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El Monitor Araucano
Tomo II. N° 80.- Martes 20 de Septiembre de 1814.
Artículo comunicado. Comenta proclama de Abascal fechada en marzo anterior.

Aunque las indecentes proclamas de nuestros enemi­gos no pueden hacer otro efecto que ocuparnos en su impugnación el tiempo que necesitamos para emplear útilmente la pluma en la ilustración y bien de los pueblos, es preciso contestar la que ha dirigido a Chile don José Abascal con fecha 14 de marzo, porque sus secuaces no crean autorizados los insultos con nuestro silencio.

Ella trae por objeto reducirnos a dejar las armas y res­tituirnos a la Madre Patria de que nos declara descaminados prometiendo recibirnos entre sus brazos. Este convite es el de un León que esconde has uñas entre los dobleces de la bandera de guerra. Ya probaron su saña los infelices quiteños degollados tranquilamente después de la solem­ne protesta de un perdón general. La experimentaron los desgraciados peruleros en las invasiones de Goyeneche y Pezuela. La sufren los mexicanos, que en las acciones en que los monstruos bajo el nombre del Rey han logra­do algunos prisioneros en el momento los han pasado por las armas según sus mismos partes, después de quemar los pueblos, en que el clamor de ancianos inermes, débi­les mujeres, e inocentes niños presentaba a las llamas a las víctimas más inocentes del furor de esos bárbaros. Su propio lenguaje es el documento calificativo de su ferocidad y carnicería. La naturaleza se estremece, y parece que hu­biese huido de entre los hombres, dejando a solo la cruel­dad el horroroso vacío de los ciudadanos que perecen. En Caracas se gloría Monteverde [15] de haberse aprovecha­do de los estragos de un terremoto, al paso que su recon­quistador Bolívar acaba de corresponder con generosidad reprensible la fiereza de los asoladores de su Patria. Chile, en fin, pone a la vista en esa infortunada provincia de Concepción el cuadro de la miseria, del saqueo, de los ase­sinatos, y de las extorsiones que oprimen a nuestros pai­sanos. Si el cuchillo de los piratas no se ha empapado indistintamente en las gargantas de sus oprimidos, ellos sólo esperan consumar este golpe fatal en el momento que puedan señorearse del centro de los recursos. Entonces nos recibirán entre sus brazos como el tigre recibe a la presa para devorarla. El ejemplo de las demás provincias revolucionadas, el interés de los agresores, o el dimanar sus instrucciones sangrientas del mismo origen de donde han salido las de los demás devastadores de la América, nos obliga por un principio de humanidad a escarmentar en cabeza ajena. No es preciso que seamos patriotas pa­ra desplegar toda la energía posible en defensa de nuestro suelo: basta ser egoísta, y amar nuestra existencia, nues­tros bienes y nuestro honor; todo está comprometido a la codicia, y al proyecto de esos frenéticos cuya victoria con­siste en el exterminio de todo lo que no se haya declarado en favor de sus caprichos.

Sí, de sus caprichos: porque ¿cuáles son las razones, a que nos dicen que abramos los ojos? Todo el empeño de Abascal es seducir al chileno agricultor manifestándole, que en la revolución no ha conseguido más que tener obstruidas sus cosechas, y sin vender el trigo, el charqui y el sebo, de que se gloría de estar abundante Lima. ¿Y quién es el que causa este daño? Ese malvado hostilizador del pacífico Chile, a quien invade en medio de la amistad y tranquilas relaciones, que comunicaban nuestro comercio, y le franqueaban nuestros puertos; ese hombre de sangre, que después de los tratados donde se accedía al sistema propuesto por las mismas armas que llaman Nacionales, emprende una segunda invasión contra la expresa volun­tad de su Rey, y sin contestar las justas reclamaciones con que nuestro Gobierno procuró contener los progresos del crimen y la muerte, la introducen del mismo modo que el ladrón ataca la casa de su vecino, y solicita serenamen­te se deje despojar y sufra en silencio la desnudez y las cadenas. ¿Sería razonable que cuando cerrásemos las puertas a una pandilla de salteadores, se las abriésemos porque ellos nos gritaban que estando cerradas no podríamos comerciar? He aquí el mismo caso de las pretensio­nes de don Fernando Abascal; y es un deber a la seguri­dad de nuestra vida y propiedades repulsar su hostilidad de la misma suerte que nos vemos necesitados a repulsar con la fuerza el grupo de bandidos que asaltan nuestra casa. ¿Qué importa que entre tanto padezca algunas pri­vaciones el mercado, si hemos de perderlo todo en la in­ternación del enemigo? Defendámonos con valor, con unión, con interés, y la victoria será la que afiance a nues­tras familias la posesión de su fortuna, la circulación del comercio y la firme apertura de nuestros puertos y cami­nos al concurso de todas las naciones.

¡Teníamos esta libertad comerciable antes de la revolución! ¿No es verdad que la solicitud de esta libertad, y el establecimiento de nuestro Gobierno y economía in­terior ha sido todo el delito de los americanos? Pues, ¿có­mo se atreve el Quijote del Perú a representarnos la quie­tud que gozamos antes de la revolución? También el es­clavo sufre tranquilamente el yugo de la servidumbre. Pero, ¿cuál es el derecho en que se apoya ese intento de que no seamos libres ni dueños de nuestra administración y nuestros fondos? A esta pregunta no hallan qué respon­der los tiranos; y en la confusión de su alma feroz e im­placable, apelan a las turbulencias que ellos mismos nos causan y que son consiguientes a la crisis de un pueblo que está en la infancia de su constitución, y a quien sus terribles rivales no han permitido un instante de sosiego para dictar la ley de que debe derivarse la bondad del Go­bierno, la seguridad individual, y la calma de las pasiones que por un principio natural a todos los humanos debe chocar en toda invasión. El hombre que confunde los he­chos con los derechos; que desconoce a éstos aprovechándose de aquellos; y que jamás se atreve a contestar la jus­ticia de la causa que mil plumas le han puesto delante de los ojos, debe de padecer de vergüenza de su obstinación acreditada a la faz del mundo.

Abascal nos trata de mentecatos, nos amenaza con el formi­dable ejército de Montevideo, y asegura atacados a los porteños en el Tucumán por el de Pezuela. ¡Pobre caballero! Sin duda alguna gran botella se le derramó y empapó los papeles. Las murallas de Montevideo ya no sirven de cue­va a ese ejército formidable, todo prisionero con su arma­mento, y sus escuadras, del invencible Buenos Aires, y Pezuela ha retrocedido de Jujuy a llorar entre las sierras la muerte de su hermano que el Rey mandó a ahorcar por ser partidario de las Cortes y de la Constitución española, que Abascal pretende obedezcamos en su célebre pro­clama de 14 de marzo.

Compatriotas: en nuestros bra­zos está cifrada la conservación de Chile. Antes le veamos convertido en escombros que sometido al cetro del Marqués de la Discordia [16].

 

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[15] Domingo de Monteverde (N. del E).

[16] En un sentido irónico, se alude al título de Marqués de la Concordia que detentaba Abascal (N. del E).