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El Monitor Araucano
Tomo I. N° 94. Martes, 16 de Noviembre de 1813.
"Continúa el extracto de «EI Español» del N.° 86". Dificultades de España para conservar sus dominios americanos. (Iniciado en Tomo I, Nº 86. Jueves 28 de Octubre de 1813. Sigue en Tomo I, Nº 95. Jueves 18 de Noviembre de 1813).

Los hechos responden por sí. Un acontecimiento extraordinario ha puesto en manos de los españoles a la Provincia de Caracas. Las desgracias de aquellos infelices habitantes los habían entregado como corderos en manos de sus antiguos señores: ni sombra de oposición había quedado. Nada más fácil quo restablecer allí una perfecta unión entre América y España; unión que serviría de ejemplo a todo aquel continente unión que hubiera sometido a los insurgentes de México y difundido la paz desde la Carolina hasta Lima. Hubieran hallado compasión y humanidad los infelices habitantes, que creyendo ver al Cielo declarado contra ellos, y cansados de las miserias, que habían sufrido bajo una porción de jefes inexpertos, buscan desalentados a quien entregarse, y ni la imaginación de resistencia les hubiera ocurrido en muchos años. Pero ya ha prendido otra vez la llama, ya hay otra vez insurgentes en Venezuela. Mas, ¿cómo no han de haber? Apenas ese Monteverde toma posesión de aquel infeliz pueblo, cuando llena los calabozos (únicas habitaciones que el terremoto podía dejar intactas) de miles de desgraciados, a quienes creía afectos a la revolución, entonces extinguida. No ha mucho que aún permanecían estas víctimas en el más doloroso estado. Calabozos húmedos y llenos de hombres desnudos y hambrientos en un país en extremo ardiente, son objetos de que la imaginación huye. Mas no por eso es menos verdad, que en ellos han perecido y perecen cerca do 3.000 españoles que se entregaron fiados en el honor de sus paisanos. ¿Y piensan los que esto hacen y consienten, que tales horrores han de quedar impunes? Piensan quo no se han de oír los gemidos por todo el ámbito del país a cuyos habitantes amenaza igual suerte?

El fuego de la insurrección en América es inextinguible, si se maneja de este modo. Aunque los americanos no han mostrado que estén capaces de formar entre sí la unión, que fácilmente decidiría a su favor la contienda, se ha visto que tienen bastante espíritu para resistir las injurias, y bastantes luces para conservar la justicia. Esa falta de unión y la incertidumbre y agitación que producen los pueblos, tiene constantemente inclinados los enemigos de un gran número al gobierno de España, porque se imaginan que con sujetarse otra vez a él, restituirá la tranquilidad de que carece. Pero al momento que prueban este desesperado remedio, hallan que aumentan sus males, que la inseguridad crece, que empieza la persecución doméstica y que la sospecha amenaza la noche y el día al que aún está fuera de sus cobardes y crueles manes: la desesperación viene entonces a abrirles enteramente los ojos, y una experiencia tardía les hace ver, que no hay situación más perversa, que la del que se entrega después de haber insultado.