He aquí el resultado de la célebre capitulación de mayo. ¿No se avergonzarán sus autores de esa fácil e impolítica credulidad con que defirieron al proyecto de descuidarnos nuestros enemigos para reforzar su agresión y asegurar el triunfo que entonces era de nuestras armas? Cuando la imprevisión se obstina contra todo buen consejo, es un crimen indisimulable en el Gobierno; y difícilmente se equivoca el pueblo en lo que conviene a su interés. La voluntad general de los patriotas no se engañó en pronosticar la desaprobación de aquellos pactos; mientras lamentaba en el silencio de su abatimiento el profundo sueño e inacción de los que debían aprovechar los momentos de una calma aparente para aumentar la fuerza que habían de resistir a la infracción o repugnancia de los tratados. Pero aún este disgusto era un delito; y se amenazó con el fuego al pueblo que intentase reclamar un derecho que era el de su conservación. ¿Por que desgraciada magia se creerán un oráculo aquellos que subiendo a la primera magistratura defraudan las esperanzas de sus conciudadanos, juzgando como un pecado imperdonable todo lo que no sea condescendencia a su soberano dictamen? Como si no hubiesen más luces que las suyas, apoyadas en el débil complot de los aduladores; el tono impotente y la ejecución son la única respuesta a los convencimientos más reflexivos del que sólo habla por el beneficio del país y el crédito de la opinión. ¿Para qué se proclama la libertad, si ni siquiera la hay en los sufragios? Acabamos de desimpresionarnos: los antiguos mandones de América no hacen la guerra por Fernando VII; la hacen por su renta, y por su rango, profanando el nombre del Rey con la misma desfachatez con que usurpan el de la patria. ¿Por quién vendrá hoy el nuevo General Osorio? El primer artículo de la capitulación [3] fue el reconocimiento de Fernando, que jamás se había negado; y como si se hubiese calculado el decreto de 4 de mayo, se remitió la sanción de esa Constitución que el Rey anula, a la resolución de los diputados que debía enviar Chile. ¿Nos hostilizará por el Rey el que desaprueba en todas sus partes un tratado en que se ratifica su reconocimiento? ¿Será la guerra porque ciegamente no se puso el Gobierno de Chile bajo la Constitución reprobada por el Rey? Pero, entonces, ¿cómo será conforme a su voluntad una agresión que directamente se opone a ella? Aunque no presidiera este antecedente, bastaba el derecho de ser oídos para que nuestros agresores, disimulasen su furor. Ellos la empeñan en el día por un verdadero capricho que ni son capaces de señalar, y la sangre de las víctimas que van a sacrificarse a la justicia, los hará execrables al juicio de todos los hombres de bien, y de todas las potencias cultas.
Felizmente se ponen en movimiento los grandes recursos que la indolencia tenía intactos, y que sobran para repulsar tanta injuria, y la que hoy renuevan nuestros agresores fijará el punto de unión en que concentrados todos los sentimientos se afiance la defensa y la victoria del Pueblo Chileno. B.V [4].
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