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El Monitor Araucano
Tomo I. N° 94. Martes, 16 de Noviembre de 1813.
Sin título ["Si es casi inexplicable la causa..."]. Causas del "Sarracenismo" interno.

Si es casi inexplicable la causa del sarracenismo interno que se contenta con un rencor sombrío, y se manifiesta con maquinaciones sordas, con esparcir especies falsas, y con mantener comunicaciones con los enemigos exteriores, es mucho mas incomprensible el sarracenismo armado, esto es, el frenesí de aquellos que toman las armas contra su misma patria. Este frenesí es el furor de la locura. Efectivamente, los sarracenos ocultos hacen una guerra sin peligro, y aún sin temor. Ellos cuentan casi siempre con la impunidad. Nunca les falta algún taita, algún protector bastante poderoso, que los disculpe, y los defienda por tanto calor y celo como si se tratase de su causa propia. Nunca les falta algún hombre perjudicial por su opinión y facundia, que se declare su abogado. Luis XVI dijo a los miembros de la Asamblea francesa: «Busco en vosotros jueces, y no encuentro más que fiscales»; Pero mil veces han podido decir en las Provincias revolucionadas, a los magistrados, los enemigos interiores: «Creíamos encontrar con vosotros jueces, pero no encontramos jueces, sino padres y amigos. Buena va la danza». Los hombres son audaces cuando pueden serlo sin peligro; y no pueden recelar peligro los que ven paseándose a los amos; los que observan que los procedimientos y aparatos más ruidosos sólo paran en papeles y con farándulas como riñas de compadres. Ellos han de tener siempre presente el audaces fortuna juvat, y puede muy bien seguirse esta máxima peligrosa, cuando se cuenta con la impunidad. La audacia, en efecto, ha sido en la crisis actual coronada por la fortuna, o le ha faltado poco para serlo. En la primera revolución de Quito, los que fueron confinados fuera de la capital, sublevaron y armaron fácilmente contra ella a todos los pueblos. Algunos que fueron arrestados en la misma ciudad; comunicaron a Guayaquil el estado de las cosas, y escribieron a Lima y aun a Cádiz implorando auxilios y exponiendo la facilidad de la conquista. En Caracas dió las muestras mil claras de desprecio y poco respeto al nuevo Gobierno, desde el mismo día de su instalación, el Arzobispo de aquel Estado; su ejemplo fue seguido por el clero; y aquel Gobierno débil y contemplativo, en vez de sostener su autoridad y mandar el respeto, perdió el tiempo en publicar manifiestos y proclamas demostrando que el nuevo sistema no era contrario a la religión católica. Todo va perdido cuando se quiere componerlo todo con papeles. Si la Divina Providencia no hubiese estado tan declarada en favor nuestro, mucho tiempo ha que el cetro de los tiranos hubiera oprimido a estas regiones. Poco faltó para que Alzaga y sus cómplices nos empapasen en sangre la patria de los héroes. Poco faltó para que no llegasen a Lima cargados de cadenas y oprobios el benemérito Gobernador de Valparaíso, con su familia y algunos patriotas.

No es, pues, de extrañar que en el seno de los países revolucionados hayan liberticidas. Lo que sí no cabe en el entendimiento es que hayan hijos de América, que derramen su sangre en el campo de batalla por la causa de los tiranos. Lo atribuiremos a estupidez, o a perversidad. En unos a lo primero, en otros a lo segundo. Yo sé que la educación de Goyeneche y de otros, no fue tan descuidada que no tuviese idea de los derechos populares; pero su corazón corrompido, su animo insensible al remordimiento por el largo uso del crimen, y por vivir entre hombres perversos, y en poblaciones corrompidas, le hicieron preferir la esperanza de títulos pomposos, al honor de la patria; y su ambición tuvo más fuerza que los raciocinios. La ambición, como se acerca tanto a la locura, se mezcla fácilmente con el furor y con la estupidez. Por esto no advirtieron estos desnaturalizados que si se confundían los designios de la patria, y triunfaban los tiranos, ellos y sus descendientes debían de ser envueltos en la infamia y desprecio en que debían de caer todos los hijos de América. Ellos no advertían que trabajaban para los extraños, porque los empleos más distinguidos de la América habían de ser siempre para los que nacieren en Ultramar, y ahora principalmente cuando hay allá a tantos a quienes premiar que son pocos todos los empleos.

Pero el frenesí de los que forman el grueso de los ejércitos enemigos, debe atribuirse a ignorancia y estupidez. Ellos probablemente no han leído los papeles del día, en que se establece la justicia de nuestra causa sobre las pruebas más convincentes a incontrastables. Su educación ha sido abandonada, su razón no se ha cultivado, y han estado como condenados a una infeliz vegetación. Ellos no saben lo que es patria; y criados en el desprecio, se persuaden naturalmente que sólo nacieron para obedecer, y aun para morir obedeciendo aunque sea a Mustafá, o al gran Diablo. ¡Pobres! Ellos debían de considerar que es mucha tontera dejarse dar balazos sólo porque a Mustafá lo hagan Gran Cruz, y porque se salgan con la suya los que gobiernan en Cádiz; hombres a quienes ellos ni conocen, ni les han hecho bien alguno.