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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Segunda Parte. Contiene desde el 15 de Octubre de 1810 hasta el 25 de Mayo de 1811.
Abril de 1811.

Abril de 1811

El día 1º de abril, señalado para la elección de diputados, ocurrieron los vocales del modo prevenido en la esquela a la votación, desde las 7 de la mañana. Para hacer respetar el Congreso pusieron en la plazuela del Consulado (lugar señalado para aquel fin) 70 soldados de Penco con las centinelas necesarias, todos ellos al mando de los jefes u oficiales don  Miguel Benavente, don Juan de Dios Vial y del Teniente, don  Bernardo Vélez. Como a cosa de las 9 de la mañana reprendió don Miguel Benavente al cabo 1º Molina por cierta distracción de la tropa; éste recibió mal la corrección y con descaro le contestó que no tenía que obedecer ni a él ni a ninguno de los que esta han allí, que quien lo debía mandar y a quien únicamente debía obedecer era a su Capitán, Comandante don  Tomás Figueroa; diciendo esto con despecho, le amenazó con la bayoneta calada al pecho, diciéndole también, que en aquel día había de acabar la maldita Junta; se había de poner Presidente y restablecer el Gobierno antiguo, porque para ello tenía esta capital oficiales de graduación, como eran el Excelentísimo Presidente Carrasco, y los señores Coroneles Olaguer Feliú y Reina. Apenas profirió esto, cuando Benavente los hizo retirar al instante al cuartel de San Pablo.

Don Tomás de Figueroa, sabedor allí del suceso, inmediatamente se dirigió al mismo cuartel y tomando como 200 reclutas de la caballería que residían allí en la disciplina militar, también de la infantería con el nombre de Húsares de Santiago, con sus correspondientes cabos de los soldados veteranos de la tropa de Penco, surtiéndolos con 10 cartuchos de bala a cada uno y bala en boca, se dirigió al Consulado, preguntó por la Junta y Cabildo y no habiéndolos encontrado en el Consulado, marchó con ellos a la plaza mayor y puestos aquí, los dejó descansando sobre las armas y pasó en persona a la Real Audiencia a pedirle órdenes en defensa de la Patria.

Sorprendido el Tribunal con el suceso, tuvo a bien contestarle que las órdenes las debía exigir de la Junta, o de la Municipalidad; que el Tribunal era sólo para mediar sobre la paz y la tranquilidad de la Patria; que su facultad no se extendía a más, ni a otra protección. Con esta respuesta se retiró Figueroa, poniéndose al frente de su tropa, y el Tribunal tomó el arbitrio de dirigir un oficio a la Junta, diciéndole, que respecto de notarse una grave convulsión popular, se dignara pasar al Tribunal a tratar los medios de pacificación, o que el Tribunal mismo pasaría donde se le ordenase. Ya para esto estaba el pueblo universalmente conmovido, y las gentes en desorden se introducían a la plaza mayor en mucho número.

Con motivo de la contestación del Sargento Molina [1], los tres oficiales, Vial, Benavente y Vélez, cayeron en cuenta de que allí había alguna secreta maquinación y lo confirmaron más con la retirada repentina de la tropa. Acudieron al Ayuntamiento en la plaza mayor, para que pasara la noticia a la Junta, y este mismo fue nombrado para ir a la Sala de Armas del mismo cuartel de San Pablo, a sacar armas, cartuchos y demás pertrechos. Puesto a la puerta de dicho cuartel, encontró guardia doble, y una total resistencia a su entrada y la solicitud.

Ratificóse con este hecho la sospecha de la maquinación y ocurrió al cuartel de Artillería, donde no sólo se surtió de tropa, sino también de cartuchos y de dos cañones de a 4, con los que en buen orden entró a la plaza, haciendo de jefe don Juan de Dios Vial, quien venía a caballo, armado de pistolas. Entró por la calle de la Compañía y desembocó en la esquina del Portal del Palacio del Obispado como a las10 de la mañana, teniendo a su frente y cerca de la Pila, la tropa de mando de don Tomás Figueroa. Inmediatamente pasó Vial con pistola en mano, y a caballo, y requirió a Figueroa diciéndole qué cosa era aquello y que con qué motivo había tomado el mando de aquella tropa. A lo que contestó que a él le tocaba por [ser] oficial de mayor graduación. Sus soldados estaban descansando sobre las armas. Siguió la alteración con Vial más acre y encendida; se vio romper el fuego repentinamente, unos dicen que primero por Vial otros que por Figueroa, sobre lo que hay un universal problema.

Sea de lo dicho lo que fuese; lo que no tiene duda es que a la descarga de Figueroa no quedo un oficial de los de Vial en el puesto, porque todos se guarecieron detrás de los pilares del Portal del Obispo y del de la Condesa, pero, rehaciéndose pronto, atacaron a Figueroa y sus soldados, de modo que a las dos o tres descargas de fusil y una de cañón, se siguió el desorden, muertes y las heridas de muchos, con lo que improvisadamente huyó Figueroa con todos sus soldados, sin dejar más que uno muerto de los del mando de Vial, cuatro o seis heridos, entre éstos, dos de sus oficiales. Figueroa siguió la fuga al convento de predicadores, y allí se ocultó con las voces: ¡Soy perdido, me han engañado!

Bien podrá comprenderse la muchedumbre de desgracias a que estuvo expuesto el número considerable de gentes que ocupaba la plaza mayor a la expectación de un lance impremeditado; y desde luego, habrían sido infinitos los desastres, si la lid repentina sigue con ardor y por más tiempo; pero la Providencia Divina quiso que en aquel acto sólo se observaran 10 muertos, entre ellos al particulares inocentes, y sobre 30 heridos, algunos tan gravemente, que ese propio día murieron y otros después.

Este hecho despertó la [a] Junta y comprendió [ésta] al punto ciertas miras insidiosas y revolucionarias; principalmente cuando supo que sobre 70 hombres de la tropa de Penco, marchaban a toda diligencia desde el cuartel de San Pablo, donde habían quedado a auxiliar y defender a su Capitán Figueroa, los mismos que se volvieron por la noticia de la fuga de éste y total dispersión de sus soldados con el destino de hacerse fuertes en el propio cuartel.

Reunida la Junta en casa de don  Fernando Márquez de la Plata, su primer vocal, empezó a dictar las providencias más prontas y ejecutivas a poner sobre las armas todas las tropas de la capital. Como a las 11 del día salió a ocupar la plaza mayor la Compañía de Dragones de la Reina, el Batallón de Infantería de Granaderos de Chile y se tocó la llamada acostumbrada al Regimiento del Rey; en seguida se trajeron 6 cañones de tren volante, 2 se colocaron en cada esquina del portal, y 1 en cada una de las del Palacio y Cárcel.

Don Pedro Prado, Coronel del Regimiento de Caballería del Príncipe, ocupó toda la Cañada, desde San Francisco hasta San Lázaro con la gente que se pudo aprontar en aquella hora, destacándose diferentes rondas para la guarda y custodia de las calles de la ciudad. Como a las 11 ½ de la mañana montó a caballo el Doctor don  Juan Martínez de Rosas, segundo vocal de la Junta, llamando tras [de] sí y en auxilio público a todos los patriotas, los que en número indecible le siguieron primeramente al cuartel de San Pablo a prender a los insurgentes soldados de Penco.

Por lo mismo de que el suceso tenía consternado demasiadamente el ánimo de los facciosos que, pálidos y turbados andaban hablando a solas por las calles, resolvió el Doctor Rosas, suponer la llegada del correo de Buenos Aires que se esperaba en este día, con la noticia de aquella capital vencedora y libre de la opresión o subyugación del señor Elío, había rendido la plaza de Montevideo, a quien había hecho obedecer y jurar su Junta. A efecto de hacer creíble un suceso de tanta gravedad, mandó dar un repique general de campanas, para entusiasmar, como decía, los ánimos oprimidos de sus facciosos; y además instruyó [a] varios emisarios para que revistiéndose de testigos del hecho, afirmasen que ellos mismos habían visto al correo y leído aquellas noticias. Así a la letra se lo aseguró al autor de este Diario don  Juan José Concha, afirmando una y otra vez haber visto el correo y la carta donde se describían aquellos ventajosos triunfos de la inmortal Buenos Aires. Jactábase después el Doctor Rosas de la ocurrencia tan oportuna con que había sabido deprimir el espíritu de los sarracenos (así se llaman [se llama a] los buenos españoles) y rehacer el de los patriotas. No hay lugar, no se toma resolución o providencia que, directa o indirectamente no se abrigue o no se funde en alguna impostura, que es la base fundamental de este sistema.

Inmediatamente el referido Doctor don Juan [Martínez de] Rosas, con la escolta de 12 hombres de la Compañía de la Princesa se puso en la plaza mayor, donde dio las órdenes correspondientes para apresar a don Tomás de Figueroa, de quien ya tenía noticia se había refugiado en el Convento de Santo Domingo. Tomó dos compañías, una de Caballería y otra de Infantería. La primen circulé al convento, y la segunda entró a registrarlo. Después del prolijo examen que se hizo sin habérsele encontrado y ya al tiempo de salir sin aquella esperanza, vino un muchacho del propio convento y delató que él había visto y sabía donde estaba el reo, sin duda por el aliciente de los 500 pesos que a voz alta y en varias partes, prometió el Doctor Rosas al que descubriera al criminoso Figueroa. Lo cierto es que de contado se quitó una hebilla de oro y se la dio al muchacho, que tendría 30 castellanos de aquel metal.

Con la noticia antedicha, precedidos del denunciante, entraron nuevamente a la celda del padre González, y en el huertillo que tiene bajo un parral y cubierto con una estera encontraron al reo, quien se rindió sin la menor resistencia. De allí le sacaron colocado en medio de la Compañía de Granaderos y pasaron con él por la plaza mayor, con dirección al parque de Artillería, frente de la Moneda. Dos cuadras antes de llegar a este destino se resolvió por la Junta asegurarle uno de los calabozos de la cárcel pública. Así se practicó y por segunda vez atravesó el reo las calles que había andado y la plaza mayor, marchando en medio de las tropas con el mayor denuedo y serenidad. Como a las 12 del día quedó en la cárcel y asegurado con prisiones y encerrado en el calabozo.

Al momento que se decretó la prisión de Figueroa, se ordenó igualmente la de su hijo don Manuel Antonio Figueroa, vecino de esta ciudad y de su comercio. Se aseguró su persona en el cuartel de la Artillería en uno de sus calabozos, privándosele de toda comunicación.

En la misma hora se destacó otra Compañía y se ordenó la prisión del Brigadier don Francisco [Antonio] García Carrasco, y de don Julián Zilleruelo, en cuya casa vivía cerca de la Recoleta Dominica y por consideración a la distancia, y la persona del primero, se les concedió venir en calesa, custodiada de la tropa. Así llegaron a la plaza mayor, como a la una del día. El señor Brigadier Carrasco, quedó preso en el propio palacio y en el mismo cuarto de despacho en que estuvo de Presidente, y a don Julián Zilleruelo se le condujo a la cárcel y se le aseguré con un par de grillos en uno de sus calabozos.

Con motivo del ardimiento y prevención de los riesgos a que estaba expuesta la población y principalmente los adictos al sistema de la Junta que se conceptuaban perdidos, a las 11 ½  de la mañana convocándose unos a otros y armándose de sables y pistolas, formaron varias divisiones y salieron a rondar el pueblo. Entre ellos se presentó como de General don Nicolás Matorras, a caballo y don Martín Larraín a pie, gritando por las calles: Los que sois buenos patriotas, seguidme, y se dirigieron al cuartel de San Pablo.

En igual tiempo se presentó Fray Camilo Henríquez, natural de Valdivia, religioso de la [orden de la] Buena Muerte del convento de Lima, residente en esta capital, con su gran palo en la mano, sin capa, ni más que un gabán y sombrero y dando varias voces frente de Palacio a los patriotas, reunió mucha mocería y formando su división y cuadrilla, los capitaneaba dirigiéndose igualmente a San Pablo, donde era el punto de reunión contra los penquistas. Dicho fraile Camilo se asegura es memorable por sus hechos. Se dice que estuvo 6 años en la Inquisición de Lima por varias proposiciones heréticas; que en la revolución de Quito e instalación de su Junta, tuvo mucha parte; que por este motivo o iguales sospechas se le hizo salir de la capital de Lima. Lo cierto es que aquí se le tiene como oráculo del nuevo sistema, que come y vive con Matorras, que es uno de los corifeos de la Junta, y que entre todos los facciosos tiene el primer lugar.

Los soldados reunidos en San Pablo, de quienes se decía querían hacerse fuertes en aquel punto y que para el efecto se habían prevenido de varios cañones que allí existían, de las armas, cartuchos, etc., forzando la puerta de la sala de armas para sacarlas, luego que conocieron el crecido número de gentes que se dirigían a aquel puesto, y que por otra parte Figueroa era ya preso, resolvieron fugar, llevando consigo las armas necesarias para su defensa. A este fin sacaron fusiles, pistolas y sables en número de lo que cada uno podía cargar y así desampararon el cuartel, tomando su derrota por el camino de Valparaíso, con miras de reunirse a los 300 hombres de su mismo cuerpo que habían llegado el 29 de marzo en la fragata Begoña a dicho puerto con destino de auxiliar a Buenos Aires, de quienes se decía estaban en camino para esta capital en el último alojamiento, en el lugar que llaman Pudahuel, a 4 leguas de distancia de esta ciudad, bien que todo ello salió falso, pues en aquella hora la tropa recién llegada de Talcahuano, aún existía [estaba]en Valparaíso.

A las 4 de la tarde del propio día se hizo la horca, en medio de la plaza y se colgaron en ella 5 soldados muertos de los de la facción de Figueroa, declarándose en el hecho ser traidores a la Patria. Para este espectáculo se puso sobre las armas todo el Regimiento ele Caballería del Príncipe, el del Rey de Infantería y el Batallón de Granaderos en clase de veteranos; ocupaban igualmente dos compañías de Artilleros; de modo que se formó en la plaza casi un cuartel general de tropa, sin permitirse el paso al centro a persona alguna que no fuese oficial. Allí estuvieron los cadáveres aquella larde y la noche. A las 4 de la misma tarde se puso preso al Coronel de Ingenieros don Manuel Olaguer Feliú, trayéndole al propio Palacio, en el cuarto que cae a la Sala al lado del patio, privándosele de toda comunicación, con centinela de vista.

La prisión del señor Brigadier [García] Carrasco, la del señor Coronel Olaguer Feliú y la de don Manuel Antonio Figueroa, hijo del referido don Tomás, se dice tiene por motivo el que los primeros fueron designados por el Sargento Molina pan Presidente del Reino, con cuyas ideas parece coincidían las operaciones de don Tomás Figueroa; y la del hijo de éste, la de impedirle toda diligencia, así para libertar la vida de su padre, como la de oscurecer su hecho.

Como a las ocho de la noche, de orden de la Junta se comisioné a don Juan de Dios Vial con un Capitán y un Teniente, y guarnición de 12 hombres para que pasara a la casa del señor Coronel Olaguer Feliú a sorprender toda su correspondencia y papeles de cuyo escrutinio se encargó al Doctor don Bernardo Vera, que iba en la propia comitiva, quién recibió todos ellos en un baúl, con prevención de expedir su comisión prontamente.

A las 5 de la tarde se prendió al Teniente de Milicias, y Ayudante Mayor del Regimiento de Caballería de Coquimbo don Enrique Cardozo, quien puesto en la cárcel y en uno de sus calabozos con un par de grillos, sufrió el despojo de dos onzas de oro, reloj y bastón, por el Capitán de la Guardia don José Portales [2], hijo del Superintendente de Moneda, al pretexto de que aquellos despojos debían servir a los que en aquel día habían expuesto sus vidas por libertar la patria. El motivo de la prisión de Cardozo fue el haber acogido en su casa y dádole de comer a un soldado que se dijo había servido en la facción de Figueroa en aquella mañana; pero todo salió falso.

A las 9 ½ de la noche pasó don Francisco de la Lastra, Teniente de Fragata de la Real Armada, y principal atlante de la Junta con 6 hombres a casa de don Manuel Antonio Talavera, y le ordenó fuera preso de orden de aquélla. Pasó con él a Palacio, y dando cuenta de su presencia allí al segundo Vocal Doctor don Juan [Martínez de] Rosas, le condujo al gabinete del secretario Doctor don José Gregorio Argomedo, donde fue reconvenido y preguntado sobre qué gentes había tenido en su casa aquella mañana; contestó que con motivo del movimiento popular, estragos originados e inmediación de su casa a la plaza, como situada en la propia esquina, frente del Palacio, se habían introducido sobre 60 ó 70 personas a refugiarse de los riesgos y peligros; nombró varios sujetos, y entre ellos a un soldado que con la misma gente se había incorporado, el que llevaba 3 heridas, dos en los muslos y una en la mano, todas ellas de bala, al que viéndole desangrar sobremanera y ya casi exánime le movió la conmiseración y mucho más la de su mujer, quien prontamente le suministró los auxilios de caldo, hilas, aguardiente, bálsamo de Copaiba [3]. y otros que le parecieron oportunos a libertar su vida y darle algún alivio.

Hecha esta relación le redarguyó el Doctor [Martínez de] Rosas, ¿qué cómo había recibido a un soldado de la facción de Figueroa y contrario a la Patria y mucho más por qué no había dado cuenta de ello a la Junta? Contestó Talavera exponiendo que el soldado no era de Penco; que era de los reclutas de aquí; que en sí no llevaba señal alguna de ser contrario a la Patria, y que cuanto se había practicado con él, era todo obra de una hospitalidad dictada por la razón y la humanidad y encargada por la religión; que tampoco de ello había dado aviso, por que no encontró en sí principio alguno para comprenderle esta obligación, principalmente habiendo sido espectador del hecho don Pedro Quiroga, Capitán del Regimiento del Rey, a quién parece correspondía la diligencia.

Quiso el Doctor [Martínez de] Rosas una y otra vez hacerle criminal por el hecho, y Talavera otras tantas alegó las mismas razones a su favor, y concluyó mudando de medio, haciéndole otros cargos, especialmente de ser anti juntista; que sus operaciones al auxiliar a aquel partido eran muy criminales; que de ellas la Junta estaba muy sobreavisada; y que para él y otros de esta clase habían sogas y horca. Sin más que haber contestado por tres veces a otras iguales reconvenciones con entereza, le hizo conducir preso a la cárcel, a donde pasó conduciéndole el Capitán don José Vigil con tres soldados de la guardia del propio Palacio.

Allí se le entregó al Capitán de Guardia don José Portales, quien inmediatamente le destinó a un calabozo tan inmundo y fétido, que no cabe exageración, como que no tuvo lugar limpio más que en el que pudo estar sentado toda esa noche. Al entrar no pudo menos que, para consolar y endulzar su vejamen y trabajos, traer a la memoria a su amado Rey Fernando y decir, no en el secreto de su corazón, sino en voz casi sensible: “¡Fernando, mi Monarca, privado de su Imperio y preso, despojado de su grandeza y de sus honores; qué mucho es que el último vasallo le imite en el trastorno de su fortuna y en la parte de sus padecimientos, en prueba y testimonio de su lealtad!”; lenguaje que realzó su espíritu sobre todos los trabajos que se le podían preparar.

A las 10 de la noche volvió el Capitán de la Guardia Portales al propio calabozo con 6 hombres con fusil y bayoneta calada, quién le hizo registrar prolijamente, no habiéndole encontrado arma alguna, ni más que un poco de dinero que a prevención se echó en el bolsillo al tiempo de caminar preso, le despojó de todo él, que serían como 14 o 15 pesos, al pretexto de que aquellos se repartirían entre los que en este día habían expuesto su vida en defensa de la Patria. Talavera conoció el robo, y también el insulto, pero tuvo a bien callar, porque el silencio en el oprimido, es el mejor remedio para precaver nuevos ultrajes.

Los caminos de la Providencia son inescrutables a la prudencia humana. Talavera en esa noche fue preso por ser casi espectador de la trágica escena de don Tomás Figueroa. La puerta del calabozo donde estuvo, caía al mismo cuerpo de guardia, era de reja y no impedía la vista. Desde allí observó todos los movimientos. A las 10 ½  de la noche, hora en que se finalizó la causa de Figueroa, sin haber confesado éste cosa alguna, ni convencídosele de su delito, sino por presunciones, entró el Alférez Real don Diego larraín, llamó al carcelero, y le hizo poner otro par de grillos y esposas al reo. A las 11, concluida que fue esta operación, pasó el Capitán de la Guardia con el Teniente don Bernardo Vélez y 12 hombres, llevando consigo al Secretario don José Gregorio Argomedo, y al Religioso de la Buena Muerte Fray Camilo [Henríquez], de quien hemos hablado arriba; le intimó la sentencia de ser pasado por las armas a las 5 horas de aquella fecha, el mismo Figueroa la leyó, y en voz alta dijo que a la fuerza rendiría su vida, no a la sentencia que emanaba de una autoridad ilegítima; habiéndose ya anteriormente degradado de todos sus honores y grado de Teniente Coronel y Comandante del Cuerpo de Dragones de la Frontera de la Concepción de Penco.

De primeras, resistió hacer su confesión con el antedicho religioso, acaso por ser declaradamente del sistema de la Junta, quien sabe qué temería o qué motivos le ocurrió para la resistencia, lo cierto es que pidió al Padre Fray Blas Alonso de la Orden de San Francisco y se le negó absolutamente, haciéndole entender no se le daba otro confesor que aquel que era el que estaba pronto; se resolvió a hacer con él su confesión, con bastantes demostraciones, según dicen, de dolor y arrepentimiento. A las 3 ½ de la mañana se puso toda la guardia sobre las armas, se le hizo reconocer sus fusiles y preparar la ceba. Inmediatamente pasó el Capitán Portales con el Teniente Vélez y 12 hombres a la ejecución de la sentencia en el propio calabozo. El mismo Portales, me aseguran, le amarró a una silla, y que al tiempo de hacerlo le dijo Figueroa: “Amarra fuerte, capitancito”. Que él mismo se vendó los ojos y a las 4 menos 5 minutos de la mañana se dio la descarga, y con ella la muerte a Figueroa para saciar el odio que le habían concebido los faccionistas.

A las 6 de la mañana del día 2, del propio modo, y en la misma silla en que le quitaron la vida, se puso a la puerta de la cárcel que da frente a la plaza mayor, a la pública expectación de las gentes. A las 7 se publicó un bando que en sustancia, decía:

“Que después que don Tomás Figueroa había cometido en la Europa execrables delitos que habían merecido la muerte y por permuta el destierro a la Isla de Juan Fernández, había pasado a este Reino, donde había cometido otros iguales, siendo de la mayor execración, y que había coronada a todos, el último que había ejecutado el día anterior por medio de una secreta conspiración contra la Patria, por cuya razón, y para escarmiento de muchos, se le había aplicado aquella pena, la que se haría trascendental a los que incidan en iguales excesos”.

Y para excitar los ánimos y empeño en el mismo bando se ofrecían 10 pesos de cuenta de la Real Hacienda por cada soldado que se aprehendiese de aquellos que habían acompañado a Figueroa en el ataque y andaban dispersos después de su fuga.

Bastante notorio es, y sensible el estrago de una revolución, siendo el principal, el agigantar y hacer crecer los delitos de aquellos que no parecen ser adictos al sistema del día. Figueroa era uno de los anotados en la oposición a la Junta, como se ha dicho en el mes de Febrero. Apenas ejecutó el hecho de que se hizo relación, cuando adelantando el discurso, se figuró un plan meditado de muy atrás, y acaso desde la instalación de la Junta. Aquél se dice era el de esperar la ocasión de congregarse los vocales para la elección de diputados, cual era el 1º de abril por disposición de la Junta; que en la reunión de todos trataba de sorprenderlos en la propia sala y principalmente a la Junta y Cabildo que la había protegido; aclamar en seguida por Presidente al oficial de mayor graduación, darle el mando y hacerle reconocer que no sería difícil después de haber ejemplarizado con tantos estragos a los de la facción contraria, contra quien se dice iba a proceder a sangre y fuego, sin perdonar la vida a ninguno. Este plan se adelanta y se modifica casi al arbitrio de cada uno, asegurando que en ello no sólo hay mucha complicidad de sujetos de alto carácter, sino también el grave riesgo, y deplorable estado que amenazaba al numeroso vecindario.

De este origen nacen las muchas prisiones de sujetos de la mayor consideración, y las investigaciones y pesquisas, que desde aquel momento tienen todo inquieto y turbado al vecindario.

En el mismo día 2 de Abril se trajeron a la cárcel pública, en clase de presos, a don Antonio Alcorta, comerciante, a don Pablo Izquierdo, archivero del Tribunal de Cuentas, y a don Vicente Garay, todos tres europeos. Don Santiago Bueras, que prendió al primero, le quitó el sable y reloj, fuera de llenarle de mil improperios y sablazos. Su delito fue el correr de la plaza cuando vio enardecida la lid de Figueroa con las tropas de Vial, y la prisión de los otros dos fue por haber señalado a Figueroa cuál era la sala o Tribunal de la Real Audiencia. Habiendo ido la mujer de Izquierdo a empeñarse con el Doctor [Martínez de] Rosas, segundo vocal, fuera del mal recibimiento que le hizo, le significó que sólo saciaría su cólera contra los europeos, que eran los que tenían inquieto al pueblo, sólo se aquietaría cuando viera la plaza mayor sembrada de sus cabezas; lo mismo que repite a cuantos hace prender, siendo oriundos de la Península.

En dicho día 2 se hizo preso a Uriondo, soldado distinguido del Cuerpo de Dragones, por haberse hallado en San Pablo a tiempo que los soldados rompieron la puerta del almacén, y por haber sacado cartuchos para repartirles. Habiéndosele formado su sumaria, se le echó desterrado por 5 años al presidio de Valdivia.

En el mismo día 2 fue comisionado don Vicente Morla, Alférez de Artillería, para que con otros oficiales y 200 hombres de caballería y algunos de la artillería, con el auxilio de un cañón volante, saliera a perseguir a los soldados penquistas, que habían profugado de San Pablo. Así lo hizo, y habiendo caminado hasta el otro lado de la cuesta de Prado, prendió allí a 30 de ellos, que se le rindieron suplicando que entre todos los oficiales mediaran con la Junta para que se les perdonara la vida. Llegaron aquí como a las 8 de la noche, y de facto la Junta les perdonó la vida y sólo les hizo poner presos, con incomunicación para tomarles sus declaraciones y venir en conocimiento cuál había sido el influjo de Figueroa para hacerles de su facción y proceder al hecho que ejecutó; a que también cooperó en mucha parte el Padre Fray Domingo Jara del [de la] Orden de Predicadores, quién desde la hora de la prisión de Figueroa, según voces vagas, se salió del convento, porque este religioso significó al muchacho delator de Figueroa, dónde estaba éste escondido, por cuya razón se unió a los soldados prófugos, prometiéndoles ser su capellán y con ellos vino a presentarse a la Junta; lo que sea del particular, dejemos que el mismo Dios lo discierna.

El día 3, a las 4 de la mañana, se tiró una pieza de artillería en la plaza mayor, se fijó la bandera española y se tocó la diana. En ese día se hizo general reunión de todas las tropas de la ciudad en la misma plaza, donde se formó el campamento, sirviendo de cuarteles las Cajas Reales, patio de la cárcel y palacio y sobre todo el del Obispado, que a la sazón se hallaba desocupado. En cada boca calle se destacaron al menos 50 hombres con sus respectivos oficiales, impidiéndose toda entrada a la plaza, de caballo, coche o calesa.

Desde las oraciones salieron diferentes patrullas de a caballo y de infantería, a rondar la ciudad, poniéndose centinelas avanzadas en el puente, conventillo, pirámide del camino del puerto, y quinta del Conde de Quinta Alegre.

Fuera de las rondas antedichas salían 3 ó 4 corrillos o patrullas con el nombre de patriotas, cada una de 30 ó 40 hombres de los mozos, armados de pistolas, trabucos y sables. A cada una de éstas capitaneaba un faccionista, o cabeza de partido, a saber: a unas don Martín Larraín, a otras don Manuel Ortúzar y a otras don José Samaniego y Córdoba, Ministro Contador de Real Hacienda, quien habiendo despreciado su uniforme, se hizo condecorar con el de Teniente Coronel agregado al Regimiento del Rey. Este, que después de ser europeo y haber servido allí en la tropa, pasó de Oficial Real de estas Cajas, ha sido uno de los primeros protectores de la Junta, y tan bajamente, que fuera de enseñar a los reclutas el ejercicio en los domingos en la plaza, de sugerir y formar planes de defensa, ha venido a ser el principal caudillo de los juntistas para las rondas.

El día 4 se mantuvo en la plaza la tropa en los mismos términos que los días anteriores. Siguieron los patriotas en sus rondas, y para reforzar las fuerzas y dar algún alivio a la caballería, llegó este día el Regimiento de Milicias disciplinadas de a caballo de la Villa de Rancagua y ocupó el propio puesto que el del Coronel don Pedro Prado.

En este día pusieron presos a don Pablo Casanova, a don Domingo Eguiguren, a don Francisco González, a don Bartolo Ochoa y otros europeos comerciantes, unos dicen por no ser adictos a la Junta, otros por sospechas imaginarias de ser aliados de Figueroa. Lo cierto es que desde el establecimiento del sistema, el ser europeo es un nombre detestable, que se acrimina con el negro apodo de sarraceno y que trae consigo el odio, y detestación de todos los facciosos.

El día 5 fue igual en todo al anterior, con sólo la diferencia de haberse traído preso en este día al Cabo de Asamblea don Pedro González. A este se dice que Figueroa remitió de expreso a los 300 hombres de Penco que se suponían en camino para esta capital con destino a la de Buenos Aires, para que acelerando su marcha vinieran a reunirse, sin duda, para acrecentar la fuerza y llevar adelante su meditado proyecto. En seguimiento de dicho González salió el regidor d Francisco de Paula Ramírez con 4 hombres bien armados, y este mismo le condujo.

El 6 fue también igual a los anteriores. No hubo más novedad que la de haber entrado en la tarde el Regimiento de Caballería del partido de Aconcagua, todos ellos armados de lanzas, como de 3 ½  varas de largo. Sustituyó éste en las fatigas al de Rancagua. En el mismo día, por la mañana, prendieron a don Antonio Garnier, guarda almacenes de Tabacos y le condujeron a la cárcel desde la Dirección con un oficial y 6 granaderos de escolta, sin otro principio que el de ser europeo y haber salido el 1º de abril a la chacra de lo Hermida, acriminándosele como por vía de ocultación de su delito. Se le puso en un calabozo incomunicado, y ha sufrido los padecimientos que los demás leales españoles.

El día 7 Domingo de Ramos por la mañana entró el Regimiento de los Andes, y se hizo presente en la plaza mayor, todo él armado de sables. En este día se celebraron 3 misas para las tropas en altar portátil en la misma plaza con su gran música, a cuyo fin se citaron de orden de la Junta todos los facultativos. En la propia mañana, como a las 10 ½ se preparó una cátedra inmediata a la puerta mayor de la Iglesia Catedral, y corrió la noticia que era con el fin de cierta exhortación que iba a hacer el auxiliar Ilustrísimo señor [Andreu y] Guerrero, Obispo de Epifanía, quien había llegado a esta capital el 5 del corriente por llamado, según se dice, de esta Junta.

Deseoso el autor de oír la materia y disposición de la oración exhortatoria, se colocó en la mayor inmediación. En primer lugar, no rezó de tema alguno ni de escritura ni de padres. Su exordio fue traer a consideración las grandes cualidades del Reino de Chile por su feracidad, locuacidad, bellas producciones y lo que es más, defendido por la naturaleza, por medio de las grandes barreras que forman la cordillera de los Andes. De aquí la felicidad de los que han nacido y habitan en este feliz suelo; de aquí las obligaciones que debían reconocer para defender la religión, los derechos de nuestro amado Monarca el señor don Fernando VII, a cuyo fin se había instalado sabiamente la Junta, compuesta de los hombres más nobles, más virtuosos y más sabios del Reino; de aquí la necesidad de aceptarle y obedecerle, como iris de paz erigido en medio de las tempestades, privándose de raíz la maledicencia de cuantos quieran censurar su conducta, o sus providencias, pues que ningún sistema mejor para atajar las insidias e intrigas de Napoleón, que nada más meditaba que sembrar la discordia y rebajar el respeto a semejantes autoridades. Dijo que los que se oponían al sistema eran verdaderos emisarios de aquel tirano, sembrados por los pueblos y puestos por él para revolucionarlos, y que ésto lo tuvieren entendido como si fuera el Evangelio. Acriminó demasiadamente el delito de cuantos se oponían a la Junta; exhortó a todos a la delación de semejantes delincuentes, y de cualquiera maquinación u opinión contraria, persuadiendo al auditorio, que en este caso no obliga el precepto del sigilo natural, y que estaban obligados al denuncio bajo pecado mortal, sobre lo que debían estar persuadidos los confesores, pues que convenía muriesen hombres de esta naturaleza, para aquietar el pueblo y que si el mismo incidiese en este delito, fuese el primero que perdiese la vida en público cadalso; de modo que abierta la puerta al denuncio y roto el sigilo natural, los infelices que han disentido a este sistema, como diametralmente opuesto a las leyes nacionales y voluntad expresa del soberano, en fuerza de la exhortación de este señor Ilustrísimo, deben esperar por momentos la muerte, que persuadió debía darse a los que así habían pensado ¡Oh Dios! ¡Cuántos rencores no se saciarían con este arbitrio! ¡Cuántos infelices, leales vasallos no quedaron trepidando con el influjo, e impresión de semejante doctrina! ¡Cuántos inocentes no vendrán a ser víctima del odio, y de la venganza! Dejo el discernimiento a otro juicio, mientras que la moderación me reprime de toda censura, sujetándome sólo a la sencilla narración de los hechos.

A las 4 ½ de la tarde de este día entró el Regimiento de la Princesa al mando de su Coronel el señor Marqués de Monte Pío, y ocupó la plaza mayor con preferente lugar al de Los Andes. La reunión de todas estas tropas, principalmente de las que se hacen bajar de las villas distantes 25 y 30 leguas de la capital, se asegura es con el objeto de hacer ver al público las grandes fuerzas que tiene el Reino para su defensa, y que sostendrá la Junta contra toda invasión u hostilidad. Para el pago de todas ellas, pues todas están a sueldo, ha meditado el Cabildo que el vecindario haga una suscripción, a cuyo fin se han nombrado de Diputados para su recudimiento [recaudación] 4 regidores del propio Ayuntamiento, fuera de estar con su mesa puesta y carpeta en la puerta de la Audiencia, don Agustín Eyzaguirre y el Procurador de Ciudad colectando los donativos de los que allí ocurren a este fin.

El 8 de abril murió el Ilustrísimo señor Doctor don José Martínez de Aldunate, electo obispo de esta diócesis. Con motivo de su fallecimiento cesó en el empleo de Gobernador del Obispado que obtuvo don Domingo Errázuriz. Al día siguiente fue su entierro. A pesar de que el término para la elección de Vicario Capitular es el de 8 días, el Deán citó al Cabildo para ese mismo día a la elección de aquel empleo. Esta providencia tan pronta y apresurada, hizo concebir tenía meditado algún proyecto, y no hay duda era el que recayese el nombramiento en el Canónigo don Juan Pablo Fretes, natural de Buenos Aires, sin reparar en el embarazo que tenía de no ser graduado ni en Sagrados Cánones ni en Teología, según el espíritu del Concilio de Trento. No tuvo otra consideración, ni otro mérito, que la de haber sido inseparable compañero del Canónigo don Vicente Larraín, ya finado, y haber personado por sí, sin comisión del Cabildo, sólo por nombramiento del Deán, todos los actos preparatorios a la instalación de la Junta y su reconocimiento, habiendo sido los dos acérrimos promotores del sistema, como queda dicho en el Diario en los días 17, 18, 30 de Septiembre.

Para asegurar la empresa y remover los tropiezos, conociendo que la pluralidad de votos estaba a favor del canónigo doctoral para representarle en el Ministerio de Vicario Capitular, el Deán, tío de la mujer del primer vocal de la Junta don Fernando Márquez de la Plata, el canónigo don Pedro Vivar, confesor de ésta, el Maestre Escuela Doctor don Pedro Argandoña, tío asimismo de la mujer de don Gaspar Marín, Secretario de la Junta, que igualmente es sobrina carnal del Deán, y el citado don Juan Pablo Fretes, se presentaron a la propia Junta pidiendo se privase al doctoral de voz activa y pasiva, por los pasos que había dado para impedir su instalación, y ser de opinión contraria a su sistema. Este paso lo dieron con reserva para sorprender al Cabildo.

Estando éste congregado en su sala capitular para la elección a que había citado el Deán, se presentaron don José Gregorio Argomedo, uno de los secretarios de la Junta y el asesor de ella don Francisco Pérez; el primero a hacer presente al Cabildo el escrito presentado por el Deán y sus tres colegas, y la providencia que había puesto la Junta, reducida a exhortar al Cabildo “procurase hacer una elección pacífica, poniéndose para Vicario Capitular en un sujeto patriota, adicto al actual sistema de gobierno y con quien éste pudiese contar para sus ideas”.

Dejó abierto a los capitulares lo violento y extraño de aquel paso, todo el reducido a formar un Provisor de los que llaman patriotas, cortado a las ideas de su nuevo gobierno, sin duda, para que la jurisdicción eclesiástica no sirva de tropiezo a sus grandes ambiciosas miras. Procedióse a la votación, y dos de ellos se abstuvieron de concurrir; otros dos sufragaron por el Chantre Doctor don José Antonio Errázuriz; dos por el canónigo don Pedro y últimamente otros dos, por el citado Fretes.

El Canónigo Doctoral don José Santiago Rodríguez Zorrilla no concurrió al Cabildo, a prestar como era regular su sufragio; remitió sí, un escrito diciendo de nulidad de la elección a que se le había citado, protestando el recurso al señor Metropolitano. En aquel manifiesta que la muerte del Ilustrísimo señor Aldunate no había inducido nueva vacante de la silla episcopal: lo primero, por no haber tenido bulas de Su Santidad, ni contraído con esta iglesia el matrimonio espiritual que Inocencio III llama más indisoluble que el carnal; lo segundo que dicho Ilustrísimo no tomó posesión del Gobierno en la forma que previenen las leyes canónigas, ni exhibió las cartas de su promoción, ni las de ruego y encargo para que le trasfiriera el Cabildo su jurisdicción. Por esto es que aún mucho después de su llegada siguió el Doctor Rodríguez como Provisor y Vicario Capitular, sin providencia, ni decreto de S. Y. Sí, pues, el Cabildo nunca trasmitió su gobierno al Ilustrísimo electo, en la muerte nada tuvo que perder; por consecuencia no hubo Sede vacante, ni necesidad de nueva elección de Provisor, pero mucho interesaba a los facciosos romper los cánones y abrir brecha a un Provisor adicto a su sistema.

Volvamos a nuestro caso. En el equilibrio de votos debió haberse procedido a nueva elección; repugnola el Deán y para llevar sus miras adelante, dio cuenta a la Junta del suceso, sin duda persuadido a que decidiría en favor de su recomendado Fretes, por quien se había declarado tan interesado. No sucedió así, pues a los dos días pasó aquella el correspondiente oficio al Cabildo para que procediese a hacer nueva elección, dando antes providencia al escrito presentado por el canónigo Doctoral, que también remitió el Deán a la Junta y se devolvió al Cabildo.

Frustrado el designio del  Deán y del Maestre Escuela, se negaron concurrir a la nueva votación, convencidos de no tener partido a favor de Fretes. Los vocales se reunieron e la elección del Chantre don José Antonio Errázuriz dejándosele su derecho a salvo al Doctoral para el recurso al señor Metropolitano. Salió electo uniformemente por Vicario Capitular el Doctor Errázuriz, con división del Provisorato de Monasterios, que recayó en el mismo Doctor Rodríguez, a pesar de la resistencia que hizo para uno y otro empleo, y le aceptó sólo por complacer a los repetidos clamores de las religiosas.

Como el día 13 de este mes se presentaron los canónigos Vivar y Fretes, oponiéndose a este segundo escrutinio y diciendo de nulidad de lo obrado ante la misma Junta. Solicitan en dicho recurso que prevalezca la primera elección que se hizo, en la que salió Fretes con dos votos. No se alega otra razón que la declarada adhesión al actual sistema. Mucho vale en estos casos el ser partidario del nuevo Gobierno. Este mérito y la esperanza de dar gusto a los elevados proyectos son los principios para aquel escandaloso y nunca visto recurso de nulidad. El está pendiente. Su materia es pura mente espiritual, como que se trata de la jurisdicción de la iglesia y en quien haya recaído.

De resultas del oficio que se refiere el día 1º de abril, remitido por la Real Audiencia a la Junta; de la larga disputa que tuvo el Doctor [Martínez de] Rosas con el Tribunal en ese mismo día en la puerta principal que cae a la plaza, redarguyéndoles de cierta complicidad criminal en el hecho de Figueroa, sobre lo que les protestó no estaban seguras sus vidas, con una acrimonia de voces bastante depresiva, y escandalosa a la alta representación del Tribunal, quedando los señores allí mismo consternados, y sobrecogidos del temor, mucho más cuando oyeron gritar a don José Ramón Arís, partidario el más resuelto, ahorquen a esos pícaros, sin poderse atrever [a] salir del zaguán a sus casas, sino después que don Manuel Cotapos les franqueó la seguridad de sus personas con dos soldados a cada uno para que les acompañasen hasta su habitación; por lo dicho, repito, y otros muchos antecedentes vinieron a comprender los señores oidores, que la Real Audiencia era la detestación del nuevo sistema y que conspiraban a su ruina para sobre sus cenizas erigir la Junta otro Tribunal de su misma facción, de sus propias ideas y sentimientos, no con el realce de la autoridad sobre el Gobierno, como representativa de su Soberano, sí con depresión y subordinación a su influjo y mando superior.

Todos los ministros conocieron que la rivalidad declarada a sus empleos les conminaba su próxima ruina y vejamen en una vergonzosa deposición. Por esto se resolvieron, unos a hacer renuncia a sus joyas [4], y otros a mantenerse inflexibles hasta el golpe de su separación. El que antes que todos abrazó el primer extremo fue el señor Doctor don José Santiago Martínez de Aldunate, quien al mismo tiempo de hacer su renuncia pidió venia para pasar a la ciudad de los Reyes [5]  del Perú: se le concedió llanamente y el 18 de este mes salió de la capital para Valparaíso a embarcarse en uno de los buques de aquella carrera.

En seguida entablaron la misma solicitud los señores don Manuel de Irigoyen y don Félix Baso y Berry, y aunque a uno y otro se les otorgó su jubilación y la venia de pasar a Lima, como que ambos se pusieron en Valparaíso, para seguir su destino; pero la Junta revocó sus anteriores providencias; al señor Irigoyen se le designó para su ubicación la ciudad de Mendoza y por súplica que interpuso, la capital de Buenos Aires; y al señor Baso se le ha dejado en Valparaíso, con orden anticipada a aquel Gobierno de estar a la mira de sus persona, o impedirle cualquiera gestión de embarque para Lima.

El 26, a las 3 de la tarde, se les intimó a los señores Juan Rodríguez Ballesteros y don José de Santiago Concha, el Primer Regente y el segundo Oidor Decano de esta Real Audiencia, su extraña miento fuera de la capital dentro de tres días; al señor Ballesteros se le señaló para su residencia la Villa de San Fernando, distante cuarenta leguas de dicha capital, sin más asignación que 150 pesos mensuales para su subsistencia; al señor Concha La Ligua, en distancia de 60 leguas de la ciudad, con igual dotación. El señor Regente por la distancia, su ancianidad y sus achaques pidió se le permutase su destierro en Melipilla, como lo consiguió. No había corazón ni alma sensitiva que pudiera ver sin ternura salir a estos señores, principalmente al último, cargado de años, de familia y buenos servicios a Su Majestad y a esta ingrata Patria. Saciaron así sus rivales y los facciosos, la sed de verlos abatidos, perseguidos y expatriados, para enarbolar más fácilmente el estandarte de la libertad.

En igual tiempo que el señor Doctor Aldunate se separó de esta capital, fue expulsado de ella el señor don Francisco Antonio García Carrasco, por decreto de la Junta, y remitido con la escolta de 12 hombre al puerto le Valparaíso, a disposición de aquel gobierno y con orden de que le haga embarcar para Lima en uno de los buques de esta carrera. Se tomó esta providencia con el fin de separarle totalmente de este Reino y no exponer a que otra vez la tropa le aclame por Presidente, pues delito no se le encontró ninguno de complicidad en la conspiración de Figueroa, a pesar de que se le sorprendió toda su correspondencia y del prolijo escrutinio que se hizo de toda ella.

Es increíble la persecución que ha sufrido este infeliz caballero desde el instante que manifestó oposición a la instalación de la Junta, y las providencias que expidió el 25 de mayo de 1810 para el extrañamiento de los tres sujetos Rojas, Vera y Ovalle. Perdió por esta razón el mando; ha sufrido aquí mil vejámenes, siendo uno de los mayores, el de su pública prisión, que se hizo aún sin preceder orden de la Junta y sólo por pronta disposición del abogado don Carlos Correa y don Manuel Dorrego; pero sí, todo se aprobó por aquella, como dirigida a un mismo intento de quitar al señor Carrasco de la vista de la tropa.

Después de haber otorgado su expatriación a Lima, y estar ya por embarcarse en la fragata Aurora, se expidió contra orden y se le intimó saliera para Buenos Aires. Influyó a esto, que el Gobernador de Valparaíso informó estaba allí demorando su salida con estratagema y despreciando varios buques y esto porque no se allanó a pagar por su transporte 1.500 pesos en la fragata Preciosa, de la propiedad de don Antonio José de Irisarri, primo político del Gobernador [6] y si lo intentaba hacer en dicha Aurora por mil pesos. También concurrió a ello la maledicencia de don Diego Larraín, tío político del citado Mackenna, quien a su vuelta de Valparaíso, vino a deponer en la Junta, que el señor Carrasco había ido por el camino como un excomulgado, echando pestes contra el nuevo Gobierno, conminaciones y amenazas de cuya resulta, y la orden antedicha, se le despojó del sueldo de Brigadier y se halla viviendo en la infeliz aldea de Casablanca, con 2 pesos diarios para su subsistencia, que se le han concedido a fuerza de mil clamores transitoriamente, mientras llega el verano y se abre la cordillera para seguir su destino.

El día 27 por la mañana se puso en libertad al señor don Manuel de Olaguer Feliú por un auto que se proveyó ese día, declarándole inocente y sin complicidad en el delito de Figueroa, pero que por razones políticas, no convenía su residencia en la capital, así porque la tropa no vuelva a aclamarle para Presidente, como porque el pueblo patriota no tenía en él plena confianza y estaba expuesta su vida; que, en su virtud, eligiese algún lugar o partido del Reino donde poder fijar su residencia.

El mismo día 27, a la 1 de la noche, unos tres embozados quisieron sorprender a la centinela avanzada que estaba en la plazuela del Consulado. Gritó aquel a la guardia e hicieron fuga por cuya razón se puso toda la tropa sobre las armas. Esta clase de sorpresas, tiros de fusil o pistola, a deshoras de la noche, sigilosos denuncios de facciones que quieren sorprender los cuarteles y artillería, matar a éste o aquel vocal, ya a un comandante, ya a otro, son muy repetidos y frecuentes, y todo ello nace de las intrigas y tramoyas de los mismos facciosos, para dar a entender la conmoción popular y rival efervescencia que aún subsiste, ya para que se afecte mejor servicio, y puntualidad en los unos, ya para que se adelante y engruese la tropa en la creación de otros cuerpos y por otras muchas miras personales; males son todos que resultan de la innovación de un Gobierno establecido en fuerza de una perfecta revolución.

El 29 se hizo revista general de las tropas, y se mando retirar la artillería, guardias dobles y centinelas colocadas en las cuatro esquinas de la plaza, dejando sólo la guarnición de 300 hombres del Regimiento del Rey en el cuartel provisional de la Real Audiencia.

El 30, estando la Junta puesta en el Tribunal, como a cosa de las 11 del día, se entraron a él repentinamente los diputados de los partidos de afuera, que habían llegado hasta esta fecha. La sor presa fue grande y muy estudiosa. Se les dio asiento, y en seguida rompió la voz don Agustín Vial, abogado de esta Real Audiencia y Diputado de Valparaíso, haciendo ver que el número de los que allí se hallaban con la investidura de tales, eran bastantes para representar sus respectivos partidos, o ciudades; que por lo mismo, la reunión al Tribunal era de necesidad para poder expedir los derechos que representaban y evitar el perjuicio que se podía seguir; que la Junta de Buenos Aires, que les había servido de modelo, había incorporado a sus diputados conforme habían ido llegando, dándoles voz y voto en todos los acuerdos y resoluciones del Tribunal, y que no encontraba motivo para negárseles el mismo uso y ejercicio subsiguiente a sus empleos.

Por fin, alegó en la materia con el mayor es fuerzo y energía; y aunque algunos vocales se opusieron a la solicitud, por no haberse aún elegido los diputados de la capital, que era la primera representación del Reino, con todo, a fuerza de las persuasiones del Doctor Rosas, sumamente interesado en la materia para hacer prevalecer su partido en la Junta, pues la mayor parte de los diputados eran de sus facciones, prevaleció y ganó su propósito en el triunfo de la inoculación de éstos al Tribunal, con acierto, voz y voto en todos los negocios; se celebró con repique general y salva de artillería y el Doctor Rosas tuvo mucho que lisonjear su arbitrio para hacer dominar su partido, como que los mismos faccionistas les sacaron de Palacio a la plaza como en triunfo, entre aclamaciones y vivas que llamando la curiosidad de la plebe, ésta le formó un segundo laurel con sus populares aclamaciones y acompañamiento hasta su casa, donde en la puerta les tiró por dos o tres veces puñados de dinero para entusiasmar más [a] la plebe y hacerle adicta a su partido, manifestándose generoso.

El Ayuntamiento, sabedor ese día del anterior suceso, dirigió a la Junta inmediatamente un oficio lleno de resentimientos de que sin habérsele consultado en la materia se hubiese hecho la incorporación de los diputados de afuera, con ofensa de la Municipalidad, cuyos representantes aún no estaban elegidos, y que mal podría estarlo uno que otro partido del Reino sin estar representada la capital, pues falta lo accesorio, no estando la naturaleza de aquel; concluyendo que mientras tanto no debían tener voz ni voto los diputados que se habían incorporado hasta no hacerse la elección de los de la capital y reunión de todos.

Al predicho oficio y recurso del Cabildo no se le dio la menor contestación y por lo mismo comprendió que el Doctor Rosas autor de todo lo obrado, trataba de hacer un partido capaz de sostener sus ideas ambiciosas, hasta impetrar el mando de Presidente de la Junta, vacante por muerte del señor Conde de la Conquista. Por lo mismo trató el Cabildo de hacerse de facción prevalente para acertar en la elección de sus diputados y que no fuesen de la devoción del Doctor Rosas, para precaver nuevos vejámenes y acaso extorsiones a los mejores y más honrosos vecinos.

 

Notas.

1. Curiosamente algunos párrafos más arriba se le asigna al mismo sujeto el grado de Cabo. (C. Guerrero L).

2. Hermano de Diego Portales. (C. Guerrero L).

3. Oleorresina del copayero, árbol de la familia de las Papilionáceas, propio de América Meridional, se emplea en medicina contra las inflamaciones de las mucosas. (C. Guerrero L.).

4. Entiéndase como “cargos”. (C. Guerrero L).

5. Lima. (C. Guerrero L).

6. Irisarri era casado con Mercedes Trucios y Larraín y Juan Mackenna con Josefa Vicuña Larraín. (C. Guerrero L).