Luego que el gabinete de Viena tuvo noticias de los desastres de noviembre y diciembre últimos, creyó que la fortuna había abandonado a la Francia, y se apresuró a pasar de aliado a enemigo: las tropas auxiliares con que peleó entre los ejércitos franceses, se hicieron el pie del principal ejército destinado contra la Francia. Pero inesperados sucesos burlaron sus esperanzas. Ellos no habían entrado en sus cálculos. La Austria sin ejércitos, sin erario, no pudo en todos sus esfuerzos, no pudo poner sobre las armas sesenta mil hombres el pasado enero. Habiendo tomado su resolución antes de tener los medios de sostenerla, y conociendo que necesitaba seis meses para estar en disposición de presentar un ejército en el campo de batalla, sintió la necesidad de ocultar sus intenciones. Ofrecía su mediación a las potencies beligerantes, y al mismo tiempo reclutaba tropas. Se creó un papel moneda para cien millones de francos, se mudó el plan económico, y el gabinete se precipitó en la guerra. En vano representaron los hombres ilustrados que con un poco de prudencia podía la Austria sacar mucho provecho de las circunstancias, sin exponerse a las contingencias de la guerra en que debía sufrir la principal parte, y que exigía ejércitos en Silesia, Sajonia, Baviera, o Italia, que presentarse en la contienda sin estar preparada para ella; era exponerse a funestas catástrofes, o a lo menos abismarse en todas las incertidumbres de una guerra larga y universal, en que ella iba a precipitar a toda la Europa; que si las circunstancias parecían favorables para recobrar su antigua influencia, se engañaban en no conocer que los Estados se engrandecen por un buen erario, un sistema económico y por ejércitos bien organizados y armados; y que los buenos ejércitos no consisten en el número, sino en la calidad de los soldados, y que, en fin, perseverando algunos años en la alianza con la Francia, recobraría la Austria su antigua prosperidad.
Los partidarios de la guerra replicaban que ya la Francia no era la misma, que se le había mudado la fortuna; que había perdido sus mejores tropas; que si la Austria sólo tenía reclutas, también iba a pelear con reclutas; que excedía el poder de todo Gobierno el restablecer aquella caballería francesa, que decidió de la victoria en Ratisbona y Wagran; y que en fin, era llegado el momento de clavar el águila austriaca sobre la águila francesa, y de obligar a la Francia a volver a sus antiguos limites.
Desde el mes de abril trabajó sin cesar el gabinete de Viena, prometió a los enemigos de la Francia presentarse el 20 de Junio sobre el campo de batalla con ciento cincuenta mil hombres, y al mismo tiempo procuró debilitar a la Francia tentando la fidelidad de sus aliados. La Austria se mostró en Dinamarca, Sajonia y Baviera, Wirtemburg, y aún Nápoles y Wesfalia, como un amigo de la Francia, que sólo deseaba la paz, nada quería para sí, y que si tenía sobre las armas 150.000 hombres, era para ponerlos en la balanza contra cualquiera de las dos potencias que quisiese continuar la guerra. Las batallas de Lutzen y Wurschen asombraron a los que habían calculado mal los recursos de la Francia, y que preveían poco lo futuro. Habrían detenido sus pasos, pero estaban empeñados los gabinetes; atribuyeron aquellas victorias a causas independientes de la fuerza de los ejércitos franceses, y la Austria usó de un proceder incierto, afectando ser un mediador mientras permanecía unida a nuestros enemigos.
(Se continuará).