Es una prueba de insigne sabiduría conducir felizmente una revolución. Toda revolución trae grandes innovaciones; y ¿qué cosa hay más peligrosa y delicada que las innovaciones? Chocar contra costumbres anticuadas, contra preocupaciones y hábitos envejecidos; confundir intereses personales siempre en guerra con la causa pública; combatir contra las pasiones y valerse de las mismas pasiones; preparar de lejos la ruina de los errores y de ciertas vanidades, y valerse de los mismos errores y vanidades. Todo esto exige prudencia, carácter un sistema seguido y bien combinado de operaciones.
Siempre que nos versamos en inminentes peligros, todo se pierde por la irresolución y la lentitud. En tales casos la fría meditación y la demora son como la medicina expectativa y los remedios paliativos en las grandes enfermedades que sólo sirven para precipitar al sepulcro. En las crisis de los Estados se necesita una resolución pronta, vigorosa y firme. Descubiertas las miras de la prudencia, deben ponerse en planta a todo riesgo; el riesgo mayor es el de la irresolución. En tales casos la falta de resolución es falta de ánimo, es vender la causa pública, y se muestra un espíritu abyecto, cobarde a infeliz. El que acepta una comisión que pide ánimo esforzado y sublime, promete arrostrar los peligros; y su cobardía es una verdadera traición. ¿Para qué tomó a su cargo la dirección de una nave, que no podía conducir entre tempestades y escollos?
Entrar en una revolución es fácil, conducirla felizmente es difícil; pero perderla después que ha durado cierto tiempo, es obra de la necedad y siempre el fruto de las pasiones y de los delitos. Porque es cierto que de mil revoluciones que abortan, una se perderá por los esfuerzos y maquinalmente de los liberticidas, y todas las restantes caen bajo el peso de la desunión, de la ambición, del interés, y de la cobardía.
La falta de talento y de economía política tiene una gran parte en estas desgracias, cuando los que están, o han estado al frente de los negocios, no han sabido hacer amable la causa que sostienen y no han procurado inspirar entusiasmo.
Millares de hombres valientes, encastillados en Sierras, y a quienes sólo falta para ser invencibles la voluntad de serlo y el ardor de la imaginación, vencerán si quieren vencer. Lo qué debe hacerse para lograr este objeto importantísimo? Dos cosas fáciles: la primera, que conozcan que venciendo se ha de mejorar su suerte; la segunda, que se inflame su fantasía tomando un vivo interés, y concibiendo un ardiente celo por la causa de la Patria. Examinaremos separadamente artículos tan interesantes.