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El Semanario Republicano
Número 11.- Sábado 8 de Enero de 1814.
Continúa la reclamación de Massachussets al Congreso. Sobre la guerra con Gran Bretaña. Proviene del Nº 10, 1º de enero de 1814.

Creemos con evidencia que no la justicia, sino la ambición y el deseo de conquistar, son las principales causas de la presente guerra. ¿Era necesario que añadiésemos más ejemplos al catálogo de las repúblicas arruinadas por el espíritu de conquista? ¿Hemos ya olvidado nuestras repetidas protestas, y las lecciones de Washington? ¿Es posible adquirir, ni conservar extensas posesiones sin tener en pie poderosos ejércitos, y sostener estos ejércitos? ¿Fue jamás compatible con la libertad?

Ya se han visto entre nosotros ejemplos de opresión militar; y un pueblo vigilante, celoso de sus derechos, debe haber observado algunos atentados contra la libertad de sus elecciones, y para que la autoridad militar subyugue a la civil. Si el lenguaje de algunos que ocupan los primeros empleos, si una cadena de destacamentos militares colocados en lo anterior de nuestro país, si los grandes preparativos que se han hecho en unos puntos que no pueden tener invasiones, al paso que han quedado en abandono los de nuestro país, que pueden únicamente recelarlas, si todo esto ha excitado nuestro sobresalto, no menos que los proyectos ocultos de los gobernantes, estos sobresaltos no se han disminuido con la reciente invasión de un vecino que no nos ofendía.

Si estos estados deban sufrir las guerras, si la Providencia los destinaba a que marchasen a la esclavitud por la senda de las conquistas y de la usurpación militar, sentimos que para hacer la prueba se hayan escogido estos momentos y esta ocasión; que mientras las oprimidas naciones de la Europa hacen magnánimos y gloriosos esfuerzos contra el común enemigo de los estados libres, nosotros los descendientes de Pilgrim, enemigos jurados de la esclavitud civil y religiosa, cooperemos voluntariamente con el opresor para esclavizar más a las otras naciones; que mientras causamos una diversión a las fuerzas de uno de sus enemigos, ocupemos los indefensos territorios de otro, en cuyos puertos se nos permitió por la primera vez enarbolar el pabellón de nuestra independencia y que ahora hace esfuerzos por su existencia bajo la espada del opresor.

Permítase a unos ciudadanos siempre tan celosos en la causa de la libertad, y que más contribuyeron a la adopción de una constitución, bajo la cual tanto prosperaron en los primeros tiempos, conjurar respetuosamente a las autoridades nacionales a que se detengan en sus pasos; y los honorables representantes de los otros estados, en quienes hay otros pensamientos, pregúntense a sí mismos: ¿No eran suficientemente extensos los territorios de los Estados Unidos antes de la unión de la Luisiana, de la reducción proyectada del Canadá, y de la ocupación de la Florida Occidental? ¿No tenemos innumerables terrenos incultos, y otros mal cultivados? ¿Pueden conservarse como provincias conquistadas estas adquisiciones sin grandes ejércitos, y se conservan las colonias nacientes sin sangre y sin tesoros? ¿O acaso se medita en el peligroso proyecto de hacerlas nuevos estados, y admitirlas en el cuerpo de la república sin el expreso consentimiento de cada uno de los miembros de la confederación primitiva? Y esta medida ¿no destruye las obligaciones del contrato, que es lo único que  sostiene nuestra unión?

Hemos sido testigos de la formación y admisión de un estado, fuera del territorio de los Estados Unidos contra los deseos y esfuerzos, y con violación de los derechos de una de las partes del contrato civil. Y ¿aún se intenta continuar esta práctica extendiendo nuestra republica a regiones pobladas de habitantes cuyas costumbres, opiniones, religión y leyes repugnan con el genio de nuestro gobierno? Contra esta práctica hostil a los derechos, intereses y seguridad de este estado, destructiva de su poder político, y subversiva del espíritu y principios de la Constitución, protestamos solemnemente.

Los beneficios del gobierno, su vigilancia, protección y recompensas deben distribuirse con igualdad e imparcialidad, y sus cargas deben imponerse con la misma igualdad. Una parte, de la confederación no debe sacrificarse a los locales intereses, pasiones o engrandecimiento de las otras. Con todo, no puede negarse que algunas causas han turbado la balanza, cuya exactitud ha de formar la seguridad de nuestro actual contrato. El remedio está al alcance del Congreso, e invocamos su sabiduría para su aplicación pronta y eficaz...

Algunos de los que dirigen los destinos de la republica, han manifestado visiblemente un espíritu hostil al comercio, que procediendo paso a paso con igual severidad, ha logrado al fin por una serie de restricciones y trabas destructivas del cálculo mercantil, por prohibiciones y dobles impuestos, por embargos, y en fin por la guerra, casi aniquilar las reliquias miserables de un comercio que cubrió con sus velas al océano.

Las contribuciones jamás se han proporcionado a la representación de cada Estado, y la memoria pública determinará con que repugnancia se sujetaron a ellas los estados meridionales y cuán tarda y parcial fue su colectación.

De los doscientos cincuenta millones de pesos divididos entre los estados por la operación del gobierno federal, Massachussets ha pagado más de cuarenta millones, y más allá de lo que correspondía a su peso político en la confederación. Si este caudal hubiese quedado en sus arcas, él habría bastado a su propia defensa y no se habrá visto obligado a solicitar y a sufrir la injusticia de que se le negasen las armas, para las cuales ha contribuido, y que se le deben por el gobierno central. Tal proceder, contrario a las leyes, nos es incomprensible. No sólo se abandonan nuestras expuestas fronteras, sino que se nos niegan las armas. El Congreso, no lo dudamos, nos hará la justicia que nos niega el Poder Ejecutivo.

Si la temeraria guerra en que estamos, se declaró para aplacar el resentimiento y lograr el favor de la Francia, tenemos la humillación de habernos engañado. Su Emperador, aunque tan pródigo en protestas de amistad hacia nosotros y aunque dijo que nuestra prosperidad y comercio eran el blanco de su política entre otros, aún no ha reparado los ultrajes e insultos que ha hecho a nuestro gobierno, ni los innumerables millones que nos ha robado. Y cuando consideremos la política que han seguido nuestros gobernantes en sus relaciones exteriores y restricciones comerciales, cuando nos prohibió el comercio con Santo Domingo y declaró la guerra a la Gran Bretaña; al considerar el secreto misterioso con que se ha ocultado de nuestra vista la correspondencia de ambos gobiernos; y sobre todo, que en muchos casos las medidas más importantes de nuestro gobierno se han sabido en París antes que en América, no podemos ocultar nuestro sobresalto por el honor y la independencia de nuestra patria. Rogamos al cielo que los sacrificios hechos, semejantes a los que hizo España, Portugal, Prusia y Suecia, no sean el preludio de nuevas peticiones y nuevas concesiones, y que nos libremos para siempre de conexiones políticas con el enemigo común de la libertad civil.

A las autoridades de la patria hemos presentado nuestras opiniones y quejas; opiniones que son el parto de una reflexión deliberada y quejas producidas por la política cruel que nos ha arruinado; que aniquiló el comercio, agravó los impuestos; disminuyó los medios de subsistir; obliga a mantener ejércitos peligrosos a la libertad e irreconciliables con el genio, de la constitución política, que destruyó nuestra influencia constitucional en el gobierno central y que envolviéndonos en una guerra desastrosa ha puesto en las manos del enemigo exclusivamente las pesquerías, que son un tesoro de más valor para el país que todos los territorios porque se pelea, y que daban la subsistencia a millares de nuestros ciudadanos, son el seminario de marineros y cuyo derecho jamás abandonará la Nueva Inglaterra.

En la Sala de los Representantes, a 14 de Julio de 1813, leída y aceptada.

Timoteo Piglow, orador

En el Senado, a 15 de junio, leía y aceptada. Julio Phillips, Presidente.