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El Monitor Araucano
Tomo II. N° 45. Viernes 20 de Mayo de 1814.
Continua el artículo comunicado del número anterior [13] (Nº 44. Anuncia posterior continuación, pero no se concreta). Explicación de lo sucedido en Chile a partir de 1810.

En medio de una convulsión tan violenta y al través de tan densas tinieblas se alcanzaba a ver en nuestro continente por la primera vez una cabeza coronada, y la Corte que siempre disputó derechos al territorio español, y cuyas pretensiones renacientes verosímilmente revivirían a presencia del objeto, aprovechándose del embara­zo en que se hallaba la potencia que las había contenido con la política, fuerza o pactos de familia, según las circunstancias, recurso de que estaba privada, y cuyo defec­to movió a gestiones y tentativas bien sabidas, y podía excitar a una agresión fácil de colorir con el especioso título de depósito, u otros de los pretextos que justifican el poder, la ocasión, o el éxito, y que sólo son delitos entre los débiles

Así, únicamente sabía Chile en aquellos días que tenía mucho que temer, sin poder discernir con fijeza el obje­to de su temor: por lo mismo le era imposible adop­tar los medios de precaverlos. Una ciega deferencia a las órdenes venidas de la Península le exponía a ser el ju­guete de la perfidia de un mal ministro, o del que fingie­se el nombre de los que tan frecuentemente se sucedían. Una total sumisión a los que tenían a la sazón la autori­dad, recibida de la mano del mismo que acababa de ven­der a su Rey, y que podían tener el propio interés que los que se habían declarado sus enemigos, era seguir precisa­mente sus huellas. Radicaban estos recelos las desatinadas operaciones del que gobernaba entonces[14], que opri­miendo a las personas recomendables, y asociado a las más reputadas, lejos de proveer a la defensa del reino, tra­taba de dejarlo inerme, bajo el pretexto de cambiar a Es­paña armas, que allá eran inútiles. Los excesos de su mis­ma imprudencia le obligaron a entregar el mando al que debía subrogarlo según las reglas dictadas por la Cor­te; éste[15] tenía la graduación suficiente, y la mayor probi­dad; pero por su edad carecía del vigor necesario aún en tiempos serenos, y a más podía ser el involuntario ins­trumento de la sagacidad de algún enemigo de nuestra seguridad.

Amenazada ésta en el general concepto, se presentó, como era natural, en el conflicto, la idea de imitar a la Ma­dre Patria, depositando el poder y la autoridad en unos individuos cuyo número dificultase la colisión, y en quienes afianzase la rectitud su propio interés y se disipasen así las sospechas de infidencia [16], o hablando con propiedad, asociando al que tenía el mando, según la ley y voluntad expresa del Soberano, otras personas de casi igual carácter y las mismas obligaciones, que al propio tiempo que le ayudasen a llevar el timón en tan fragosas circunstancias, estuviesen exentas de las desconfianzas del pueblo. En efecto, se instituyó unánimemente una Junta provisional compuesta del Gobernador y Capitán General, el ilustrísimo Obispo, un consejero que acababa de ser Regente de la Real Audiencia, el Comandante de artillería, dos Coroneles de milicias, y un vecino de honor. Fue aclamada en la capital, y reconocida en todo el reino.

Su instalación fue un acto solemne de sumisión al soberano, pues se juró en él conservarle esta porción de sus dominios, mantener en el ejercicio de sus empleos a los que los tenían de su voluntad, y la observancia de las leyes, hasta que restituido al trono con plena libertad, pudiese como siempre mandar por sí en estas provincias. Todas las providencias se expidieron a su nombre: no se alteró signo, expresión, ni fórmula de las que denotan de­pendencia, y la más estrecha adhesión al Rey y [a] la nación; lo que es más, y nadie ignora, todo se hizo sincera y cordialmente.

Era consiguiente a este plan, a sus motives, objetos e importancia, precaverlo de ser frustrado por la impruden­cia, malicia, o error de algún mandatario imbuido de dis­tintas ideas, y despertó este temor la confirmación de una noticia que había precipitado su ejecución: esta fue la de haberse conferido el mando del Reino a la persona precisamente que más debía alarmarlo por las voces an­ticipadas que corrían de sus tropelías en otro gobierno de América, que obligaron a una capital vecina a rehusar su admisión aún en un destino puramente militar y su­balterno; violencias que repetidas en la Península dieron margen a la patética representación del madrileño Fisgeral[17], que corre reimpresa, y bastaría para justificar a Chile, que temiendo ser teatro de su furor, le previno atentamente se abstuviese de venir a él. Resolución necesaria, y que con harto dolor ha comprendido a sujetos dignos de su­ma estimación; entre otros al Ilustre Marqués de Medi­na a quien con razón aman y lloran los chilenos, y que merece sus tiernos recuerdos; así como lograron siempre en este país generoso y hospitalario, la más benigna aco­gida los hombres que aprenden y saben apreciarla. Per­mítase este leve desahogo al sentimiento de tal pérfida, y un pequeño rasgo de gratitud sirva por ahora de mo­numento a su buena memoria, y para disipar la indiscre­ta, y hasta hoy desconocida imputación de rivalidad, que figurándola los malos, la originan entre gente de una misma religión, idioma, sangre, e intereses, y ligados por todos los vínculos que forja la razón, la naturaleza, la conveniencia y el deber.

(Se continuará)

 

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[13] Véase tomo II, Nº 44,  martes 17 de mayo de 1814 (N. del E).

[14] Se refiere a Francisco Antonio García Carrasco (N. del E).

[15] Mateo Toro Zambrano (N. del E).

[16] Infidelidad (N. del E).

[17] Fitzgerald (N. del E).