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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Quinta y Última Parte. Contiene desde el 18 de septiembre de 1811 hasta el 20 de noviembre del mismo año, y una descripción del baile en la Casa de Moneda, a modo de apéndice.
Noviembre de 1811.

NOVIEMBRE DE 1811

Día 2. Llegó el correo de Concepción con la noticia de que aquella Junta había conciliado la amistad de los caciques e indios de Arauco y demás naciones de la frontera, para prestar auxilio y llevar adelante el sistema, asegurando a este Gobierno, tenía prontos a su devoción 10 indios infieles y que para aliciente de los caciques trataba de poner en el Congreso uno que otro en clase de diputados por medio de sus intérpretes, para entrar como parte integrante del Reino a sancionar las leyes de la nueva constitución. Yo no dificulto respecto de ser este un arbitrio muy ventajoso para el meditado proyecto de la independencia.

Día 5. Considerando este Gobierno que sus ejecutivas providencias dirigidas a electrizar los ánimos y alarmar [a] los pueblos para una vigorosa defensa, no habían conseguido todo el fruto que deseaba particularmente en aquellos que formaban el Batallón de Comercio, que en la mayor parte se componía de europeos poco adictos al sistema, se resolvió extinguir este cuerpo y obligar a todos a un general alistamiento en los Batallones de Infantería ligera que van a formar del antiguo Regimiento del Rey, acriminándoles para ello la inacción, falta de movimiento, disciplina y los demás motivos que reza literalmente el siguiente Bando:

“Santiago y noviembre 5 de 1811. La Autoridad Ejecutiva, que en obsequio de la seguridad pública, y conservación de estos dominios para su legítimo soberano Rey cautivo, no omite cuanto arbitrio considera conducente al aumento y mejor sistema de los cuerpos militares de que es susceptible la población, no puede mirar con más disimulo la inacción y falta de servicio en más de tres años del Batallón titulado el Comercio de esta capital, cuando apenas hay uno que no se adiestre, se active y ponga en movimiento a la disciplina, como lo exigen las circunstancias. El Gobierno ha visto desde sus primeros ensayos la grande dificultad de organizarse, que a ello se resiste imperiosamente su naturaleza, que aborrece la subordinación, muelle real del servicio; de consiguiente no espera de los individuos que le componen en clase de Batallón de Comercio, la utilidad a la patria que pueden producir en otros cuerpos. Por tanto, manda que habiéndose desde ahora por extinguido, tenga cada soldado, cabos y sargentos, bajo los estatutos del Bando promulgado, la obligación de hacer efectivos sus alistamientos en los Batallones de Infantería ligera que se han formado del antiguo Regimiento del Rey, y que los oficiales ocurran al señor Vocal comisionado con sus respectivos despachos, para que disponga su incorporación según la clase del Batallón en que servían; comuníquese así al Comandante para los efectos correspondientes, y publíquese por Bando, a fin de que llegue a noticia de todos. Doctor Marín.- Rosales.- Calvo Encalada.- Benavente.- Mackenna.- Vial, Secretario de Guerra”.

Nada es más de extrañarse sino que más de un mes antes de haberse acordado por la Junta la desorganización del Batallón de Comercio, don Nicolás Matorras, corifeo de esta revolución, le había intimado ya al Comandante del Cuerpo don Juan Bautista de Aeta la orden verbal de que le entregara las banderas, papeles, y demás útiles del indicado cuerpo de Comercio; no siendo bastante aquel requisito sin el expreso oficio in scriptis, para ponerse a cubierto en todo tiempo. Dicho Comandante tuvo a bien el allanarse a la entrega, por no exponerse a nuevos desaires citarlo para el efecto mediante el oficio que le dirigió y que es a la letra:

“En cumplimiento de la orden verbal que esta mañana dio usted del Alto Congreso, para que le entregase las banderas, papeles, y demás útiles del Cuerpo de Milicias de Infantería Urbana del comercio de esta capital, que estaba a mi cargo, remito a usted dos banderas con sus fundas, y una caja con sus palillos, únicas especies que se ha hallan en mi poder.

En el de Mateo Hernández, Tambor Mayor del Regimiento del Rey, quedaron las cuatro cajas restantes, a pretexto de enseñar [a] los muchachos y por más que le he requerido no las pude conseguir, cuya noticia servirá a usted de gobierno, y para mi resguardo se servirá avisarme el recibo de lo que le dirijo, con prevención de que en el legajo de papeles van todas las Reales Órdenes de la Capitanía General y demás que se ha obrado relativo al Cuerpo desde su creación. Dios guarde a usted muchos años. Santiago de Chile, 2 de septiembre de 1811. Juan Bautista de Aeta. Señor don Nicolás Matorras”.

Consiguiente al Bando que arriba se relata, se le dirigió el respectivo oficio con íntegra inserción de él, al Comandante del indicado Batallón de Comercio, a fin de que impuesto, le haga obrar los efectos correspondientes; como de facto expidió órdenes circulares, comunicando a todos los oficiales el Decreto de la Excelentísima Junta para que estos pasen la noticia a los sargentos, cabos y soldados de sus compañías, dando de todo cuenta al Tribunal por medio de un oficio en que trae el origen, establecimiento, progresos, servicios y privilegios de dicho cuerpo.

Apenas se promulgó el referido bando, y se difundió la noticia en el Comercio, cuando todos sus oficiales mancomunadamente trataron de reclamar sobre el violento despojo de sus empleos bajo de unos coloridos de criminalidad con que se les ofendía su buen nombre y reputación. Uno de ellos, que se hizo cargo de la representación, vino a mí con el empeño de que le organizara a la mayor brevedad, por la urgencia de la materia, como así se efectuó en el tiempo más angustiado, en los propios términos que va literalmente el siguiente escrito:

“Excelentísimo señor. Los oficiales y soldados del Batallón de Comercio de esta capital, que suscriben esta representación, en la mejor forma que haya lugar en derecho parecemos ante Vuestra Excelencia y decimos: Que el Comandante del Cuerpo don Juan Bautista de Aeta circularmente ha comunicado una orden de Vuestra Excelencia en que dando por extinguido dicho cuerpo, manda procedan los soldados a hacer sus alistamientos en los Batallones de Infantería ligera que se han formado o se van a formar del antiguo Regimiento del Rey, y que los oficiales ocurran al señor Vocal comisionado con sus respectivos despachos para que disponga su incorporación según la clase del Batallón en que servían. Nosotros, señor Excelentísimo, prestamos el más reverente obedecimiento a la Superior decisión de Vuestra Excelencia, pero dígnese la alta consideración de ese Tribunal, oír y escuchar al Cuerpo sobre  justos motivos en que va a fundar su súplica, con la deferencia uniforme a las ulteriores disposiciones de Vuestra Excelencia. Nos parece que no será del Superior desagrado de Vuestra Excelencia el que expongamos nuestro derecho, oír nuestros reclamos, y los inconvenientes que resultan de llevarse a debido efecto lo acordado por Vuestra Excelencia. Nuestra confianza estriba en la justificación, luces y conocimientos de tan recomendable Tribunal, y en que sin ofensa de nuestra  subordinación y obediencia, puede el súbito representarlos en tiempo con la sumisión y acatamiento que debe.

El Cuerpo o Batallón de Comercio fue erigido el año 1777 con el nombre de Distinguido. Su Majestad instruido de su formación uniforme y nombramiento de oficiales, por noticia del Excelentísimo señor don Agustín de Jáuregui, Gobernador y Capitán General que fue de este Reino, vino en aprobarle, haciendo librar los Reales Despachos a sus respectivos oficiales. Se erigió en clase de urbano, con las mismas excepciones y prerrogativas, que los que existen de esta clase en la Península. Sus funciones privativas han sido guarecer [a] la capital en las circunstancias que ha faltado la tropa veterana o de milicias disciplinadas. Desde el año de 1778 hasta el de 1783 quedó el Batallón perfeccionado en su organización, adornado con Banderas y cajas de guerra, todas ellas costeadas no del erario, sino a expensas sus propios oficiales, para darle todo el lustre que concertadamente conspiraban, como que en el día y octava de Corpus y a la entrada y recibimiento de los Muy Ilustres señores Presidentes del Reino, era el que se presentaba con mayor decoro y lucimiento.

Su indicado instituto ha cumplido el Cuerpo exactamente. El año de 1780 se observó una general conspiración de los indios infieles y creyéndose que sus miras eran invadir las interesantes poblaciones del Reino, salió la tropa reglada que componía la guarnición de esta capital a contrarrestar al enemigo y el Batallón de Comercio, acuartelado en el de los Dragones desde el 20 de enero de aquel año, se puso sobre las armas quedó hecho cargo de las guarniciones de Palacio, Cárcel, Casa de Moneda, Rondas de la ciudad, por el espacio de 28 días que demoró la citada expedición en regresar.

El año de 1781 sorprendieron a este Reino fundadas sospechas de que la Inglaterra trataba de ocupar este territorio, valiéndose de las hostilidades de la guerra que había declarado a la España. Por activas providencias del Gobierno la tropa reglada se destinó al puerto de Valparaíso, y resguardo de la isla de Juan Fernández, y el Batallón de Comercio entró por segunda vez a expedir las pensiones de la Plaza necesarias al Real Servicio desde 1º de mayo de aquel año hasta el 13 de agosto de 1783, en que consumió más de dos años en la guarda y custodia de esta capital, con la conducta, desinterés y honroso desempeño que acostumbra expedir estos encargos.

A Vuestra Excelencia no podrá ocultarse la pronta deferencia con que el Batallón de Comercio se sujetó a las órdenes de este Superior Gobierno en la última guerra con el inglés, y menos el entusiasmo con que erigiéndose la nueva compañía de Cántabros, se adelantaban a porfía en la disciplina y táctica militar, preeligiendo las horas y lugares conciliables con su giro, y atenciones mercantiles. Vuestra Excelencia con una breve ojeada tendrá a la vista aquellos buenos servicios del Batallón a favor de la patria, pruebas de su obediencia y de la impresión sensible que hacen en su ánimo las comunes necesidades y aflicciones del Estado.

Por lo expuesto y calificado con hechos positivos, jamás podrá Vuestra Excelencia dudar que el Batallón no habría estado en inacción y falta de servicio en el término de tres años, si alguna vez Vuestra Excelencia hubiera significado la necesidad de la patria del modo que debe obedecer y recibir las órdenes de Vuestra Excelencia. Son muchas las providencias dictadas por el Tribunal a despertar la sórdida indiferencia de muchos o la repugnancia de otros en el Real Servicio. Es muy señalada y recomendable la de 29 de octubre de este año, en que para sostener los sagrados derechos del Rey se dignó mandar y declarar Vuestra Excelencia, que todo hombre libre del Estado Secular desde 16 hasta 60 años se presente en el término de 20 días a reconocer cuerpo según su calidad, inclinación y aptitud; pero aquellas sabias determinaciones no pudieron comprender ni dirigirse al Batallón de Comercio, pues en el mismo hecho de estar unos de oficiales, y otros de soldados bajo la dirección de un Comandante y todos prontos a las órdenes de Vuestra Excelencia, sin el menor asomo de que alguna vez se haya notado la menor contradicción y retardo de sus mandatos. Pareció siempre el Batallón que alejaban de su conducta las vergonzosas notas con que Vuestra Excelencia le acrimina y el violento despojo que acaba de sufrir en la destrucción de un cuerpo distinguido en que hemos servido tantos años con honor y prontitud cuantas veces ha necesitado la Patria.

Dígnese Vuestra Excelencia declarar por bastante la corrección vergonzosa que hemos sufrido y la destrucción de nuestro Cuerpo por un despojo inesperado, cuya sola consideración nos hace brotar todo el rubor que es conceptible en personas de alguna recomendación y teniendo aquella por bastante pena, reponernos en los mismos derechos que antes. Los principios liberales que animan a Vuestra Excelencia y de que hay tantas y tan repetidas pruebas, nos aseguran la protección que interpelamos en tan justa solicitud sin otro objeto que precaver los perjuicios que resultan a nuestros intereses y acaso otros mayores al Real erario. Sírvase Vuestra Excelencia escucharnos algún tiempo más sobre estos particulares.

El alistamiento en otros Cuerpos nos trae otras obligaciones incompatibles con nuestro actual destino. Los batallones de Infantería ligera necesitan de una asidua disciplina militar en horas en que precisamente nuestro giro ha de parar; de aquí la lentitud de los negocios, el retardo de la cobranzas y entorpecimiento de las especulaciones mercantiles; retardadas éstas, el comercio pierde su fibra, se menoscaban los intereses, no sólo en los particulares, sino también en los del Real Erario, que depende de aquellos principios, reflexiones que en todo tiempo han merecido al comercio y principalmente a este Batallón, alguna consideración; porque si los sabios son los ojos del Príncipe para el discernimiento del bien, y de mal, de la justicia y de la equidad, relativamente al beneficio universal del Estado; los comerciantes son los fuertes brazos de la Monarquía en las gruesas erogaciones con que incrementan la Real Hacienda, tanto más útiles y necesarias cuanto que de aquellas pende la defensa, sostén y respeto de la Nación. Siempre que el Erario esté pujante, llena de sus arcas, le sobrarán tropas, armas, pertrechos y cuanto quiera, porque el dinero es la arteria magna o sangre vital que da movimiento para la guerra que aparta los tropiezos, facilita y trae a la mano cuanto se pueda necesitar.

Esta sola meditación mereció del Soberano los más recomendables privilegios a favor del Comercio aún en las épocas más calamitosas. El año de 1794, en que casi toda la Europa se puso en movimiento por las revoluciones de la Francia, guerra de la España e Inglaterra, en la Provincia de Venezuela se siguió instancia por el Cuerpo de Comercio para eximirse del alistamiento general que allí se pretendió hacer de los comerciantes en las milicias, por los temores y riesgos de la indicada guerra declarada. Habiéndose elevado el recurso al Soberano, se dignó declarar por punto general para estos dominios en Real Orden de 22 de agosto de 1794, por exentos de ser alistados en cuerpos de milicias los comerciantes de Registros, mercaderes de lonja o tienda y sus dependientes, bien giren con caudal propio o como consignatarios de aquellos. Dígnese Vuestra Excelencia hacer traer a la vista dicha Real Orden y precisamente comprenderá que la voluntad del Rey es expresa, de eximir a los comerciantes de las cargas de milicias para que libres y desembarazados activen su comercio, redoblen sus útiles especulaciones, fomentando su tráfico en exportaciones e importaciones de frutos y mercaderías por los diferentes riesgos y objetos a que se dirige la industria, porque esta reunión de las atenciones del comerciante a su propio giro, sin distracciones ni entorpecimientos, es lo que le importa al Estado para incrementar excesivamente su Real Erario.

Por ello es que en ningún tiempo, aún de mayor aflicción, se ha visto que los comerciantes estén al frente de los ejércitos ni de las batallas. Las Universidades y Colegios de la Península quedaron exhaustos de alumnos, pero los comerciantes no se movieron de Cádiz y en los mayores apuros de la patria, las tropas veteranas y milicias salieron al campo y el comercio quedó haciendo la guarnición de la plaza como que ningunos podían poner mayor esmero en esta custodia que aquellos que no solo cuidaban de la seguridad de sus personas, sino también de la guarda de sus intereses. Imitando aquella conducta el Batallón de Comercio de esta ciudad, no pretende alegar en la actualidad la total inmunidad de las pensiones, asilándose en la resolución de la Real Orden; pero si que el cuerpo repuesto en sus derechos, se discipline de un modo útil a la defensa de la patria; para que en los casos de necesidad entre a la guarnición de la plaza, a las guardias, rondas y demás fatigas, sirviendo de baluarte al centro del Reino, cuando los demás en la periferia le defienden a toda costa. No es esto menos necesario que lo primero; ni porque todos salgan se ha de abandonar la capital, cuya defensa en ese caso por propio y peculiar instituto corresponde al Batallón de Comercio.

Con este arbitrio el indicado Batallón de Comercio no menos servirá a la patria que las demás milicias; estará pronto a las órdenes de Vuestra Excelencia como lo ha estado en todos tiempos, dando las mejores pruebas de su patriotismo, y mucho más cuando agradecido se vea repuesto en sus derechos, con nuevos realces por la beneficencia y liberalidades de Vuestra Excelencia, que con la mayor adhesión, respeto y acatamiento implora. Por tanto, A Vuestra Excelencia pedimos y suplicamos, que teniendo por justo nuestro recurso y reclamos, se digne decretar la reposición del Batallón de Comercio a su antiguo estado, con las demás órdenes e instrucciones que sean de la superior justificación de Vuestra Excelencia, o lo [que] mejor convenga al Real Servicio, que es justamente, etc.”.

Al indicado escrito se dice se le puso providencia, declarándose no haber lugar a dicha solicitud, más no se publicó, ni se ha hecho saber el Decreto hasta el día. Las resultas siempre se temen fatales. La opresión cada día apura más.

Día 6.  Después de una seria incubación y diferentes conferencias, se vino a acordar por el Congreso sobre la respuesta, o contestación que se le debía dar a un oficio que el Excelentísimo señor Virrey del Perú remitió a este Gobierno por la fragata Piedad. Dicho oficio (que no lo he podido haber a las manos) me dicen es relativo a preguntar al Congreso o Junta Gubernativa, sobre el actual sistema que han abrazado, si es, o no conforme a su Acta, con subordinación a la Suprema Regencia y Cortes extraordinarias respetando las autoridades constituidas, etc.; que por último indica Su Excelencia la orden de Su Majestad para velar sobre la conducta y operaciones de este Reino.

A la llegada del citado oficio, para desimpresionar al Pueblo se corrió la noticia de que el Excelentísimo señor Virrey había acompañado la Real Orden confirmatoria de este Gobierno, y que deseoso de saber los arbitrios y planes de su establecimiento, suplicaba a la Junta se los remitiese, sin duda (decían) para proceder a la instalación de otra igual en aquel Reino bajo los mismos principios, para lo cual afirmaban había venido Real Orden en el navío inglés el Estandarte. Algunos juntistas, a quienes yo oí, decían que el Excelentísimo señor Virrey había pedido el pitipié [1]  del nuevo sistema para proceder conformándose con un todo con sus ideas. Con estas imposturas trataban de alucinar al populacho y facciosos de poca reflexión; pero los sensatos bien comprendieron que era la primera intimación para reducir al debido orden, a saber, al cumplimiento de las condiciones puestas al tiempo de su instalación, y bajo las cuales procedió a su aprobación la Suprema Regencia de España. Esto se indica claramente por la contestación que se dio al Excelentísimo señor Virrey del Perú, a la que voy a añadir sus notas para aclarar las capciosas expresiones con que se ha organizado y también las falsedades que contiene, capaces de sorprender a cualquier ánimo menos advertido. El oficio antedicho es a la letra como sigue:

“Al recibo de la Real Orden de 14 de abril, cuya copia acompaña Vuestra Excelencia, se resentía aún el Reino de Chile y su Gobierno de la convulsión causada por uno que se reputaría por un fanático, si la conducta de toda su vida no le acreditara de un malvado. Esta circunstancia y la de hallarse obstruida su correspondencia con la Península, hizo suspender su contestación hasta el regreso del Estandarte, buque de Su Majestad Británica que lo condujo. Ella deberá extenderse más de lo que sería necesario, si hubiese llegado al Supremo Consejo el aviso que se le dio el 2 de octubre de 1810 con documentos de las causas que entonces precisaron a erigir una Autoridad conforme a la que regía la Nación y exenta de los defectos que alejaban la confianza de los pueblos y la seguridad de estos dominios. Al mismo tiempo se recibieron cartas de Cádiz de igual fecha, en que congratulaban a la Junta dos vecinos y naturales de esta ciudad, que incluidos entre los vocales de las Cortes como representantes de Chile, debieron comunicarle su existencia y circunstancias. También vino poco antes un papel intitulado Motivos que ocasionaron la instalación de la Junta de Gobierno en Chile y el Acta de la misma. Cádiz. Imprenta de la Junta Superior de Gobierno, año de 1811 [2]. En 30 de junio se había recibido por la fragata Bigarrena, procedente de Montevideo, una carta del señor Marqués de Casa Irujo, Embajador ministro en el Brasil, en que con fecha de 14 de diciembre de 1810, se complace en los términos más expresivos, de la erección de la Junta y de sus cualidades, de la que le informaron los documentos que se le dirigieron en el mismo día y forma que a Vuestra Excelencia, y estando expedita la navegación del Janeiro a España es de creer que por aquel conducto haya llegado la noticia oficial, en el caso de haberse perdido la primera.

Aunque estos datos al primer aspecto solo inducen perplejidad, pero unidos a otros y observados con circunspección, anuncian la tendencia de la razón, de la justicia y del bien entendido interés de la Nación hacia la condescendencia y aprobación de un acto heroico de lealtad, que solo pueden impugnar la prevención, el engaño o las pasiones; suceso que como todos los grandes servicios hechos en la distancia y en tiempos difíciles, sufrirá los embates de la maledicencia; pero, al fin, la virtud que lo originó, lo pondrá en toda su ley y por sus efectos manifestará su importancia. El espíritu que ha guiado nuestra conducta, le asegura la protección de la Providencia, la gratitud del Rey, la benevolencia de la Nación y la aprobación de la imparcial posteridad.

Concurren a radicar esta esperanza las mismas cláusulas de la Real Orden y de la carta de Vuestra Excelencia todo indica que en la sustancia hay un acuerdo completo y que solo restaba aclarar las equivocaciones y sombras que disipa fácilmente la ingenuidad y recta intención propia de los que dirigiéndose a un mismo punto, únicamente varían en la elección de las líneas que terminan en él. Chile habría anticipado este paso justo y conveniente; no le ha retenido la falta de generosidad de sus operaciones, sino el desdeñoso silencio que les daba al aire que no merecen, o les imprimía un carácter a que no pueden resignarse ni el honor ni la probidad de un pueblo noble, leal y verdadero español. Vencido felizmente es te embarazo, oiga Vuestra Excelencia a Chile, que con la franqueza y aserto que del solo teme la infamia, va a presentarle las cosas como son en verdad. No conoce aquella política tortuosa, que alucina momentáneamente su anticuado invariable proceder y su causa se degradaría si usase de la más leve falsedad, efímero e infructuoso recurso de los malos.

Resonaban todavía en nuestros oídos los últimos estruendos de las armas que acababan de atacar las costas orientales de este continente y servían de lenitivo a sus terribles ecos el del nombre de Napoleón Bonaparte, que escuchábamos como el del primer aliado de la Nación y del último amigo de nuestros buenos reyes, cuando repentinamente sucede el más inesperado trastorno, se nos ofrece un grupo de desengaños, perfidias y horrores, un conjunto de hechos, de los que cualesquiera bastarían para hacernos temblar y abrazar asombrados todos los medios de seguridad que ocurriesen a una imaginación consternada. El suceso de Aranjuez, el del 2 de mayo, las Cortes de Bayona, la ocupación de Barcelona y demás plazas fuertes, la Regencia de Marat, las órdenes de los ministros para que se sometiesen estos dominios al del Tirano: todo esto, y muchos más, se agolpó sobre nuestras almas asustadas y las agobió. Se siguen las insurrecciones de los pueblos de España, asesinatos de Gobernadores, intrigas de generales, avisos del enviado Español en los Estados Unidos para que nos precavamos de los emisarios de la Francia, órdenes de las Juntas de Sevilla y Central, para que velásemos sobre los que nos mandaban. Nos mirábamos por todas partes anegados en peligros e incertidumbres. El estado de la Península era un problema: perturbada la comunicación no solo por embarazos reales, sino por el interés en adulterar las noticias, exagerando unos las desgracias de la Metrópoli, debíamos racionalmente esperar que su resolución fuese una escuadra enemiga, que con el desengaño nos trajese las cadenas, o un ejército capitaneado por algún falso amigo, que al pretexto de conservar la dominación de Fernando, tratase de establecer la suya. En medio de este melancólico caos volvía Chile los ojos alrededor de su horizonte y no divisaba sino tinieblas y precipicios y buscaba ansioso una autoridad en quien residiese la facultad de reunir sus esfuerzos. De nada le servía tener recursos para mantenerse fiel en todo evento, sin una atinada dirección que los hiciese útiles: ¿y dónde encontraría este Fenix? Si, señor, no lo descubríamos. Un sujeto que revestido de aquel carácter que llama la consideración, juntase en su persona, valor, ciencia, opinión, prudencia y la confianza, no le había. El que por acaso tenía las riendas del Gobierno, carecía de vigor y conocimientos. Los que por sus grados podrían aspirar a substituirle, son precisamente los mismos que hoy tiene Vuestra Excelencia a la vista. Un solo cuarto de hora de trato descubre su absoluta ineptitud y hace la apología de Chile. Los que vendrían de España... Es preciso hablar sin embozo; ¿sería justo, sería prudente, convendría someterse ciegamente a personas de quienes no se tenía confianza ni se debía tener? Las autoridades de donde emanaría la suya, estaban contestadas por algunas provincias con las que íbamos a chocar por solo un acto que indirectamente reprobaba su conducta. Las Juntas de Sevilla y Central, el primer Consejo de Regencia, se sucedían con una celeridad que no indicaba tener voto de la Nación. Estos mismos podían muy bien ser sorprendidos por hombres astutos que obtuviesen despachos cuya certeza no podíamos comprobar. A más, podían recaer las gracias en sujetos que hiciesen de ellas el mismo abuso que en España acaban de hacer de sus facultades otros que les eran tan superiores en dignidad, concepto, fortuna y motivos de gratitud a un Soberano que vendieron escandalosamente y con menor esperanza que la que estos podían figurarse al venir a estos destinos, que preferían a la gloria de servir a su patria oprimida y que públicamente se lamenta de la falta de oficiales y de cuya defensa pende la fuerza de estos países, que allá debe asegurarse y no aquí, donde los traería al parecer el deseo de encontrar un asilo; conjetura obvia que bastaría para hacerlos mirar en poco, y perder toda su autoridad o a lo menos la parte esencial de esta, que estriba en el concepto que los que obedecen, forman de la capacidad y virtud de quien los manda, y en la estimación que hacen de sus personas.

En esta agitada situación se presenta la idea de Junta. Los ánimos, así como los cuerpos, por contacto se comunican sus especies y se propagan los modos de pensar con la misma facilidad que las influencias de la atmósfera. Sabíamos que todas las provincias de España habían adoptado el Gobierno de Juntas en su mayor angustia; se nos enviaba por la Corte modelos de ellas; se proclamaban sus ventajas; unos pueblos de la América las erigían, otros las pretendían; el de Chile clamaba por imitarlos y representaba mayor necesidad. Se instaló en efecto, formándola el mismo que tenía el mando y la quiso como precisa, del Ilustrísimo Obispo, un Consejero de Indias, el Comandante de Artillería, dos Coroneles de Milicias y un vecino distinguido de modo que no se hizo sino variar el nombre, aquietar el Reino y multiplicar los medios de conservar la Religión santa, y los dominios de Fernando VII, a quien se juró de nuevo y recibió en esta ocasión las pruebas más tiernas y sinceras del amor y fidelidad de estos vasallos que crecen al paso que obtienen de mano de los depositarios de la Real Autoridad y en el Augusto nombre, los beneficios que antes les habían decretado los Soberanos, y habían frustrado causas que debían olvidar.

Sírvase Vuestra Excelencia fijar su atención en esta exacta sucinta descripción de los acaecimientos de Chile, y observará una conformidad total entre ellos y las noticias que se difundieron en la Península y dieron ocasión a la Real Orden: circunstancias o condiciones a que se liga la Real aprobación, de que jamás dudó este Reino, penetrado de la justificación de su Príncipe y de los motivos de sus operaciones. Estas después no han discrepado y para que Vuestra Excelencia no lo dude, y guste del placer de hallarnos justos, tenga a bien el que nos detengamos. Nos explicamos así, porque creemos fundadamente que Vuestra Excelencia se agradará de ver desvanecidas las siniestras impresiones que causan los genios melancólicos, los juicios precipitados o las pasiones. Chile no ha variado ni desmentirá jamás el estimable concepto que tiene entre la Nación y entre las Naciones que le han granjeado la honradez de sus naturales desde su incorporación a la España. Su adhesión a la Madre Patria está fundada en principios inalterables que todos conocen y sienten. No hay uno que sepa que la posición política, moral y física de las provincias de América, las precisa a tener en Europa un amigo, un apoderado, un protector, una obra avanzada que las defienda de las empresas que siempre se fraguan en aquella parte del mundo. No hay quien ignore que las regiones que componen nuestro hemisferio necesitan un centro de unidad donde se combinen sus intereses, sus relaciones y sus fuerzas; y debiendo ser esto así, ¿no es natural, no es forzoso que prefieran a la potencia con quien convienen en origen, religión, idioma y costumbres? Es igualmente cierto que desgraciadamente hay una rivalidad que por descuido del Gobierno o por inevitable entre colonias y metrópolis, aleja los ánimos de los naturales, los que por haber nacido en la España Europea pretenden la primacía; pero aquí es donde menos reina esta división y a más sabemos que el extinguirla es hoy uno de los conatos de la buena política. Esta idea, que casi es innata en los chilenos, la habitud, su colocación geográfica, que los separa del rozamiento con extranjeros y viajantes, los constituye por naturaleza, razón, conveniencia y necesidad, [en] unos verdaderos españoles; y la inclinación propia de todos los hombres a no cambiar un estado que tienen por bueno, por otro que no han experimentado, los hace generalmente pacíficos y amantes a [de] la quietud; no por eso falta en más de un millón de vivientes, algunos espíritus poco afectos a la tranquilidad y que siembran la discordia, pero que no encontrando aquí secuaces, arrojan el fuego a la distancia, y perjudican al honor del país, haciendo que en la Península y en los reinos vecinos se viertan especies contrarias a la verdad, como lo habrá observado Vuestra Excelencia hasta hoy que se nos franquea la puerta para parecer bajo nuestro aspecto verdadero, y no como nos figuran los folletos malignos de autores desconocidos interesados e ignorantes, dignos del último desprecio de un Gobierno sabio.

La urgente necesidad de convenir con la voluntad general, con la de las provincias de América y con las de España, a las que estas se acababan de declarar iguales, obligó a una innovación accidental, de que se creyó dependía la guarda de estos dominios del Rey. Su ejecución no debía ocasionar algún mal, y sí bienes; Pero la repugnancia habría traído de pronto acaso desastres y en lo sucesivo tal vez la pérdida del Reino, u otros daños irreparables. Los polos sobre que gira son la conservación intacta de la Religión Católica y la mayor lealtad al Augusto Fernando. Está compuesta (la Junta, según se expresa en la Real Orden) de individuos dotados de lealtad, virtud y prudencia; se dedica a conservar el orden y tranquilidad de este Reino a mantenerlo fiel, y sumiso a nuestro soberano el señor don Fernando VII y a las legítimas autoridades que en su ausencia y cautividad gobiernan sus dominios, a cooperar por cuantos medios le sean posibles a salvar la patria, guardando en todo el respeto y miramiento que es debido a las Autoridades del Reino, dejándoles libre y expedito el ejercicio de sus funciones. Bajo de estas condiciones se nos ofrece sernos propicio mientras que la constitución que ha de formarse establece el gobierno que más convenga a las provincias de la Nación. Todas estas condiciones o deberes están literalmente cumplidas por Chile, que puede fácilmente satisfacer al reparo que se le haga de no haber sufragado más al auxilio de la Metrópoli con su notoria pobreza, que se ha hecho más sensible con la dilapidación del erario en los últimos gobiernos, con la perturbación del comercio, con los gastos de defensa y con la suspensión del envío de tabacos y situado de Valdivia, que antes venía del Perú. Es igualmente palpable el motivo de preferir el mando de los que están imposibilitados de cometer una felonía al de los que lejos de darnos un seguro de sus miras, traen contra sí la presunción de venir imbuidos de los malos designios y de los que por interés, seducción, o capricho, entregaron los dominios y confianza del Rey a sus enemigos, los mismos a quienes sin reserva habríamos obedecido como siempre, sin los recelos que acaba de justificar una triste experiencia.

Es cierto, señor Excelentísimo, que toda novedad es mala, como dijo el mayor innovador, el Bonaparte de su siglo, Julio César delante de la estatua de Catón, el más rígido romano y cuya severa inflexible virtud arraigó en su patria; pero hay algunas que son peores; tal sería la que alterase nuestra actual situación; y más si se pretendiese por modos duros, propios solo para alarmar [a] los pueblos y obstinar los ánimos; sobre todo, cuando si hay en ella inconveniente, son fácilmente reparables y excusa provisionalmente resultas que después no tendrán enmienda. Dilate Vuestra Excelencia la vista sobre ese escabroso Perú y verá que aún humea el fuego mal apagado de las primeras guerras civiles: heridas curadas en falso, que reviven a ciertos tiempos y perpetúan el espíritu de inquietud. Los remedios violentos, ni el éxito parcial, jamás extinguieron la opinión dominante, sino que la radicaron, o a lo sumo, la contuvieron mientras recuperó la fuerza que le dio la misma contradicción y que habría disipado la paciencia y la sagacidad.

Sin embargo de que nuestra razón y nuestras obras van de acuerdo, no tenemos el orgullo de creerlas infalibles, principalmente en un tiempo en que se conjuran todos los accidentes para hacer vacilar la meditación más reflexiva y juiciosa así encarecidamente interpelamos a Vuestra Excelencia para que se sirva anunciarnos que es lo que haría su concepto acerca de nuestra futura conducta a vista del estado actual de las cosas. El del Perú es un verdadero enigma; el de España se presenta por tantas faces como correos, o más bien cartas nos llegan; las ideas de nuestros enemigos y aún aliados, son insondables. Sírvase pues, Vuestra Excelencia en ejercicio del encargo que le hace la Corte y de su alto empleo; en fuerza de los conocimientos que posee y de lo que debe al Rey y a la Nación, dictarnos un dictamen que nos saque de este laberinto. A nosotros no nos ocurre otro efugio que ratificar en sus manos, a presencia del cielo y del mundo, que somos españoles y vasallos de Fernando, para quien mantendremos este último reducto; en él reinará sobre nosotros y sobre nuestros hermanos los españoles fieles a quienes servirá de refugio y para esto será uno con la nación en el caso que la fortuna la subrrogue a otro, como se indica en la proclama de la Regencia de 6 de septiembre de 1810: que antes de sujetarnos a otro sacrificaremos nuestras fortunas y vidas; que desconfiamos del universo entero; que auxiliaremos en cuanto podamos a la Metrópoli y provincias fieles al Rey; que a nadie incomodaremos; y que una empresa de esta importancia solo ha de fiarse a los que deben, tienen interés inmediato y están resueltos a sostenerla mientras respiren; que esta es la unánime voluntad de los pueblos, expresada por ellos, modificada por sus representantes y apoyada en el valor conocido de millares de hombres listos, robustos y sobrios, que, aborrecen el yugo extranjero más que la muerte.

Con el mismo candor y en la efusión de nuestros sentimientos de amor al Rey, a la humanidad y a la memoria de Vuestra Excelencia, nos abrazamos a exponer a su consideración una ocurrencia sugerida por la lealtad de nuestros corazones, que no nos permite sofocarla en la esperanza de que puede ser oportuna. Observamos con el más profundo dolor, que las opiniones formadas sobre la economía del Gobierno interior, que en España nos han producido consecuencias perjudiciales al sólido interesante principio de amar, reconocer y defender al Rey, hayan llegado en América al extremo de que después de derramarse tanta sangre y tan necesaria para resistir a los peligros extranjeros, hoy se halle el ejército del Brasil ocupando el territorio español, llamados por unos jefes que estuvieron destinados para mandar este Reino, trama que se urdía desde mediados del año pasado, a pesar de la vigilancia del Ministro de España, a quien se alucinó, según la Gaceta de la Regencia de 27 de noviembre de 1810.

Precisamente estos designios, siendo en toda ocasión temibles, hoy se hacen más sospechosos con la pública y válida voz que ya corre, que debe mantenerse su soberanía en la posesión de aquellas provincias, porque a más de sus anticipados derechos es de temer que el señor don Fernando VII, aún cuando vuelva al trono de España traerá todas las impresiones e ideas del Emperador de los Franceses. Acaso Vuestra Excelencia por unos medios pacíficos y conciliatorios, pudiera evitar tan inminente e irreparable desgracia. Nosotros tendríamos la mayor gloria, si autorizado nuestro Gobierno con la aprobación de la Metrópoli, y con la moderación de nuestra conducta, nos juzgase un instrumento capaz de facilitar los arbitrios de una amistosa conciliación, o de que se acercasen a tratar este negocio algunos emisarios de los Gobiernos limítrofes, cuya sola unión bastaría para hacernos respetar de los enemigos exteriores, fortificar nuestra adhesión a la sagrada persona del Rey y a la causa de la Madre Patria, invirtiéndose en su socorro el numerario que hoy se emplea en destruirnos mutuamente para ser víctimas después del primero que aproveche de nuestra división el estado de languidez en que debemos quedar, o atraído por una facción.

No hay sacrificio que no haríamos en obsequio de un objeto tan grande e importante, cuyo logro acaso está reservado a nuestra pequeñez, como otras veces destinó el gran arbitrio de los imperios para instrumento de sus determinaciones o para conductor de la oliva al que menos se pensaba y que tal vez no tenía más recomendación que un deseo justo y una buena voluntad.

Si llegase la nuestra a conseguir el dichoso fin que se propone y que cree muy posible, que perspectiva tan lisonjera para el servicio del Rey, satisfacción de Chile, honor de Vuestra Excelencia y bien del género humano. Para ello cuente Vuestra Excelencia con nuestros últimos esfuerzos, con el más profundo respeto a su carácter e íntima estimación a su persona.

Nuestro Señor guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Santiago de Chile y noviembre de 1811. Excelentísimo señor don José Abascal, Virrey, Gobernador y Capitán General de las Provincias del Perú”.

Día 8. Siendo como queda dicho repetidamente el principal objeto de este Gobierno el engrosar el erario para robustecer y multiplicar los brazos en su defensa, no deja arbitrio alguno que pueda influir. Por lo mismo se repiten los decretos de exacciones y nuevos tributos cada día. Consiguiente a lo dicho se estableció que en la Real Administración de Correos se exigiera medio real más por el trasporte de cada carta, sea cual pueda ser la distancia, sin libertar de esta pensión las que vengan francas circularmente para todo el Reino. Todo ello consta del Bando que a este fin se publicó, y es a la letra como sigue:

“La Autoridad Ejecutiva que a nombre de Su Majestad el señor don Fernando VII gobierna este Reino de Chile, etc., etc.

Por cuanto el Alto Congreso general del Reino en sesión de 1º del corriente ha dispuesto que en esta Real Renta de Correos se cargue sobre el porte ordinario de cartas medio real en cada una, sea cual fuese su volumen o peso, entendiéndose el mismo aumento sobre cada paquete de impresos y cartas francas. Por tanto, y a fin de que esta Superior disposición (que solo tiene por objeto el aumento de nuestro exhausto erario) tenga su más puntual cumplimiento en todas las oficinas del Reino, ordena y manda que después de publicada en forma de Bando, se fije en los lugares públicos y acostumbrados de esta capital, practicándose lo mismo en todas las villas y ciudades del Reino, a quienes se comunicará esta orden, sacándose testimonio de ella. Así lo mandaron y firmaron los señores de este poder en la ciudad de Santiago de Chile a 8 de octubre de 1811. Doctor Marín.- Rosales.- Benavente.- Mackenna.- Vial, Secretario".

Día 9. Es increíble la muchedumbre de pasquines que diariamente amanecen en los lugares públicos. El Gobierno sobresaltado de ver a la faz de todos los delincuentes procedimientos, no cesaba de velar sobre investigar sus autores y escarmentarlos. Entre los muchos, salió uno en que entretejiendo todos los apellidos de los primeros autores de la revolución, da a entender la influencia que han tenido en el sistema. Por lo mucho que conduce esta noticia, será bien se le de lugar en esta historia. He lo aquí a la letra, como sigue

Primer Llanto de la Patria.

Ecos.

Santiago, como inconstante,
Infante.
Y malicia sin igual,
Vial.
Contribuyeron a tu deshonra,
Matorras.
De los males que ya lloras
Con indecible tormento,
Son sin duda el instrumento
Infante, Vial y Matorras.
Pero más inconsecuente
Benavente
A viva fuerza y tesón
Con una diligencia extrema
Mackenna.
Más ¡ah! qué de llanto y pena
Se te infiere, ¡oh triste pueblo!
Creyendo que es tu consuelo
Benavente con Mackenna.
Que desertores venales,
Rosales.
Movieron entre otras cosas,
Rozas.
En sí las más espinosas,
Rojas.
Fuesen, o no paradojas,
Sangre ha corrido y verás
Que harán correr mucho más
Rosales, Rozas y Rojas.
Piensan de esto separarles,
Portales.
O dejas aquesta casta,
Lastra.
Porque ha perdido ya el tino,
Campino.
Eso sí que es desatino
Que no podrán conseguir
Pues la pena han de sufrir
Portales, Lastra, Campino.
El cielo y toda la esfera,
Vera
En testigo que relata,
Plata
Lo infeliz de su asonada,
Encalada
Jesús, y que turbonada
Se te acerca, Chile: fuego,
Que te abrazan desde luego
Vera, Plata y Encalada.
A degüello olor exhalas,
Salas.
Pues con terrible denuedo,
Argomedo.
Dio principio al mal que lloro,
Toro.
Y su prole: ¡oh! qué tesoro
De males. Y es de advertir
Que los que van a repartir
Salas, Argomedo y Toro.
Más de suerte tan escasa,
La Casa
Como la que ya se ve
De
Te tocara al Cabo, y fin
Larraín.
Esta ha sido es en fin
Quien moviendo el mejor pueblo
Dio con su tierra en el suelo
La casa de Larraín.
Eyzaguirre y Cavaría
Algún día
Cerda, Alcalde en sus corrillos
Grillos
Labraron todas las penas
Cadenas
Que vierten lágrimas tiernas
A esta inmensa población
Tendrán por su traición
Algún día, grillos, cadenas.

Para atimidar los ánimos y cortar el indicado abuso de echar pasquines al público, acordó el Gobierno abrir la mayor franqueza autorizando a cualquiera para que por aquel arbitrio pueda advertir a la Junta o Congreso los útiles avisos que tenga a bien para impedir los defectos que se noten en la administración de justicia, permitiendo a este fin que puedan ejecutarlo libremente, entregando a lo centinelas, porteros, ordenanzas o echando al buzón de las cartas, cerradas y rotuladas en la forma y so las penas que contiene el siguiente Bando:

“La Autoridad Ejecutiva que a nombre de Su Majestad Fernando VII gobierna este Reino de Chile, etc., etc.

Por cuanto, todo individuo de la sociedad es responsable del perjuicio que infiere con hacer correr pasquines o papeles calumniosos; y concurriendo el que forma estos libelos, el que los manifiesta y el que los conserva al daño que causan y deseando por otra parte esta Superioridad no crea el público que las medidas tomadas para refrenar este delito, se dirigen a coartar la justa libertad de advertir al Gobierno los defectos que se notan en la administración de justicia, de suministrar los avisos útiles a que el mismo ha excitado repetidas veces. Por tanto, para conciliar esta facultad con el buen orden, la seguridad individual y el honor de nuestros conciudadanos, ha resuelto se permita a todos los que quiera hacer alguna advertencia reservada a cualquiera de las autoridades, el que pueda ejecutarlo libremente, entregando a las centinelas, porteros, ordenanzas o echando en el buzón sus cartas cerradas y rotuladas, que con estas calidades se recibirán sin reparo y sin que se persiga al conductor, ni siquiera al que las escriba ; pero los que en otra forma denigran baja y alevosamente al Gobierno o a algún individuo de la sociedad, deberán ser castigados según las leyes y como estas hacen responsable al que injuria a otro, a que pruebe la verdad o razón de lo que diga o escriba en su mengua; declara que todo aquel que forje, publique o guarde un papel en que se haga mención deshonrante a cualquiera, deberá probar su contenido, o sufrir las penas de calumniador, sin que lo excuse la circunstancia de no haber sido el autor, pues estuvo en su mano evitar esa nota, rompiendo un documento que lo condenaba y que se retiene con buena intención. Y para que llegue u noticia de todos y nadie pueda eximirse de la más puntual observancia de esta disposición, mandaron los señores que componen este poder, que después de publicada por bando, se fijase en lugares públicos y acostumbrados. Santiago de Chile,  9 de noviembre de 1811”.

No fue bastante este remedio. Aún después de la acre conminación que contiene el bando, salieron otros muchos pasquines no menos denigrativos que los anteriores. Hervía la capital con una clase de fermentación mayor por momentos. Los Carreras el día 4 de septiembre trastornaron el  Gobierno y suplantaron otro a su devoción. Ya no estaban adictos a él según se dice por resentimientos en no habérseles premiado según sus ideas la heroicidad de su empresa, en términos que ya la Junta les manifestaba cierta distancia y daba no pocas pruebas de desconfianza contra su conducta; se observaban, al fin, nuevos movimientos para otra revolución.

Día 11. Se presentó don Juan José Carrera a la Junta a satisfacer sobre los recelos que ya se formaban de su conducta. Ratificó su adhesión personal al sistema de Gobierno, con muchas protestas de sostenerle con sus tropas y su sangre misma. Se le dio plena satisfacción sobre la confianza que aquel tenía en sus procedimientos y lo mucho que esperaba de su patriotismo para llevar progresivamente adelante la sagrada causa que tenían entre manos. Así recíprocamente se rindieron los homenajes.

Entretanto, y desde algunos días antes empezó a correr el rumor vago en la capital de que los dichos caballeros Carreras trataban de ocupar nuevamente la Artillería, cuya Comandancia se cometió a don Juan Mackenna desde el 4 de septiembre. Se aseguraban que trataban de traer a su padre don Ignacio de la Carrera de la hacienda en que se hallaba y que restablecida la fuerza en su poder, meditaban ponerle de Presidente interino, llamar al señor Vigodet, Capitán General electo del Reino y entregarle el mando, reponiendo el Gobierno antiguo por el mismo orden que previenen nuestras leyes. Ratificaba conjeturalmente este pensamiento el empeño de los hijos en traer a la ciudad al padre, que lo rehusaba sobremanera. Los viajes y diligencias que practicaban a ese fin eran repetidos a obligarse por diferentes arbitrios.

La preponderancia de la indicada resolución fue llenando por momentos de confianza a los fieles y leales vasallos del Soberano y por lo mismo muchos trataban ya de acercarse así al padre, como a los hijos, ofreciendo sus facultades y sus personas para el gran interés de la Nación, explicando en bosquejo el propio rumor que se publicaba. Esto mismo llenaba al Gobierno de nuevos temores y sobresaltos. Los sarracenos, esto es, los verdaderos vasallos del Rey, se congratulaban recíprocamente y el acto ideal de la reposición del orden les llenaba el corazón de contento con sola la esperanza de la ejecución. Sin duda que por el indicado principio se dio a luz el día 12 un pasquín del tenor siguiente:

“Habitantes del Reino de Chile: Nuestro actual Gobierno nos ha esclavizado; nuestros mejores ciudadanos los ha desterrado una cuadrilla de pícaros egoístas; y en fin, todos lloramos nuestra desgracia. Unámonos, pues, contra nuestros opresores; y vosotros, caballeros Carreras, que incautamente fuisteis el instrumento de nuestra infelicidad, sabed que por vuestro propio honor estáis obligados a ponernos un digno Jefe que disipe de nuestros corazones el luto que arrastran injustamente”.

Día 13. Salió doña Javiera Carrera con su hermano don José Miguel a la chacra de su padre a hacerle nuevas instancias para que se transpusiera a la capital. Entre muchas razones que alegó fue la de que don Juan José, su hermano, quedaba gravemente enfermo del mal que llaman chavalongo que no es otra cosa que un tabardillo; que este le deseaba ver y hablarle, que acaso sería la última vez por la gravedad de su achaque. No pudo don Ignacio desimpresionarse, ni resistir por más tiempo a las insinuaciones repetidas de sus hijos y consiguieron el triunfo de la promesa de que lo pondría en ejecución el día siguiente.

Día 14. Don Juan José se llevó en cama este día, afectando una grave enfermedad, como que se dio baños y tomó otros medicamentos. Divulgóse en el público que aquella noche llegaba don Ignacio de la Carrera. El Gobierno y sus facciosos estaban sumamente poseídos de temores y desconfianzas de que pudiera suceder lo que generalmente se afirmaba, y de que el contento de los sarracenos, sus corrillos y sus ofertas de que habían [sic] indicios, eran pruebas casi positivas del suceso.

Como a las 8 ½ de la noche de ese día llegó don Ignacio de la Carrera y sin pasar a su casa, caminó derechamente al cuartel de los Granaderos donde se le significó estaba enfermo su hijo. Llegó allí con el pesar que es natural, pero luego se mitigó este con ver que aunque se hallaba en cama, no era su dolencia de la gravedad que se le había significado. Tuvo el placer de verle mejorado y ya a las 10 de la noche se había retirado a su casa, donde encontró un complot de sarracenos, que congratulando su suerte y principalmente la del Estado, ponían en manos de don Ignacio con absoluta deferencia sus causales y sus personas. Es increíble la alegría que el pueblo sano experimentó en esta noche con solo la noticia de la llegada del que se decía jefe restaurador del orden.

El Gobierno y los facciosos que observaban estos movimientos e impresiones en sus rivales, concibieron que acaso pudiera verificarse lo mismo que decantaban los públicos rumores. Por aquella razón se dice que trataban de asaltar el cuartel de Granaderos en esa noche, y prender o matar a su Comandante Carrera. Sea lo que fuere del proyecto, lo cierto es que a las 10 ½ hizo don Juan José poner centinelas avanzadas y previno al oficial de guardia la doblara a tal y tal señal, y a la que hacía la custodia de su persona le dio otra con igual prevención.

A las 11 ½ de esta noche se presentó a las primeras centinelas el Vocal don Juan Mackenna, llevando en su compañía a don Juan Tortel. Las centinelas les dieron paso franco por no faltar al respeto a un Vocal y miembro de la Junta, que le tenían por superior. Apenas se presentaron en la habitación de Carrera, cuando este les observó cierta turbación. Levantóse al momento de la cama y a medio vestir los saludó e hizo la señal prevenida a la centinela que estaba a la puerta. Entretanto se le opuso Mackenna a que se levantase después de una enfermedad que lo había tenido con cuidado. Dijo que como militar estaba acostumbrado a iguales empresas. Observaron que repentinamente se había doblado la guardia y que crecía la turbación. Procuró disimularla y también aquellos, y concibió por incidencias que la diligencia era dirigida a asesinarle en su propia cama.

Será bien que haga una breve descripción de quién es don Juan Tortel [3]. Este es francés de nación y uno de los oficiales de su marina. Estuvo comandando un bergantín corsario a la entrada de Cádiz y en la guerra anterior hizo diferentes presas a los ingleses. Hecha la paz se embarcó de tercer piloto en la fragata Unión, que hizo escala en Valparaíso, de aquí pasó a Lima y con esta ocasión se embarcó él antes y allí se colocó de piloto, de una fragata corsaria. Después de haberse casado en Valparaíso, ha traficado en buques de la carrera en calidad de piloto, en particular en un bergantín de su dominio. El Excelentísimo señor Virrey del Perú, noticioso de su extranjería enemiga conducta y procedimientos adheridos al nuevo sistema, le persiguió en términos que para verse libre de ser remitido bajo partida de registro a la Península con otros paisanos, resolvió dejar el tráfico de mar y situar su comercio en Valparaíso. Con este motivo y de ser allí Gobernador Mackenna, conoció su carácter intrépido y arrojado, gran adhesión a su sistema y alguna tintura más que regular en el manejo de la artillería. Hablóle para el efecto estando ya para venirse a recibir del mando de vocal de la Junta Aceptó Tortel el partido y se le despachó título de Ayudante Mayor de la Artillería, tomando posesión de su empleo en primeros de octubre. Por principio de gratitud debía ser muy adicto Tortel a Mackenna y por lo mismo tiene la presunción de ser sabedor de todas sus maquinaciones. En pocos días acreditó su patriotismo, declamando con dicterios contra los que se oponían al sistema, y tratando íntimamente solo con los facciosos. No hay francés en la capital, ni extranjero que no sea declarado partidario del nuevo gobierno dispensándoles las mayores confianzas por esta razón.

Sin duda los ya expresados Mackenna y Tortel desmayaron de cualquier siniestro proyecto, a vista de haberse duplicado la guardia y que ya era imposible ejecutar alguna sorpresa. Como a las 11 ½ de la noche se retiraron con el fruto del desengaño. Carrera reconcentró dentro de si mismo sus reflexiones y penetró los riesgos que amenazaban su vida de no asaltar prontamente la Artillería y reunir en sí toda la fuerza de la capital. Esa misma noche supo que su Ayudante Mayor don José Santiago Muñoz y Bezanilla, tenía tramada la entrega del cuartel, conducido de promesas muy lisonjeras hechas por la Junta; que los capitanes Vigil, Huici y Larraín, con el Teniente Vélez, eran muy adictos al partido de los Larraínes y que sin duda alguna tendrían parte en el meditado proyecto de Muñoz. Estos motivos como cualquier retardo eran un principio a su vida, lo hizo tomar desde aquel momento todas las providencias necesarias y las más activas.

De facto, salió del cuartel y allanó con el oficial de guardia don Tadeo Quesada, que estaba en el parque, la entrega de aquél a las 3 de la mañana, cuando rayaba la aurora del día 15 de este mes. Le sorprendió con cien granaderos, tomando posesión sin resistencia alguna. Hizo sacar 4 cañones del tren y los distribuyó en las respectivas calles de la plazuela. Dos de ellos puso a la puerta de propio parque y los demás [los] hizo conducir en aquella misma hora al cuartel de los Granaderos. Distribuyó inmediatamente sus guardias avanzadas en uno y otro punto y puso toda su tropa sobre las armas. De nada le sirvió a Mackenna ni al Gobierno una barrera de fierro o puerta de valor de 600 pesos que había hecho poner el día antes en el Parque para seguridad de la propia artillería, colocada de modo que a un costado y otro podía entrar un hombre a ocupar sus respectivas habitaciones, estando para esto cerrada con llave lo principal de la puerta y fácil el abrirse cuando fuese necesario sacar las Artillería.

Temeroso sin duda, Carrera de que el Comandante don Juan de Dios Vial le hiciera alguna oposición con los de la Asamblea, Cuerpo de Patriotas y mulatos, que tenía a sus órdenes, le dirigió un oficio a las 6 de la mañana, comunicándole con la pena de ser pasado por las armas él y sus soldados, en caso de hacer resistencia a sus armas. La misma prevención y a la propia hora hizo a don Joaquín Guzmán, Comandante de Húsares. Ambos contestaron estar de acuerdo a seguir sus resoluciones.   

Como a las 7 de la misma mañana dirigió otro oficio al Presidente del Congreso, previniendo la reunión en la Sala Consistorial de todos los diputados, sin que de allí se puedan separar hasta quedar todo acordado. Dicho oficio es literalmente como sigue:

“Excelentísimo señor. Las tropas de la capital, que el clamor del pueblo reunió y armó por su causa, creen que el día 15 del corriente sea memorable en la historia de las naciones, por la regeneración de los Gobiernos de Chile, en cuyo acierto consiste la prosperidad; y para que esta novedad no impida el orden, esperan que Vuestra Alteza no se separe de su Sala Consistorial hasta que todo quede acordado y establecido y que reúna al Diputado que falte para que sea completa la asamblea de hoy y emanen de ella en todo su lleno la aprobación y publicación en la expresión de la voluntad de los pueblos. Dios guarde a Vuestra Alteza muchos años. Cuartel de Granaderos, Noviembre 15 de 1811. Excelentísimo Señor.- Juan José de Carrera. Al Alto Congreso del Reino”.

Don Juan Pablo Fretes que hacia de Presidente del Congreso, contestó allanándose al cumplimiento del contenido de dicho oficio en los términos siguientes:

“Impuesto del oficio de Vuestra Señoría de esta mañana he dado las órdenes correspondientes a fin que los señores del Alto Congreso se junten en la Sala Consistorial, para que oyendo la expresión de la voluntad general del pueblo, emanen de él su aprobación y publicación, como lo previene Vuestra Señoría en su citado oficio. Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Santiago y noviembre 15 de 1811. Juan Pablo Fretes, Presidente.- Al Comandante de Granaderos don Juan José Carrera”.

Casi al propio tiempo que al Congreso dirigió don Juan José Carrera otro oficio a la Junta, previniéndole la ocupación de las armas, su objeto y resoluciones que se deben tomar para oír al pueblo, literalmente en los términos siguientes:

“Excelentísimo señor: Las tropas de la capital movidas de las continuas insinuaciones y quejas del pueblo, por la opresión a que ha extinguido su libertad, el influjo de algunas personas del Gobierno y varias del determinaciones tiranas subversivas de sus derechos, se reunieron en el cuartel de Granaderos para sostener su causa y dispuestas a protegerla, acompañan a Vuestra Excelencia la providencia adjunta que dictó el mismo pueblo, para que haciéndola publicar inmediatamente en bando repartido en iguales proporciones a los cuarteles de la capital, llegue en el momento a noticia de todo el vecindario. Esperan la resolución de Vuestra Excelencia y el pronto efecto de esta determinación. Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Cuartel de Granaderos y noviembre 15 de 1811. Excelentísimo señor.- Juan José Carrera.- Excelentísimo señor Presidente y vocales del Gobierno Ejecutivo”.

El bando que para el indicado fin se acompañó es el siguiente:

“La Autoridad Ejecutiva del Reino &c.: Por cuanto la continuación con que se repiten convulsiones espantosas del mayor riesgo a la capital y trascendentales a las demás provincias, solo proviene de que el pueblo nunca ha sido oído ni ha podido hablar libremente en las diversas crisis y modificaciones del sistema de su revolución, pues las más veces se han provocado sus sufragios por convites, que dirigidos a personas que eran sin voto a otras tan dignas y muchas también se atribuyó al vecindario la proclamación de un solo individuo que le arrebató su nombre sin oírle, y expresar su voluntad; declara que en el día puedan concurrir a la plaza mayor todos los vecinos sin excepción, proponiéndoles en toda la extensión de su libertad para manifestar sus sentimientos y protestarles inmunidad absoluta, para que libres de los presagios del temor y de la obligación que impone la fuerza, levanten su clamor que no puede ni era desatendido. ¡Habitantes de Santiago!, residentes en la gran capital de Chile, vosotros vais a decidir de nuestra suerte: en vuestra mano está la elección, desplegad vuestro patriotismo y todas las virtudes, para que jamás podáis arrepentiros de vuestra obra. Las bayonetas que maneja una tropa decidida toda a sostener exclusivamente vuestra causa, llevará la dirección de vuestro arbitrio y el ruido del cañón solo será fatal a los inicuos que se opongan; en ellos estrellará el golpe con igual justicia que ejecución. Publíquese por bando para que llegue inmediatamente a noticia de todo el pueblo.- Doctor Marín.- Rosales.- Calvo Encalada.- Benavente.- Mackenna.- Vial, Secretario”.

La Junta apenas recibió el antedicho oficio, cuando como a las 8 de la mañana mandó una diputación al cuartel de Granaderos, compuesta del Presidente don Gaspar Marín y el Secretario don Agustín Vial, quién habiendo conferenciado la materia con el Comandante Carrera y Junta de Oficiales, volvió a dar cuenta del resultado y con cuanto allí se le expuso, dio la Junta cuenta al Congreso con copia del oficio y Bando por medio de otro en los términos siguientes:

“En la madrugada de este día ha pasado el Sargento Mayor Comandante interino de Granaderos el oficio y bando a que se refiere, que en copia certificada incluye a Vuestra Alteza esta Autoridad. Este tan inesperado suceso obligó a este Poder a resolver, que previo un mensaje militar, pasase su Presidente con su Secretario don Agustín Vial a orientarse personalmente de su origen y motivos. Acaba de regresar, y el resultado es que fue recibido Su Excelencia con el honor de su carácter y en Junta de Capitanes a la que reconvino con la energía que lo distingue, por la falta de parte anterior, reunión de Artillería y ninguna necesidad de recurrir a estos medios para ser escuchad pueblo, cuando Vuestra Alteza tiene declarado que en individuo o reunido bajo una forma apacible, pueda reclamarlo libremente. La contestación precisa fue ratificar la convocación del pueblo, asegurar que la Artillería no había sido ocupada, sino que ella misma se vino bajo la escoita de un piquete, que temió un movimiento contra su cuartel y para cumplir estas obligaciones adoptó aquellas medidas de seguridad y protección al pueblo, sin adelantarse más.

El contenido del Bando es referente a juntar al pueblo para que gestione una reforma y no estando a los alcances del Poder Ejecutivo resolver sin incidencia alguna de esta clase, lo acompaña a Vuestra Alteza a quién privativamente compete e efecto de que se sirva dictar sus superiores resoluciones. Dios guarde a Vuestra Excelencia  muchos años. Santiago, 15 de noviembre de 1811.- Señor.- Doctor José Gaspar Marín.- Juan Enrique Rosales.- Martín Calvo Encalada.- Juan Miguel Benavente.- Juan Mackenna”.

Luego que el Congreso recibió el precitado oficio, y se instruyó del que se le acompañaba con el Bando, mandó que este inmediatamente se pusiera, para que unido el pueblo, nombre sus personeros y se procediera a oír sus peticiones, como lo indica literalmente el siguiente oficio:

“En consecuencia de las representaciones que han hecho los cuerpos militares exponiendo que el pueblo suplica a este Alto Congreso se le permita manifestar las peticiones que tiene meditadas a favor del bien público, podrá Vuestra Excelencia ordenar que inmediatamente se publique el bando cuya copia nos ha comunicado, ordenando al efecto que todos los vecinos que quieran concurrir se unan al Cuerpo del Cabildo y allí de común consentimiento nombren los personeros que han de exponer dichas peticiones, dando las órdenes correspondientes para la tranquilidad general y segura deliberación de este Congreso, fijándose la hora de 4 ½  de la tarde, en que deben estar nombrados dichos personeros.- Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Sala del Congreso y noviembre 15 de 1811. El Congreso.- Al Excelentísimo señor Presidente y vocales de la Autoridad Ejecutiva”.

De facto, a las 3 de la tarde se publicó el referido bando por las 4 esquinas de la plaza y demás lugares acostumbrados. La franqueza que en él se acredita para exponer libremente cada ciudadano su dictamen, sin temer la fuerza, ni terror de las armas, reanimó a los fieles vasallos del Rey a salir a luz para el indicado fin. Dio también mérito a esta resolución la prevalente opinión que había en el público de que los caballeros Carreras trataban de reponer el antiguo gobierno, poniendo a su padre de Presidente interino, jurar las Cortes y Regencia y llamar al propietario para que se recibiera de su mando. Este pensamiento se apoyaba en muchos principios de verosimilitud. Se presentó pues, en la plaza mayor un grupo de sarracenos. El propio semblante era el credencial de sus deseos y con él infundían terror a los novadores de la constitución política.

El mismo Congreso allanándose deferentemente a los designios del  Comandante Carrera le dirigió un oficio encargándole la tranquilidad y buen orden y los arbitrios para esta conciliación, que se describen en el siguiente oficio:

“En consecuencia del oficio que acaba de pasar la Excelentísima Autoridad Ejecutiva sobre la propuesta de Vuestra Señoría, en que le avisa que excitado por el pueblo ha reclamado su mediación para exponer a las autoridades supremas las solicitudes que halla por convenientes para el bien público, ha resuelto el Alto Congreso, que a fin de que se proceda con el mejor orden, y puedan ser tranquilamente expuestas dichas solicitudes, acuerde Vuestra Señoría en concurso de los oficiales y personas que halle convenientes, con el Cabildo y Procurador General de esta capital, los individuos que en clase de personeros del pueblo deban proponer los puntos de su petición, o se tome de común consentimiento aquel medio que hallasen por más oportuno para conciliar la tranquilidad y sosiego y que con todo el decoro que corresponde a la apreciable protección de los defensores de la patria, puedan oírse y discutirse las peticiones.

En el momento se escribe lo mismo al Cabildo para que inmediatamente se proceda a arreglar la materia y entretanto el Congreso espera en sesión a las personas que Vuestra Señoría señale.- Dios guarde a Vuestra Señoría muchos años. Sala del Congreso, y noviembre 15 de 1811. El Congreso. Al Comandante del Batallón de Granaderos”.

Para el mismo efecto e instrucción del Cabildo sobre los acontecimientos del día y su reunión, le dirigió el Congreso el siguiente oficio:

“El pueblo al abrigo de las tropas intenta hoy representar sus derechos. Así lo ha indicado al Poder Ejecutivo el Comandante de Granaderos y este Alto Congreso interesado en excusar los desórdenes consiguientes a una reunión, para que esta se haga debidamente, ha resuelto que Vuestra Señoría en el momento espere en su Sala Capitular las resultas pendientes del último paso que ha dado.- Dios guarde a Vuestra Señoría muchos años. Sala del Congreso, y noviembre 15 de 1811.- El Congreso. Al Muy Ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento de esta Capital”.

Luego que el Cabildo se instruyó oficialmente de los sucesos y se formó la debida reunión de sus vocales, procuró ante todas cosas reintegrarle, procediendo al nombramiento de varios regidores en clase de suplentes y salieron electos el Doctor don Timoteo Bustamante, don Matías Mujica, don Tomás Vicuña y don José Antonio Huici. Ese mismo día con la aceleración que es consiguiente se les recibió en la forma acostumbrada y entraron a componer, como Padres de la Patria, el Cabildo que se mandó reunir inmediatamente.

El Congreso temiendo la confusión y derramamiento de sangre que pudiera producir el choque de dos facciones diametralmente opuestas, a saber, la una de los Larraínes, reunida a la de Rozas, declaradamente contra los Carreras, resolvió dirigir sus oficios a todos los Comandantes y jefes militares, encargándoles el orden, quietud y tranquilidad del pueblo, que en contestación protestaron guardar inviolablemente. No van a la letra sus oficios,  por no parecerme de la mayor conducencia.

Seguidamente los mismos Comandantes dirigieron al Congreso, nombrando de Diputado del Pueblo al Doctor don Bernardo Vélez, Capitán graduado de Granaderos, para que uniformando sus sentimientos, pida lo correspondiente a una rigurosa  reforma, en los términos que indica literalmente el dicho oficio, y es como sigue:

“Los Comandantes y Jefes Militares de la guarnición de esta Plaza, instruidos de la necesidad en que se halla el pueblo de su protección, han diputado al Doctor y Capitán de Granaderos don Bernardo Vélez, para que representando el Alto Congreso la uniformidad de sus sentimientos y sagradas miras, exija con el debido respeto el saludable remedio de una seria y vigorosa reforma, cual han menester los intereses de la Patria. Santiago, 15 de noviembre de 1811.- Juan de Dios Vial.- José Joaquín Guzmán.- Juan José Carrera.- Luis de Carrera”.

Los puntos que dieron en instrucción al comisionado, como acordados ya por la fuerza, fueron principalmente la reforma del Poder Ejecutivo nombrando para vocales a los siguientes señores: Brigadier Doctor don Juan Martínez de Rozas, don José Miguel Carrera, Doctor don Juan José Echavarría; para secretarios don Agustín Vial y don Isidro Castro. Este último, según se dice, es limeño o trujillano. Vino a este Reino expulso por el Excelentísimo señor Virrey del Perú, por las proposiciones y doctrinas que sembraba en Lima sobre la independencia. Aquí mereció por lo mismo la mayor aceptación. Su charlatanería desmedida formó la primera impresión de ahogado; pero la experiencia ha ido desengañando que no alcanza a ser un buen papelista y que la calidad de patriota fundó su mérito para proporcionarle de secretario a poco tiempo de residencia en esta capital.

El Congreso como a eso de la una del día, descontento sin duda, con la mudanza que iba a padecer el Gobierno Ejecutivo y acaso el mismo Congreso, resolvió mandar una diputación para la que fueron elegidos don Manuel Salas y el Doctor don Juan Egaña. Después de muchas alteraciones nada avanzaron en sus designios. Tuvieron que volver a dar esta razón y a las dos horas después don Juan José Carrera le dirigió un oficio al Congreso, exigiendo la pronta publicación del Bando, en los términos siguientes:

“Señor. Después de cerca de dos horas de haberse participado a Vuestra Alteza por su diputación que recibió el Cuerpo de Granaderos a nombre del pueblo, que inmediatamente se hiciese publicar el Bando que éste acompañó en la madrugada de hoy, para resarcirse en sus fueros y libertad; no puede mirar con indiferencia el Comandante la conducta indolente con que se frustran sus clamores. Hace presente por último a Vuestra Alteza que dentro de 15 minutos espera tener noticia de la publicación del Bando. No es de su resorte reglar la voluntad soberana, y esta jamás procederá sin orden. Es muy ajeno de los pensamientos pacíficos del Comandante de los Granaderos, permitir que reviente la fuerza; pero la necesidad influye sin resistencia cuando llega el último extremo.- Dios guarde a Vuestra Alteza muchos años. Cuartel de Granaderos, y noviembre 15 4 y 20 minutos de la tarde de 1811. Señor.- Juan José Carrera. Al Alto Congreso”.

A las 3 ½ de la tarde se publicó, como queda dicho, el citado Bando. Reflexiónese en sus cláusulas. Allí primeramente se dice que la continuación de las espantosas convulsiones de la capital solo provienen de que “el pueblo nunca ha sido oído ni ha podido hablar libremente en las diversas crisis y modificaciones del sistema de su revolución. ¡Ah, y cómo resalta la verdad, por más que se quiere obscurecer! Tráiganse a consideración las actas del 18 de septiembre de 1810 de la instalación de la Junta, del 6 de junio de 1811 de la erección del Congreso, del 4 de septiembre del mismo año, de la mudanza del Gobierno Ejecutivo; medítense los manifiestos publicados y se verá que no respiran más que la libertad del pueblo, la uniformidad en sus pensamientos, de donde nace la igualdad de sufragios. Pero todo aquel lenguaje fue para colorir al pueblo, a los Reinos y al mundo todo, sus reprobadas operaciones, tapando así la videncia, la parcialidad y el despotismo de sus públicas proclamaciones, valiéndose de convites a personas que no tenían voto, porque los más eran hijos de familia, o porque la intrepidez de dos o tres individuos auxiliados por la facción dominante, arrebataron el nombre del pueblo, poniendo a la vista diez o doce, la mayor parte del populacho, para que levantaran la voz y pidieran lo mismo que habían meditado de acuerdo en secreto. Si la confesión de parte releva de prueba, la sola literal sentencia del indicado Bando es bastante para dar a entender las intrigas y convenciones criminales con que se ha maniobrado en las diferentes crisis del sistema.

Como a las 5 de la tarde entraron al Cabildo abierto sobre 300 vecinos de representación y carácter que jamás se habían visto en semejantes asambleas. Quiso levantar la voz la facción dominante de escribanos, procuradores, receptores, escribientes y demás gentusca del pueblo, cuando el ceño majestuoso de tantos vecinos de ser, tomando la voz entre todos, particularmente don Manuel Aldunate, los confundió con sus primeras palabras, haciéndoles ver que no eran ellos los que debían representar al pueblo, como lo habían ejecutado hasta aquí, con ignominia del Ilustre Vecindario. Callaron inmediatamente y nombraron por representantes de los derechos del pueblo al Licenciado don Manuel Rodríguez, al Doctor don Juan Antonio Carrera, al Capitán de Granaderos don Manuel Araos y al Capitán de Milicias don José María Guzmán. Pidieron también inmediatamente la relevación del destierro a todos los confinados.

Presidido del Cabildo salió el vecindario a la plaza mayor. Con algunos de estos y sus representantes se entró al Congreso. Allí tomando la primera voz sus representantes, ratificaron el relevo de la confinación de sus compatriotas. Así por esta, como otras peticiones, conocieron que las miras eran contra el decidido partido de la independencia, o a lo menos se les iba a entorpecer todo el premeditado proyecto. A la razón se hallaba a la puerta consistorial del Congreso don José Santiago Muñoz con una compañía de Granaderos y al frente un numeroso concurso de los que se llaman sarracenos, cuyos semblantes exprimían sus deseos. Llenóse de pavor y a los juntistas ocupó una general consternación. Juzgaban todos que era su último exterminio. Muñoz gritó en voz alta: En vano pretende el sarracenismo levantar bandera. Solo podrán conseguirlo cuando no quede un Granadero. Diciendo esto hizo poner a su compañía en batalla.

Mientras eso ocurría el Congreso también temblaba por la firmeza y constancia de los representantes. Decían de nulidad de nombramiento; que don Juan José Carrera no podía deferirse y menos las tropas, a las intenciones que se descubrían de dichos representantes. Como a las 6 ½ de la tarde salió una diputación compuesta de don Pedro Prado, don Nicolás Matorras, don Silvestre Lazo y don José María Guzmán, dirigida a representarle a Carrera que el sistema de la patria peligraba. Así por esto, como porque Muñoz le mandó igual recado, resolvió ponerse en la plaza mayor con su batallón de Granaderos. De allí pasó al Congreso y ratificó que las tropas eran solo destinadas para mantener el sistema. Los diputados respiraron algún tanto, como que sobrecogidos salieron dos de ellos, Urrutia y Manzano para conducir a Carrera y expresarle en el Congreso los actuales peligros del sistema. Fue larga y porfiada la disputa y la principal era la remoción de los representantes del pueblo, por conceptuarse adheridos a la facción de los sarracenos. Todo el estudio era suspender las decisiones y diferir para el día siguiente un nuevo Cabildo. Lo consiguieron, porque ya la hora de las 9 de la noche era inoportuna para tratarse estas materias. El pueblo estaba inquieto y a la expectativa de las resultas, hasta que se publicó que todo quedaba suspenso hasta el siguiente día. Dobláronse las guardias y las patrullas. En cada esquina de la Plaza se puso un piquete para impedir la entrada de la gente a su recinto. Se mandó iluminar toda la ciudad y poner las tropas sobre las armas.

Apenas supe que se habían suspendido las decisiones del pueblo para las 9 de la mañana del día siguiente, cuando inferí era ya perdida la esperanza que habían concebido los buenos vasallos de la reposición del orden. De facto, en esa misma noche se formó un gran complot de Juntistas en casa del ex Mercedario don Joaquín Larraín, para meditar arbitrios de sostener el partido y ganar capítulo en la elección de los representantes del pueblo, dándose los planes para el efecto.

Amaneció el día 16 y a las 7 de la mañana se mandó publicar un Bando organizado por el Congreso, el mismo que se pasó a la Autoridad Ejecutiva para la indicada diligencia, cuyo tenor literal es como sigue:

“La Autoridad Ejecutiva, &c: Por Cuanto el Alto Congreso de Representantes ha resuelto se reúna el pueblo bajo una forma apasible a representar sus derechos libre y francamente al abrigo y salvaguardia de los generosos cuerpos militares defensores de la patria; y a efecto de que se logre conforme a las intenciones de Su Alteza, se hace entender al público, que desde las 9 de la mañana de este día hasta las 12 del mismo se presente todo vecino de calidad y notorio de patriotismo en las salas del Ilustre Ayuntamiento, a cuyo honor se confía la clasificación de sujetos y consiguiente admisión a exponer su voluntad y deseos, para que transmitidos legalmente a la primera representación del Reino, resuelva lo que más convenga a la común utilidad. Dado en Santiago de Chile a 15 de noviembre de 1811.- Doctor Marín.- Rosales.- Calvo Encalada.-  Benavente.- Mackenna.- Vial, Secretario”.

Sin más que la ligera lectura del referido Bando se comprenderá el total trastorno de cuanto se había decidido. Aquí desde las 9 de la mañana hasta las 12 se cita [a] todo vecino de calidad y notorio patriotismo. La clasificación se comete al Ayuntamiento y la admisión de entrar a exponer su voluntad. Para lograr esta intención se mandó poner en cada bocacalle de la plaza un piquete con un oficial y un juntista al lado del centinela. Este era el que señalaba la persona a quien se debía dar entrada. En la esquina del palacio del Ilustrísimo Obispo estaba el oficial don Diego Lavaqui y de patriota don José Claro. En la del palacio de la presidencia, Salamanca, un hijo natural de don Domingo Salamanca, con el oficial Palacios. En la esquina de la Condesa, el patriota don José María Álamos y de oficial [blanco en el original]. En la de la Cárcel... Cuadra y de patriota.

De este modo se daba entrada franca a las personas adictas al sistema y principalmente a las de la facción de los Larraínes, negándose a los sujetos de mayor condecoración, condes, marqueses y hombres de todo carácter.

Alusivamente a lo que había de suceder, amaneció un pasquín en el referido día 16, tan análogo al suceso que no puede esperarse vaticinio de mejor cumplimiento y es a la letra como sigue:

“Bando. El Congreso os convoca, Pueblo chileno, a sus representantes los escribanos, procuradores, papelistas, escribientes de oficina, mozos vagamundos, ociosos, viejos, descalabazados, probretones, ambiciosos para hoy a las 9 de la mañana. El Cabildo os califica de buenos patriotas; fía de vuestra decisión su suerte futura. Hombres de bien. Condes, marqueses, mayorazgos, vecinos honrados, virtuosos, cargados de familia, bienes, y obligaciones, estad metidos en vuestras casas para impedir un vejamen de ser el ludibrio [4]  y expulsos de las puertas del Cabildo; prevenid el ánimo para sufrir las leyes de la tiranía. Dado en Santiago a 16 de noviembre de 1811”.

“Clamor del Pueblo Alto. Carrera, nuestro libertador, ¿cómo sufres tanta maldad? ¿Cómo dejáis nuestra vida y nuestra suerte a esta gavilla? Desplegad vuestra virtud para corregir estos males de la patria”.

Ya que estuvo reunido ese que llamaban pueblo, se hizo un nuevo examen a petición del gran patriota Matorras, para ver si entre los concurrentes habían [sic] algunos de los que llaman sarracenos. Inmediatamente se nombraron de representantes a los insignes patriotas don Antonio Hermida, don José Manuel Astorga, don Anselmo de la Cruz y el padre dominico Fray Domingo Jara, de quien hicimos expresión el día 1º de abril de este año. En todo aquel Congreso, que no bajaría de 300 almas poco más o menos, solo habrían [sic] fuera de los cabildantes, 20 o 25 sujetos de alguna distinción y carácter.

A esta asamblea se presentaron el Secretario don Agustín Vial y el Asesor del Gobierno Ejecutivo don José Gregorio Argomedo, pidiendo cierta residencia, no solo de su conducta y procedimientos, sino también de la de los vocales y Presidente de la Junta. Para ello leyeron un oficio, que la Autoridad Ejecutiva pasó al Congreso con ese fin, y es a la letra como sigue:

“Señor. La Autoridad Ejecutiva tuvo la noticia por algunos de su deposición y pronta residencia. Con este motivo remitió a su Secretario Doctor don José Gregorio de Argomedo a presencia de Vuestra Alteza para significar su corta ambición de mandar y su disposición para dar razón de sus procedimientos y confundir a los que injustamente les acusen, despreciándose desde el momento de toda su autoridad. Vuestra Alteza ha contestado que va a juntarse el pueblo para oír sus proposiciones y que avisará el resultado de estas. Los vocales y Secretarios aman mucho su honor, renuncian toda equidad y conmiseración; quieren que con el mayor escrúpulo se juzguen las acusaciones que se les hagan, que las entienda todo el pueblo que a la orden de unirse éste, se agregue también este oficio, para que hablen contra ellos cuantos se sientan agraviados con justicia; y hacen a Vuestra Alteza esta súplica por honor suyo, por el Supremo Congreso, que depositó en ellos su confianza, de que no han abusado y para satisfacción del mundo entero. Dios guarde a Vuestra Alteza muchos años. Santiago, 15 de noviembre de 1811. Señor  Doctor José Gaspar Marín.- Juan Enrique Rosales.- Martín Calvo Encalada.- Juan Mackenna.- Juan Miguel Benavente.- Señores del Alto Congreso Nacional del Reino”.

El Congreso lo dirigió al pueblo y Cabildo por mano de los antedichos secretarios. Vial lo leyó en voz inteligible. Después formó varias reflexiones al pueblo relativas al asunto. No arengó menos Argomedo, exaltando el honor del Gobierno Ejecutivo y de sus secretarios, poniéndose para ello en los balcones del patio interior del Cabildo, donde estaba reunido el pueblo. Todos callaban, hasta que a fuerza de nuevas reconvenciones contestaron algunos diciendo que lo habían hecho grandemente los miembros de la Junta, pero que ya bastante habían gobernado. Entonces el Cabildo para satisfacción de los susodichos extendió la [sic] acta que literalmente sigue:

“En esta muy noble y leal ciudad de Santiago de Chile a 16 días del mes de noviembre de 1811 años, habiéndose leído el oficio que antecede al pueblo congregado en el atrio de salas consistoriales y examinada la voluntad general, se declaró ser esta que se den la más cumplida satisfacción y gracias a los señores que han sido vocales hasta este acto del Poder Ejecutivo, por su patriotismo e importantes fatigas que han sobrellevado en el honroso desempeño del Gobierno que les estaba confiado, manifestándoles que ninguno del pueblo tiene que pedir contra ellos, pues todos están cerciorados de su integridad, celo y buen manejo en el cargo; y lo mismo se entienda respecto de los Secretarios, sin embargo de que las circunstancias del día se cumpla lo nuevamente dispuesto. Y para constancia se firma esta diligencia por el Ilustre Ayuntamiento y vecinos comisionados al efecto por el pueblo, quienes lo pasarán al Alto Congreso con el correspondiente oficio, anotándose todo en sus respectivos libros, de que certificamos los infrascritos escribanos. Domingo José de Toro.- Pedro José Prado Jaraquemada.- Tomás de Vicuña.- Marcelino Cañas Aldunate.- José Antonio Valdés.- Nicolás Matorras.- Doctor Pedro José González Álamos.- Antonio de Hermida.- Doctor José Silvestre Lazo.- Doctor Timoteo de Bustamante.- Matías de Mujica.- José Antonio Huici. Como comisionado del Pueblo, José Antonio de Rojas. Como comisionado del pueblo, Martín de Larraín. Ante nos, Ignacio de Torres, Escribano público y del Real Consulado, José Ignacio Zenteno, Escribano Público y de Cabildo”.

Don Agustín Vial no contento con que le dejasen su plaza de Secretario, o que en la de no renunciaba al empleo, por tener que salir a campaña a medicinarse de su achaque, se le concedieron dos meses para esa diligencia. Don Martín Larraín no satisfecho con la contestación que se les dio a los vocales sobre el contenido de su oficio, subió al balcón y preguntó de nuevo al pueblo qué motivos tenía para quitar a don Juan Enrique Rosales y a don Juan Mackenna, el primero su hermano, el segundo su sobrino político. De primeras nada se le contestó. Hizo nuevas instancias y uno solo respondió que el pueblo así lo pedía, con lo que tuvo que retirarse muy arrepentido de la diligencia.

Inmediatamente procedieron a elegir el Gobierno Ejecutivo. Nombraron por vocales al Doctor don Juan Martínez de Rozas, por lo que toca a la banda del sur, a don José Miguel Carrera por lo que hace al centro y al Doctor don José Gaspar Marín, por lo respectivo a Coquimbo y banda del Norte. Se trató de nombrar sustituto del Doctor [Martínez de] Rozas y se propuso a su hermano político don Antonio Urrutia Mendiburu. Lo repugnó el pueblo, diciendo que era muy borrico (alguna vez había de decir este pueblo la verdad). Propusieron entonces para el efecto a don Bernardo O’Higgins, hijo natural del Excelentísimo finado don Ambrosio O’Higgins de Vallenar, Capitán General que fue de este Reino y después Virrey de las Provincias del Perú.

Así quedó el Reino a la regencia de tres jóvenes que el que más tendrá de 30 a 35 años; cumpliéndose oportunamente el vaticinio del Excelentísimo Cardenal Cisneros [5], héroe inmortal de España y gloria de la Religión Franciscana: “vendrán tiempos (dice en el Tratado que compuso de la naturaleza angélica) en que serán regidores de los pueblos, y de la ciudades, hombres mozos y muchachos y de los íntimos y mal acostumbrados; aunque asegura que esto durará poco y que por la misericordia de Dios se reformará en mejor”. Léanse estas palabras de la letra en la segunda parte de la Política del señor Bobadilla [6], lib. 30, cap. 7, Nº 39. Si no fuera la firme esperanza en aquella eterna misericordia del Señor y que se acuerda de ella aún en medio de sus iras, los fieles vasallos del Rey estuvieran ya consumidos con la dura persecución de tantos males. Ojala que el vaticinio como ha tenido puntual cumplimiento en su prime parte, lo tenga también en la segunda, y que presto se reforme en mejor: esto es, que la tempestad y tenebrosa noche en que vivimos por la revolución, pase aceleradamente, sucediéndole el día sereno de la paz y de que el gran Fernando, rompiendo las prisiones, se traslade a su trono, y allí como el cenit de su imperio, amulando las luces de sus antepasados, sea el primer astro de la nación, cuya influencia universal sobre sus pueblos, endulzará las pasadas fatigas de sus vasallos en las tribulaciones que han sufrido. Solo esta esperanza me transporta con la dulce memoria de lo que puede ser, al paso que me lastima la imaginación de los tristes sucesos del día 16, a que nuevamente me contraigo.

En el Cabildo de que hemos hecho expresión se trataron otros muchos y varios asuntos que específicamente constan en la [sic] acta que se relatará abajo; pero no puedo pasar en silencio la gran lista que sacó el Escribano don Ignacio Torres, de los sujetos que se debían [sic] prontamente desterrar. Se asegura por pruebas positivas que ella fue organizada por don Antonio Matorras, don Manuel Salas y don Antonio Hermida. Don Agustín Alcérreca entró al Congreso el día siguiente y protestó probar ser autores de la lista. El silencio de no contradecirle fue una nueva prueba. Dicha lista al menos tenía 125 sujetos. Nombró Torres como 16 de ellos. Entonces el cura Cañas conociendo la aprobación del que llamaban pueblo, dijo que cómo se desterraban [sic] a unos vecinos de honor, sin sumaria alguna, sin audiencia y sin [habérseles] probado delito. Unos seis o siete mozuelos que estaban sobre unas piedras en una esquina del patio, luego que oyeron aquella clase de oposición gritaron echen a ese clérigo para fuera pero don Agustín Gana levantando un bastón que tenía en la mano, dijo, que cuidado con el que gritase oponiéndose a lo que pedía el Cura Cañas. ¡Cosa rara! Calló todo el populacho por ver a Gana con el bastón levantado. ¿Lo creerá alguno? Pues al cielo mismo llamo de testigo. Sin más que aquel arbitrio se siguieron el Presbítero Godomar, don Luis Mata y el propio Gana, pidiendo que no se desterrasen aquellos sujetos sin previa audiencia y causa formada, pues así lo exigía la gravedad de la materia para precaver los muchos daños y perjuicios que se debían seguir.

No contento con la generalidad en pedir el destierro, se recomendó especialmente la causa contra los que el día antes se dice falsamente se arrojaron a pedir la reposición del antiguo gobierno, entre los que se asegura se distinguieron don Fernando Cañol, don Tadeo y don Manuel Fierro, don Rafael Garfias, don Manuel Talavera y otros, pidiendo para ellos un severo castigo que sirva de escarmiento. Adviértase que don Rafael Garfias había salido para Valparaíso a las 4 de la mañana de ese día; que don Manuel Fierro ni pisó la plaza mayor. ¿Cómo pues, pidieron la reposición del antiguo gobierno? ¡Qué sacrificio haberse de sujetar a las decisiones de un pueblo de esta clase! La misma suerte corrió don Pedro Nicolás Chopitea para quien se pidió destierro estando en Valparaíso. Yo no dudo que los corazones y los semblantes de aquellos fieles vasallos parece que articulaban sus deseos del restablecimiento del orden en el antiguo gobierno; pero no se atrevieron a pedir con los labios, temerosos de ser allí mismo víctimas del furor, principalmente cuando las bayonetas estaban ya prevenidas por Muñoz para impedir este lance. Yo sí, me presenté en la plaza y bajo de un semblante taciturno ocultaba la mente, fija en los hechos para trasladarlos a mi Historia y cuando este arbitrio me falta, tenga mis emisarios no menos verídicos que yo, y no menos interesados en la justa causa y en la relación de los hechos. Por lo mismo no me falta jamás una abundante mies para el Diario. Resultó de cuanto se trato en el Cabildo la siguiente literal Acta bajo el nombre de Peticiones del Pueblo:

“En la ciudad de Santiago de Chile, a 16 de noviembre de 1811, habiéndose congregado en las salas consistoriales el pueblo de la ciudad de Santiago de Chile, compuesto de la parte sana, y adicta al actual sistema de Gobierno, para acordar lo conveniente acerca de reformarlo, y establecerlo representativo provisional de todos los pueblos del reino, siendo su congregación conforme a lo mandado por el Alto Congreso Nacional, a consecuencia de las críticas ocurrencias de ayer 15 del corriente; acordó por aclamación, que por los diputados que eligió con igual solemnidad, y se nombrarán abajo, se pidan ante el Alto Congreso los puntos siguientes:

1º. Que debiendo ser el Poder Ejecutivo representativo, se nombren por vocales de la parte meridional a don Juan Martínez de Rozas; por la del centro, a don José Miguel Carrera; por la parte septentrional a don José Gaspar Marín. Que para suplente del primero durante su ausencia, y para propietario en el caso de que no admita, se nombre a don Bernardo O'Higgins y secretarios don Agustín Vial y don José Silvestre Lazo.

2º. Que represente las urgentes necesidades en beneficio de la salud de la patria, de juzgar sumariamente hasta definitiva a don Andrés García, don Santiago Ascacíbar, don Nicolás Chopitea y su sobrino don Manuel Antonio Talavera, don Manuel y don Francisco Aldunate, don Manuel Rodríguez, don José Vildósola, don Fernando Cañol, don Ramón Rebolledo, don Francisco Antonio de la Carrera, don Agustín Alcérreca y el padre fray Ignacio Aguirre, por perturbadores y atentadores contra el sistema y autoridades constituidas. Que inmediatamente se siga igual causa contra los que en el día de ayer se arrojaron a pedir la reposición del antiguo Gobierno, entre los que se distinguieron don Fernando Cañol, don Tadeo y don Manuel Fierro, don Rafael Garfias, don Manuel Antonio Talavera, y otros, imponiéndoseles castigo severo para que sirva de escarmiento.

3º. Que el Poder Ejecutivo pida en el día la causa formada contra los patriotas antes del 4 de septiembre.

4º. Los cuatro Diputados del pueblo manifestaron al Alto Congreso, que la parte sana y dispuesta a morir en defensa de la patria, reconoce y ha reconocido por sus númenes tutelares a los caballeros Carrera, como a sus redentores que desplomaron la aristocracia el 4 de septiembre y el 15 del corriente desenredaron la trama fraguada por los antipatriotas. Que protestan morir todos y cada uno al lado de tan dignos ciudadanos; que por una pequeña muestra de su gratitud piden se confiera a don Juan José el grado de Brigadier efectivo con sueldo, a don José Miguel Carrera el grado de Teniente Coronel de Ejército, y a don José Luis Carrera el grado de Teniente Coronel de Artillería y para los tres un signo distintivo de medalla, cruz u otro que le parezca conveniente al Congreso.

5º. Que se nombre Comandante General de Artillería e Ingenieros a don Juan Mackenna, por Comandante de la Brigada de Artillería a don José Luis Carrera, Comandante de Granaderos a don Juan José Carrera, a cuyo cuerpo se fabricará un cuartel.

6º. Que ningún jefe militar veterano pueda ser Vocal del Poder Ejecutivo, ni ningún Vocal pueda ser jefe militar veterano.

7º. Que se quite el sueldo al Marqués de Casa Real para empezar a aumentar el Erario cuanto sea posible, solicitando préstamos, y que el sueldo de don Fernando Márquez de la Plata se estime como una recompensa por su decidida adhesión y amor a la patria, la que se alegraría de tener proporción triplicarle esta dotación.

8º. Que se excluyan del Cuerpo de Patriotas a todos los contrarios a nuestro sistema.

9º. Que por las más activas providencias se lleven a debido efecto las acordadas, y Bando de Buen Gobierno publicado después del 4 de septiembre contra los antipatriotas.

10º. Nombra por sus diputados para estas peticiones al Procurador de ciudad don Anselmo de la Cruz, al Regidor don Antonio Hermida, don José Manuel Astorga y el Padre fray Domingo Jara.

11º. Que habiendo concurrido un vecindario que con dificultad cabía en el patio, altos y salas del Cabildo, no pudiendo firmar este acto por la premura del tiempo, han deliberado todos los puntos acordados ante el Muy Ilustre Ayuntamiento, que se formó en el centro del concurso y pidieron que para suplir esta solemnidad firmasen los capitulares, y a continuación como representantes del pueblo don Antonio María de la Sota, don José Antonio Campino, don Ramón Formas, don Gaspar Romero, don Francisco Caldera y don Agustín Gana, autorizándolo el Escribano de Cabildo. Que los mismos diputados nombrados para firmar den cuenta inmediatamente de lo acordado a los caballeros Carrera, asociados con un capitular, y un diputado de los del pueblo. Domingo José de Toro.- José Joaquín Rodríguez.- Pedro José de Prado Jaraquemada.- Marcelino  Cañas.- Santiago Muñoz.- Juan Rafael Bascuñán.- Nicolás Matorras.- Pedro José González.- Tomás Vicuña.- Matías de Mujica.- José Antonio Huici.- Doctor Timoteo Bustamante.- Antonio María de la Sota.- José Antonio Campino.- Ramón Formas.- Agustín de Gana.- Gaspar Romero.- Francisco Caldera.- Ante mí, José Ignacio Zenteno, Escribano Público y de Cabildo”.

No he querido analizar todos y cada uno de los hechos que aquí se describen, porque su sola lectura basta para su perfecta instrucción, pero adviértase que el pueblo de Santiago de Chile reunido fue de la parte adicta al actual sistema de Gobierno, que esa recomendó el mérito de los caballeros Carreras con los renombres o timbres de Ángeles Tutelares y Redentores de la Patria, concediéndoles diferentes premios y graduaciones en su carrera; cuando por el contrario piden que se quite el sueldo al Marqués de Casa Real para engrosar el erario, y no así los 6 mil pesos al señor Márquez de la Plata, detenido aquí voluntariamente, fomentando el partido y el sistema con su decidida adhesión y amor a la patria, estimando en más el empleo de colega Decano de un intruso Tribunal de Justicia, que el honroso de Consejero de indias. No son calculables los perjuicios que ha causado a la monarquía este desnaturalizado europeo, poniendo aquel sublime empleo a la frente de los Tribunales para arrancar la presunción pública de los pueblos a favor de la figurada justicia de las repetidas revoluciones del Reino. De todo ello es credencial la séptima petición del que llaman pueblo.

Las referidas peticiones fueron presentadas por medio de una diputación del Cabildo al Comandante interino del Cuerpo de Granaderos, el que en junta de sus oficiales prestó al allanamiento bajo las modificaciones de reforma que expresa su oficio a la letra:

“En el cuartel de Granaderos, a 16 de noviembre de 1811, el comandante interino de dicho cuerpo habiendo recibido una diputación del Ilustre Ayuntamiento con un pliego en el cual se expresa la voluntad del pueblo en la reforma del Gobierno que a su satisfacción debía elegir, para evitar las convulsiones en que se hallaba, todo lo que se le consultaba para su aprobación, o que expusiese su sentir en alguna cosa que le pareciese digna de reforma; mandó luego juntar todos los capitanes de dicho cuerpo, a quien presidía como su jefe, les leyó por sí mismo el pliego que contenía la voluntad del pueblo, el que, discutido, aprobaron con sumo placer; dieron las gracias por el concepto, que merecía este cuerpo y sus jefes de tan juicioso pueblo, y sólo les pareció poner en consideración de éste y del Ilustre Ayuntamiento los puntos siguientes para si eran de su aprobación:

1º. Que el nuevo Gobierno no omita diligencia alguna para engrosar el Erario con tres millones de pesos, sin perdonar arbitrio;

2º. Que en el sitio de los Huérfanos se levante un cuartel para los Granaderos, por dirección de don Juan José Goycolea, asociado con su comandante interino, cuyo plan se pasará al Gobierno teniéndose entendido, que la obra debe empezar la próxima venidera semana;

3º. Que las nueve compañías de Granaderos se pongan en la fuerza de ciento cuarenta hombres cada una, para que empleando toda la oficialidad el celo patriótico que hasta aquí puedan poner este cuerpo en el pie de disciplina que se necesita para la defensa del reino;

4º. Que habiendo quedado con el mayor honor don Juan Mackenna y don Gaspar Marín y no habiendo motivo para desairar a don Juan Enrique Rosales, quien ha dado pruebas relevantes de su patriotismo, se le distinga y tenga presente;

5º. Que atendiendo al mérito y largos servicios de don Juan Tocornal, se le confiera en propiedad la Contaduría de Tabacos, que ahora sirve interinamente;

6º. Que se rente Capellán y Cirujano para el Cuerpo de Granaderos;

7º. Que teniendo el mayor interés en el exacto desempeño de todos los individuos, que componen el Ejecutivo, y pareciéndonos, que el Doctor don Juan José Chavarría servirá con mayor ventaja su Secretaría, se interesa con particularidad éste cuerpo en que se le nombre Secretario en el lugar de don Silvestre Lazo;

8º. Que se tenga presente que el señor Coronel don José Santiago Luco es acreedor por su patriotismo a que el Gobierno le trate con consideración. Juan José Carrera.- José Marcial Vigil.- Miguel de Ureta.- Juan Rafael Bascuñán.- José Domingo de Huci.- José Diego Portales.- Santiago de Muñoz.- Francisco Manuel de la Sota.

Nota. Que habiendo acordado en esta Junta el que se le de a don José Manuel Astorga un empleo en la judicatura de policía, para que atienda al aseo de las calles de esta ciudad y demás anexo a este ramo, se pone aquí por nota bajo la firma del señor Presidente, faltando las demás por la prisa y ser moroso el recogerlas. Juan José de Carrera”.

Léase con reflexión la primera propuesta o diligencia que se pide de 3 millones para engrosar el erario y sin perdonar arbitrios. Yo juzgo que solo saqueando todas las casas de la capital pudiera colectarse dicha cantidad en un Reino tan pobre y más ahora con la sangría del comercio libre de los extranjeros, que hasta la fecha han extraído más de un millón de pesos... La pronta fábrica de cuartel para los Granaderos, su aumento y demás gastos, necesitan en cajas reales un efectivo caudal y no lo hay, por el sacrificio que se ha hecho sin necesidad del erario. La recomendación de don Juan Tocornal para la propiedad de la Contaduría de Tabacos fue a influjo de su yerno el Teniente de Granaderos don Gregorio Echagüe; y la de don José Santiago Luco y Herrera, por su patriotismo acreedor a cualquiera consideración, fue un arbitrio honesto para separarle de la Comandancia del Batallón de Granaderos. Este ha sido el premio después de sus grandes fatigas para el establecimiento del sistema; pero el desengaño es general. Hay muchos postergados, no obstante del empeño con que influyeron a aquella organización.

Las mismas peticiones del pueblo y para el propio fin se pasaron al Cuerpo de Artillería. Aquí también padecieron nuevas modificaciones como se deja ver por el literal contexto de su oficio, que es a la letra:

“El Cuerpo de Artillería, deseando uniformar sus pensamientos con el resto de las tropas y el pueblo cuya voluntad reconoce Soberana, asiente en lo acordado bajo las declaraciones siguientes:

1ª. Las comandancias proveídas en el señor don Juan Mackenna se reducirán a la de ingenieros exclusivamente, sin hacer esta exclusión desaire a su persona.

2ª. Serán Comandante de Artillería y Coronel del Cuerpo, el Capitán de Valdivia don José Vergara, Teniente Coronel y Comandante de la Brigada don Luis Carrera y Sargento Mayor de la Brigada don Hipólito Oller, conciliándose en el nombramiento la voluntad de los oficiales y el impulso de justicia que clama por los más antiguos y beneméritos.

3ª. La Brigada se aumentará hasta cuatrocientos hombres, sin poderse sacar una compañía de este número, que debería reemplazarse si es preciso destacamento para afuera.

4ª. No sea embarazo ningún empleo para obtener las Comandancias de las tropas veteranas, ni el de Vocal de la Junta Gubernativa.

5ª. No se expatríe ni castigue a un hombre sin convencerle del delito contra la patria en juicio plenario, y entonces empezará la persecución contra su persona.

6ª. Consta a la Artillería la conducta irreprehensible de don Manuel Rodríguez, mayormente calificada en la última crisis; y espera el Gobierno que se le satisfará de sus imputaciones y se adhiera a lo más que ha expuesto. Dios guarde a V. S. muchos años. Parque de artillería y noviembre 16 de 1811. Hipólito Oller.- José Domingo Valdés.- José Domingo Mujica.- Joaquín Alonso Toro Gamero.- Juan Fernando Brunel.- Tadeo Quesada.- Ramón Raves.- José Manuel Zorrilla.- José Lorenzo Mujica.- José Antonio O`Ryan”.

En vista de las contestaciones de las tropas se formó en el Congreso una horrenda alteración, que duró hasta después de las 9 de la noche. Era numeroso el concurso de gentes que había en la plaza y la incertidumbre de los sucesos producía temores y sobresaltos en el vecindario, hasta que por medio de un repique general se publicó la erección de la Junta en los términos de la propuesta y con las mismas modificaciones que exigieron los cuerpos militares que han sido los árbitros de todas aquellas disposiciones y los agentes principales en los diferentes movimientos del pueblo. El que tiene la fuerza ha dado la ley.

El 17 se recibieron del mando los nuevos vocales de la Junta. Quedó don Agustín Vial con su empleo de Secretario, fue expulso de la Asesoría don José Gregorio Argomedo y colocado en su lugar el Doctor don Juan José Chavarría. En seguida se le dio la propiedad de la Contaduría de Tabacos a Tocornal y toda la distribución de los empleos según la voluntad de las tropas; por último, en libertad el Congreso, que en los días 15 y 16 estuvo arrestado al menos desde las 8 de la mañana hasta las 9 de la noche de ambos días, con absoluta prohibición de salir diputados de la Sala Consistorial sin expresa orden de don Juan José Carrera. Toda esta depresión y ultrajes vergonzosos padeció el Supremo Congreso Nacional del Reino de Chile: así se vio hollada su soberanía. ¡Oh altos juicios de Dios! ¡Y qué incomprensible son los caminos de su Providencia!

Día 19. A las 12 del día se trajo preso al cuartel de Dragones al Teniente Coronel de Milicias don Manuel Aldunate, y al siguiente a las 7 de la mañana salió desterrado para Chillán con escolta de 6 hombres. En este mismo día se fijó con manifiestos en las 4 esquinas de la plaza. En el se satisface al público no ser el destierro de este ciudadano por los acontecimientos de los días 15 y 16 del corriente, sino por varias causas anteriores pendientes que se le habían formado por el Congreso y que prestaron el mérito para su destierro.  Ha andado tan infeliz este caballero, que habiéndose llamado a su yerno don Ignacio Irarrázaval para correr con los negocios de su casa, vino de Petorca donde se hallaba con una marcha tan precipitada y con la misma se echó a pasar el río o estero de Putaendo. Allí cayó el caballo y volvió sumamente fatigado y habiéndole tomado abajo le lastimó el pecho y murió muy a pocas horas de habérsele sacado del río. El mayor mal es el que los males no vienen solos. Esta tragedia, consecuencia de aquel antecedente, parece que les suspenderá el destierro, para precaver los indecibles perjuicios que se le siguen.

El mismo día tomó la Junta las providencias para contener a los facciosos del partido humillado, que por diferentes arbitrios trataban de envilecer y rebajar la conducta de los Carreras, sus oficiales y tropas. La más criminal delincuencia fue la de haber sembrado en el pueblo la noticia y susurro de que para engrosar el erario tenían resuelto arrebatar los caudales, gravar el comercio y los fundos; en una palabra a la fuerza sacar gruesas e ingentes contribuciones para colectar de pronto los 3 millones que habían solicitado.

Esparcidas estas especies a pocos días de la reforma del gobierno, producían las más tristes y melancólicas ideas en los corazones del vecindario, en términos que los ciudadanos del mayor rango trataron retirarse de la capital improvisamente, llevando consigo sus caudales y alhajas; otros depositan en el seno de la tierra su dinero y preciosidades, otros le trasportan a los conventos; las familias más realzadas emigran precipitadamente a los campos, llenas de consternación; la capital no ofrecía sino un cuadro melancólico de pavor y de sustos, porque cada vecino esperaba por momentos la desolación de su casa. No tengo expresiones bastantemente significativas de esta escena, que por momentos se aumentaba, al paso que los facciosos matizaban y exaltaban las impresiones de aquellos males.

Entendió el Gobierno la triste y lamentable situación del pueblo, envuelto todo en ideas de desolación y tiranía, sembradas por sus propios rivales. Lo representó al Congreso, pidiéndole activísima providencia en la materia, mediante el oficio que es a la letra como sigue:

“Señor. Los enemigos de nuestra sagrada causa, que animados del espíritu de división y discordia, minan de todos modos el edificio de nuestra libertad civil, hacen prevalecer en el público la funesta idea de que para engrosar el erario se ha resuelto arrebatar los caudales privados, gravar el comercio, recargar los fundos y exigir a la fuerza una contribución ingente e insoportable, de que resulta la más general consternación. Los pudientes entregaron a la tierra sus dineros, todos extraen las alhajas preciosas y las familias emigran despavoridas; la capital presenta el cuadro más melancólico, va a quedar yerma y el Gobierno que acaba de salir al frente de los negocios, no tiene aún el concepto bastante a desmentir estas impresiones.

La opinión, señor, que es la primera base de la administración, pierde en el Reino con el pregón más rápido. ¿Cuál será su éxito a la distancia, donde crecen inmensamente los objetos políticos? Es, señor, llegado el momento de escarmentar para siempre [a] estos monstruos, que no ha podido conciliar la moderación más apurada. Su rabia es insaciable con los jefes militares, a quienes suponen autores de tamaño crimen, porque su generosidad ha sido el baluarte invencible a sus planes de desolación y tiranía. Sírvase Vuestra Alteza juntarlos y después de darse al público el manifiesto más enérgico para desengañarlo, fíjese firmado por los mismos en los puntos principales de la ciudad, circúlese y sin embargo proceda toda la actividad en castigo de los facciosos autores de iguales imposturas. Es urgentísima la providencia, que suplicamos a Vuestra Alteza, por la religión de nuestros mayores, por los derechos del Soberano y en defensa de la patria. Nuestro Señor guarde a Vuestra Alteza muchos años. Santiago y noviembre 19 de 18l1. Señor. José Miguel Carrera.- Bernardo O’Higgins. Doctor José Gaspar Marín”.

En consecuencia de dicho oficio expidió el Congreso un manifiesto en que detallando todos los males que por injustos rumores habían inquietado al pueblo, le hizo a pocas horas publicar por Bando, conminando graves penas contra sus autores, ratificando al público la firme confianza de su seguridad, haciendo suscribir el propio Bando por los Comandantes de los Cuerpos, bajo la protesta de que ellos responden con su vida y honor por la indicada seguridad, el que es literalmente como sigue:

“Habiéndose difundido la inicua e increíble idea de que se trata por el Gobierno de exigir contribuciones violentas y aún la execrable especie de que se embestiría a las casas particulares para despojarlas de sus bienes, con lo que se hallan todos los habitantes de esta ciudad en la mayor consternación, que solo produce distancia a unos magistrados que se desvelan por su felicidad y horror a los militares, que unen a la calidad de ciudadanos nobles, la de defensores de la patria y vigilantes protectores de su seguridad; se ha resuelto manifestar del modo más solemne la falsedad de estos rumores y la protestan, que hacen solemnemente los mismos jefes de estos cuerpos, de cuidar con el último esmero y actividad, de la seguridad pública e individual, de que responden con su vida y honor; así como de que el Gobierno y demás justicias no cesarían de indagar el origen de esta inquietud y castigar severamente a los que la fomenten o sean sus autores. Santiago y noviembre 19 de 1811. Juan Pablo Fretes, Presidente.- José María Rozas, Vice Presidente.- Juan José Carrera.- Juan de Dios Vial.- Luis Carrera”.

Día 20. De resultas de la innovación del Gobierno fue preciso, como es de costumbre, dar al público un manifiesto calificativo de la justicia de sus procedimientos. Es muy recibida esta práctica en los gobiernos revolucionarios. Cada mutación tiene su favor de justicia y el modo de justificarlo es acriminar al anterior gobierno, sacando a luz pública todos sus defectos. Su bondad es momentánea. Solo es bueno el que gobierna y mientras gobierna. Si alguna facción dominante prevalece, se desploma el edificio; su ruina es necesaria por la debilidad de sus bases. En prueba de ello lo hace el indicado manifiesto, que es a la letra:

“Los peligros que el 4 de septiembre empeñaron los defensores de la patria, no dejaron más lugar que el de salir de ellos a toda costa; el riesgo era grave como inminente; había entrado la corrupción dentro del mismo santuario; un partido dominante por la pluralidad más desigual, todo lo arrastraba a sus designios; el reino caminaba a su ruina con pasos tan adelantados, que o se debía jurar su exterminio político, o poner la mano en el sagrado mismo de su representación.

Sobre este cuadro tan horroroso como cierto, se dio aquella bronca pincelada; todo lo que condujo el peligro de ser perdida para siempre esta preciosa piedra de la real diadema; en su extremo apuro no tuvieron lugar los principios más liberales; fue forzoso salir del paso a todo trance; de aquí resultó un vacío que sofocado en los primeros momentos por la inesperada seguridad, comenzó muy ligero a manifestarse en el descontento de los sensatos; cada hombre conocía las virtudes de los nuevos mandatarios; todos estaban satisfechos de su administración, bendecían las providencias libradas en todo orden; pero aquel testigo inseparable del mortal, el testimonio íntimo del corazón, acusaba la debilidad de las bases.

No se había consultado la voluntad libre del ciudadano; aparecía atropellada la representación general por la separación de sus prostituidos miembros; las provincias aún no habían habilitado los poderes que arrebató a sus pérfidos representantes el abuso de la más alta confianza; aparecía en una palabra la nulidad más insanable; el crédito del reino oscilaba en las opiniones más humillantes, y era forzoso reponerlo, o abandonar el concepto.

En crisis tan apurada enseñó la política que debía constituirse en toda libertad a cada hombre, ya en su persona, ya en sus dignos representantes; así se verificó el memorable día 16 del corriente, en que reunida, bajo una forma apacible la más respetable asamblea, y constituido el Congreso en la plenitud más señalada de su alta representación, se escuchó el voto libre del reino, que unánime aclamó el Gobierno representativo, y que lo sirvieron por la provincia de Concepción el señor Brigadier don Juan Martínez de Rozas, por la de Santiago el Teniente Coronel don José Miguel Carrera, y por la de Coquimbo, el Doctor don José Gaspar Marín; así se resolvió, y desde aquel momento sólo ha resonado el eco de la confianza; bajo tan sagrado auspicio no se compromete el nuevo poder, cuando espera con firmeza corresponder tan alto encargo.

Pueblos de Chile: generosos habitantes del mejor suelo conocido; El Gobierno es en razón del concepto que le dispensan los que manda[n]; sólo es enérgico cuando lo sostiene el robusto brazo de la opinión; ella se gana, ya se ve por las virtudes sociales; pero si ha sido libre vuestra elección, si los llamados lo han recibido constantes, y sólo vuestro empeño los ha sentado en el ejercicio más arduo, vosotros que habéis de responder a la posteridad de vuestra libre elección, estáis rigurosamente obligados a sostener un crédito de que pende esencialmente vuestra misma felicidad. Santiago y noviembre 20 de 1811”.

Quisiera tener tiempo para impugnar reflexivamente el contenido de este manifiesto; sobre todo para manifestar la inconsecuencia con el que se publicó el 5 de septiembre, revestido de las satisfacciones más concluyentes de que el mando hasta aquella fecha solo era obra de la ambición, la intriga, el egoísmo, la tiranía; pero que reformado de estos vicios por la voluntad general, formarán la felicidad de la patria. Ahora en el que acaba de publicar, cuanto se operó entonces fue para salir del paso a toda costa; la corrupción había entrado hasta el Santuario. Ignoro si así se puedan llamar los Tribunales Seculares. Parece que aquel lenguaje es solo propio del lugar donde se tratan los importantes dogmas de la religión. Yo he recorrido las cláusulas del último manifiesto y encuentro que las más...

(Fin del Diario).

 

Notas.

1. El pitipié es la escala de un mapa o plano para calcular las distancias y medidas reales. (C. Guerrero L).

2. Este texto fue publicado por Manuel Salas Lavaqui en el tomo II de Escritos de don Manuel de Salas y Documentos Relativos a él y a su Familia. Imprenta, litografía y encuadernación Barcelona, Santiago, 1914. (C. Guerrero L).

3. Juan Tortel (1763-1842). Sobre él puede verse la semblanza biográfica escrita por J. Horacio Balmelli, Juan José Tortel: nuestro primer Capitán de puerto. Revista de Marina, 1999, 2. Versión electrónica en www.revistamarina.cl  (C. Guerrero L).

4. Escarnio, desprecio, mofa. (C. Guerrero L).

5. Gonzalo Jiménez de Cisneros (1436-1517), Regente de Castilla. (C. Guerrero L).

6. Jerónimo Castilla de Bobadilla (1546-1607), autor de Política para corregidores y señores de vasallos, en tiempos de paz y de guerra y para jueces eclesiásticos y seglares, jueces de comisión, regidores, abogados y otros oficiales públicos, publicada en 1597. (C. Guerrero L).