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El Monitor Araucano
Tomo I. N° 64. Sábado, 4 de Septiembre de 1813.
"Reflexiones sobre la libertad Americana". Valoración de la causa americana y de la lucha por la libertad. (Continúa en Tomo I, Nº 65, 66, 67 y 68).

Pobladas las Américas de hombres libres, es claro que deben ser libres. Dudar de esta verdad fuera, como decía Paine, una especie de ateísmo contra, la naturaleza. Del que lo negase se diría: el bárbaro dijo en su corazón, oh estúpido, oh, corrompido, no hay libertad para el género humano. Es pues ya tiempo, no de consumirlo en probar cosas demasiado evidentes, sino de considerar nuestra libertad bajo otros aspectos, y sin que sea el objeto de nuestra reflexiones ésta o la otra provincia, sino todo el continente americano.

El interés de la América en ser libre, esta claro como sus derechos a la libertad. Ella considerada en grande, había llegado paso a paso antes de los últimos sucesos a un punto de población y de recursos cuyo aumento no convenía a la España. Cada, una de sus mejoras, cada uno de sus progresos amenazaba la permanencia del sistema colonial. De aquí las ordenes secretas que emanaron de la Corte para impedirlas. La Metrópoli ha mirado los adelantamientos de América con aquellos ojos malignos con que un tutor avaro vería acercarse a la mayoridad a su pupilo cuya hacienda ha administrado y con la cual se ha enriquecido. Lo que nos hace conocer cuanto habría florecido la América, si sus recientes poblaciones hubiesen formado un estado libre desde el principio, sin que un poder extraño se opusiese a sus aumentos, haciendo sus propias leyes, reglando su comercio, abriendo sus puertos a todo el mundo. Si tan feliz hubiese sido su suerte, ella fuera ahora una de las grandes potencias. Pues, lo que entonces no se hizo, es ya tiempo de que se haga. No hay duda que abandonada a sí misma, no habría podido resistir el poder de un invasor armado, que intentase subyugarla; los progresos de la infancia son lentos, aunque prometan mucho. Sus riesgos habrían sido mayores, y su esclavitud más cierta, si cada. cuatro pueblos hubiesen dado en el raro pensamiento de erigirse en soberanías, y depender de sí solos. Pero si reunidos todos hubiesen formado en ambas Américas dos o más grandes masas, dos o más grandes cuerpos políticos compuestos de cierto número de círculos o Estados que formasen o por sus representantes o de otro modo un gobierno único y central; seguramente nada habrían envidiado ni al Cuerpo Germánico, ni al Cuerpo Helvético, ni al Batavo, ni a la República Federal de Estados Unidos. Si aún se hallaban débiles; no les hubiera faltado la protección de alguna gran potencia

Ya se ha dicho que así como no conviene a algún hombre pasar toda su vida en perpetuo pupilaje, o en una eterna infancia, así no conviene a los pueblos depender para siempre de otro. Siempre hay una natural oposición de interés entre las Metrópolis y sus colonias. A éstas sólo se los permite lo que puede enriquecer a aquellas. La ilustración, los buenos libros, el trato con extranjeros, y cuanto puede hacer nacer entre los colonos pensamientos de libertad, es sospechoso y odioso a las Metrópolis. Los gobernadores enviados por ellas tienen que ejercer dos funciones u ocupaciones principales: la una es ser un espía del Ministerio, la otra hacer su propia fortuna o enriquecerse. Bajo el primer carácter ellos deben velar sobre los sentimientos y disposiciones del pueblo, y sobre el aumento de las fortunas privadas y ascendientes de las personas visibles; y deben además informar y dar providencias oportunas para que se suprima y destruya todo cuanto pueda impedir el que las riquezas coloniales vayan integras a la Metrópoli. De aquí el monopolio de ésta, de aquí la oposición al establecimiento de fábricas y al comercio libre de las colonias. Bajo el otro respecto los pueblos que aún gimen bajo el yugo de los mandatarios antiguos, toleran bastante de su rapacidad y codicia, que aunque públicas y escandalosas; no por eso dejan de quedar impunes. Esta es una verdad que no pueden negar sus más afectos.

Es una manifiesta opresión y una tiranía intolerable obligar a los infelices pueblos a comprar caro lo que necesitan, prohibirles tomarlo del extranjero a precios más cómodos, llevar las producciones de su país y de su industria a donde tenga mejor salida, y entablar relaciones comerciales con quienes les tenga más cuenta. Así el comercio libre es una de las libertades más preciosas o uno de los frutos más dulces de la libertad. Nuestros pueblos, que se visten ahora de géneros finos comprados a precios tan cómodos, pueden comparar su actual situación con aquella en que vivían cuando sólo recibían de los buques de España o de los monopolistas de Cádiz. Convendría que alguno de nuestros mercaderes patriotas hiciese y publicase esta comparación. Bajo cualquier aspecto la libertad del comercio es de la mayor importancia: ella tiene una relación íntima con la población; la agricultura, las artes, la industria, que son las fuentes de la fuerza y de la opulencia nacional. Las potencias más famosas del mundo deben su riqueza y su poder terrible a su vasto comercio; y éste es vasto porque es libre; pero ya no hay alguno que ignore que la América no puede gozar de ésta y otras innumerables ventajas sino consolidando el actual sistema, conquistando y defendiendo su libertad.  

(Se continuara).