Para exponer de un modo conveniente como los príncipes modernos hicieron enmudecer las Constituciones respectivas, antiguos usos, y prerrogativas de los pueblos, que ponían freno a su autoridad y daban influencia a los vasallos en la formación de las leyes, era necesario hacer una extensa disertación; lo que es incompatible con los límites de este papel. Contentémonos pues con algunas observaciones generales.
Me parece que después de una madura contemplación de los sucesos acaecidos en cada reino de Europa en los tiempos pasados y en los más recientes, puede concluirse que las principales, y tal vez únicas causas de la arbitrariedad, y de haber cesado el influjo del pueblo en la formación de sus leyes, son: la total supresión y ruina del poder de los Grandes sea cual fuere su nombre; el establecimiento y crecido número de tropas de línea; y las grandes riquezas que entraron en las cajas de la Corona, ya por los progresos del comercio y la industria, ya por el descubrimiento de la América. En efecto, se conoce a primera vista que no hay quien pueda oponerse a la voluntad de un hombre que tiene a su voz y disposición cien mil, doscientas mil bayonetas; que por el auxilio de ellas y por el orden de las cosas le sobra dinero para pagarlas; y que en fin los únicos que podían reclamar y sostener sus reclamaciones, los hombres ricos, y de gran partido en el pueblo acostumbrado a respetarlos, todos éstos se hallan humillados, reducidos al silencio y a la imposibilidad de hacer nada reunidos. Esta observación se presenta a mi ánimo con demasiada fuerza, y es digna de la atención y meditación de los políticos y de los legisladores, si quieren formar sistemas y constituciones no efímeras, sino durables; no que se evaporen como las varias constituciones del pueblo francés, sino permanentes como las del pueblo británico. Esto nos hace ver, tal vez, a pesar nuestro y de las brillantes teorías filosóficas desmentidas por la experiencia, que la igualdad es ya en casi todo el mundo incompatible con la permanencia de la libertad. Proposición escandalosa para los que se han formado una idea falsa de la naturaleza de la libertad. Pero ella y todo lo expuesto aparecerá más claro y convincente cuando traten de la naturaleza de la libertad civil, de la imposición de contribuciones, del gobierno militar, de los funestos efectos del influjo militar en los negocios y deliberaciones civiles, y en fin de las causas que han frustrado las tentativas hechas por los pueblos en varias épocas para lograr la libertad civil.
Montesqui[e]u prueba que a no haber sido por la nobleza y el clero, la monarquía española hubiera venido a ser tan despótica como la [de] Turquía. Más nadie negará que aquel freno habría sido más fuerte y eficaz, si la Grandeza y el Clero Alto hubiesen compuesto una parte esencial del Cuerpo Legislativo de la Nación. Tal vez este habría sido el modo de que el Cuerpo Legislativo, o las Cortes existiesen siempre. Bien que es verdad que la prepotencia repentina de la Corona por las riquezas de América, y algunas otras causas redujeron a los grandes del reino a la imposibilidad de decir al Rey, como en otro tiempo: “Cada uno de nosotros es menos que vos; pero todos juntos somos más poderosos o más que vos”. Se verá por lo dicho hasta aquí que no es mi deseo la restauración de la monarquía feudal, y que propongo observaciones al libre juicio de cada uno; mi deseo es que se medite cuanto escribo; por lo demás los juicios son libres; y mi opinión es tan libre como la de los lectores. El no estar acostumbrados a la libertad es lo que hace a muchos intolerantes; y la intolerancia trae al fanatismo, el cual tiene su lugar en todas las materias, y siempre es: Monstrum horrendum, informe, ingens, eui lumen adeptum.
Otras no gustan de cosas tan serias, y ansían por obrillas frívolas y por sátiras; y a este género de escritos tienen por insulsos. No se escribe para ellos. Los sensatos conocen la importancia de estas materias en el actual estado del mundo. Otros abominan cuanto no coincide con sus opiniones; pero yo digo como un sabio: “para servir útilmente a los hombres es necesario tener valor para desagradarles. Debe apelarse de su razón preocupada a su razón más ilustrada. Jamás se haría bien, si se temiese hacer ingratos”.