Siendo tan justa la causa que sostenemos, apoyada en los principios más puros de la equidad natural, y probada por el sufragio de los hombres de bien y sensatos de todos los pueblos cultos y racionales; la moderación y tolerancia de nuestros gobiernos respecto a los enemigos interiores ha estado como en oposición y ha sido igual al furor y barbarie de los mandatarios españoles, y al ciego rencor, y maquinantes artificios de sus satélites. Aquellos han sepultado en hondos y oscuros calabozos a nuestros prisioneros de guerra, en unas partes los han hecho perecer en los patíbulos y aún los han envenenado; en otras los han conducido a Cádiz cargados de cadenas y miserias; en otras los han hecho trabajar en obras públicas confundidos con los malhechores etc., etc.
Nuestra generosidad y moderación ha sido correspondida con una ingratitud horrible. Los prisioneros abusando de ella no omitieron medio alguno de seducir, de inspirar desaliento y predicar la apostacía de la causa de la patria.
Los españoles europeos residentes en el país(exceptuando algunas personas honorables y para siempre dignas de nuestra veneración, amor y memoria, y que no se distinguen de nosotros en derechos y sentimientos) han hecho alarde de la misma conducta que se lee con escándalo en el bando de los cónsules del Paraguay. El Directorio, aunque mira con desprecio sus impotentes esfuerzos, y su tenebroso furor, no pudo por más tiempo sostener en el seno del incauto e inocente país a unas víboras que anhelaban por despedazarlo; sus expresiones eran subversivas; ellos recibían nuestras desgracias con atroz e insultante alegría; ellos se correspondían con los enemigos; ellos nos amenazaban con la infamia de la horca; ellos trabajaban por extinguir el patriotismo etc., etc. Con todo, la conducta del Directorio adoptada últimamente con respecto a los europeos solteros, está llena de equidad, y no lleva el carácter de la venganza; se les conduce cómodamente a un punto de seguridad; se les permite llevar sus ropas y dinero que gusten, y equipaje; se les hace nombrar apoderados de su confianza.
(Se continuará)
Copia del Bando de la República del Paraguay
Los cónsules, a todos los ciudadanos y demás habitantes
de esta capital
La multitud de españoles europeos residentes, y los que de otras provincias han refluído y diariamente recalan a esta ciudad, no ha podido dejar de excitar la vigilancia y atención del Gobierno, no sólo por su número ya considerable, sino por la señalada conducta con que ahora se distinguen; sus descomedimientos y desatenciones; el aire insultante con que se manifiestan; sus pronósticos de restablecer con nuestro exterminio la esclavitud de la provincia, y finalmente el desafuero de sus amenazas en sus sediciosos coloquios y atrevidas combinaciones; son unas notas nada equívocas de la depravación de sus ánimos y del odio feroz que nutren contra todo americano, tan rebeldes y obstinados en no reconocer los derechos de los pueblos libres emanados de la misma divina institución, como ingratos a insensibles al favor y buen acogimiento con que han sido protegidos por un pueblo humano, benéfico y generoso, empiezan a turbar el reposo público, induciendo nuevos temores, sin perdonar el arte de la seducción; por esto muchos celosos patriotas han reclamado ya una providencia ejecutiva que conteniendo a tan turbulentos huéspedes, afiance la tranquilidad y preserve al pueblo y Gobierno de un cuidado de una conmoción europea que ya se está previendo. En esta virtud se ordena irrevocablemente que todos los españoles que no han tenido el avecindamiento legal en esta provincia y se hallen morando actualmente en esta ciudad y sus arrabales, se presenten en esta plaza pública a la hora después de haberse publicado este bando, a fin de formarse un padrón de todos ellos, y darles el destino más convenientes en las circunstancias, con el objeto de asegurar la quietud general, pena al que no le cumpliese de que será inmediatamente pasado por las armas; y para que llegue a noticias de todos y nadie pueda alegar ignorancia, publíquese en la forma acostumbrada, por todas las calles principales, fijándose en los lugares de estilo, los ejemplares correspondientes.— Dado en la Asunción, capital del Paraguay, a 5 de enero de 1814.— Doctor José Gaspar de Francia, Cónsul de la República.— Fulgencio Yegros, Cónsul de la República.— Sebastián Antonio Martínez Sáenz, Secretario. Por mandado de Su Excelencia.— Jacinto Ruiz, Escribano Público y de Gobierno.