ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Segunda Parte. Contiene desde el 15 de Octubre de 1810 hasta el 25 de Mayo de 1811.
Marzo de 1811.

Marzo de 1811

En 2 de dicho mes, el señor Procurador, instruido de la solicitud del Cabildo por el oficio que antecede, hizo sacar por el notario don Juan José Avendaño, diferentes compulsas y con ellas lo acompañó a los curas y prelados de las religiones para su inteligencia con el oficio del tenor siguiente:

“Deseoso de cooperar eficazmente cuanto a nuestro oficio pastoral toca, con las ideas sublimes de patriotismo de este Ilustre Cabildo, acompaño a V. P. R. copia del que me remitió con fecha de 28 del pasado para que reflexionando V. P. R. sobre los interesantes objetos que comprende, se sirva practicar las diligencias más oportunas a fin de que llegue a noticia de los individuos de esa jurisdicción, inspirándoles así los dictámenes prácticos más conducentes para el acierto del fin principal que se propone en el suyo, ya en las convenciones familiares, ya en la diligencia, que será la principal de leerlo en el capítulo. Dios guarde a V. P. R. muchos años. Santiago, y marzo 2 de 1811. Doctor Domingo Errázuriz”.

He aquí el primer paso del oficio pastoral del nuevo Provisor, cortado según el corazón de los Juntistas, para consolidar sus ideas sin tropiezo alguno de la Jurisdicción Eclesiástica. Necesitaba este nuevo Gobierno abrir flancos a sus proyectos, porque cuando los pueblos juzgan los derechos de sus reyes y los súbditos entran a arbitrar sobre sus príncipes, sacudiéndose del yugo de la debida subordinación, es necesario abrir las puertas al libertinaje, a los abusos de los rebeldes, para que la causa se haga común y la maldad y el delito formen colores para encubrir la rebelión, seducción y engaño al abrigo de ambas jurisdicciones, a fin de que la virtud, al considerar el trastorno y la mano alevosa que ha arrebatado la corona a su Príncipe, tantas veces jurado y reconocido, no se estremezca por ver que la jurisdicción eclesiástica, directora de las conciencias, ha auxiliado a la secular o al nuevo Gobierno, a sus máximas, sus leyes y sentimientos.

Permita una breve y ligera digresión para dar aquí oportunamente la razón y el modo como fue elegido el Doctor don Domingo Errázuriz pocos días antes de expedir el oficio de que se ha hecho relación. Es el caso, que cuando [se produjo] la instalación de la Junta se hallaba con la condecoración de Provisor y Vicario Capitular el señor Doctor don José Santiago Rodríguez, Canónigo Doctoral de esta Santa Iglesia Catedral, tan recomendable por su talento, sabiduría y virtud, cuanto por su inflexible e inalterable lealtad a nuestro monarca; este prelado que sabe las alianzas de la Suprema Potestad de los Reyes con la Iglesia; que sabe que no en vano tienen la espada; que no tanto se les ha concedido por Dios el imperio para el Gobierno del mundo, cuanto especial y señaladamente para la protección de la ciudad santa; que sabe finalmente que todos deben estar sujetos al Rey o a las autoridades legítimamente constituidas por él, se opuso vigorosamente al nuevo Gobierno y para mantener la debida subordinación en que deben estar estos dominios no sólo por el temor o por la ira, si no mucho más por la estrecha ley de la conciencia, dirigió a los párrocos una protesta o juramento de no alterar el Gobierno, ni obedecer a otras autoridades que a las antiguamente reconocidas. Dicha protesta, tan llena de verdadero celo, de amor y fidelidad al soberano, se halla literalmente colocada el Diario en 16 de Agosto de 1810.

Esta diligencia de tanta recomendación, la conferencia y debates que en este mismo día sostuvo y sufrió en presencia del Capitán General, los Diputados del Cabildo y su Procurador, con otras mil pruebas que ha dado de su lealtad, hicieron concebir a los facciosos que el actual Provisor, inflexible opositor de su sistema, era un tropiezo para fundamentarle y llevar adelante. Meditaban de día y de noche arbitrios para removerle del empleo y no encontraban. En estas circunstancias, se valieron del Doctor don José Errázuriz, sobrino carnal del referido Doctor don Domingo Errázuriz. Aquel como Secretario del Ilustrísimo señor Doctor don José Antonio Martínez de Aldunate, electo Obispo de esta diócesis, prevalido de la ascendencia que tenía en su persona y mucho más de la oportunidad de estar Su Señoría Ilustrísimo enfermo de una absoluta demencia, pues desde que llegó a esta capital a fines de diciembre de 1810, ni se recibió ni tomó posesión del Gobierno en virtud de la Real Cédula de su nombramiento, y la de ruego y encargo al Cabildo, reduciéndose por esta razón a vivir en su casa de campo que tiene en esta ciudad, sin tratar con persona alguna y rodeado sólo de sus parientes y secretario, que le impedían toda otra comunicación, pues que estaba sin discernimiento para cosa alguna; aprovechóse dicho secretario a influjo de los facciosos, de aquella deplorable situación; consiguió la remoción del referido Vicario Capitular Doctor don José Santiago Rodríguez, haciendo suscribir a Su Señoría Ilustrísima sin saber lo que firmaba, un decreto nombrando de Provisor y Gobernador del Obispado al Presbítero don Domingo Errázuriz. ¡Ah!, y ¡qué trabas no inventa la malicia cuando quiere triunfar y conseguir sus designios!

Este decreto se publicó repentinamente, causando en todos la mayor sensación y asombro, porque nadie ignoraba la demencia e insensatez en que se hallaba el Ilustrísimo Señor Obispo; y a menos la escandalosa nulidad de dicho decreto por otro principio, pues no habiendo tomado posesión de su Obispado ni el Cabildo transferídole la jurisdicción espiritual en virtud de las letras de ruego y encargo, parece que no pudo transmitir aquella ; pero estos y otros abusos tienen lugar cuando se intenta conseguir los fines a costa de cualquier medio. ¡Ah! y ¡cuántos escrúpulos no se suscitaron en las conciencias timoratas... cuántas ansiedades, cuán tas dudas sobre la legitimidad de aquel nombramiento! De ello ni se dio Parte al Cabildo, ni a su Vicario Capitular. De improviso se apoderó el nuevo Provisor de la Curia Eclesiástica y del Gobierno Episcopal, nombrando inmediatamente para asesor del juzgado a don José Miguel Infante, Procurador de ciudad, uno de los agentes más activos y eficaces de la Junta y acaso principal autor de los sugerimientos y meditado proyecto de la indicada remoción, cuyo buen efecto se deja entender por el oficio que expidió y por otras muchas providencias.

Entre las varias resoluciones de nuestro nuevo Provisor ha sido la secularización del Ministro Fray Joaquín Larraín, religioso mercedario. Aquel obtuvo Breve de Su Santidad para el efecto; más Su Majestad sabedor de la administración de los bienes de la comunidad, y su disipación, sin haber rendido cuenta alguna durante su gobierno de Provincial; las muchas quejas y recursos dirigidos a su Real Persona por esta provincia, mandó en Real Cédula que libró para este fin, recoger el referido Breve pontificio, ordenando se remitiese original al Consejo. Una soberana voluntad tan decisiva parece que debería tener su puntual cumplimiento. Nada menos que eso. Por medio de una escandalosa infracción de dicha Real Cédula, pasó el nuevo Provisor a ejecutar el Breve y a la secularización del Padre Larraín. ¿Y por qué? Porque era principal corifeo de la revolución, y valía mucho tenerle fuera y no en los claustros, para consultor y maestro de sus intrigas. Nada de esto se habría conseguido estando de por medio el Doctor Rodríguez como Provisor. Todo era tropiezo, todo escollo, y por eso conspiraban los facciosos a su remoción y la consiguieron para ejecución de sus indicados y otros muchos designios.

El mismo día 2 de marzo llegó el correo de Buenos Aires. La Junta de aquella capital aceptó las generosas ofertas de tropas hechas por esta en 16 de febrero al Comandante de Armas de Mendoza para que las trasladara a noticia del Gobierno de Buenos Aires, como consta de su oficio del tenor siguiente:

“El obstinado empeño con que el Gobierno arbitrario y vacilante de la España trata de introducir la división y la discordia entre los pueblos de América, nombrando para que la envuelvan en sangre hombres temerarios y aborrecidos como Elío, con el pomposo titulo de Virrey y Capitán General de estas Provincias, ha hecho concebir a este Gobierno, que no habrá género de sacrificio que no impidan cuando se trata de imponernos el yugo de fierro que el despotismo antiguo ha dejado caer de sus manos por pura debilidad. Así, las más interesantes miras de esta Junta se han circunscrito desde luego a poner a estas Provincias en un estado de seguridad y de defensa que se hallen a cubierto de las continuas asechanzas con que los partidarios y devotos de la Francia se esfuerzan en preparar para dominarlas eternamente. Elío, según las más acreditadas pruebas que ha recogido la Junta, ha debido su nueva investidura al comercio de Cádiz que tiembla con la sola idea de no contar para su engrandecimiento con los continuos sacrificios de la América, y se prepara desde luego a hostilizar a esta ciudad del modo más sangriento y bárbaro, no perdonando su encono ni aun las familias inocentes que seguramente habrán de padecer los funestos efectos de su loca temeridad, pues con algunas bombarderas y barcos de fuerza sabemos se dirige a tener el bárbaro placer de oír los lamentos de las desgraciadas madres que vean sus inocentes hijos víctimas de su furor abominable; y no estamos distantes de temer que su temerario arrojo le haga emprender un desembarco en estas costas; con este motivo ha pasado este Gobierno las más estrechas órdenes a las Provincias, a efecto de que auxilien con gente y armas para prepararse a su escarmiento y Vuestra Excelencia que ha entendido esta necesidad urgente, se le ofrece con una generosidad sin ejemplo por su oficio de 6 del corriente, a prestarle los poderosos auxilios de sus mejores tropas regladas.

Esta Junta que conoce todo el valor de los auxilios que puede prestarle Vuestra Excelencia le exhorta, desde luego, a que sin pérdida de momento se pongan en camino para la ciudad de Mendoza las tropas veteranas y armadas con que cuente y a cuyo reconocimiento está justamente obligado este Gobierno y se dispone a preparar sus mejores tropas todos cuantos auxilios le ministren sus recursos, para poner a ese afortunado Reino a cubierto de la hostilidad que puedan intentar nuestros enemigos, si alguna vez les condujese su loco arrojo a turbar la inalterable tranquilidad y paz con que es gobernado por la paternal sabiduría de Vuestra Excelencia. Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Buenos Aires, febrero 18 de 1811. Excelentísimo Señor. Cornelio de Saavedra.- Miguel de Ascuénaga.- Doctor Larrea.- Juan Francisco Tarragona.- Doctor Juan Ignacio de Gorriti.- Hipólito Vieytes, Secretario.- Excelentísima Junta Gubernativa del Reino de Chile”.

Apenas recibió esta Junta el antecedente oficio, cuando recordando las generosas ofertas hechas para la remisión de tropas a la de Buenos Aires, comprendió la obligación de cumplir su palabra tan solemnemente aceptada por aquel Gobierno, y para desfigurar el despotismo que se premeditaba, hizo formar una junta o Consejo de Guerra el 3 de marzo, que para mayor ilustración de cuanto pasó en él y de los diferentes dictámenes que ocurrieron, he tenido a bien transcribirle literalmente, como sigue:

“En la ciudad de Santiago de Chile a 3 días del mes de marzo de 1811. Estando presentes en la Sala de Despacho de este Palacio los señores que componen la Excelentísima Junta del Reino, y demás del Consejo de Guerra, el Procurador General de Ciudad, los dos Alcaldes Ordinarios y el Regidor don Agustín Eyzaguirre para tratar de contestar un oficio recibido de la Excelentísima Junta de Buenos Aires con fecha 18 de febrero último, en el cual pide auxilio de tropas a este Reino en virtud del ofrecimiento que se le había hecho de ellas en otro de 6 del mismo; y oído[s] los pareceres de lo antedichos señores que componían el citado Consejo de Guerra, y de los del Ilustre Ayuntamiento, dieron los siguientes. El Sargento mayor don José Joaquín Guzmán, dijo que se procurase salvar con honor el ofrecimiento hecho por esta Excelentísima Junta a la de Buenos Aires.- Teniente Coronel de los Reales Ejércitos don Juan Miguel de Benavente, opinó que debían mandarse mil hombres de socorro.- El de la misma clase don Juan de Dios Vial, fue de la propia opinión.- Sargento Mayor de Asamblea don José María Botarro, que se mandase la gente que tuviera a bien esta Excelentísima Junta en socorro de la Patria y Religión.- El Señor Coronel de Milicias, Conde de Quinta Alegre, que no pareciéndole de absoluta necesidad esta remisión, creía oportuno no hacerla.- El Teniente Coronel de los Reales Ejércitos don Juan Manuel de Ugarte, que conceptuaba preciso mandar mil hombres.- El señor Coronel de Milicias don Antonio Mendiburu opinó de la propia suerte.- El Sargento Mayor don Juan José Carrera, dijo, que habiendo sido falsa la noticia de la gente que se suponía traer el señor Elío y que motivó el ofrecimiento de esta Excelentísima Junta, no parecía bien, en vista de nuestra necesidad de gente veterana, despojarnos de ella, y remitirla.- El señor Coronel de Milicias Marqués de Casa Larraín adhirió a este dictamen.- El señor Coronel don José Pérez García, que podrían remitirse de las tropas de Concepción y de los demás partidos del Reino, 300 a 400 hombres, oyendo primero al Ilustre Ayuntamiento de esta Capital.- El Teniente Coronel don José Santiago Luco, que no se enviaren tropas algunas.- El Teniente Coronel don Tomás de Figueroa, que convendría reunir al Ilustre Cabildo de la Capital y hacerlo que éste resolviese.- El señor Marqués de Monte Pío, Coronel de Milicias, que fuesen algunos de los vagamundos, y se hiciese lo que opinase el Procurador General de Ciudad.- El señor Coronel de los Reales Ejércitos don Domingo Díaz Muñoz, conviniendo salvar el ofrecimiento hecho por esta Excelentísima Junta se mandasen 500 hombres pagados por la Junta de Buenos Aires, con la calidad de reemplazarlos en los cuerpos de donde se sacaren, y si era posible, desarmados, contemplando que este servicio cedía en beneficio del Rey, de la Religión y de la Patria.- El señor Coronel Comandante del Real Cuerpo de Ingenieros don Manuel Olaguer Feliú, que no convenía enviar tropas veteranas, por la necesidad que hay de ellas en el Reino para nuestra defensa, y lo más que opinase el Procurador General; y este con los alcaldes ordinarios don Joaquín de Echeverría, don Javier de Eyzaguirre y el Regidor don Agustín de Eyzaguirre, dijeron que siendo mucha mayor la necesidad de tropas y de armas en nuestro Reino, no convenía deshacernos de ellas y, de consiguiente, que no debían mandarse con lo que se concluyó este acuerdo, como lo certifico. José Gregorio de Argomedo, Secretario”.

El día 5, instruido el Cabildo de la decisiva resolución de la Junta para la remisión de tropas a Buenos Aires y de la prevalencia de esta opinión en la mayor parte de los que asistieron al anterior Consejo de Guerra, a que sólo habían sido citados 4 individuos de su cuerpo, dirigió a la propia Junta un oficio quejándose de la poca formalidad y ninguna consideración que se había tenido al cuerpo de la Municipalidad, pues que no se le había oído en un punto de tanto interés y gravedad y de tanta trascendencia al pueblo a quien representaba. En su consecuencia y para subsanar su honor y reputación, pidió el Cabildo los antecedentes para instruirse y consultar lo más concerniente al beneficio del Reino. El oficio antedicho y todo su contenido es del tenor siguiente:

“Excelentísimo señor:

Si en todos tiempos debe el Cabildo propender a conservar ilesas las facultades que le son peculiares por su instituto, con mayor necesidad en el presente. Ha sido informado que Vuestra Excelencia hizo convocar el domingo por la tarde a solo cuatro individuos capitulares para oírles sobre el punto de si se auxiliaría al Gobierno de Buenos Aires con tropas, armas y dinero, como lo pedía en virtud de la precedente oferta de Vuestra Excelencia. Esta determinación le obliga a exponer, que, si dichos individuos fueron citados por la investidura de regidores, no por eso tienen la representación del Pueblo, la que sólo reside en el cuerpo municipal, y no en algunos miembros de él, sino es que el mismo cuerpo los dipute. Por este principio, cualquiera dictamen que hubiesen prestado sería de ningún momento, como aseguran haberlo expuesto a Vuestra Excelencia, habiendo manifestado su opinión solo por vía de ilustración.

No menos ha sentido el Cabildo que un asunto de tanta gravedad e importancia se haya sujetado a unos dictámenes que se han vertido sin la debida premeditación y acuerdo. Vuestra Excelencia en la misma tarde en que concurrieron, les propuso el punto sobre que debían opinar y exigió que expusiesen su parecer. ¿Cómo será posible que en aquellos momentos pudiesen tomar un exacto conocimiento de los hechos y combinar todas las circunstancias del caso para prestar una resolución acertada? Aún en los asuntos entre partes se estima nula cualesquiera decisión precipitada, por presumir que no se ha dado con aquel previo y circunspecto examen que mandan las leyes; y, ¿cuánto más no lo será en este, que al paso que es de la mayor entidad y gravedad, ofrece dificultades dignas de la más profunda meditación? Pero nada es más doloroso que la trascendencia que esto tiene al pueblo, que si en los principios opinaba con variedad, en el día se nota que han fermentado más estas opiniones, y lo peor del caso es, que no habiendo tenido el Cabildo arte ni parte en este negocio sino es haber pedido que se le oyese en él, muchos incautos con la más reprensible temeridad vulneran su honor y reputación. Este es el premio que está recibiendo después de no haber perdonado sacrificio alguno en beneficio del pueblo que representa.

Tan graves males espera esta Municipalidad del acreditado celo y prudencia de Vuestra Excelencia, que propenderá por todos medios a exhortarlos. El único adaptable que se presenta y que es conforme a las leyes, es el que Vuestra Excelencia le comunique los antecedentes, como lo tiene pedido reiteradas veces para informar. Esté Vuestra Excelencia seguro que lo verificará con la mayor imparcialidad y consultando sólo a lo que sea en beneficio del Reino. El pueblo se aquietará cuando vea que con la debida formalidad y circunspección, se discute el más grave asunto que puede presentarse, no siendo de dudar que someterá sus opiniones a lo que Vuestra Excelencia resolviere con previa audiencia de esta Municipalidad.- Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Sala Capitular de Santiago y marzo 5 de 1811.

Excelentísimo Señor. Javier de Eyzaguirre.- Joaquín de Echeverría.- Ignacio Valdés y Carrera.- Francisco Antonio Pérez.- El Conde de Quinta Alegre.- Ignacio José de Aránguiz.- Fernando Errázuriz.- Señores vocales de la Excelentísima Junta Gubernativa del Reino”.

Por decreto de igual fecha, mandó la Junta pasar el expediente íntegro por mano de su Secretario Doctor don José Gregorio Argomedo con encargo y orden de que éste hiciera presente al ilustre Ayuntamiento la urgencia de la materia y pronta resolución que exigía el asunto. Quiero que aún este decreto se puntualice literalmente para su debida constancia, y es como sigue:

“Santiago marzo 5 de 1811. Pase inmediatamente el Secretario Doctor don José Gregorio Argomedo al ilustre Ayuntamiento los antecedentes que pide, haciendo presente la urgencia de la materia y pronta resolución que exige este asunto. Doctor Rosas.- Rosales”.

El 7 de dicho mes, los facciosos, instruidos de la oposición que pretendía hacer el Cabildo a la solicitud de Buenos Aires sobre la remisión de tropas, enardecidos contra otros igualmente que sentían del mismo modo que el Ayuntamiento, acriminando esta conducta como alta traición al patriotismo y sentimientos a los mismos intereses defensores de este suelo y de Buenos Aires por la íntima alianza y hermandad que los liga recíprocamente, se presentaron pidiendo se proceda y reprenda a cualquiera que, por seducción, por ignorancia o capricho, secretamente, o en público vierta especies contrarias a la solicitud de la Junta de Buenos Aires; y esto después de haberse entrado muchos de ellos al Tribunal a ofrecer sus personas para ir en defensa de Buenos Aires, como fueron don José Julián Fretes, Don Bernardo Vélez, don Domingo Huici, y otros muchos, señalándose entre todos don Juan de Dios Vial, que siendo Teniente Coronel graduado, se ofertaba a ir de sargento, con el fin de distinguir su mérito y realzar su servicio. La referida representación, digna de la reflexión más estudiosa, es a la letra, como sigue:

“Excelentísimo Señor.

Los vecinos subscriptores de esta representación con el mayor respeto decimos: que apenas ha llegado a nuestra noticia la aceptación que ha hecho la Excelentísima Junta de Buenos Aires de las tropas que Vuestra Excelencia se dignó ofrecerle contra las tentativas hostiles de don Javier Elío, cuando nuestro patriotismo se ha visto excitado de los más vivos sentimientos, porque los enemigos de la gran causa que sostenemos, vean que ella se afianza sobre los principios de unidad que consolida el voto general; en efecto, nuestra alianza con aquella heroica capital lo exige como también la situación del precioso país que ha bitamos, los intereses de un mismo sistema, los de la justicia y del honor.

Por otra parte, el mérito singular de aquellos fieles e inmortales defensores de los derechos de la Patria contra los designios de opresión en que se obstina la mala política de un Gobierno vacilante, parece que impone como un deber la necesidad de auxiliarse recíprocamente los que están poseídos de iguales sentimientos y que jamás sufrirían el proyecto de los que intentasen aislarlos en medio de disensiones domésticas. No, señor excelentísimo; el genio de la discordia nunca podrá introducirlas entre Buenos Aires y Chile. Estamos íntimamente aliados; nos congratulamos de esta estrecha unión, y en ella se estrellarán cualesquiera maquinaciones de los aborrecedores de nuestra libertad.

Sabemos con el mayor placer que la juventud chilena se brinda a podía, y se anticipa al precepto de Vuestra Excelencia para llenar con dignidad su justo empeño; sabemos que las tropas se apresuran con el mismo deseo; y este es también el voto general del pueblo, que nada apetece tanto como prestar a las resoluciones de Vuestra Excelencia una obediencia siempre gustosa. Créalo así Vuestra Excelencia; cualquiera especie contraria, sólo será obra de los seductores, o por ignorancia, o por capricho. Así suplicamos a Vuestra Excelencia que con este conocimiento se digne proceder, reprendiendo severamente la conducta de cualesquiera contradictor y reservando este memorial para satisfacer al gobierno de Buenos Aires a prevención de que se comunique otra noticia que puede sacar sus justas quejas.

Por don Joaquín de Trucios y por mí, Antonio José de irisarri.- Manuel Pérez Cotapos.- Nicolás Matorras.- Judas Tadeo Silva.- Agustín Llagos.- Ramón Mariano Arís.- Doctor Barra.- José Vicente Ovalle.- José María de Rosas.- Rafael Correa de Saá.- Agustín de Gana.- Juan de Dios Vial.- Antonio Flores.- Doctor Juan Pablo Fretes.- Benito de Vargas.- Francisco de Aro.- José Antonio de Vargas.- Julián José Fretes.- Ramón Valero.- José Samaniego Córdoba.- José Miguel Bascuñán.- José María de Tocornal.- Antonio Urrutia.- Joaquín Troncoso.- Vicente Gutiérrez.- José Silvestre Lazo.- Domingo Salamanca.- José Agustín Arco.- Doctor Bernardo Vélez.- Doctor Luis Dorrego.- Doctor Bernardo Vera.- Francisco Prats.- Francisco de la Lastra.- Martín Ruiz Arbulu.- Gregorio Gómez.- Manuel Bascuñán.- José Ignacio de la Cuadra.- Nicolás García.- Pablo de Ceballos.- Jerónimo Gómez.- Alberto Carvallo Ureta.- Gabriel José de Valdivieso.- Matías de Mujica.- José Santiago Gómez.- Domingo José de Toro.- José Antonio de Rojas.- Juan Domingo Valdivieso.- Estanislao Varas.- Francisco Ramón Vicuña.- Santiago Antonio Pérez.- Martín Segundo Larraín.- Joaquín Larraín.- Justo de la Barrera.- Tomás Muñoz.- Tomás Gavilán.- Pedro Antonio Gavilán.- José Manuel Fernández.- José María de los Álamos.- Juan de Dios Romero.- Pedro José Cancino.- José Manuel Lecaros.- Francisco de Formas.- Gaspar Romero.- José Miguel López.- Francisco Rojas.- Domingo de Reyes.- Francisco Gaona.- José Ignacio Valdés.- José Antonio Bustamante.- Pedro José Romero.- Juan de Dios Vial y Arcaya.- Félix Vial.- Doctor Timoteo de Bustamante.- Francisco de Borja Formas.- José Antonio de los Ríos.- José Martín Avaria.- Manuel de Salas.- Manuel Domingo Lois.- Manuel de Palacios y Pozo.- Mariano Palacios y Soto.- Mariano de Astaburuaga.- Jerónimo Arauz.- Francisco Crisóstomo Álamos.- José Rodríguez.- Antonio Rodríguez.- Manuel Fernández.- Bernardo Font.- Agustín Arellano.- Vicente Dávila.- Manuel del Río y Cruz.- Andrés Ahumada.- José Antonio Pérez.- Joaquín Larraín.- Pedro Nolasco Valdés.- José Velasco.- José Gregorio Calderón.- Joaquín Calderón.- Francisco Muley.- Pascual Álvarez.- Doctor Hipólito Villegas.- Rafael de la Sota.- José María de Villegas”.

Total de suscripciones: 104.

A la anterior representación se le puso el Decreto del tenor siguiente:

“Santiago y marzo 7 de 1811. Póngase con los antecedentes de la materia. Doctor Rosas”.

De modo que sólo este vocal intervino en el decreto, sin concurrir el asesor, secretario ni escribano, porque era el más interesado y quien hacía mayores empeños en la indicada remesa de las tropas.

No puedo pasar en blanco la arrojada osadía de los subscriptores de aquella representación y menos el lenguaje con que se explican tan descaradamente a favor de la gran causa de la unidad de sentimientos, de la alianza con la heroica Buenos Aires, de los intereses de un mismo sistema, de los inmortales defensores de los derechos de la Patria en aquellos que están poseídos de iguales sentimientos, de donde nace la necesidad de auxiliarse recíprocamente contra la mala política de un Gobierno vacilante; finalmente, se congratulan de esta alianza, de esta estrecha unión, que es el muro, donde dicen, se han de estrellar los perseguidores de la libertad. Yo registro expresión por expresión y en todas, y en cada una, no encuentro otra cosa, que el regicidio político del Monarca y el espíritu más expresivo de la independencia: de aquí el alarmarse con todo aquel que se oponga al auxilio de Buenos Aires en la remesa de las tropas, y de aquí toda la contradicción que puede imaginarse a los que no son de igual dictamen, pidiendo la más severa animadversión contra ellos.

El Cabildo habiéndosele pasado los antecedentes de la materia, como estaba mandado y con la brevedad más rápida, evacuó su representación, ratificando en ella su oposición a la remesa de tropas, por la indefensión del Reino, porque decaerán las labranzas del campo y también porque pudiera el señor Virrey de Lima atacar a este Reino. El oficio íntegro dará los mejores conocimientos sobre las razones que alega el Cabildo, y para ellos se transcribe literalmente, y es como sigue:

“Excelentísimo señor:

Este Cabildo se ha instruido de los antecedentes que Vuestra Excelencia le ha pasado y examinada detenidamente la materia, opina que por ahora es impracticable el socorro de gente y armas ofrecido a la Excelentísima Junta de Buenos Aires.

Vuestra Excelencia está bien cerciorado del estarlo de indefensión en que se halla el Reino. Siendo así, no es posible enervar sus pocas fuerzas, extrayéndolas fuera. Si a Buenos Aires le amaga el peligro de ser invadido por Elío, no menos expuesto está este Reino, si el jefe provisto que actualmente reside en Montevideo, se trasladase a Lima y desde allí auxiliado por el Virrey Abascal, acometiese a nuestros puertos.

No menos ha influido en el ánimo del Cabildo, el firme concepto en que está de que mucha parte de este pueblo y de los demás subalternos, conoce el mismo peligro que se ha indicado, y no sin violencia podría conformarse en la resolución de estrechar las tropas. Vuestra Excelencia comprende muy bien cuán doloroso es, particularmente a las gentes del campo, abandonar sus hogares. Ya de antemano, la sola noticia de que iba a dárseles este destino, les ha estimulado de resistirse a sentar plaza en los nuevos cuerpos veteranos, motivo porque hasta lo presente se hallan incompletos, después de tres meses ha que por todas las villas y ciudades se excita a todos para que se incorporen en ellos.

A pesar de tan poderosas razones, el Cabildo tentaría todos los medios de facilitar ese auxilio a Buenos Aires, si concibiese que era mayor su necesidad y apuro: en tal caso, no podría dudar del patriotismo del pueblo que haría los mayores esfuerzos para concurrir a la defensa de un punto que debemos confesar ser el primer baluarte de nuestra seguridad, pero no tanta la necesidad, ni  el riesgo en que se halla.

Es verdad que el honor de Vuestra Excelencia está comprometido con la oferta que tiene hecha, pero debe tenerse presente que fue condicional para el caso que fuese cierta la noticia de haber llegado el Gobernador Elío a Montevideo con algunos miles de hombres, lo que no se ha verificado; y por lo tanto notará Vuestra Excelencia que el Gobierno de Buenos Aires no indica ser mayor su peligro, antes por el contrario, sabemos por cartas de particulares, que se desprecian las amenazas de Elío, tratándolo como un enemigo débil, y a quien, su carácter precipitado puede impedirle a un arrojo que necesariamente le ha de ser funesto.

Crea Vuestra Excelencia que el Cabildo está penetrado de los más vivos deseos de adhesión al Gobierno de Buenos Aires, y sólo estas consideraciones lo obligan a oponerse, porque no se ejecute la remisión de las tropas. Sin embargo, descansaría más seguro, si Vuestra Excelencia adoptase el arbitrio de celebrar un Cabildo Abierto, en el que se determinará lo que sea más conforme a los sentimientos de la parte más sana del pueblo; así lo prescriben las leyes en los casos de la arduidad y delicadeza del presente. Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Sala Capitular de Santiago de Chile, marzo 6 de 1811.Excelentísimo Señor.- Javier de Errázuriz.- Joaquín de Echeverría.- Marcelino de Cañas Aldunate.- Ignacio Valdés y Carrera.- Ignacio José de Aránguiz.- Fernando Errázuriz.- Agustín de Eyzaguirre. Excelentísima Junta provisional Gubernativa del Reino”.

El decreto puesto al recurso o representación del Cabildo, fue desentenderse en un todo y pasar el expediente al señor don Fernando Márquez de la Pata, para que, como vocal y a causa de hallarse enfermo, presentara su dictamen. No quiero omitir cosa alguna literal perteneciente a este asunto; por ello va la providencia a la letra, y es como sigue:

“Santiago y marzo 7 de 1811.

Hallándose actualmente enfermo el señor don Fernando Márquez de la Plata, y siendo este asunto de tanta gravedad, pase el Secretario Doctor don José Gregorio de Argomedo a hacerle relación del expediente y recibir su dictamen. Doctor Rosas.- Carrera.- Reina.- Rosales.- Argomedo”.

El señor Márquez de la Plata, que unido con el Doctor Rosas han hermanado perfectamente sus sentimientos, procediendo en todo lo perteneciente al despacho con la mayor uniformidad de ideas, impregnado de las que tenía aquel sobre el interés de auxiliar con tropas a la Junta de Buenos Aires, en que había manifestado el mayor empeño y esfuerzo, vino a dar su parecer, en todo uniforme con los deseos del Doctor Rosas, el que es literalmente como sigue:

“Cuando Buenos Aires exige, por el cumplimiento de la oferta que se le hizo en 6 de febrero último de auxiliarle; cuando ha dado tan indudables pruebas de la mayor adhesión a este Gobierno; cuando sostiene igual causa a la nuestra; cuando de la duración de la suya es consiguiente la de ésta; y por el contrario, la ruina es un antecedente de la que también nos sucedería, nuestra necesidad, aunque grave, no es tan apurada como la suya; cuando nada debe estar de más en las pruebas de igualdad en los intereses de ambos reinos, dirigidos a asegurar de un modo inexpugnable estos y aquellos dominios a Fernando VII por un Gobierno patriótico semejante al de la Península, igual en derechos a nosotros y que por lo mismo debe serlo también de las ideas de mandar los pueblos, dicta la política, la razón y la justicia, que se convenga con el socorro que pide la Excelentísima Junta de Buenos Aires, sin reparar en otra cosa que en lo que le pide  y por lo tanto lo necesita. Este podrá reducir se a 400 hombres veteranos armados, 300 de la Intendencia de Concepción, reducidos a tres compañías de a 100 cada una con sus respectivos oficiales, con la calidad de reemplazarlos inmediatamente en igual numero, con lo que quedan acallados los sentimientos que ha manifestado el Cabildo de aquella capital; los 100 restantes pueden extraerse del nuevo batallón de Infantería de Granaderos de Chile, sacándose de a 11 por cada compañía, y dejando éstas reducidas al número de 64, cuya falta no será notable si se dobla el empeño de disciplina en las milicias como se trata. Así queda el auxilio reducido a 4 compañías de a 100 hombres; y si por este mayor número del ordinario representaren los oficiales alguna dificultad, se proveerá oportunamente de un arbitrio que la concilie. Este es mi parecer. Santiago, 7 de marzo de 1811. Plata.- Argomedo”.

Nada tuvo que trepidar la Junta para acordar su decreto, teniendo al frente el dictamen del señor Plata, en todo conforme al grande interés y empeño del Doctor Rozas, que a pecho por tierra, hacía los mayores esfuerzos en este asunto; y en el propio día se expidió el Auto en los términos siguientes:

“Santiago, 7 de marzo de 1811.

Considerando la Junta Provisional de Gobierno, que en las actuales peligrosas circunstancias en que se halla la España de ser subyugada por las fuerzas superiores del usurpador José Bonaparte, es del mayor interés para nuestro desgraciado Rey y  las Provincias del Río de la Plata, así como este Reino se mantengan en el orden, forma y constitución que han adoptado para conservarse en todo evento estos preciosos restos de sus dilatados dominios; ha acordado y resuelto que se  auxilie a la ciudad de Buenos Aires con 400 hombres de tropas veteranas aunadas; que para esto se hagan venir de Concepción 200 hombres de Infantería y 100 de caballería; que del Batallón de Granaderos de esta capital se saquen los 100 hombres restantes, extrayendo 11 de cada una de las compañías, las que quedarán reducidas al pie y fuerza de 64 por cada una, mientras que otra cosa no se determine; y que para la ejecución se libren las más prontas y activas providencias. Doctor Rosas.- Carrera.- Reina.- Rosales”.

A consecuencia del Auto proveído para llevar a debido efecto las promesas de la comisión de las tropas se extendieron y remitieron los oficios respectivos al Comandante de Armas, y Gobernador de Concepción don Pedro José Benavente; y aunque de primera se había dispuesto el trasporte de dichas tropas por tierra, pero después se dio orden fuese por mar, mediante la oportunidad de hallarse en aquel puerto la fragata Begoña, dependiente de la casa del finado Mendiburu, suegro de Rosas, y por esto, y la influencia que tiene con los interesados, sus hermanos políticos, pudo contar con certeza sobre el meditado proyecto.

También de todo ello se dio cuenta a la Junta de Buenos Aires con mil satisfacciones para excusar la nota de no haber mandado más número de tropas en auxilio y defensa de aquella capital, y en prueba en los enlaces de hermandad y recíproca correspondencia en una causa común de un mismo interés, en que debían obrar los mismos sentimientos en la franqueza de los auxilios que ha menester, extendiéndose el número de 400 hombres en la forma que expresa su oficio, que literalmente dice así:

“Las noticias que tuvimos por el Comandante de Armas de Mendoza en carta de 9 de febrero último y por otros pasajeros de no haber traído Elío gente alguna, con el conocimiento de que de Montevideo no se sacaría 2 mil hombres, nos hicieron suspender las providencias que habíamos adoptado para reunir en esta capital una fuerza considerable que marchase a esa ciudad a resistir cualquier violencia; y cuando hemos visto el oficio de Vuestra Excelencia de 18 del mismo, en que contestando al nuestro de 6, nos pide las tropas veteranas y armadas que podamos mandarle: ha sido necesario activar de nuevo las órdenes, con el dolor de mirar ya tan avanzado el tiempo para el paso de la cordillera, y que aquellas deben venir de la provincia de Concepción, distante 150 leguas. Nuestra situación local, y el descuido o malicia de los que mandaban, nos había hecho descansar en un letargo profundo, representándosenos muy distante la necesidad de ser guerreros; por eso, sólo en Concepción para contener a los naturales bárbaros se mantenía una fuerza de poco más de 1.000 hombres; de ellos hemos pedido 300 y 100 más de los que servían en el nuevo batallón de Granaderos de esta capital. Los 400 caminarán muy breve con sus respectivas armas y oficiales y acreditarán en Buenos Aires que el Reino de Chile sabe interesarse en el empeño de conservar estos dominios a su legítimo Soberano, adoptando el medio único de conseguirlo con un gobierno patriótico, incapaz de seducciones; y que si nuestros padres tuvieron el honor de conquistarlo, imitaremos sus glorias, manteniéndolo en el medio de los riesgos.

A más hemos tratado con el diputado de Vuestra Excelencia, que active eficazmente las reclutas, que se le han permitido hasta el número de 2.000 hombres, para que caminen a esa capital, franqueándole los auxilios que haya menester.

Antes de muchos meses pasarán de 30 mil los milicianos perfectamente disciplinados, que haciendo renacer el valor araucano, eternizarán en Chile y en las Provincias del Río de la Plata, el nombre español. Recibirá Vuestra Excelencia el corto auxilio de que hemos hablado, como una prueba cierta de nuestra constante adhesión; y reciba también desde ahora, los sentimientos de no poder impartirlo en toda la extensión capaz de ganarse por si solo las satisfacciones que apetece Vuestra Excelencia por hallarnos en un Gobierno tan naciente. Dios guarde, etc.- Doctor Rosas.- Carrera.- Reina.- Rosales”.

Por el mismo oficio antecedente se vendrá en pleno conocimiento, que al mismo tiempo de hacerse por esta Junta a la de Buenos Aires la oblación de tropas y armas, también se le dio amplia facultad al comisionado don  Antonio Álvarez Jonte para que pusiera banderas de recluta en esta capital y demás villas de sus respectivos partidos, hasta la extensión de 2 mi hombres, con el fin de que caminen al auxilio de Buenos Aires y en su defensa, como así puntualmente se ejecutó desde el siguiente día de haber llegado aquí la noticia del arribo del señor Elío y de su nombramiento de Virrey de las Provincias del Río de la Plata, preeligiendo dicho Diputado por Capitán de reclutas a don  Eugenio Fernández, natural del propio Buenos Aires, como así se practica, y en dos partidas que salieron con aquel destino, la última al cuidado de don  Manuel Dorrego, se completaron hasta el número de 375, como lo he sabido por boca del mismo comisionado, con ocasión de hallarme en casa de don Agustín Vial, y preguntarle don Juan de Dios, su hermano, por el número de reclutas que había mandado a Buenos Aires, y le confesó haber sido en mayor cantidad, por los muchos que se le presentaron; pero no pudo avanzar más por haberse cerrado ya la cordillera desde principios de Mayo.

He aquí corrido descaradamente el telón que encubría las operaciones de este Gobierno. No se necesita mucho escrutinio, ni reunión de reflexiones para conocer la hipocresía y afectada obediencia al Supremo Tribunal de la nación. Apenas se instaló la Junta, cuando se ve la contradicción a recibir a los dos agraciados por el Consejo de Regencia, al señor Elío de Presidente, y al Doctor Garfias de su asesor. Apenas da el nuevo Gobierno los primeros pasos, cuando se abroga en sí la provisión de todos los empleos y rechaza a los señores Acevedo y Moxó, nombrados de Oidores de esta Real Audiencia, y al señor Marqués de Medina de su Presidente, remitiéndole los oficios que se refieren el día 1º de Diciembre de 1810. Apenas comunica su instalación a la de Buenos Aires, cuando se ciñen con vínculos indisolubles de hermandad, de la unión recíproca en una causa que la hacen común, identificando mutuamente sus intereses.

Nada de lo antedicho había despertado a muchos que corren la vida sin reflexionar en estas y otras operaciones, hasta que llegó el término de pedir la Junta de Buenos Aires a ésta, auxilio de tropas y armas y encontrar en ella la mayor franqueza. ¡Ah! ¡Y cuánto no necesito aquí de energía para retratar esta alevosía cometida contra el Príncipe! ¡Auxiliar a Buenos Aires, a una ciudad que ha resistido reconocer al Supremo Consejo de Regencia; a un Gobierno que se ha opuesto al obedecimiento de sus resoluciones! ¡Auxiliar a Buenos Aires cuando piensa sublevarse contra el señor Elío, nombrado Virrey, Gobernador y Capitán General de aquellas provincias, que no trae otro objeto que el de restituir el orden y restaurar al Soberano ese precioso patrimonio! ¡Auxiliar a Buenos Aires, tratada y reconocida por ciudad rebelde, que ha conspirado contra su Soberano; que pretende sacudir su obediencia y hacerse independiente: que por lo mismo la capital del Perú y su digno Virrey le ha declarado la más sangrienta rivalidad, auxiliando generosamente a todas las provincias que le han hecho contradicción! ¡Auxi1iar a Buenos Aires, remitir tropas para ensalzar sus fuerzas contra su Virrey, contra las tropas de su jurado Monarca!

Si viéramos a Chile auxiliar a la Francia contra la Península, dándole fuerzas para seguir en la obstinada guerra que le aflige, ¿qué diríamos, sino que era una alta traición al Monarca injustamente perseguido? ¿Es acaso menos enemiga de la nación Buenos Aires que la Francia? Aquella intenta la subyugación de la valerosa España; y ésta sacudir la obediencia que le debe, haciéndose república independiente; aquella quiere adquirir derechos por una injusta conquista; y ésta extinguirlos, romperlos, exterminarlos por medio de una alevosa insurrección. ¿Y es posible que Chile ha [haya] de auxiliar estos traidores pensamientos? ¿Es posible que ha [haya] de prestar fuerzas al declarado enemigo de Fernando? ¿Dónde está ese jurado reconocimiento a su Consejo de Regencia? Se estampó, sin duda, en la [sic] Acta, no por otra cosa, que para que sirviera de pantalla a los ocultos meditados proyectos de independencia.

El crimen que ha cometido esta Junta es el auxilio prestado a la de Buenos Aires, para rehacer sus fuerzas contra el ejército del señor Elío, y es este un negro borrón que no se limpiará ni con todas las aguas del diluvio; será un borrón ignominioso para el Reino, que haciéndole cómplice en los propios delitos de Buenos Aires, le hará participante de sus mismos oprobios e ignominias. Este atentado, este horrendo compromiso, borrará las glorias del Reino, sus pasados triunfos y blasones y le representará a los siglos venideros con depresión vergonzosa de aquel grado de estimación que había adquirido por su antigua fidelidad, desgracias comunes a los pueblos que quieren romper las leudas de la subordinación, y que sufren no menos lo autores, o cómplices de la infidelidad que los buenos y leales, hollados y perseguidos por los malvados y rebeldes; mas la soberana justificación de un Rey justo sabrá discernir, castigar y premiar según merezcan los buenos y malos vasallos.

No contenta esta Junta con las muchas razones que alega para indemnizarse y satisfacer a la de Buenos Aires sobre el corto número de tropas con que ha resuelto auxiliarla, determinó con la misma fecha del día 12 de marzo, dirigirle un oficio secreto, exponiendo en él los temores que tenía de que este Reino fuese atacado por el Excelentísimo señor Virrey de Lima, pues, se sabía tenía preparados 2.500 hombres para determinarlos a Arica, y pudiera ser estratagema para invadir este suelo repentinamente. El oficio predicho literalmente es como sigue:

“En otras ocasiones hemos hecho presente a Vuestra Excelencia la necesidad de armas en que nos hallamos, y por noticias muy recientes hemos sabido que el Virrey del Perú prepara 2.500 hombres, diciendo son para mandar a Arica. Recelamos que quiera hacernos alguna invasión y nos preparamos para defendernos. Estos motivos que Vuestra Excelencia debe contemplar los más justos, se han unido a los que exponemos en oficio de este día para remitir en tan corto número el auxilio que Vuestra Excelencia nos ha pedido, y que con el mayor gusto hubiéramos adelantado mucho más faltando estas circunstancias. Dios guarde, etc.”.

Por lo expuesto se podrá colegir de nuevo los temores y sobresaltos que desvelan a esta Junta y sus partidarios sobre la conducta y operación del Excelentísimo señor Virrey del Perú, a quien conceptúan con la resolución de tomar las armas contra este Reino, si no ahora de pronto (acaso por no tener órdenes de Su Majestad para el efecto, o porque todo el espíritu de independencia a que se aspira, no estaba perfectamente demostrado como en el día); pero sí en lo sucesivo, allanados los tropiezos y facilitados los recursos, principalmente después de la conquista del Perú Alto por las tropas al mando del señor Goyeneche, por cuya razón temen tanto sus progresos y la derrota de Castelli, que ya se anuncia.

El 15 de este mes fue elegido para la pomposa fúnebre memoria del señor don  Mateo Toro, Presidente perpetuo de la Junta, en la misma Iglesia de los Mercedarios, donde se le dio sepultura. El convite fue general a todos los Tribunales, Cabildos, secular y eclesiástico, Corporaciones, Jefes militares y todo lo más ilustre del vecindario. Querían o trataban de entusiasmar la esperanza de los adictos al sistema, de que alguna vez, después del honor en esta vida, gozarían en la muerte de iguales honores.

Al Padre Lector Fray Miguel Ovalle se eligió para la oración fúnebre. Esta, antes de decirla, fue presentada a la Junta para su aprobación, que la logró muy completamente como que era más bien una proclama, que oración del señor Conde. En ella se aseguró de positivo, y sin contradicción, la pérdida total de nuestra antigua España y que aquella patria común de nuestros progenitores, gemía ya bajo la dura opresión y conquista del tirano Napoleón; que Cádiz se mantenía por principios políticos de la Francia, como punto donde se reunían todo el dinero y riquezas de la América, que de aquel modo tendría a su disposición.

De lo dicho, por consecuencia, infería la necesidad del nuevo Gobierno, erigido por la sabia dirección e influjos del finado Presidente, gloria inmarchitable que eternizará su memoria en este Reino y la gratitud en el corazón de sus compatriotas. Aquí resonaban con libertad las doctrinas de Rousseau, para organizar el nuevo código; aquí las de independencia, los timbres de una república libre, sus grandes felicidades y otros beneficios que debían esperar en lo sucesivo los habitantes de este suelo. Confieso que si el Tribunal de la Inquisición tiene sobre que activar su celo, que examinar y fulminar sus anatemas, es contra tantas y tan repetidas proposiciones, dignas de la mayor censura.

Su autor, se dice sin bosquejo, fue el padre Larraín, hoy secularizado don  Joaquín Larraín, igualmente autor de la proclama que se refiere en este Diario el día 6 de Enero, que no dudo como que está versado en estas materias. El predicado recibió 200 pesos de la casa del Conde, como premio de su trabajo, que se le compensó con superabundancia, porque estaba a satisfacción la obra. Los juntistas quisieron también manifestar la digna sensación de su corazón y el regocijo que habían tenido en oírle; por lo mismo formaron entre sí un guante aún de mayor cantidad con que obsequiar generosamente al padre por su buena proclama. ¡Ah! ¡Qué dolor para una alma poseída de los sentimientos de la religión, ver la cátedra de la verdad prostituida con el empeño de exaltar y ensalzar los mayores crímenes de la traición! Este mal es casi general, ni se consiente predicar de otro modo que a favor de la Junta.

El 18 de marzo llegó el correo de Coquimbo con la noticia de haber entrado a igual puerto dos buques procedentes de Lima. Con este motivo y de otros que anteriormente habían arribado a Talcahuano, se formó una conjetura general de que el Excelentísimo señor Virrey había resuelto cerrar el puerto y comunicación con Valparaíso, dejando sólo expeditos los antedichos de Coquimbo y Talcahuano, con el fin de hostilizar la capital con la ninguna extracción de sus frutos, de que se había de seguir indispensablemente el descontento general de los hacendados en un país que sólo subsiste de los ramos de agricultura. Ratificábase aquel pensamiento con ver el tiempo casi avanzado de la fácil navegación de los buques. Eran inexplicables los temores de esta resolución y generales las quejas, principalmente de aquellos (que son muchos) cuya subsistencia, y la de sus familias pende de la venta de trigos y cosechas remitidas a es te fin a Valparaíso.

El 20, don  José Ignacio Campino, oficial de uno de los regimientos de Lima, que ha mucho tiempo reside en este Reino, y uno de los mayores protectores del nuevo Gobierno, presentó una carta a esta Junta, escrita de Lima por su sobrino don  Joaquín Campino, la misma que había venido por la vía de Coquimbo, en uno de los mencionados buques. En ella le decía que dentro de 8 a 9 días, infaliblemente se formaba Junta en Lima, porque aquel pueblo se encontraba casi generalmente revolucionado. Aseguraba que Castelli tenía más de mil firmas de los sujetos de aquella capital, del mayor carácter y caudal que le habían prometido entablar su mismo sistema; que las tropas del señor Goyeneche mal contentas, se rendirían sin hacer oposición a las de Castelli; y que éste entraría sin tropiezo alguno hasta el emporio del Perú; que su actual Excelentísimo Virrey, sabedor de estas noticias y de su próxima ruina, sobrecogido de temores, estaba resuelto a hacer una fuga clandestina, que para el efecto tenía la fragata Castor, surta en el puerto, pronta para dar la vela y libertar su persona; que por lo mismo estaba trocando todo su caudal en onzas de oro, sin reparar en el excesivo premio del 18 por ciento que pagaba.

Esta carta publicada afuera y dada a conocer a la misma Junta, produjo en el ánimo de los facciosos el mayor regocijo, porque desde su instalación, todo ha sido ansiar y conmover tumultuariamente el espíritu de Lima con repetidas proclamas seductoras con el fin de atraerle a su sistema en la creación del mismo Gobierno, así porque el delito comunicado a otras provincias, encuentra mejor apoyo para indemnizarse, como porque la vecindad de aquel Gobierno era como la de una fiera que atalaya los movimientos de la presa, o víctima que quiere sorprender; y desde luego, era un medio de respirar y de prometerse otra seguridad en lo sucesivo.

La impostura de aquella carta fraguada en Lima o combinada aquí para aquietar la turbulencia de los espíritus temerosos de las armas con las sabias providencias del Excelentísimo señor Virrey de Lima, en breve fue desenmascarada, falsificándose todas sus noticias con la llegada, al día siguiente, de la fragata San Juan Bautista con las mejores y más plausibles nuevas de la quietud y tranquilidad de Lima, del nuevo regimiento erigido con el nombre de la Concordia de que se hizo Coronel el mismo Excelentísimo señor Virrey y Capellán el Ilustrísimo señor Arzobispo, donde se había alistado toda la nobleza de Lima, alternativamente con los europeos; que aquel gobierno había remitido 2.500 hombres para reforzar el ejército del señor Goyeneche, quien a orillas del [río] Desaguadero sólo esperaba la orden de Su Excelencia para atacar al de Castelli.

Esparcidas estas noticias y justificadas con los diferentes impresos que vinieron de aquella capital, produjeron dos afecciones diametralmente contrarias en los ánimos de los facciosos; en los unos el regocijo de ver expedita la navegación, libre el comercio y en aptitud de poder vender sus frutos, fáciles de exportarse en los muchos buques que se esperaban, convenciéndose que la demora anterior había sido por los transportes de tropas remitidas al puerto de Arica; en los otros de pena y general consternación al considerar frustrados sus deseos sobre la creación de Junta en Lima, cuyo Excelentísimo Virrey había tomado con muchísima anticipación el remedio al contagio que temía se propagase.

El desengaño fue mayor cuando vieron en esta ciudad a Tagle, a Piedra a Castillo y a otros muchos de los que llaman compatriotas, extrañados de aquel Reino por sola la libertad de haberse vertido proposiciones favorables al sistema, y manifestado íntima adhesión a él, y que los chilenos existentes en Lima, fuera de tener contra sí la execración general de aquellos fieles ciudadanos, por la alevosía indiferente de su patria, estaban expuestos igualmente a ser expatriados de un día a otro.

Con esto, echando tierra sobre su esperanza, todo el recurso es hacerse fuertes y alarmarse para contradecir cualesquiera hostil tentativa, que cada día temen más de aquel Excelentísimo Señor, principalmente el mayor de los males para el Reino, la negativa de las temporalidades, cerradura de su puerto y total inhibición de su comercio; temen más el bloqueo de los puertos y la prohibición de entrar a ellos aún los buques ingleses y demás agraciados a expedir el comercio libre que se les ha concedido para engrosar sus arcas y promover con este ingreso sus grandes ideas de defensa, en particular con las armas, y a todo género de pe trechos que se prometen con aquel arbitrio.

Si no me engaño, entre el 24 y 26 de este me llegó la fragata Teresa, procedente de Montevideo, a la costa que llaman de San Antonio. Su astuto Capitán meditó allí fondear el barco sobre una [sic] ancla y echarse a tierra para investigar el estado del Reino y operaciones o providencias que se habían tomado con la fragata Flor de Mayo, procedente del mismo destino, de donde había salido primero que la Teresa. Lo hizo así, trayendo consigo su baúl y dentro de él unos dos paquetes de pliegos para el Excelentísimo señor Virrey de Lima, dirigidos por el Gobierno de Montevideo, o su Cabildo; dejó su buque en aquella costa y por tierra se dirigió a Valparaíso. Apenas llegó a este puerto, cuando fue llamado por su Gobernador don Juan Mackenna, quién le hizo examen muy riguroso sobre los pliegos o correspondencia que traía; no le confesó otros que los dos ya indicados: sin pasar adelante le intimó que inmediatamente fuese a traérselos. Despreció todas las justas excusas que opuso y fue obligado a marchar directamente con un soldado, como lo ejecutó sin remedio.

Apenas recibió don Juan Mackenna los dos pliegos para el señor Virrey, cuando inmediatamente hizo un propio y con él los remitió a esta Junta. No he podido investigar el efecto, si se abrieron o remitieron a Lima, después de aquel requisito. Lo cierto es que, asombrado el Capitán de este hecho e instruido de las penalidades que había sufrido el de la Flor de Mayo, resolvió con la mayor cautela dirigir orden a su buque para que luego, sobre la marcha, aunque fuera perdiendo anda y cable, como sucedió, siguiera su viaje para Lima, sin entrar al puerto de Valparaíso, lo que consiguió mediante una canoa que se le presentó con un valeroso pescador, a quien contribuyó 80 pesos por su trabajo. Logró su intento, quedóse en tierra y en el propio Valparaíso y a pesar de una centinela de vista que tenía siempre y otras mil custodias, se embarcó secretamente en la fragata San Juan Bautista, dejando burladas las miras insidiantes de aquel Gobernador. Examínese con madurez el hecho de quitar los pliegos, el escrutinio que se teme se haya hecho de ellos, o su total retensión y se verá ofendido el derecho de gentes, el de una buena correspondencia y armonía tan encargada por nuestras leyes, de un modo el más execrable.

El 27 dio principio el Canónigo Doctor don  Manuel Vargas a una devota misión en la Iglesia Catedral. El concurso de toda clase de gentes era muy numeroso, así porque este sabio prebendado tiene persuasión y elocuencia en el decir, como porque la doctrina y fruto ha sido siempre recomendable. En la tercera noche, entre lo mucho que expuso sobre la obediencia y subordinación debida al Monarca, refutó sabiamente las perversas doctrinas de Rousseau, principalmente un catecismo impreso en Buenos Aires para la instrucción de la juventud [1]; declamó contra aquella obra muchas veces; hizo ver que estaba prohibida por la Inquisición; que su lectura era perjudicial y [que] el lector incurría en pena de excomunión.

Por lo mismo de ser hoy día Rousseau el favorito de los facciosos y el apoyo de sus perversas doctrinas, se dieron por muy ofendidos del sermón del Doctor Vargas, cuya reprensión juzgaban por necesaria para moderarle en lo sucesivo. Dio la casualidad que al día siguiente se ofreciera conversación en una tienda de un partidario con el presbítero don Pedro Antonio Cárdenas. Aquel trataba de convencer la mala política del Doctor Vargas en predicar contra Rousseau en materias políticas; Cárdenas le contradecía haciéndole ver que era de su obligación predicar contra una doctrina nutritiva de abusos y abiertamente contra las reglas de la sana moralidad, como que por lo mismo estaba prohibido por la Inquisición la obra de Rousseau; siguieron en la disputa acaloradamente y el buen Presbítero tuvo a bien retirarse para no exponer su carácter a mayores vejámenes por sostener la contienda.

No bien se había apartado Cárdenas de aquel lugar cuando el faccioso pasó a denunciarle a la Junta sobre cuanto había ocurrido en la controversia. Fue llamado incontinente al Tribunal, quien le formó los mayores cargos por la defensa que había hecho, queriendo impugnar la obra de Rousseau, generalmente admitida por los sabios. Dicen que el Doctor Rosas fue el que más le redarguyó sobre la materia. El Presbítero no desistió un punto de su doctrina; una y otra vez repitió que la obra estaba prohibida y se ofreció probarle con el expurgatorio; se le aceptó el propósito y a pocos instantes volvió a la Junta, a quien convenció el auto prohibitivo de la Inquisición. ¿Y que resulta tuvo? Que el Doctor Rosas le contestó que la prohibición había sido por razones políticas, que en el día no eran despreciables y así que en lo sucesivo se abstuviere de mezclarse en estas materias; y que igual prevención hiciera de parte de la Junta el Doctor Vargas que para predicar bastaba el Evangelio. De este modo se quiere hacer prevalecer el sistema sin respetar las prohibiciones de la iglesia, ni a sus ministros a quienes se intimida con increpaciones. ¡Ah, diré con Cicerón, o tempora, o mores!

El 28 de Marzo se repartieron por este Ilustre Ayuntamiento las esquelas de convite a todos los vecinos de las calidades prevenidas por la Junta, cuya lista comprendía 600 convidados; bien que no todos eran cabeza de familia, pues en ella se expresaban muchos hijos y muchos de ellos menores de edad. La esquela de convite se repartió impresa por mano de dos bedeles de esta Real Universidad, y en comprobación, para mejor comprender su tenor y método observado para impedir toda adulteración, se ve suscrita por Errázuriz y de [por] Echeverría, que son los dos Alcaldes actuales de esta capital, y es a la letra como sigue:

“Aviso y prevención al público

Para el lunes 1º del corriente Abril, ha convocado el Cabildo para la elección de Diputados a todos los vecinos que tienen las calidades que previno la Excelentísima Junta de Gobierno en la instrucción que le pasó para este efecto; y como puedan haberse omitido algunos por olvido o equivocación, deseando evitar nulidades y sentimientos, se hace saber al público que en los días viernes y sábado 29 y 30 del corriente podrán ocurrir los que se sientan agraviados a este Cabildo, que de 10 a 12 de la mañana, espera sólo con el objeto de calificarlos y que gocen los privilegios que les correspondan”.

Mediante el indicado aviso y positiva noticia de los convidados en la lista antedicha, formaron una representación los abogados Doctor don Bernardo Vera, y don Carlos Correa, ambos acérrimos promotores y protectores del sistema de la Junta, solicitando que muchos sujetos de que hacían expresión en su representación, como notoriamente opuestos al sistema, se excluyesen del voto en las elecciones de Diputados que se iban a celebrar aunque no en el todo, pero sí en la mayor parte. Por expreso decreto de la Junta consiguieron que fuesen excluidos los que abajo se expresan.

Don Juan Antonio Fresno; don  Diego Cox y Arce; don  Cristino Huidobro; don José Gundián, Oficial 1º de Temporalidades; don  Lorenzo Nieto; don Francisco Javier Zuazagoitía; don Francisco Antonio de la Carrera; don  José Ignacio Arangua, Oficial 1º de Cajas Reales; don  José Teodoro Sánchez, Agente fiscal de lo civil; don  Antonio Pérez; don  Pedro González, presbítero; don  Domingo Bustamante; don  José María Villarreal, abogado; don  Roque Allende; Doctor don  Juan Olivos, presbítero; don  Esteban Arza; don  Ramón Prieto, Oficial Mayor del Tribunal de Cuentas; don  Domingo Ochoa; don Celedonio Astorga, abogado; don  José María Luján, abogado; don  Juan de Dios Luján, clérigo; don  Juan Medina, abogado; don  Manuel Antonio Figueroa; don  Ambrosio Gómez; don  Julián Zilleruelo; don  Joaquín Zamudio; don Mariano Serra Soler; don  Felipe del Castillo Albo; don  José Gaspar González, presbítero; don Ramón Bórquez, abogado; don  Andrés García; don Javier Bustamante; Doctor don Prudencio Lazcano; don Tadeo Reyes, Secretario de cartas.

Fuera de los antedichos, que quedaron privados del voto por decreto de la Junta por no adictos al sistema, el propio Cabildo por la misma razón excluyó a otros muchos, y expresamente al autor de este Diario, quien lejos de hacer gestión se conformó, como los demás con la repulsa, a fin de no mezclarse ni aún con las sombras de una nueva constitución, destructiva en el todo de la que en fuerza de nuestras leyes nos ha gobernado [por] más de tres siglos.

El 31, por la tarde, los soldados del cuartel de San Pablo tuvieron una gran contienda de piedras, palos y cuchillos con los 130 hombres reclutas destinados para auxiliar a la capital de Buenos Aires. Fue tan sangrienta la lid, que no pudieron impedirse los desastres que se observaron: dos muertos, 12 heridos gravemente e innumerables sin mayor peligro.

 

Notas.

1. Se trata del Contrato Social de Rousseau, edición que corrió a cargo de Mariano Moreno. (C. Guerrero L).