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El Monitor Araucano
Tomo I. N° 65. Martes, 7 de Septiembre de 1813.
"Reflexiones sobre la libertad americana". Valoración de la justicia de la causa revolucionaria (Iniciado en Tomo I, Nº 64. Continúa en Tomo I, Nº 66, 67 y 68).

No sólo la eterna rivalidad, el odio y el temor recíproco; no sólo el ardiente deseo de un poder y una preponderancia exclusiva impiden que pueda alguna potencia de Europa aspirar tranquilamente a la posesión de la América, sino también la necesidad de su comercio. Si alguna gran potencia se hiciese de esta rica posesión, crecería su poder inmensamente e impondría leyes a las otras; y abundando en fábricas y en artes haría ella sola el comercio de esta parte del mundo con segura ruina de las demás. Supongamos a la Francia rodeada de triunfos, después de haber recuperado su influencia en el Norte de Europa; a la Inglaterra señora aún de los mares como reina de las islas; y a la vacilante España conservando aún algunos débiles restos de sí misma; y entre tanto la América constituida bajo sus propias leyes, y procurando de las demás naciones el reconocimiento de su libertad, abriendo a todas sus puertas sin exclusión alguna. En este caso, que es tan natural, se empeñarían en sostener la libertad americana todas las fuerzas o de la Inglaterra, o de la Francia; y si alguna de las dos emprendiese su conquista, se haría la América el teatro de una nueva guerra. La importante España no podría intentar algo de consideración sin el auxilio de una de las dos potencias; y como por otra parte su debilidad y situación la sujetaban necesariamente a la influencia o de la Inglaterra o de la Francia, de modo que su riqueza y poder habían de aumentar las fuerzas de la nación o protectora o aliada, es claro que fuera interés de aquellas potencias el que la España no recuperase lo perdido; aspirarían únicamente al comercio de América, reconocerían su libertad, y hallarían amigos en lugar de opresores.

Esta es la condición feliz, tranquila y digna de los votos de la humanidad, que se ha propuesto la América. ¡Oh! pueda el género humano vivir en el nuevo mundo libre de los horrendos desastres que produce en el antiguo el fuego desvastador de las pasiones! Esta feliz condición esta acompañada de infinitas ventajas y bienes morales, que se ofrecen fácilmente al alcance del hombre reflexivo, y sólo pueden lograrse por la libertad. Sólo por la libertad puede la América vivir en paz con todo el mundo, sin tomar parte, y sin sufrir los males de guerras inútiles, y de pura ambición. ¿Que utilidad resultaba a las Américas de las guerras de los Felipes y los Carlos? ¿Qué destino tan infeliz tuvieron sus tesoros? Parece que la Europa no puede vivir sin la guerra. Como si la fecundación fuese mayor que la que puede llevar su suelo y nutrir sus campos, se creería que llamase al genio de la guerra para despoblar y desolar. Así la, América no puede vivir bajo el yugo europeo sin tener parte en aquellos proyectos de muerte. Guerras de sucesión, guerras de familia, guerras de comercio, guerras de caprichos: ¿cuál ha sido su motivo, cuál su objeto, cuáles sus consecuencias? Las pasiones más terribles y la miseria de los pueblos. Los invasores y los inválidos, los conquistadores, y los conquistados, o amenazados de conquista, se retiran a veces del campo de batalla igualmente arruinados, con solo la diferencia de que uno se retira con gloria, y el otro sin ella; y aun esta gloria infausta suele quedar indecisa y disputable. Ved al presente armada toda la Europa. El estruendo de sus armas llena la tierra y el mar. ¿Cuál será el resultado? Una gloria rodeada de sangre y de lágrimas: la devastación, el duelo y el crimen.

Los valles
De sangre y de cadáveres cubiertos;
Y la desolación siguiendo el carro
De la infausta victoria: horrendas, tristes
Escenas de locura, que asustada
Mira la humanidad.

Aun después de los últimos y desastrosos sucesos de la España, conducida a su disolución, subyugación y ruina por sus internos desórdenes, han salido de algunos puntos de América cantidades enormes de dinero, no sólo para sostener sus malhadados esfuerzos, sino para proyectar expediciones contra las provincias revolucionadas, y fomentar las guerras civiles. Continuando en España los mismos vicios internos propios de una corrupción envejecida, las últimas erogaciones de América sólo sirvieron para enriquecer a la famosa Junta Central. Las erogaciones de Méjico y Lima aún continuaron, unos gobiernos sucedieron a otros, pero la Inglaterra no sabia en que se invertían los recursos de la España.

Generalmente es una consecuencia necesaria del estado colonial sufrir los males de las guerras justas o injustas de la Metrópolis, sin que se les permita examinar sus motivos y necesidad. La soberbia de un príncipe, la venganza, el capricho de un ministro declaran la guerra, principian las hostilidades sin atender a los daños que resultan a los pueblos: el comercio colonial se arruina, y se desperdician en largas distancias los recursos y los tesoros que sólo debían emplearse en la prosperidad de las colonias. De aquí es que cuando éstas llegan a despedazar la dura cadena que las ligaba a la Metrópolis, se hallan en un estado lastimoso de debilidad y desnudez política en la necesidad de crearlo todo, hasta que pasados años y años llegan por progresos más o menos lentos a no necesitar de auxilios exteriores.

(Se continuara).