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El Monitor Araucano
Tomo II. N° 1. Jueves, 2 de Diciembre de 1813.
"Sigue el Catecismo de los Patriotas" De Camili Henríquez. (Iniciado en Tomo I, Nº 99. Continúa en Tomo II, Nº 2 y 3).

¿Qué es lo que el buen patriota debe tener en su corazón?

El triunfo de la ley, la salud pública, la libertad, la prosperidad, y la gloria de su patria.

¿De qué depende la prosperidad pública?

Del buen gobierno, y de las virtudes de los ciudadanos.

¿Cuáles son en compendio las obligaciones del ciudadano?

Temer y amar a Dios como a juez supremo y padre de los hombres.

Amar, obedecer y servir a sus padres.

Huir de una vida ociosa, viviendo de su propio trabajo eindustria.

Promover la virtud y la instrucción de los que están a su cuidado.

Ser justo siempre que sea llamado a las deliberaciones, y funciones públicas.

Ser valiente para defender la libertad y la justicia.

Respetar al Gobierno, amar su patria, venerar la ley.

No envidiar a los ricos, ni despreciar a los pobres; consolar y favorecer a los infelices.

Vivir con sobriedad; y prepararse para ver sin inquietud acercarse, la muerte como el principio de la inmortalidad, y el término de las calamidades humanas.

¿A qué hombre se debe particular respeto?

A los que llenan con honradez y justicia los cargos civiles y militares para el bien de la república: los primeros son agentes de la autoridad legislativa, los otros de la autoridad ejecutiva: ellos concurren igualmente al orden y seguridad de esta gran familia, que es la patria.

¿A qué hombres debemos mirar con horror y lástima? A los que pudiendo trabajar, prefieren la vergüenza de la mendicidad, o la del engaño y el petardo, al honor de una ocupación y profesión útil. A los que se den a la embriaguez y al juego. A los que consumen en el libertinaje el fruto de su trabajo, exponiéndose por su mala conducta a caer en miseria, y a no dejar a sus hijos un pan que comer. A los que no respetan las costumbres y la censura pública, turbando la sociedad con sus escándalos y falta de recato y pudor. En fin, a los que perturban la quietud y la armonía del Estado.

¿Cuál es una de las señales más claras de la libertad pública?

La libertad de imprenta.

¿Qué bienes resultan de la libertad de imprenta?

El denunciar al público todos los abusos.

El propagar las buenas ideas.

El intimidar a los malos.

El proponer sabios reglamentos y útiles reformas.

El combatir los sistemas perjudiciales.

En fin, el extender los conocimientos humanos.

¿Por qué se eternizan los abusos en el antiguo sistema?

Por la ignorancia ocasionada de no haber imprenta libre.

En el antiguo sistema estábamos tan lejos de ver observados y respetados los derechos, que ni aún los conocíamos, ni teníamos idea de ellos. Educándonos en la ignorancia absoluta de nuestras prerrogativas naturales y sociales, estábamos llenos de errores muy ultrajantes a la naturaleza humana. Se consideraba la patria como el dominio de un hombre solo, que llevaba el nombre de rey. Los que debían haber sido órganos a intérpretes de las leyes fundamentales de la sociedad, eran instrumentos de injusticia. Los que debían ilustrar a los pueblos, fortificaban y canonizaban la tiranía con impías máximas. Los soldados mantenidos con las contribuciones de los pueblos, no eran soldados de la patria, sino soldados del rey; no eran ciudadanos ni defensores de la libertad pública, sino sus opresores. Estaba considerada la opresión como el estado natural del hombre, o a lo menos como a una calamidad inevitable, La ignorancia y el error habían hecho tales progresos, que se cree que cuesta más trabajo y más sangredespedazar las cadenas de los pueblos, que la que hubo de derramarse para esclavizarlos. Por eso la libertad supone una gran masa de luces esparcida sobre la muchedumbre, y al contrario la tiranía domina entre errores y tinieblas. Además de las luces se necesitan virtudes.

La libertad se conquista con el valor o la fortaleza. Esta es la principal virtud de las repúblicas en sus varios estados, en sus principios, en sus agitaciones y en la profunda paz. Pero no todos los ciudadanos deben manifestar el valor de un mismo modo. El magistrado que hace triunfar la ley, sea haciendo frente y destruyendo a los malvados o a los perturbadores de la quietud y el orden, a los complotados contra la libertad y seguridad del pueblo, paga a la patria el tributo del valor y de la magnanimidad, como el soldado que avanza bajo el fuego del enemigo. Por la misma razón, el hombre publico que sacrifica su opinión y sus sentimientos al terror, es tan cobarde como el militar que en el combate arroja las armas y huye. El funcionario que por adulación o por interés compromete los derechos populares es tan perverso y vil como el militar que se dejase corromper por el dinero del enemigo.