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El Monitor Araucano
Tomo II. N° 15.- Viernes 28 de Enero de 1814.
Extracto de una carta del Príncipe coronado de Suecia al emperador Napoleón. Relativa a la situación de Europa.

Mientras V.M.I. procedió directamente contra mí, estimé oportuno oponerle sólo la calma y el silencio; pero ahora que por medio del Duque de Bassano procuráis po­ner entre el rey y mi persona, la antorcha de la división que facilite a V.M. la entrada a España, rompí las relaciones ministeriales, y me dirijo a vos directamente, para acordaros la fiel y abierta conducta de la Suecia, aún en los tiempos más difíciles... Dijo el Duque de Bassano que V.M. me provocaba la guerra con la Rusia, y V.M. Sire, pasó el Niemen con cuatrocientos mil hombres. Desde momento en que V.M. penetró a lo interior de aquel imperio, nadie dudó de las consecuencias. El Emperador Alejandro, y el Rey, previeron desde agosto el fin de aquella campaña y sus prodigiosos resultados; toda[s] las combinaciones militares aseguraban que V.M. quedaría prisionero. Escapasteis de aquel peligro, Sire, pero vuest­ro ejército, la flor de la Francia, Alemania e Italia, se destruyó; quedaron allí insepultados los valientes homb­res que sirvieron a la Francia en Fleurus, los franceses que conquistaron la Italia, que  resistieron los calores del ardiente Egipto, y que fijaron la victoria bajo vuestros estandartes en Marengo, Austerliz, Jena, y Triendland. Pueda conmoveros esta pintura que despedaza el cora­zón, y completaré su efecto recordando la muerte de más de dos millones de franceses, cuyos cadáveres quedaron en el campo del honor, víctimas de vuestras repetidas guerras...

En 1792 el Rey se apartó de la coalición, porque el ob­jeto de ella era la partición de la Francia, y él no quiso te­ner parte en la disolución de tan bella monarquía; este es un monumento de su sabiduría política y de su adhesión al pueblo francés, y de su deseo de que se cerrasen las lla­gas de aquel reino. Aquella prudente y virtuosa política fundada en el principio de que toda nación tiene derecho de gobernarse a sí misma por sus propias leyes, costum­bres y voluntad, es la misma que hoy regla su conducta.

Vuestro sistema, Sire, impide a las naciones el ejerci­cio de un derecho recibido de la naturaleza, que es el de comerciar unas con otras, socorrerse mutuamente, y vi­vir en amistad y paz; añadamos que la existencia de la Suecia depende de la extensión de relaciones comerciales, sin las cuales no puede subsistir. El Rey persiste en esta política ahora que el Gobierno francés continúa conspirando contra la libertad de los pueblos y de sus princi­pios.

Yo conozco las buenas disposiciones hacia la paz del Emperador Alejandro y del Gabinete de S[aint] James; las calamidades del continente claman por la paz, y vos no debéis despreciar esta coyuntura. ¿Poseyendo la monar­quía más bella del mundo, queréis extender siempre sus límites y transmitir a unos brazos menos poderosos que los vuestros, la triste herencia de guerras interminables?

¿No es mejor que os dediquéis a curar las heridas que causó a la Francia su revolución, y que sólo le ha dejado la memoria de sus glorias militares, y calamidades efectivas en su interior? ¡Oh, Sire! La historia nos recuerda la idea de una monarquía universal; y el sentimiento de la independencia puede amortecerse, pero jamás borrar­se del corazón de las naciones. Pesad estas consideraciones, pensad seriamente en la paz general, cuyo profana­do nombre ha hecho correr tanta sangre.

Sire, yo nací en Francia, en ese hermoso país que gobernáis; su gloria y su prosperidad no pueden serme indiferentes; pero sin dejar de formular votos por su dicha, defenderé con toda la fortaleza de mi alma los derechos del pueblo que me ha llamado, y el honor de un rey que se dignó apellidarme hijo suyo. En esta contienda entre la libertad del mundo y la opresión, yo diré a los suecos: “peleo por vosotros, y con vosotros y los buenos deseos de todos los pueblos libres acompañarán nuestros esfuer­zos”.

En la política, Sire, no tienen lugar la amistad, ni el odio; en ella sólo hay deberes que cumplir para con las naciones que la Providencia nos ha confiado; ellas aman sus leyes y privilegios, y si en orden a conservarlos hay que renunciar sus antiguas conexiones y afectos de fami­lia, el príncipe que quiera llenar sus deberes no puede dudar sobre el partido que ha de seguir.

Por lo que toca a mi personal ambición, conozco que es muy grande: su objeto es servir a la causa de la humanidad, y asegurar la independencia de la Escandinavia; para lograrlo confió en la justicia de la causa que el Rey me manda defender, en la perseverancia de las naciones, y en la fidelidad de sus aliados.‑ Carlos Juan.