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El Monitor Araucano
Tomo II. N° 17.- Viernes 4 de Febrero de 1814.
Observaciones sobre la revolución de Europa y América. Materia indicada en el título. Continúa en Nº 18, martes 8 de febrero de 1814 y en el Nº 19, viernes 11 de febrero de 1814.

La demora de la apertura de nuestra próxima campa­ña ha producido escasez de sucesos importantes para nosotros, y se ha procurado llenar el vacío de noticias domésticas con las que se han podido lograr de Europa. Estas igualmente escasean ya; y no sólo las de Europa sino aún las de los restantes puntos de América. Todo se halla en todas partes en expectativas, y parece que los sucesos han hecho una pausa. No es posible prever el resultado de este silencio: basta decir que la revolución siguen [¿sigue en?] to­das partes, y seguirá por muchos años. Para convencer­nos de esto, demos una mirada rápida al estado actual de ambos mundos.

La Europa está armada, dividida en dos grandes coaliciones que comprenden todas sus potencias. La Francia es el alma de una, y la Rusia, Austria e Inglaterra, son las partes principales de la otra. La suerte de la España esta ligada a la fortuna de esta última coalición, porque si la tal coalición se disuelve, como siempre ha sucedido, volverá a encruelecerse la guerra en España. Los france­ses conservan y se refuerzan en Cataluña, y por allí tie­nen entrada franca en todo tiempo. Poco puede confiarse en las coaliciones, y un político las llamaba la locura de las coaliciones. Desde el año 1793 se han formado y se han desvanecido como seis coaliciones. La cábala y la corrupción de los gabinetes, las miras personales, la rivalidad, los celos recíprocos y el otro, han trastornado todos los planes, y las riquezas de la Inglaterra han sido desperdi­ciadas por la falta de energía y virtud de los aliados. La se­rie de derrotas y desastres que sufrió la Austria, desde la primera coalición, fue causada por las intrigas del gabi­nete, que separó del generalato al Archiduque Carlos en el momento de sus sucesos. La Rusia se separó de la coalición porque en las plazas francesas que se ocupaban por los austriacos, se enarbolaba el estandarte de Austria y no el de los borbones.

Pero aunque por el feliz resultado de la coalición ac­tual se redujese la Francia a sus antiguos límites, no por eso cesaría la revolución, antes sí se aumentaría, o comenzaría de nuevo. “Demos, decía un inglés mientras duraba la 4ª coalición, demos que con la asistencia de la Rusia reconquistemos gran parte de lo perdido, ¿hemos acaso convenido ya con nuestros aliados sobre qué orden de cosas deba establecerse en la pacificación de la Europa? Podremos reintegrar con suceso al Rey de Prusia, y al Emperador de Austria en todo lo que  han perdido, que es lo mismo que inspirarles una virtud y una sabiduría suficientes para resistir la fuerza y presión de la Francia y Rusia en medio de las cuales están? Por tanto la per­versa política que tan ciegamente nos impele a restablecer los débiles y degenerados gobiernos de Italia, nos induce a hacer lo mismo en Alemania; y así el pueblo más libre, y enérgico de la tierra, está reducido a prostituir sus recursos en favor de unos gobiernos que jamás sabrán usar de ellos”. Supongamos que los franceses sean de tal suerte derrotados que se retiren a sus fronteras; ¿tenemos seguridad de disolver la Confederación del Rhin? “Supongamos que todo se logre; en el caso de este grande e improbable suceso, ¿olvidaremos que esto se ha conseguido por el poder de la Rusia? ¿y qué figura hará la Rusia en la Europa, si experimenta que es tan fuerte que haya podido humillar a la Francia? [1]

Por lo que hace a la España, omitiendo por ahora otras observaciones, es interesante, y estimo que será del gusto de los lectores, insertar a la letra, parte del tratado ­7° de la 2a p. de la obra del ya citado Leckie, titulada; Historical Survey of the Foreing affair of Great Britain, publicada en 1808.

“La inesperada revolución acaecida en España, ha alterado súbitamente todas las miras del ministerio. Una determinada y abierta resistencia al poder de la Francia, trae consigo una apariencia tan deslumbrante que  toda la atención de los hombres de todas las clases se ha apli­cado a este objeto. Como es costumbre, un partido se promete sucesos magníficos que indican la libertad no sólo de la España, sino de toda la Europa del yugo francés; al contrario, el otro partido trata a tales pronósticos de quimeras vanas, que han de llenar a aquel país de reve­ses a infortunios. Con la conveniente deferencia a la opi­nión  ajena, permítaseme proponer algunas reflexiones:

“Debe traerse a la memoria que hasta aquí hemos nosotros hecho la guerra para sostener a unos gobiernos legítimos y establecidos; y que con este respecto, sin incu­rrir en censura, nos hacemos aliados de un Estado revolucionario. Qué conducta debamos tener en estas transac­ciones; hasta qué punto hallamos de acomodarnos a los sucesos futuros, sin abandonar los principios que hasta aquí hemos sostenido tenazmente, o sin separarnos de nues­tro plan; es el objeto de la actual discusión.

“Nosotros; o hemos de limitarnos únicamente a proveer a los españoles de armas y municiones, o ir más lejos y remitir en su auxilio un cuerpo de tropas.

Si hacemos lo primero, es necesario que  seamos protectores y cómplices de cualquiera forma de gobierno que tome el reino de España por el orden y curso de los sucesos; porque es evidente que si los españoles logran expeler al enemigo, las provincias de España pueden venir a ser una de dos cosas: o una república formando una asamblea de sus representantes o Estados, o puede el po­der supremo quedar en las manos del jefe victorioso bajo cuyas banderas venzan al enemigo.

“Al presente el supremo poder está vacante, y antes que aquel pueblo pueda obrar con energía, es necesario que el poder supremo se llene de algún modo”.

(Se continuará).

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[1] Leckie [Nota en el original]
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