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El Monitor Araucano
Tomo I. N° 76. Sábado, 2 de Octubre de 1813.
Sin título ["¿Será posible, en el estado actual de las cosas..."]. Reflexiones sobre la situación de Europa. (Continúa en Tomo I, Nº 77, 78 y 79].

¿Será posible, en el estado actual de las cosas, que quede libre e independiente la parte de la Península aún no ocupada por las armas francesas? A esta pregunta se reduce el problema de si esta parte, aún no ocupada, que llaman los franceses insurgentes, concurrirá o no, a un Congreso de las Potencias beligerantes en que se trate de una paz general. Yo creo que debe resolverse negativamente por las razones quo expondré.

Es cierto que las Potencias beligerantes necesitan de la paz, y que con la dulce promesa de la paz, halagan a los pueblos arruinados por tan dilatada y obstinada guerra. Es cierto que la Gran Bretaña puede obtener de la Francia que cese en sus designios de conquista sobre España y Portugal cediéndoles algunas o todas has islas que antes le pertenecieron. Este es pensamiento de algunos políticos ingleses; y corno si Napoleón hubiese previsto las cosas futuras, dijo al principio de la invasión peninsular que si no se señoreaba de toda la España, a lo menos se apoderaría de sus mejores provincias. Pero también es cierto que la parte de España, que quedase libre, había de tener un gobierno. ¿Y qué gobierno sería éste? Si era monárquico había de tener un rey, o de la casa de Borbón, o de alguna de las casas soberanas do Europa. Lo primero no conviene a la nueva dinastía de Francia como lo ha proclamado el Emperador varias veces; ni se consultaba bien a la tranquilidad de la parte que él ocupa, si estuviese tan cerca el rey a quien antes obedecían. Lo segundo es incompatible con el establecimiento de la paz. Menos conviene no sólo a la tranquilidad de las provincias vecinas, pero ni aun a la quietud de la Francia, y de todo el Imperio, que la porción libre de la España adoptase el gobierno republicano. Una república vecina, un pueblo formado en república por la firmeza de su carácter y fuerza de las armas, no ofrece a las provincias cercanas muy buen ejemplo de pasiva obediencia; y la Francia es muy susceptible de este género de contagio. Mucho interesa a la integridad del Imperio Francés que se extingan y olviden las ideas republicanas en Italia, Holanda, etc. Además, Napoleón en sus posteriores discursos hechos al Senado, y Cuerpo Legislativo, ha manifestado bastante desafecto a las repúblicas. Así parece muy probable que Napoleón no abandone jamás su empresa, sino que no omita medio alguno para señorearse de la Península, o que concluida la campaña del Norte, vuelva contra ella su fuerza terrible.

Sea lo que fuere, la paz general ha de hacerse, se ha de celebrar un Congreso en que se establezcan sus bases, y como el número de las combinaciones es infinito, pueden concurrir a él los llamados insurgentes españoles. Y no podrán concurrir a él igualmente los llamados insurgentes americanos? ¿No podrán solicitar y obtener de aquel gran Congreso el reconocimiento de sus derechos y libertad? Yo lo hallo posible y necesario; pero para ser posible y necesario es preciso quo los pueblos americanos estén formados en Estados regulares, con sus gobiernos y cuerpos legislativos constituidos solemne y legítimamente por la voluntad general de los ciudadanos. No ha do existir ni aún la sombra de movimientos anárquicos y tumultuarios. Todo ha de ser ya estable, nada vacilante. Sólo de este modo pueden ser oídos y respetados los Plenipotenciarios de América. Así este paso debe ser precedido de la formación de las Asambleas o Congresos Nacionales. Estos cuerpos soberanos y legislativos son los únicos quo pueden autorizar a los Plenipotenciarios y para ello es indispensable que conste a todo el mundo que están en libertad y constituidos legítimamente. Da mucha fuerza a lo expuesto el siguiente articulo de la preciosa obra de Tomás Paine, titulada The American Crisis. El Continente corre riesgo de ser arruinado si pronto no se organiza y constituye en independencia. Hay razones para creer quo la metrópoli quiera hacer de él un artículo de comercio, y que para no perderlo todo lo desmedre, como se hizo con la Polonia, y de sus provincias a quien las pague mejor. Génova, no pudiendo reducir a Córcega, la vendió a la Francia, y estas ventas han sido frecuentes en el antiguo mundo. No tenemos un Embajador en alguna parte de Europa, y así no hay quien contradiga las negociaciones ni quien sostenga nuestros derechos. No tenemos crédito en lo exterior porque se nos juzga por insurgentes. Nuestros buques no pueden hallar protección en los puertos extranjeros por esta misma causa. Esto de llamarnos vasallos, y de tomar las armas como pueblos libres, es un ejemplo peligroso para toda la Europa. Si hay razón para tomar las armas, también la hay para separarnos: si no la hay para separarnos, tampoco la hay para tomar las armas. Toda la Europa ha de interesarse en reducirnos como insurgentes; pero toda la Europa, o a lo menos su mayor parte, debe interesarse en sostenernos como estados libres. En lo interior estamos todavía peor; no hay más ley que la moderación de nuestras pasiones, ni hay otro freno para el poder civil que la hombría de bien de los gobernantes, ni otra protección que la unión de unos con otros, etc.