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La Inocencia en el Asilo de las Virtudes Drama en tres actos
Acto I

Sala bella y espaciosa.

ESCENA I
Faber y Phillip.

Faber: Dime, Felipe Keith, ¿qué es lo que te ha parecido mejor en esta floreciente y amable ciudad de Filadelfia?

Phillip: ¿Quién, señor, tiene palabras para pintar tantas maravillas? Es una delicia andar por sus espaciosas, aseadas y frescas calles en las mañanas del estío. Su iluminación es graciosa y magnífica en noches, colocadas las luces entre los frondosos árboles.

Faber: La prisión del estado, que visitamos el lunes, me ha dejado atónito. Este es un monumento de la humanidad y sabiduría de los americanos. Es de invención puramente americana, y no tiene paralelo en todo el mundo. Ella descubre el genio del país, y el carácter del gobierno, equitativo, paternal y misericordioso. El objeto de esta institución es hacer virtuosos y laboriosos a los criminales convictos en todo el estado de Pensilvania. Si el delincuente tiene algún oficio mecánico, trabaja en su respectivo departamento; si no lo tiene, se le destina a aserrar mármoles. Se lleva en un libro una exacta cuenta de lo que gana cada uno; con eso, se alimentan y visten; y al salir de la prisión, ya enmendados, se les entrega cuanto se les debe. Allí se ejercen todas las artes. Las mujeres están separadas, y se ejercitan en las obras propias de su sexo. Todo está arreglado con economía y admirable prudencia. ¿Observaste el corto número de empleados, y cómo sin recurrir a castigos humillantes, los viciosos se corrigen y moderan? ¡Oh! ¡Qué excelentes lecturas oyen! ¡Qué discursos tan instructivos les hacen los doctores más edificantes de Estados Unidos y de Inglaterra!

Phillip: Parecen también asombrosas las máquinas, con cuyo auxilio, y a muy corto precio, goza esta populosa ciudad de una inmensa cantidad de agua excelente.

Faber: Se debe a una sociedad empresa tan ardua y útil. El pueblo tiene fuentes de agua pura en todas las calles, y le son de un pronto recurso en los incendios.

Phillip: ¿Quién habría creído que con solo el vapor del agua caliente se pudiesen producir tantos prodigios? Con la fuerza de ese vapor se eleva el agua del río, y después se le hace subir a una altura de veinte varas.

Faber: Ya esto no admira desde que vemos a los buques moverse rápida y majestuosamente por los ríos con el impulso del vapor. ¡Invento prodigioso!

Phillip: Los americanos tienen mucha cabeza.

Faber: Estos son hijos de los ingleses; todas sus empresas son grandiosas, y llevan el sello de la inmortalidad.

Ve quién llama.

Phillip (Sale y vuelve a entrar). El caballero Lodini...

Faber: Que entre.

ESCENA II
Faber y Lodini

Lodini: ¿Qué os pareció, mister Faber, la Misantropía?

Faber: ¡Oh! es la obra maestra de la sensibilidad.

Lodini: El que hizo de misántropo, es bien afectado.

Faber: Se reviste del carácter que representa.

Lodini: Nada me gusta de los genios alemanes, ni de los ingleses.

Faber: ¿Y por qué?

Lodini: Por dos lances diabólicos, que me sucedieron en Londres ¿Queréis que os los refiera?

Faber: ¿De modo que son dos capítulos de vuestras largas aventuras... eh? Contadme capítulo por capítulo, pero que no sean muy largos…

Lodini: Pues, señor, ha de saber usted que en la posada en que yo vivía, se hospedó una bellísima suiza. Viéndola yo tan afable, quise tomarle una manita, entonando la arieta: o che manina ténera; y tiene usted que levantó la mano y me plantó una bofetada, que me hizo bramar. El demonio de la herejota!

(Se ríe Faber).

Yo quise cascarle con el palo, pero dos ingleses me echaron rodando la escalera abajo, sin irles ni venirles.

Faber: Ya veis que en todas partes se ampara a las señoras: lo mismo se hará en vuestro país.

Lodini: En mi tierra, no se hace caso de mujeres.

Faber: Capítulo segundo.

Lodini: Vi a un juez de paz y le dí un informe terrible contra la atrevida; le dije que no se sabía de donde sacaba dinero, etc., etc., y todo para nada; porque todos sostuvieron la buena comportación de la extranjera y dicen que comprobaron que era rica en su país.

Faber: ¿Sabéis como se llamaba?

Lodini: Creo que miss Bernoulli, o Bernoudli, o diablo...

Faber: ¿Y de cuál de los cantones suizos era?

Lodini: No lo sé. Y tiene usted que el otro día se armó contra mí en la mesa una tempestad horrible: dijeron los ingleses que yo era espía del gobierno. Y un joven de Sudamérica dijo: Cierto ha de ser porque yo conocí a este pícaro de portero de la inquisición de Roma.

(Se ríe altamente Faber).

¡El canalla de Buenos Aires con lo que fue a salir! Llamarme a mí portero, cuando un tío mío fue inquisidor fiscal de Cremona!

(Se ríe Faber).

Faber: ¿Y les dijisteis lo del tío inquisidor?

Lodini: ¡Jesús! Entonces me hubieran ahorcado. Sin decirles eso, me echaron de la casa a patadas.

Faber: Mal hecho… ¿Conque era buena moza la suiza?

Lodini: Eso sí: elegante.

Faber: ¿Era altita… de ojos humildes… muy bellos…?

Lodini: Qué sé yo... Servitore.

(Vase precipitadamente)

Phillip: Señor: esta carta…

(Entrega a Faber una carta que lee para sí solo).

ESCENA III
Faber solo

Faber: ¿A quién interesa en Baltimore sabor de la existencia de un infeliz que huyó de Europa para esconder su deshonor en el Nuevo Mundo? Yo no conservo ni el honorable nombre con que era conocido en Alemania. La pérfida, la ingrata que me cubrió de ignominia, y llenó de amargura mis días (antes tan alegres) habrá resuelto perseguirme aún en el sepulcro. ¡Perversa! Solicitará, tal vez desde Londres, noticias de un hombre de bien, a quien hizo desgraciado, o confiando en sus artificios, o para que mi afrenta se haga más pública. ¡Mujeres! ¡Cómo ocultáis las más negras perfidias bajo el exterior hechicero de la amabilidad y de las gracias! ¡Es posible que la felicidad del hombre dependa de la voluntad movible de una mujer frágil! Los seductores artificiosos combaten sin cesar la vacilante virtud de estas criaturas tan débiles como delicadas. ¿Quién podrá describir los daños que ocasionan en el sagrado de las familias, y cómo perturban el orden social? Sobre ellos debía agravarse toda la fuerza de las leyes.

¡Está tan corrompida la Europa…! Los funestos ejemplos de las cortes han llevado el contagio a todas partes, sin respetar ni aún al país de los suizos en que se habían atrincherado las virtudes de la naturaleza, el pudor, y la fidelidad conyugal. ¡Por qué no vendría yo a casarme en América! Este es el asilo de las virtudes: aquí reflorece la naturaleza humana.

Lodini (Entra precipitadamente): Se me olvidó dejaros la Misantropía para que la leáis despacio. Servitore. (Vase dejando un cuaderno).

Faber solo

Faber: Misantropía… Una mujer sin honor: un hombre de bien y desgraciado… ¡Eh! Los poetas describen los usos y costumbres de su país y de su siglo. Demasiados horrores ofrece la sociedad moderna… mujeres inmorales, hombres desdichados… sin que hayan de buscarse en los dramas ingeniosos (Tira el cuaderno sobre la mesa).

Los primeros emigrados de Norte América trajeron consigo el odio a la tiranía, y a los escándalos de la Europa. Así estos establecimientos se distinguieron desde su origen por la frugalidad y la sencillez, y por las virtudes activas y severas. En toda la Pensilvania, se hace notar en la moral pública la influencia de los cuáqueros, y la impresión de sus cándidas y puras costumbres. Mas ¡Ay de mí! ¡Yo fui muy desgraciado…! ¿En qué parte del mundo no se encuentran mujeres virtuosas, y esposas irreprensibles? El cielo me favoreció con muchos dones; ha sido para mí muy benigno; pero me negó una compañera digna de mi ternura. Si a lo menos mi tierna hija Matilde pudiese acompañarme, y hacer menos tristes mis pesados días! No… mi destino me condena a la soledad. Los recintos más solitarios son mi delicia. (Toca una campanilla).

Phillip: Señor.

Faber: Regresaremos pasado mañana a mi casa de campo de Pittsburg.

Phillip: Está bien: se aprontará todo.

Faber: Trae mi sombrero; quiero despedirme de algunos amigos. (Toma el sombrero y vase).