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El Monitor Araucano
Tomo II. N° 18.- Martes 8 de Febrero de 1814.
Siguen las observaciones sobre la revolución de Europa y América. Continuación del artículo cuya publicación se iniciara en el Nº 17, viernes 4 de febrero de 1814. Continúa en Nº 19, viernes 11 de febrero de 1814.

Por tanto, continua Leckie, no es bastante enviar a los españoles pólvora, balas, y fusiles, si consideramos la guerra de España no sólo como una diversión de la fuerza enemiga; mientras seguimos nuestro plan en otros pun­tos, debemos desear con ansia que la España se amolde y tome una forma de gobierno homogénea, para que la falta de unidad no burle nuestras esperanzas. Si no nos mezclamos en lo político de aquel país, ¿qué seguridad te­nemos de lograr nuestros intentos? ¿Qué solidez tendría la España? Si no nos mezclamos en lo político del país, ¿qué seguridad tenemos de manejar una máquina tan complicada sin que huya de nuestras manos, y sin que nos hagamos un objeto de desconfianza para aquellos cuyas operaciones hemos de dirigir?

Dar armas a los españoles, y dejarlos que sean víctimas de los males que pueden nacer de su estado indefinido, y desunión  interna, es una política cruel e inútil: tomar una parte más decidida fuera peligroso a la administra­ción de aquel país, y hacerla responsable de todas las con­secuencias de los malos sucesos. Hay otras muchas obje­ciones contra esta interferencia. La España esta en el con­tinente; y nosotros nos hemos metido segunda vez en una guerra continental, contra la cual hicimos las objeciones que juzgamos más racionales; añadimos a todo que en el caso presente hemos de combatir contra todos los males que  acompañan a la anarquía.

¿Querrá el ministerio ir tan lejos que tome a su cargo dirigir los sucesos de la España? Si no lo hace, es claro que jamás podrá la Inglaterra asegurar la unidad a inde­pendencia de aquel reino; si lo hace ha de envolverse en dificultades. Si se reduce simplemente a armar al pueblo, se expone a la alternativa, o de hundirse bajo el peso del enemigo, si es vencido; o si tiene suceso, a batallar con to­da la discordia que puede nacer de la ambición de los in­dividuos, y otras causas consiguientes a la vacante del trono. ¿Enviará la Inglaterra un ejercito para cooperar con los españoles? y este ejército ¿con quién combinará medidas de defensa? Lo hará con el General en Jefe español, si acaso hay alguno reconocido por tal por todas las provincias, o considerará al poder supremo como que ha controvertido virtualmente a la nación? Si se hace lo primero, ¿quién asegura que este general no se haga un usurpador? Y el ministerio británico, ¿abrazará abier­tamente su causa? Si quiere entenderse con toda la nación ¿qué medio oficial hay para hacerlo con unidad? Resulta, pues, que es necesario para lograr el fin que el ministerio sea el centro y el alma de los movimientos del ejército, es necesario seguir los pasos de Timoleón, aunque peli­grosos, o estar seguros de un mal suceso y desgracias. Si se envía un ejército para cooperar con los españoles, es evidente que nada bueno podrá hacerse si nuestro gene­ral no toma también el poder político. Deben convocarse Cortes, y formarse un gobierno provisorio, que de una sanción legal a las fuerzas combinadas. Las Cortes deben dar alguna deferencia al general británico para que no sea en España sólo un Capitán de Suises, como en las gue­rras de Italia en el siglo XV; y si él no tiene la necesaria astucia para conducirse en este delicado empleo, excita a la envidia de los jefes españoles, que  insinuarán a su na­ción que él procura hacer a la España dependiente de la Inglaterra. Además, él debe ser el pacificador en las dis­putas que sucederán necesariamente entre el pueblo y el ejército. El pueblo ha perdido su confianza en la casa de Borbón, cuya timidez lo ha reducido al estado precario en que se halla. Este es un compendio de las dificultades que nos esperan en España. El lector calculará la incer­tidumbre del suceso.

(Se continuará).