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El Monitor Araucano
Tomo I. N° 72. Jueves, 23 de Septiembre de 1813.
"Concluye el discurso en el aniversario de la instalación del nuevo Gobierno". Evaluación de la revolución y sus proyecciones. (iniciado en Tomo I, Nº 70 y 71). Firmado por Cayo Horacio (Camilo Henríquez).

Examinemos aún lo más interesante que se ha logrado en tres años. Se ha puesto en planta del Instituto Nacional, obra maestra de la prudencia y del espíritu público. Este proyecto, concebido desde el principio de la revolución, vino a realizarse bajo un plan más basto que el que se lee en La Aurora [1], en medio del estruendo de la guerra. Parece que la guerra es más útil que la paz a los países revolucionados para plantear estable cimientos saludables, y aun para consolidar su libertad poniendo sus sistemas gubernativos sobre bases inmóviles. La presencia del enemigo, imponiendo silencio a las pasiones, encadena la inquietud facciosa; nace el espíritu público, por el cual sólo pueden salvarse; y todos los ojos y los anónimos se vuelven hacia el Gobierno que dirige la nave del Estado entre los peligros y los escollos. Roma se reanimaba por la guerra, y conservaba su Constitución; se arruinó por la paz. La Holanda floreció y se enriqueció en la guerra, con las dulzuras de la paz decayeron su comercio y sus costumbres. Los Estados Unidos formaron, su Constitución estando invadidos por poderosos ejércitos, Es cierto quo el jacobinismo dominó a la Francia al paso que ella triunfaba fuera de sus confines; pero fue porque sus enemigos no eran capaces de inspirarles terror. Hemos visto a la España tan devastada, destrozada y combatida, hacer o intentar en medio de una guerra horrible unas cosas a. que no habría podido atreverse en un estado tranquilo. Diremos que se ha trasladado a Buenos Aires el vasto genio de Roma, o la sabiduría de Atenas? Diremos quo han descendido a su soberana Asamblea la prudencia de los siglos y la dignidad y fortaleza de las más florecientes repúblicas? Pues Buenos Aires está en peligrosa guerra. Su majestad se ostenta entre los relámpagos y rayos como el ave de Júpiter y parece que se aviva su ardor con el fuego de sus combates.

Tiempo era, y lo exigía la naturaleza del asunto, de llamar a un juicio severo los extravías y faltas cometidas en la revolución, y de examinar imparcialmente qué progresos hemos hecho en corregirnos: si nos hemos preparado para la libertad abriendo nuestros corazones a nobles y desinteresados sentimientos: si hemos adquirido virtudes republicanas, entre las cuales son las principales la justicia, el desprendimiento de intereses personales, prefiriendo al bien particular y propio el bien público y la causa de la libertad: o si por falta de estas virtudes estamos condenados a ser esclavos eternamente. No le es dado a un filósofo resolver estos problemas, que siempre se resuelven mejor dejados a la conciencia de cada uno.

Estamos en estado no sólo de aprender a ser libres, sino de pelear por la libertad, y de conquistarla. Jamás será libre un pueblo en que no resplandezca el interés: sin desinterés no hará más que pasar de tiranía en tiranía. Sin desinterés se prefiere el engrandecimiento propio al bien público; el engrandecimiento de las familias a la utilidad y gloria del Estado. Todo esto debe tratarse más extensa y detenidamente. La libertad se conquista por la fortaleza y firmeza del Gobierno unidas a la sagacidad; por la disciplina de las tropas; y por la disposición del pueblo a hacer sacrificios. Lo primero prueba carácter y grandeza de ánimo en la administración; lo segundo honor, a la fuerza armada; lo tercero generosidad, bizarría, ilustración, y pundonor popular.

Cayo Horacio.

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[1] Véase Aurora de Chile, Tomo I, número 19, 18 de junio de 1812, y número 20, 25 de junio de 1812. (N. del E.). Volver