Ciudadanos: al anunciaros que ha muerto el Coronel don Carlos Spano, sé que un triste silencio sobrecogerá a cada uno de vosotros y que penetrados de la desgracia que en esto ha sufrido la patria, lloraréis la pérdida del valiente y distinguido héroe de Talca. Cuando cada uno de vosotros ha sido testigo de las virtudes, servicios y amor a la patria de este benemérito e incomparable oficial, yo solamente os haré presente los últimos sucesos de su vida, para rendir de este modo el homenaje debido a la memoria del primer europeo ciudadano de Chile.
Invadido [invadida] Talca por una respetable división enemiga en circunstancias que se hallaba sin guarnición alguna, el heroico Spano sostuvo la plaza, haciendo una vigorosa defensa por más de dos horas, sin otro auxilio que veinte fusileros, tres cañones con setenta artilleros y treinta lanceros. Contestó al invasor que sólo después de su muerte ocuparía la ciudad que estaba encargada a su cuidado; y cuando ya el enemigo era dueño de todas las calles de la ciudad, y de las cuatro entradas de la plaza mayor, cuando el valiente Gamero, único oficial que sostenía todavía el fuego contra el enemigo, quedó muerto al pie de su cañón, otro de los oficiales dijo a nuestro héroe: “ya hemos hecho cuanto pide el honor, huyamos ahora; aún hay una calle descubierta”. Mas este hombre digno por todos títulos de nuestra admiración y gratitud respondió: “Aún no es bastante, yo debo sobrevivir a la desgracia de la patria. Y observando entonces que los enemigos acometían a quitar la bandera tricolor que se elevaba en el centro de la misma plaza, corrió presuroso por entre el tropel de los tiranos y abrazándose de ella, cubierto de heridas, su voz balbuciente, pronunció por últimas palabras: “Muero por mi Patria, por el país que me adoptó entre sus hijos”.
Chilenos: yo no os presento a Spano abandonando la opinión de sus protervos paisanos por sostener la libertad de vuestro país; no os le presento vencedor de Chillán el día tres de agosto y ocupando casi toda aquella ciudad; tampoco cuasi abrasado en el incendio del mismo día 3 por defender una de nuestras baterías; no le miréis organizando a instruyendo la fuerza que ha salvado la patria; ni le consideréis como uno de los mejores oficiales que han existido en América y que tal vez no conocía otro superior en su línea; os lo presento solamente en los últimos instantes de su vida defendiendo a Talca, infundiendo valor al pequeño número de sus defensores y respecto [sic] a los tiranos, y sé que vuestra gratitud hacia las respetables cenizas de este ilustre ciudadano no tendrá límites, y que recordaréis su memoria con el más tierno agradecimiento mientras exista el nombre sagrado de la patria.
En fuerza de todas estas consideraciones, he venido en decretar lo que sigue:
1° Luego que se reconquiste Talca, se levantará en medio de la plaza mayor de aquella ciudad una pirámide con esta inscripción: La patria agradecida al Héroe de Talca, Spano.
2° Se grabará también su nombre en la Pirámide de la Fama, con la distinción de que sea inscrito con letras de oro.
3° En todos los cabildos del Estado se registrará este Decreto.
4° Luego que se concluya la guerra, el Estado hará donación a su apreciable familia de un fundo cuyos productos sean suficientes para que se sostenga; y en el entre tanto, se asignará a su viuda una pensión de cien pesos mensuales.
5° Se celebrarán en esta capital a costo del Estado, exequias fúnebres por su alma con asistencia mía y de todos los cuerpos públicos, y con la mayor pompa y solemnidad.
Tal es el premio que la patria dispensará a los virtuosos ciudadanos que siguiendo los pasos de este benemérito oficial, no dejen a los tiranos esperanzas de subyugar al país que ha proclamado su libertad, y que tiene hijos esforzados que morirán antes que ver ultrajados sus derechos, y la gratitud pública será mayor con la preciosa porción de europeos que contrarios a la opinión general de sus feroces paisanos, miran como su patria el suelo que les ha distinguido y colocado en un grado de fortuna que jamás pudieron esperar.— Santiago, 11 de marzo de 1814.— Antonio José de Irisarri.— Mariano de Egaña, Secretario.