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El Monitor Araucano
Tomo II. N° 5. Viernes, 17 de Diciembre de 1813.
"Carta al redactor por Roque Harizmenlic". De Camilo Henríquez. Utilidad del Catecismo de los Patriotas.

Salió en fin de nuestra prensa, amado Cayo, el catecismo patriótico de que teníamos necesidad. Tú has hecho calladito y cuando nadie lo pensaba, lo que halló tantos obstáculos y dificultades en la sociedad económica; alguno dijo: «¿qué quiere decir catecismo patriótico?» Otro expuso que podía ser peligroso. El público que lo ha recibido con general complacencia, no lo juzga peligroso, sino de suma utilidad. Falta ahora que los que verdaderamente amen a su patria y están en aptitud de hacer cosas útiles, caigan en cuenta de cuán necesario es el que las ideas y principios de dicho catecismo, se difundan, y se generalicen en todas las clases del pueblo. Para esto hay muchos arbitrios, y el que se presenta más fácil es que se aprenda de memoria en las escuelas de primeras letras, no sólo de la Capital, sino también de todas las poblaciones. Como en las escuelas se juntan niños de todas clases, ya verás que de este modo se comunican a la plebe fácil y suavemente los buenos principios. Pero lo digo y aseguro aquí entre nos, que temo que no se haga. Se proyectó y no me acuerdo si se mandó que los niños de las escuelas concurriesen semanalmente a la plaza mayor y recitasen en público cuanto sabían, presidiendo la función algunas personas condecoradas. Éste era un gran medio para instruir a la plebe, el cual tiene otras ventajas políticas, como es mostrar al pueblo los desvelos de sus autoridades por la buena educación de sus hijos, e infundir sentimientos de honor en la plebe. Esto se hizo una vez sola y basta con eso. Ya no me atrevo a indicar otros arbitrios sobre el caso, porque no me suceda lo que a ti con otros que han publicado siempre para nada. En «La Aurora, publicaste varios y yo decía: ¿ut quiad perditio haec? Me acuerdo que en orden al Catecismo Patriótico insinuaste que podía leerse con frecuencia a la tropa en sus cuarteles. Bueno fuera esto, pero aquí entre nos, no se hará. Los padres de familia pudieran hacerlo aprender a sus hijos y domésticos, los hacendados pudieran darse maña para que se instruyeran en él sus inquilinos y sirvientes; pero aquí entre nos: no lo harán ni unos ni otros.

Por lo que hace a mi familia, lo aseguro que los principios del Catecismo son nuestro encanto; y harán nuestras delicias y consuelo, sea cual fuere la suerte de las cosas. De ellos puede decirse con más razón lo que dijo Cicerón de las bellas letras: «adornan en la prosperidad, y dan fortaleza y consuelo en el infortunio». A la luz de este Catecismo aparecerá patente aun a los más rudos la injusticia actual de la España y la bondad de la causa en que estamos nosotros. Fuera de esta utilidad hay otras de las cuales insinúa algunas el mismo Catecismo; v. gr., que no se dejen los hombres ultrajar por los tiranos. Todos saben que la tiranía apoya su base sobre la ignorancia en que yacen los pueblos acerca de sus derechos. Añadamos que esta misma ignorancia conserva en los Estados las exortantes pretensiones de los aristócratas a una demasiada y perjudicial desigualdad. Digo perjudicial desigualdad, porque ella hace a la clase más numerosa y útil y que forma los ejércitos, insensible a los intereses y peligros de la patria. Ella también influye muy poderosamente en la inmoralidad, entorpecimiento, y abandono de la plebe, y aun del Estado llano. Mala política, tiene el que no demuestra ideas populares y democráticas en las circunstancias en que necesita de todos; y el que para el goce de las prerrogativas, sociales exige porción de riquezas, que debe ser rara en un país pobre. Mejor expone este asunto el Catecismo autorizando a cuantos están libres de dependencia servil: para influir con su voto en los negocios y deliberaciones públicas; pero esto es demasiado sencillo para ponerse, así en un reglamento.

Volvamos al asunto principal. Conviene que instes oportuna a inoportunamente en que el Catecismo se enseñe en las escuelas. Tanto cae el agua sobre la piedra que al cabo la taladra. Ya vez lo que cuesta poner en movimiento a un hombre cargado de modorra; él abre los ojos y los cierra otra vez; se estira, se sienta y al fin se levanta. Todo pide paciencia y constancia. Interesaba mucho para el caso inspirar celo acerca de este punto importante a los religiosos de todas las órdenes. No nos equivoquemos. Los religiosos pueden ser muy útiles a los Estados y en nada pueden servir mejor que en la enseñanza pública. Las experiencias confirman esta verdad y para que no me acuses de amigo de cosas antiguas, oye lo que dice sobre esto un apreciable autor ingles:

«Los innovadores y declamadores contra el cristianismo y sus instituciones religiosas han olvidado que la Europa debe a los censurados y ridiculizados solitarios, y devotos habitantes de los monasterios, la conservación de las ciencias en los siglos de barbarie, la cultura de ellas en las edades siguientes, y los rápidos progresos que hicieron en su estudio en los tres últimos siglos: Erasmo, Bacón, y Malebranche, fueron frailes; y Corneille, Descartes, Racine, y Voltaire fueron educados por frailes; y también lo fueron Richelieu, Mazorini, Turena, Conde, y Eugenio; Pichegrú, Moreau, Kleber, Desaiz, Bonaparte, y otros Generales fueron educados por frailes. The revolutionary Plutarch, vol. 2