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El Semanario Republicano
Número 9. Sábado 25 de Diciembre de 1813
Sobre la paz general. Noticias y consideraciones sobre la situación de Europa.

Todos convienen en que la pacificación, o la continuación de la guerra en el continente europeo ha de influir muy poderosamente en la suerte de las américas; veamos pues qué puede deducirse del estado actual de las cosas, y que se piensa en Europa acerca de este objeto.

En la Gaceta de Persburg [1] de 29 de junio se dice: “Cuando todas las potencias de Europa, que aun conservan su independencia, se reúnen para poner límites a la ambición de la Francia, cuando debe cesar la subyugación del continente a causa de estar despierto; cuando la Francia no puede, sin hacerse ridícula, repetir a la Inglaterra que ella es la soberana del continente europeo, y que poner límites a su poder marítimo; cuando es manifiesta la nulidad de una paz separada, y se ha concluido la obstinación que llamaba guerras sobre guerras; entonces es cuando se oye la voz de paz, y el Emperador francés, proponiendo un Congreso para la paz, establece un armisticio para poner término a la efusión de sangre; y mientras habla de sensibilidad, parece que quiere hacer creer que no tiene él parte en la producción de las miserias que por espacio de diez años han afligido a la Europa.

Pocos tienen por sinceras sus propuestas; todos conocen que son artificios para ganar tiempo. No es esta nuestra opinión. La Francia se ve obligada a hacer la guerra con sus propios recursos, y ya no puede continuarla; y Napoleón, como fundador de una nueva dinastía, debe acumular sacrificios sobre sacrificios. El teatro de la guerra se extiende desde el Tajo al Neva, y desde el Danubio al Océano helado. La España se ha convertido por el espacio de cinco años en un desierto, y ha sido el sepulcro de los ejércitos franceses. Las llanuras de Rusia se cubrieron, con los cadáveres de trescientos mil guerreros franceses. Todas las colonias de la Francia están en poder de la Inglaterra, y no tiene medio alguno para recobrarlas por la fuerza. La América Española se ha separado ella misma de la madre patria, y quiere usar para sí misma de sus propios recursos; desprecia las insinuaciones del ministerio francés, y guarda todas sus producciones exclusivamente para la Inglaterra. Toda la Europa está en conmoción, y rehúsa prestarse a una influencia, que ha causado sus infortunios. Bajo tales circunstancias es natural el deseo de la paz aun en los que más gustan de la guerra.

Pero ¿cómo se cumplirá este deseo?

Se dice que en Praga ha de reunirse un Congreso para establecer la paz general, y que han de aparecer en él los plenipotenciarios de Francia, Estados Unidos, Dinamarca, Rey de España, y los príncipes aliados de Alemania e Italia por una parte, y por la otra, los plenipotenciarios de Inglaterra, Rusia, Prusia, los insurgentes españoles, y los otros aliados de las potencias beligerantes, entre los cuales debe ser reconocida la Suecia. Se añade que estos principios convienen con las micas de la Austria.

Es cierto que si se establece una paz de alguna duración, ha de ser la obra de un Congreso, y no de unas negociaciones como las de Tilsit y Viena. Pero la dificultad está en quienes han de ser admitidos al Congreso.

Si el Emperador francés hace que concurran los plenipotenciarios de Estados Unidos, no se sabe por qué no concurren los de Turquía, Persia y los de las republicas de la América Española. Los Estados Unidos no tienen más interés que el del comercio; su política es particular; así no sé que tienen que hacer en el Congreso, si no es retardar las negociaciones.

Aun es más notable que concurran los insurgentes españoles con el rey José, porque entre ellos no puede haber capitulación: los españoles insisten que José evacue la España, y José en que no hayan insurgentes en España.

¿A qué van al Congreso los príncipes aliados de Alemania a Italia, que no reconocemos, y que no tienen interés que exponer y defender? Ellos son vasallos de la Francia, y no tienen más virtud que la de la obediencia servil. En las negociaciones de la paz ellos sólo pueden ser objetos de las negociaciones, no participantes de ellas.

No quedan pues más potencias que concurran al Congreso, que Francia, Rusia, Austria, Prusia, Suecia, Dinamarca e Inglaterra.

El Emperador francés dijo en el pasado abril al cuerpo legislativo que la integridad del imperio sería siempre invulnerable. Si tales son sus intenciones, el Congreso de Praga es superfluo. No sólo ha de tratarse en él de lo que la Francia usurpó a la Alemania, considerándose al Rhin como el límite entre las dos, sino de la abolición de la Confederación del Rhin, y aún del mismo reino de Italia, y aún de cuanto se agregó a la Francia en el  Sur de Alemania, porque de otro modo jamás se  restablecerá la independencia de Alemania.

Es necesario, pues, que se abra el Congreso, declarando la Francia que ha de reducirse a sus naturales limites [2]. Sólo esta declaración puede reconciliar [a] las potencias del continente, y es la iniciativa de la paz con Inglaterra. La Francia debe conocer que las adquisiciones la debilitan. Sólo le queda un medio para recuperar la confianza de la Europa, y es retirar, antes que se celebre el Congreso, los ejércitos franceses de la Alemania y España; porque no pueden hacerse con buenas intenciones negociaciones de paz, teniendo a su lado trescientos mil hombres de tropa. Si Napoleón no tiene bastante generosidad para retirar esta fuerza, no se jacte de conmiseración por la efusión de sangre humana y continué la guerra.

No es mucho, que colocados nosotros a tanta distancia, estemos en la imposibilidad de formar razonables conjeturas acerca del desenlace de los grandes negocios de Europa, cuando los que escriben en Londres y en Cádiz, no pueden traslucir la oculta política de los gabinetes. Lo que se sabe es que se prolongó el armisticio por la mediación y las obstinadas instancias del Emperador de Austria, y que, aprovechándose Napoleón del armisticio, ha aumentado su fuerza hasta un pie más formidable. Esto confirma las que Napoleón ha proclamado: que sus principios concuerdan con las miras de Austria. Los sucesos de la Península, las fuerzas que Napoleón tiene en el norte, su parentesco con el Emperador de Austria, las restituciones y cesiones que puede hacerle, persuaden que puede concluirse en el Norte una paz particular. En tal caso seguirá la guerra entre Francia, Inglaterra y España; y es imposible predecir cual será la suerte de esta ultima, si Napoleón no insiste en el sistema continental. En un periódico de Londres se dice: “se teme que la Austria no prefiera consideraciones personales y de utilidad propia a una política mas ilustrada y extensa; puede ser que quiera ganar tiempo para vender más cara su influencia y obligar a las potencias a que le ofrezcan demasiado. ¿Habrá olvidado que una política semejante sólo ha sido útil a Napoleón?”

En el Conciso de 30 de Junio y de 1° de Julio se dice:  “Si hemos de juzgar de tu futuro por la anterior conducta de los gabinetes, un armisticio prepara el camino para la Paz. Las intrigas de Napoleón, sus promesas seductoras, pero vanas, son bien conocidas, y él ha ganado mucho obteniendo un armisticio. Después de todo, ¿resultará la paz de estas negociaciones? Sólo podemos responder por conjeturas. La Rusia no puede olvidan sus tratados celebrados con Inglaterra y España, ni la Inglaterra se apartará de sus aliados”. En la Gaceta, de Pertersburg, de 19 de Julio se dice: “Si el armisticio no produce una Paz sólida, seguirá la guerra por parte de la Rusia, hasta dar la Paz y restituir su equilibrio”.

Si se juzga que la apertura del Congreso y las conferencias de los plenipotenciarios entre sí y con el Emperador de Austria, según lo estipulado antes de él, pueden conducir a la paz, las conferencias se han tenido, y se celebró la primera sesión del Congreso el día 19 de Julio, según los papeles franceses en el artículo Praga. Dinamarca y aun Inglaterra habían enviado ya sus plenipotenciarios y el de Inglaterra es el Lord Aberdeen, que partió para su destino el 11 de Agosto.

¿Qué esperanzas pueden [puede] haber de paz en medio de los preparativos más terribles para la guerra, y cuando los sucesos de la Península deben alentar a los aliados y llamar la atención de la Francia hacia el sur de su territorio?

Parece que esta es la ocasión más oportuna de tratar de la paz; porque todas las potencias, hallándose en un pie asombroso de fuerza y en una especie de equilibrio, pueden exponer sus pretensiones sin que una dé la ley a la otra, y convenirse entre sí, después de tantos destrozos y pérdidas recíprocas, sin exponerse a nuevos desastres en el choque de tantas fuerzas y en que han de combatir los mayores generales del mundo. En efecto, además de los anteriores preparativos, éstos se aumentaron prodigiosamente durante el armisticio: Por lo que hace a la Francia, ella aumentó su grande ejercito hasta un punto inconcebible. Sólo la Guardia Imperial es un ejército formidable; ella se compone de 34 regimientos, de los cuales 32 tienen 3 batallones y un tren de artillería de 200 piezas.

La Suecia tiene cien mil, hombres, y asombran las fuerzas de la Rusia y de la Austria”.

Las noticias, que hasta ahora tenemos de Europa, alcanzan al 18 de Agosto; el armisticio había terminado y se sabía si comenzaran las hostilidades.

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[1]

San Petersburgo (N. del E.).
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[2] Concluido el gobierno de Bonaparte, el Congreso de Viena resolvió en el mismo sentido que aquí se indica (N. del E).
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