeros días de su mando produjeron la tranquilidad y empezaron a cicatrizar las heridas de la guerra civil. ¿Por qué fatalidad se han abierto de nuevo y se ha encendido la discordia con extraordinario furor?

No creáis, americanos de la capital, que es la causa la elevación de un partido poderoso que pide auxilios al Gobierno para estrechar sus relaciones con él, como se pretende persuadiros; en Santa Fe no hay otro partido que el de defenderse contra la tiranía y éste le siguen ciegamente los habitantes de todas clases, sexos y edades; es tan profunda y terrible la impresión de sus pasadas desgracias, que horrorizados al contemplarlas, resuelven perecer con las armas en la mano antes que sufrirlas de nuevo; es un sentimiento de defensa natural el que les ha dirigido en su marcha; tiempo hacía que el Director se empeñaba secretamente en imitar la traición de su antecesor Álvarez, aspirando a que se admitiesen sus tropas a la sombra del engaño y de la intriga; como los santafesinos enseñados por una triste experiencia no quisieron ser segunda vez víctimas de su confianza, y los jacobinos estaban resueltos a que lo fuesen de su ambición sacrílega, proyectaron en silencio la marcha de un ejército destinado a consumar sus planes por el fuego y el acero; he aquí el origen de la guerra.

No la temen los tiranos en su obstinación, sino que, lisonjeándose de la superioridad de sus recursos, los ponen todos en movimiento, arrancan al labrador del arado, desmembran un ejército que observa a los enemigos exteriores y añaden la fuerza disponible que, conducida por jefes de la facción, se dirija sobre el desgraciado pueblo a tomar venganza de su resistencia a la opresión; él previene el conflicto, adopta medidas proporcionadas al horror que le inspira su enemigo, y hace sentir las consecuencias de su resolución desesperada; varios destacamentos han sido destruidos, la sangre americana ha corrido con profusión para saciar a los mandatarios de Buenos Aires; así las tropas de Bustos sorprendidas en Fraile Muerto pudieron con mucha dificultad resistir los choques de los paisanos que se arrojaban furiosos sobre las bayonetas del cuadro de infantería y que le presentaran un obstáculo y una batalla en cada paso de su marcha; así el fascinado Hereñú, batido completamente en el Palmar y reunido hoy en la Bajada con su hermano, habrá sido atacado por las fuerzas combinadas de Ramírez y Rodríguez, mientras que Andresito prepara las suyas para coadyuvar los esfuerzos de Artigas en defensa de Santa Fe; así este pueblo enfurecido que, llevando los acentos de la desesperación hasta las tolderías del Chaco, ha hecho resonar en ellas el odio y guerra contra los tiranos, se resuelve a reproducir los siglos de barbarie y carnicería con el auxilio de los indios que espera, además de los dos mil que ya le ha conducido Aldao, uno de sus diputados; y así por fin, se prepara la conflagración universal que amenaza al virtuoso pueblo de Buenos Aires con el peso de los males que hacen sufrir los mandatarios a los pueblos indignados.

No es la resolución de Santa Fe hija del acaloramiento de un instante de excitación; es el resultado de detenidas meditaciones sobre su suerte y los partidos que ella le ofrece. Aquellos ciudadanos verdaderamente heroicos no se han engañado sobre la calidad de sus recursos ni de sus peligros y se resuelven con el conocimiento de los grandes sacrificios que les prepara esta lucha, pero con la certidumbre de salir triunfantes en ella; saben que no pueden presentar un ejército que contenga el de la capital, y se proponen dejarle libre el paso y cambiar su situación; pero están decididos del modo que los rusos a abandonar sus fortunas, sus hogares y familias, a entregar la ciudad y los campos a las llamas y a esperar de sus esfuerzos cuanto puede producir la necesidad y la desesperación: cuando Balcárcel haya penetrado hasta su destino, ellos reunirán todas sus fuerzas y las llevarán hasta Buenos Aires; no harán la guerra de recursos, sino la guerra de la ruina, de la desolación y de la muerte; su conducta será calculada por el tamaño de sus males, los hombres que lo hayan perdido todo ¿qué les quedará que respetar? Hasta aquí solo los tiranos son la causa y el objeto de sus prevenciones y la tempestad podría disolverse en tiempo, subrogando al partido dominante una administración que inspirase confianza y mereciese la opinión pública; pero cuando el territorio haya sido invadido y las pasiones lleguen a su crisis ¿quién podrá contener el torrente? ¿Quién calcular los efectos de la desesperación ni hasta dónde se llevará la venganza de unos males que se atribuyen a la tolerancia con que la capital permite los abusos de los tiranos? Este es el prospecto de la guerra que en el año [18]19 va a decidir la suerte del virtuoso pueblo de Buenos Aires, si él antes no se declara en insurrección contra la tiranía.