Aunque en el curso de los acontecimientos humanos todos los Estados de Europa recobren su independencia, nos espera una nueva sucesión de guerras continentales ocasionadas por no estar sentado el estado de las diferentes potencias, y por la oposición de sus intereses, y nosotros tendremos siempre necesidad de mezclarnos en tales guerras.
En fin, si la Francia no puede asegurar la conquista de la España, tiene la plena libertad de dejarla en aquel estado de parálisis en que la ha puesto.
Según todo lo hasta aquí expuesto, la España está en actual revolución, y la amenazan grandes movimientos; su suerte futura es del todo incierta, sin que pueda preverse cuál gobierno le tocará, qué revoluciones serán su resultado, ni quién ocupará aquel trono, si está siempre destinada a ser una monarquía. ¿Para quién, pues, trabajan, con qué objeto derraman tanta sangre los monstruos desoladores de la América? ¡Cuán semejante es esta conducta, y cuán semejante será tal vez su éxito, al de los sanguinarios Jacobinos que cometieron tantas atrocidades, y aparecieron como infernales furias en la Vandeé, para que tantos cadáveres sirviesen de escala al trono de un Napoleón! La semejanza es muy palpable: las mismas atroces medidas de bárbara crueldad, que jamás sancionará la justicia, ni la política; el mismo desentenderse de la justicia de la causa que se sostiene; los hombres de bien, señalados con los nombres de los bribones, de bandidos, trastornando el sentido de las palabras y las ideas; el fuego, la espada, los cadalsos hechos instrumentos de pacificación; tratar con negra perfidia a los pueblos vendidos bajo la fe de las capitulaciones; los prisioneros de guerra soterrados en hondos calabozos, y asesinados y aún envenenados. La época actual ha reproducido estos y otros horrores. Poca diferencia hay entre Pezuela [4], que cuelga de los árboles a los patriotas dándoles una hora de término, y que envía jefes militares con la horrible comisión de exterminar sin forma de proceso a los que han clamado sus derechos, sujetando así al capricho y a la codicia de los hombres viciosos la vida y las fortunas de toda clase de personas; y entre el representante Francastle que dio al General Grignol la instrucción siguiente: “Debéis hacer temblar a los bribones, y no darles cuartel. Nuestras prisiones están llenas; ¿para qué son prisiones? Es necesario incendiarlo todo, y reducir todo el país a un desierto: no haya compasión ni clemencia. Tales son las intenciones de la convención”.
(Se continuará).
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Joaquín de la Pezuela (N. del E.)
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