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El Semanario Republicano
Número 8.- Sábado 18 de Diciembre de 1813
Sigue el diálogo entre un liberal y un servil, o entre Lorio y Cacipucio. Sobre el derecho de América a la independencia. Religión e independencia. Iniciado en Nº 7, 11 de diciembre de 1813.

Lorio.-¿Y qué son las Cortes?

Cacipucio.- El Congreso nacional.

L.-¿Y aquel Congreso tiene poderes para mandar recibidos de don Fernando de Borbón?

C. No necesita de tales poderes porque es Congreso soberano como representante del soberano pueblo.

L. Hablas como un Papiniano: en efecto, aquel Congreso se llama soberano a causa de la soberanía nacional que ha proclamado él mismo. Yo lo venero como a representante del pueblo español, no como a soberano del pueblo americano a quien no representa. Nosotros somos acá representados en nuestros congresos por nuestros diputados electos legalmente. Un Congreso Nacional es tan venerable y augusto como un Emperador y un Rey y si te digo que más, no miento, porque la nación es más que el Rey, y es sobre el Rey; el Rey es un empleado de la nación, es un hombre en quien se ha puesto el poder ejecutivo.

C.A la verdad que yo no sabía lo que eran los reyes, ni como se hacían los reyes, hasta que vi a Napoleón coronarse de Emperador; y no como quiera sino por la mano de Pío VII.

L. El mismo Papa ha coronado Rey de Roma al hijo de Napoleón. La casa de Bonaparte es ya una de las casas soberanas de Europa; uno de aquella familia es Rey de Nápoles; otro de Wetsfalia, otro lo fue de Holanda; las hermanas son princesas; el mismo Napoleón ha casado con la hija del Emperador de Alemania. De aquí a doscientos años la casa Bonaparte será tan augusta como lo era la de Borbón. El tiempo borra la oscuridad de los principios. Tu conoces estas y otras cosas, Cacipucio, y con todo siempre eres sarraceno. Tu sabes que siendo el pueblo americano tan soberano como el pueblo español, no puede, justamente, el uno mandar al otro: sabes que una generación no puede esclavizar a las generaciones futuras, y que, por consiguiente, la tolerancia forzada o voluntaria de nuestros abuelos, no puede dañarnos ni destruir nuestra libertad; tu sabes que naciendo los hombres libres, nadie puede gobernarlos por su gusto y autoridad; en fin, tu tienes ya noticia del Catecismo de los Patriotas y sabes que los pueblos tienen derecho y que por tanto no son lo mismo que los carneros. Luego, una de dos: o sois tan perversos y bribones, que no reparáis en lo justo ni en lo injusto, y todo lo queréis atropellar, derramando sangre y haciendo atrocidades por saciar vuestra antigua codicia, ambición, soberbia y venganza; o fundáis vuestro sarracenismo en alguna razón oculta a impenetrable para nosotros, que hasta ahora no habéis publicado, y que es como el gran secreto, y el misterio sacrosanto de los francmasones escondido eternamente a los ojos profanos.

C. Nada de eso hay; a lo menos yo no estoy obligado a responder acerca del modo de pensar de mis cofrades: por lo que hace a mí no soy tan negado que no conozca que ustedes siguen una buena causa, y que la conducta de los gobiernos españoles los hace muy odiosos a los ojos de la razón, como usted dijo el otro día. Me acuerdo que usted leyó en el Español [de] Blanco [5] estas notables palabras: "Después de que declararon las Cortes que no derivan su autoridad de Fernando, después que se eligieron soberanas, a título de la soberanía del pueblo, por soberano debieron reconocer ellas mismas a cualquiera que represente a otro pueblo; y pueblo o nación es toda aquella porción de hombres a quien 1a naturaleza dé medios para vivir en su propio terreno, siempre que pueda defenderlo de la invasión de otros, ora por sus circunstancias físicas, ora por el número o valor de sus habitantes". ¿Por qué pues, no han reconocido la soberanía de los pueblos americanos?

L.- Muy docto te estoy viendo, Cacipucio; pues esto no lo has adquirido tú en la logia sarracénica.

C. Todo es usted una sátira, y con ellas no saca más que calentarse la cabeza inútilmente.

L. Dices muy bien; locura es predicar a quienes no oyen el sermón porque están dormidos. Pero sigamos hablando de cosas de Estado que es lo que más nos conviene. Dime, francamente, lo que piensas de las cosas actuales.

C.Yo creo que ni, unos ni otros, ni españoles ni americanos, se salen con la suya; sino que ha de resultar una tercera entidad de los demonios.

L.- Lo mismo pienso yo; La América meridional será independiente; esto lo exige no solo la naturaleza, sino la envidia y celo, de las potencias europeas; y de cualquier modo, la constancia, el valor, las luces, la prudencia y las sanas y las desinteresadas intenciones de los pueblos y de sus caudillos, pueden adquirirles una Constitución liberal, ventajosa y equitativa. Desgraciados de los que se duerman. El mal presente y más cercano debe destruirse o retardarse cuanto se pueda, dando tiempo al tiempo,

C. Desgraciados de los que por sarracenismos y tonteras, no hagan causa común, porque todos han de sufrir los males que vengan sobre el país de resultas del ultimo paradero de las cosas.

L. El desenlace la tragedia actual ha de ser muy grande; aparecerán objetos grandes y desconocidos en el teatro del mundo; las cosas no volverán al estado ni orden antiguo y las aguas llevaran otro curso. Entre tanto valor, constancia y virtud.

C. Dios nos saque con bien de por acá.

L. Según lo que te oigo, muchos de los que te tienen por mentecato, son más trompetas que tú.

C.- ¡Toma!

Por las calles, por las plazas
cabezas se ven quimeras,
la mitad son calaveras
la otra mitad calabazas.

L. Tanto puede el egoísmo en unos, y el atolondramiento y la ignorancia en otros. Algunos no admiten derechos en los hombres porque sus corazones están corrompidos por la frecuencia de las injusticias y violencias que vieron hacer desde que nacieron. Así es como los gobiernos inicuos y despóticos corrompen los sentimientos de la naturaleza y hacen inmorales a los hombres. La ignorancia, cuando ha dominado por largo tiempo opone a las verdades más sencillas un muro formidable. Los papeles publicados en estos últimos tiempos tienen que chocar contra densos y fuertes errores esparcidos mucho antes que ellos. La ambición, el interés, la injusticia se sirvieron de la imprenta, que debía ser el órgano de la razón; y antes que la razón despertase, habían impresos más falsedades que verdades. Si se fundaron cátedras, y se permitió a los profesores que hablasen sobre las leyes y sobre la soberanía, era con la condición de que hiciesen respetar la constitución existente. Ellos podían ser difusos, oscuros, inelegantes, con tal que no atacasen el edificio de la usurpación, y no preparasen el ánimo de sus discípulos a reclamar los derechos populares.

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[5] El Español, periódico editado por José María Blanco White (N. del E.).
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