Examinemos aún lo más interesante que se ha logrado en tres años. Se ha puesto en planta del Instituto Nacional, obra maestra de la prudencia y del espíritu público. Este proyecto, concebido desde el principio de la revolución, vino a realizarse bajo un plan más basto que el que se lee en La Aurora [1], en medio del estruendo de la guerra. Parece que la guerra es más útil que la paz a los países revolucionados para plantear estable cimientos saludables, y aun para consolidar su libertad poniendo sus sistemas gubernativos sobre bases inmóviles. La presencia del enemigo, imponiendo silencio a las pasiones, encadena la inquietud facciosa; nace el espíritu público, por el cual sólo pueden salvarse; y todos los ojos y los anónimos se vuelven hacia el Gobierno que dirige la nave del Estado entre los peligros y los escollos. Roma se reanimaba por la guerra, y conservaba su Constitución; se arruinó por la paz. La Holanda floreció y se enriqueció en la guerra, con las dulzuras de la paz decayeron su comercio y sus costumbres. Los Estados Unidos formaron, su Constitución estando invadidos por poderosos ejércitos, Es cierto quo el jacobinismo dominó a la Francia al paso que ella triunfaba fuera de sus confines; pero fue porque sus enemigos no eran capaces de inspirarles terror. Hemos visto a la España tan devastada, destrozada y combatida, hacer o intentar en medio de una guerra horrible unas cosas a. que no habría podido atreverse en un estado tranquilo. Diremos que se ha trasladado a Buenos Aires el vasto genio de Roma, o la sabiduría de Atenas? Diremos quo han descendido a su soberana Asamblea la prudencia de los siglos y la dignidad y fortaleza de las más florecientes repúblicas? Pues Buenos Aires está en peligrosa guerra. Su majestad se ostenta entre los relámpagos y rayos como el ave de Júpiter y parece que se aviva su ardor con el fuego de sus combates.
Tiempo era, y lo exigía la naturaleza del asunto, de llamar a un juicio severo los extravías y faltas cometidas en la revolución, y de examinar imparcialmente qué progresos hemos hecho en corregirnos: si nos hemos preparado para la libertad abriendo nuestros corazones a nobles y desinteresados sentimientos: si hemos adquirido virtudes republicanas, entre las cuales son las principales la justicia, el desprendimiento de intereses personales, prefiriendo al bien particular y propio el bien público y la causa de la libertad: o si por falta de estas virtudes estamos condenados a ser esclavos eternamente. No le es dado a un filósofo resolver estos problemas, que siempre se resuelven mejor dejados a la conciencia de cada uno.
Estamos en estado no sólo de aprender a ser libres, sino de pelear por la libertad, y de conquistarla. Jamás será libre un pueblo en que no resplandezca el interés: sin desinterés no hará más que pasar de tiranía en tiranía. Sin desinterés se prefiere el engrandecimiento propio al bien público; el engrandecimiento de las familias a la utilidad y gloria del Estado. Todo esto debe tratarse más extensa y detenidamente. La libertad se conquista por la fortaleza y firmeza del Gobierno unidas a la sagacidad; por la disciplina de las tropas; y por la disposición del pueblo a hacer sacrificios. Lo primero prueba carácter y grandeza de ánimo en la administración; lo segundo honor, a la fuerza armada; lo tercero generosidad, bizarría, ilustración, y pundonor popular.
Cayo Horacio.
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Véase Aurora de Chile, Tomo I, número 19, 18 de junio de 1812, y número 20, 25 de junio de 1812. (N. del E.). Volver |