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El Monitor Araucano
Suplemento al Monitor Nº 32.
Memoria sobre el estado actual de la guerra y la necesidad de concluirla. Materia indicada en el título.

Porque algunos espíritus pusilánimes o mal intencio­nados manifiestan temores sobre la actual situación de nuestros sucesos militares, les daremos una idea verídica, y extractada de las mismas providencias del Gobierno puestas en ejecución; y antes de proceder a ellas, es preciso poner presente, primero: que ningún pueblo de los revolucionados deben hacer mayores esfuerzos para sostener su sistema que el de Chile. Ninguno, por estúpido que sea, se persuadirá que si los enemigos ocupasen este Estado nos reduciríamos únicamente al antiguo sistema colonial, y de nulidad política, y que con el suplicio o des­tierro de los principales patriotas, habría concluido nues­tra revolución. Nada menos: la opresión debería ser extraordinariamente doble por dos principios: primero, porque para sujetar [a] un reino de más de 600 leguas de lar­go, todo bien poblado de hombres robustos, y de un mismo carácter, inflamados ya del inextinguible fuego de la libertad, eran precisas tropas, y guarniciones muy numerosas, a que no puede ocurrir el moderado erario de Chile, especialmente abolido el libre comercio, que en el día es el principal nervio del Estado.

Este ingreso, los ahorros de la expendiosas magistra­turas, que deberían reponerse las vacantes mayores, que inclusa la mitra, nos dejan por casualidad un gran fondo en el día y sobre todo el servicio extraordinario de los pa­triotas, que probablemente ha excedido en esta guerra a los ingresos fiscales, son el fondo con que hemos sos­tenido nuestros grandes gastos; y todo esto faltaría, pre­cisamente al establecerse el antiguo régimen. A más, es notorio que siendo el Perú bajo [3] el único punto que ha sos­tenido las guerras de Montevideo, Buenos Aires, Quito, Santa Fe, se hallan aniquilados sus recursos; y que todo el peso de la guerra contra las Provincias Unidas recaería sobre Chile. Examine cada uno si hay exageración en estos datos, y después reconozca la ingente cantidad de cau­dales que necesitaría Chile, para todas estas ocurrencias, aún sin contar con los socorros de España. ¿Y quién con­tribuiría a estos gastos? Hasta ahora la porción más ilesa y más pingüe son los sarracenos, y Pareja en el momento que llegó a Concepción, dio el ejemplo obligando a los partidarios de España, a que le contribuyesen con todos los recursos para su ejército.

Lo 2° (y que más debe influir en el interés personal de cada ciudadano) es la servidumbre en que deban vivir, de que conquistando este país toda su juventud debería pasar, no ya a pelear en los fértiles y benignos campos de Chillan, Concepción y Talca, sino en las heladas montañas de Potosí, y en los desfiladeros, y desiertos del Alto Perú; no ya por la libertad y por la subsistencia de sus hogares, y familias, sino por su esclavitud, y la de sus hermanos. ¡Qué memoria tan vergonzosa para las edades fu­turas!

Cuando no queramos escarmentar por los ejemplos de México, Caracas; etc., consideremos únicamente que esta guerra, se introdujo en Chile, sin la menor declaración, y que hasta ahora no ha recibido el Gobierno la menor insinuación del General enemigo sobre el motivo que lo conduce a nuestro suelo; que los papeles públicos y mi­nisteriales de Lima exponen que con los rebeldes no se necesitan intimidaciones, declaraciones, ni proposiciones. Que el manejo hostil de los piratas, no sólo se conduce por los principios de conquista, sino que tira a dejar aniquiladas la industria y subsistencia de los países que ocupan, conduciendo los ganados a Valdivia, y matando cuanto no puede llevar, destruyendo las fábricas con tan horrible odiosidad, que habiéndosele ofrecido cien mil pesos porque no arruinase la de paños de Chillán, de ese Chillán que es su abrigo, el centro de sus recursos, y la colonia de sus misioneros europeos, prefirió sufrir las graves necesidades en que se hallaba, por no conceder este beneficio a sus habitantes, empleando para mayor dolor e ignominia a nuestros mismos prisioneros, en destrozar sus máquinas y acueductos. Con tales antecedentes no queda duda que la invasión de Chile, sólo se reduce a de­jar en tal estado de miseria a sus habitantes, que la nece­sidad por una parte, y por otra la violencia, les obligue a transportarse a los ejércitos del Perú. Esta es la verda­dera suerte del que no defendiese a su patria; y pasemos ahora a examinar si tenemos motivos de algún fundado temor.

En [entre] el 19 y 20 de marzo ganaron los valientes O’Higgins y Mackenna las brillantes victorias de Ranquil y el Membrillar. Ciento cincuenta muertos se hallaron en el campo de Ranquil, y no han bajado de doscientos y cincuenta los que se encontraron en el Membrillar, y sus inmedia­ciones. El número de heridos, y dispersos puede conjetu­rarse por las noticias que hemos recibido de hallarse el enemigo casi sin ejército, y por las órdenes que se les in­terceptaron, en que mandaba desamparar a Talca, para reforzar las miserables reliquias con que se replegó a Chillán. El no se atrevió a dar un paso más acá de Talca, aún cuando se veía sin un soldado al frente. Inmensas pro­visiones de sus ganados, arrierías, y municiones han caído en nuestro poder; y puestos nuestros ejércitos a las ori­llas del [río] Maule, impiden su reunión, y racionalmente nos aseguran su destrucción total. Dos mil veinte y dos fusi­leros, veinte cañones de todos calibres, una brillante caballería, y sobre todo la fortuna, y los talentos de los gran­des O’Higgins y Mackenna, y la actividad de Bueras y Molina, nos aseguran que todo lo ha perdido, así a la par­te del Sud, donde fijaba su dominación, y sus recursos hacia el Norte donde no tiene más poder que su peque­ña guarnición de Talca, le pondrá al frente el Gobierno dentro de dos días la Tercera división del ejército na­cional, al mando del valiente y experimentado don San­tiago Carrera [4], la que se compone de los Infantes y Vo­luntarios de la Patria, Infantería y artillería de Valparaíso; Cívicos de Aconcagua y Quillota, que componen una fuerza de más de 700 fusileros, un tren que va mar­chando de ocho piezas de artillería, de todos calibres, con su correspondiente servicio de municiones y tropas. Los destacamentos de los regimientos de caballería de la capital, número 1 y 2, los de Maipo y Rancagua, de Aconcagua y los Andes, más de 1.500 caballos, para auxiliar al ejército del Sud, abundantes caudales, víve­res y municiones, son la fuerza que por la parte del Norte marcha a presentarse a la frente del enemigo aislado en el recinto de Talca. Si tales recursos unidos al entusiasmo, y firmeza de los pueblos, a la justicia de nuestra causa, y a la segura protección del Dios de los ejércitos, no son suficientes para contar con una completa victoria, yo no sé cuando nos miremos menos expuestos, si no es que ape­tezcamos una revelación.

Ciudadanos, ¿qué se dirá de nosotros, si a la vista de tantos recursos, abrigamos un temor pequeño? Seríamos los hombres más despreciables. Descansemos en la acti­vidad, talentos y empeños de nuestros mandatarios. Ellos son los más comprometidos, se han propuesto morir, o vencer: no hay medio. La causa no es de aquellas que per­mite capitulación. Doblemos nuestros esfuerzos con la satisfacción de un resultado feliz y pronto.— Santiago y abril 5 de 1814.— Francisco de la Lastra.

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[3] "Perú Bajo" es el Perú, en contraste con el "Alto Perú", es decir, la actual Bolivia (N. del E.)
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[4] Carrera o Carreras, como aparece en otros documentos de la época (N. del E.)
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