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El Monitor Araucano
Tomo II. N° 78. Martes 13 de Septiembre de 1814.
Artículo comunicado. Su autor, Siciaco Gronet, analiza varios documentos emanados del General Osorio.

Señor editor:

Santiago, 10 de Septiembre de 1814.

Mi estimado amigo: He visto la real orden de la Regencia dada en Cá­diz a 11 de Junio de 1813, dirigida al Virrey de Lima, pa­ra que oponga a los revoltosos, no sólo la fuerza armada para someterlos a la justa ley de la razón, y de la debida obediencia, sino que contraste sus proclamas, bandos o edictos incendiarios, compuestos de falaces discursos y gro­seras calumnias. También he visto dos papeles del Gene­ral Osorio, su fecha en Chillán a 20 de agosto último: el primero a los habitantes del reino de Chile, y el segundo a los oficiales y soldados del ejército llamado restaurador en el reino de Chile. No hallo título que les acomode; por­que aunque el último empieza con la palabra Sabed, que repite varias veces, y tiene olor de Real rescripto (tam­bién los sátrapas se identifican con los reyes cuando nos amenazan con el yugo) y ambos procuran sostener este carácter, se deslizan en cláusulas, que unas parecen de cartas pastorales, otras de sermón de misión, y otras nos representan al caballero Manchego, cuando plantado en el campo con la lanza en ristre amenazaba con la muerte a cuantos no confesasen la sin igual fermosura de la señora de sus pensamientos. Todos merecen un distingui­do lugar en nuestra prensa; y mientras lo ocupan haré sobre ellos algunas reflexiones, para que conozca el pú­blico las verdaderas miras de la Regencia, y de sus agen­tes, respecto de la América.

La Real Orden tiene visos de ser suplantada en la im­prenta de Lima, pero no me detengo en esto, y la supon­go legítima. ¿Qué pretende la Regencia? Sólo el que nos sometamos a la madre patria, y a las autoridades que ha constituido, pena de que (el Virrey de Lima) nos someterá a la ley de la razón. Es decir, que somos niños de la escuela, separados de la obediencia del ayo, y es pre­ciso que éste nos reduzca a fuerza de azotes. Y si no nos reputa por pupilos, sino que según decanta pretende hacernos felices, ¿por qué ese empeño de que lo seamos con­tra nuestra voluntad, y por medio del rigor? Nadie podrá entenderlo; y así es que esta reconvención tantas veces repetida, jamás ha sido ni será satisfecha.

¿No hay medio entre la esclavitud y el exterminio? Pues señor editor, manos a la obra. La de nuestra revolución empezó con el juramento de morir o vencer; y un pueblo generoso, que ha tomado ya el gusto a la liber­tad, no se arredra por fanfarronadas. Si hemos sufrido contrastes, ellos nos has enseñado también los medios de evitar los abusos que los causaron. Si la defensa de Concepción no se hubiese confiado a personas demasiado sospechosas por una reprensible tolerancia, jamás el enemi­go habría fijado el pie en nuestro territorio.

¿Hasta cuándo abrigamos en nuestro seno esas víboras que nos han devorado y devoran sordamente, abu­sando de nuestra benigna índole? Si se reputa esto por disgresión, disimúlese, por tocar en un punto de los más interesantes del día.

Debemos, pues, correr al campo de honor a repeler al enemigo, confiados en el entusiasmo de esos guerreros cubiertos de gloria, y coronados de laurel en las muchas acciones con que han escarmentado al mismo enemigo que vuelve a perturbar nuestro sosiego.

Dice el General Osorio en el papel a los oficiales y sol­dados, que ese documento es el garante más seguro que les da, pues en él se cifra la palabra (del Virrey) y la de la ge­nerosa nación de que no pueden prescindir ser una parte. Diga el Comodoro Hillyar encargado del Virrey con ins­trucciones para ajustar y garantir la paz del 5 de mayo [8], si sabe dicho Virrey cumplir su palabra y dejar airoso a su mediador, en el hecho de desaprobar esa paz, e intro­ducirnos de improviso y alevemente la guerra por considerarnos desprevenidos. ¡Infelices de los incautos que confíen en tales promesas! Recuerden los ejemplares de Caracas, Quito y otros pueblos insurreccionados, en que a los indultos siguieron por centenares las víctimas que cubrieron los cadalsos.

Derramando la sangre, dice, de nuestros hermanos, os separáis de los deberes de españoles, y es claro faltáis a los de la religión que todos profesamos. Si esto es cierto, ¿por qué ellos vienen a derramar nuestra sangre en clase de agresores? ¿Tienen alguna patente del Cielo para dego­llarnos sin contravenir los derechos de fraternidad? ¡Asom­brosa ceguedad! Lo cierto es que ellos no nos insultan, y es preciso corresponderles; sin que nos sea sensible el dejar de ser españoles, pues el pleito es sobre esto. Mas, ¿en qué faltamos a la religión cuando nos defendemos del cuchillo con el cuchillo? ¿Hay algún precepto del Decá­logo, o de la iglesia, que diga, cuando el chapetón venga a esclavisaros con el hierro y el fuego, sufrid con pacien­cia, porque de lo contrario faltaréis a los deberes de la re­ligión? ¡A tal extremo llega el ambicioso fanatismo con que los tiranos pretenden sacrílegamente confundir la religión con la tiranía! Todo es impiedad, todo inconsecuen­cia en sus dichos y hechos: ni pueden obrar de otro modo los que se empeñan en destruir los derechos de la liber­tad que nos concedió la naturaleza.

Me ha autorizado, prosigue, (el Virrey) para proponeros la paz, si desde luego deponéis las armas que tenéis en las manos, renováis el juramento al señor don Fernando VII, a la Constitución de la monarquía española, y al Gobierno de sus Cortes...  Mas si despreciáis su voz, y las ofertas que os hace, ateneos a las desgracias que os sobrevengan. He venido con tropas y municiones para exterminar y destruir a todo el que no quiera seguir el partido justo.

Ya ha visto el señor General el formidable decreto con su adorado Fernando proscribe la Constitución he­cha por las Cortes y no debe ignorar la sangrienta gue­rra entre éstas y Fernando. ¿Cuál de estos partidos seguirá? Pero siga el que siguiese, no ha de mudar el desig­nio de un cruel invasor, ni dejará de merecer por ello la excecración pública. ¿Y cómo se componen esas promesas de mirarnos como a hermanos, y recibirnos con los bra­zos abiertos al seno de su amoroso pecho, con el extermi­nio y destrucción que se prepara a todo el que no quiere seguir el partido que llama justo? Se ha visto alguna vez que la madre degüelle a los hijos sólo porque saliendo de la menor edad, salen también de la patria potestad o que un mayorazgo destruya a los hermanos que no quieren sometérsele?

Amigo mío: mis escasas luces, y muchas ocupaciones, no me permiten analizar más estos papeles. La obra es digna de su ilustración y talento. No deje Ud. de emprenderla en obsequio de nuestros conciudadanos. Yo concluyo recordándoles el dolor y amargura con que al publicarse la paz del 5 de mayo, previeron que aquella era sólo una aleve farsa con que se consiguió ganar tiempo, descuidándonos, para organizar nuevas fuerzas, y sorprendernos hasta triunfar de nuestra buena fe. Es pues preciso mover todos los resortes que deben dar actividad a las operaciones militares, porque ellas han de salvarnos de las garras de esas fieras que desean cebarse en nuestra sangre. Ellos tienen decretado nuestro sometimiento, o exterminio: es preciso lidiar con armas iguales, poniéndolos en la alternativa de dejar nuestro territorio, o mo­rir al impulso de nuestros guerreros, sin esperar jamás un ajuste razonable, ni que lo observen aunque por miras particulares entren en otros, como en el de 5 de mayo. Valor, energía y constancia, contando seguramente con el triunfo en una causa que debe proteger el cielo, si no­sotros cooperamos, como actor de la libertad que defendemos. Mande Vd. a su afectísimo amigo.‑ Siríaco Gronet.

 

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[8] Tratado de Lircay (N. del E).