La provincia de Concepción, esa porción preciosa de nuestro país, se presenta más al corazón que a los ojos de sus conciudadanos con la dolorosa desnudez a que le ha reducido el terrible azote de la guerra. Familias numerosas que un año antes hacían a otros menos infelices con la participación de su opulencia, se ven arrastradas a la mendicidad y a la peor condición que los pordioseros a quienes en otro tiempo socorrían; porque ellas no pueden esperar auxilio en medio de la general desolación, y miserias de sus comprovincianos, Al lastimoso cuadro manchado con la sangre de los defensores de la patria ha su­cedido el de la indigencia de los que sobrevivieron para llorar sobre las víctimas su propio infortunio. La humanidad se estremece a la presencia de estos objetos; y la desesperación ocuparía el lugar del honor, de la gratitud y de una compasión obligatoria, si fuésemos insen­sibles al grito de la naturaleza, al deber de nuestras rela­ciones y a los vínculos sagrados de la hermandad. El Gobierno no puede escuchar con indiferencia el clamor in­cesante de aquellos desgraciados; mira agotados los fon­dos públicos para aliviar en parte sus necesidades; y cree que los que no han padecido los males de sus paisanos recibirán como la más grata oportunidad de consolarlos, el interés con que les excitamos a contribuir al acto más aceptable a Dios, y a los hombres. El Decano del Tribu­nal de Justicia don Ignacio Godoy, será el depositario de los donativos con que el Gobierno se promete contri­buyan los que no sean insensibles a las obligaciones de la caridad.— José Miguel de Carrera.- Julián Uribe.— ­Manuel de Muñoz y Urzúa.