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El Monitor Araucano
Tomo I. N° 82. Martes, 19 de Octubre de 1813.
"Artículo comunicado". Relativo al cristianismo con relación a la política. Firmado por Arcio (fray Pedro Arce) y Horacio (Camilo Henríquez). (Continúa en Tomo I, Nº 84. Sábado 24 de Octubre de 1813).

Intentamos tratar de un asunto muy amable: vamos a hacer la apología del cristianismo con respecto a la políticas. Se verá que la religión condena los abusos, las usurpaciones, la arbitrariedad, la ambición; sostiene y establece los derechos de los pueblos; da una sanción divina a los principios del derecho natural, y a las máximas de la libertad y prosperidad publica.

Se calumnia al Evangelio atrozmente, cuando torciendo sus palabras, desentendiéndose de su espíritu y olvidando sus aserciones terminantes, expuestas en los términos más ingenuos, se apoya en su doctrina la usurpación, la injusticia, la tiranía y las violencias. De aquí es, que el sentido propio de sus palabras mejor se entiende por los hombres sencillos y humildes, que por presumidos de sabios, que todos lo ofuscan y confunden para adular a los poderosos. Nuestro adorable Salvador dijo a sus discípulos, todavía ilusos a ignorantes y que no tenían otra idea del gobierno y del estado social que la que les suministraba el ejemplo de las dominaciones pagana: «Sabéis que los príncipes de las naciones son dueños de ellas. Pero entre vosotros no ha de ser así, sino que el que quisiere ser el mayor entre vosotros ha de ser vuestro ministro y cualquiera que quisiere ser entre vosotros el primero, ha de ser criado de todos [1]. Ved aquí elevado el sistema social, y el plan gubernativo sobre las bases de la igualdad, y fraternidad. Ni puede ser de otro modo, porque naciendo por la voluntad de Dios iguales todos los hombres, y siendo a sus ojos todos hermanos, ninguno puede justa y legítimamente mandar a sus iguales y hermanos, si no es elegido libremente por ellos. El que es elegido por la voluntad general para el mando, no recibe esta comisión para labrar su propia fortuna, sino para la felicidad de todos, es pues un ministro, o un oficial de todos.

No es pues, otra cosa la primera magistratura que una comisión dada por el pueblo. La primera magistratura puede tener varios nombres, porque el pueblo puede organizarla de varios modos. Puede confiarla a uno, a tres, a cinco, etc.

En todo sistema gubernativo regular se distinguen tres facultades o poderes; esto es: el legislativo, ejecutivo, y el judicial. Pero si ninguno puede por su propia autoridad mandar a sus iguales y hermanos, tampoco puede sin hacerles violencia dictarles leyes, ejecutarlas, ni administrar justicia, si para lo primero y lo segundo no es autorizado por la voluntad general, y para lo tercero elegido conforme a la Constitución del Estado.

El pueblo ha de ser gobernado por hombres, y el hombre es miserable y frágil. Dios lo sostiene : exige de él buenas y puras intenciones, y le asegura la asistencia de su espíritu de sabiduría, de consejo y de fortaleza. La magistratura es laboriosa, pero se endulza el ejercicio de la autoridad con la esperanza de recompensas eternas e inefables. El magistrado puede abusar del poder; pero la religión pone ante sus ojos los castigos más horrendos. Nada omite: ni consejos, ni amenazas, ni ejemplares para garantir a los pueblos de las vejaciones y concusiones de los magistrados y jueces, y para impedir la arbitrariedad, horrible efecto de la injusticia. Sus voces no son como las declamaciones de la elocuencia ni como las máximas frías de filósofos; son las sentencias sencillas y penetrantes del Supremo Ser, que ve los corazones, y a quien nadie puede resistir. La justicia del Altísimo no sólo se hace sentir en la vida futura; la religión pone aun en la vida presente la espada del juez inexorable sobre los malvados pertinaces. Roboam, Acab, Atalía, Antioco etc., dejaron en la historia el ejemplo trágico de su muerte desastrada, y un monumento eterno y terrible del celo de Dios contra los que invaden, atropellan y conculcan los derechos de los pueblos.

(Se continuará).

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[1] Nota del original: “Sientis quia hi qui videutur principari gentibus, dominatur esi: et principes eorum potestatem habent ipsorum. Non ita est autem in vobis, sed quicumque voluerit fieri major, erit vester minister: et quicumque voluerit. Etc. Lucae. Cap. 10. v. 42, 43, 44.
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