Enero de 1811
Enero 2 de 1811. En este día el correo de Buenos Aires [llegó] con la noticia positiva de haber sido vencido el ejército peruano del mando de Córdoba, y que derrotado en la villa de Tupiza por el de Castelli, fue prisionero en aquél; que dicho Castelli entró triunfante a la villa Imperial de Potosí, que hecho dueño de su ingente erario, socorrió de pronto con 200 mil pesos a la capital de Buenos Aires, que siguiendo adelante con su provecto de subyugar a todo el Perú al obedecimiento de su sistema, perseguía a sangre y fuego al señor Nieto, Presidente de [la Audiencia de] Charcas, al Señor Sanz, Intendente de Potosí, a su asesor el Doctor Cañete, al Oidor Conde de Casa Real, y muchos otros contrarios a sus designios; que a los tres primeros señores, Nieto, Sanz y Córdoba, a las seis horas de notificadas sus sentencias, fueron pasados por las armas a las 11 del día en la plaza mayor; que los otros mediante una cautelosa fuga, habían libertado sus personas de otra igual trágica escena, y que los demás habían sido desterrados de dicha villa Imperial. Los comprendidos en esta pena son los siguientes:
Empleados en la Real Hacienda: Don Juan Gómez; don José Bermúdez; don Pedro Arrieta; El Marqués de Otavi; don Pedro Arbimri; don Luis Aguilar; don Felipe Cerro; don Juan Ceballos; don José Colomo; don José Arosamena; don Juan Palomo; don Juan Roca; don Carlos Lamadrid; don Pedro Castro; don Agustín Amaller; don Juan José María Lara.
Clérigos: Doctor don Félix Urguio; don Juan Agustín; Doctor Costa; Doctor Vilches.
Comerciantes: Don Juan Soto; don Juan Ibieta; don Esteban Escurra; don Juan Manuel García; don Pedro Casas; don Manuel Ibarquén; don Antonio Cortés.
Los dos alcaldes, y los dos escribanos.
De la plebe: Laureano Madrid; Juan González; Mariano Ordóñez; Benito Aldonaire; Manuel López; Pablo Rosas; José Riera; Juan Camargo.
Publicado en Chile este triunfo, que era el que consolidaba el sistema de Buenos Aires por el auxilio que le ministraba el rico mineral de Potosí, y conquista del Perú [1], fue sobremanera el regocijo en todos los facciosos, porque los progresos de aquel ejército juzgaban nuevo antemural para protegerse este reino en su proyectado nuevo gobierno. Las plumas de sus secuaces más expeditas y las lenguas más libres se desenvolvían con energía en proposiciones de una absoluta independencia, vanagloriándose ya de haber sacudido el antiguo insoportable yugo de nuestra España.
Alusivamente a lo dicho se dio a luz el día 5 de enero la proclama expresiva de todo el espíritu y alma de estos ruidosos movimientos. Su autor, aunque no se expresa, pero la gloria de no ocultar su nombre le ha publicado una irrefragable notoriedad, que acertivamente califica serlo don Joaquín Larraín, que después de haber sacudido el yugo de la Religión Mercedaria que profesó, y bajo cuya regla vivió muchos años, hoy secularizado, patrocina al sistema descaradamente en clase de Clérigo Presbítero. Ha sido tanta su influencia, que no se desdeñan decir los facciosos, que al sabio magisterio de éste se deben los planes, maquinaciones, y proyectos para la instalación de la Junta. No estoy distante de creerlo ni lo estará nadie, si escucha el lenguaje seductor de su siguiente proclama [2]:
“De cuanta satisfacción es para una alma formada en el odio de la tiranía, ver a su Patria despertar del sueño profundo, y vergonzoso, que parecía de ser eterno, y tomar un movimiento grande, e inesperado hacia su libertad, hacia este deseo único y sublime de las almas fuertes, principio de la gloria y dichas de las Repúblicas, germen de luces de grandes hombres, y de grandes obras, manantial de virtudes sociales, de industria, de fuerza, de riquezas. La libertad elevó en tiempo a tanta gloria, a tanto poder, a tanta prosperidad a la Grecia, a Venecia, a la Holanda; y en nuestros días, en medio de los desastres del género humano, cuando gime el resto del mundo bajo el peso insoportable de los gobiernos despóticos, aparecen los colonos ingleses gozando de la dicha compatible con nuestra debilidad y triste suerte. Estos colonos, o digamos mejor, esta nación grande y admirable, existe para el ejemplo y la consolación de todos los pueblos. No es forzoso ser esclavos, pues vive libre una gran nación. La libertad ni corrompe las costumbres, ni trae las desgracias; pues estos hombres libres son felices, humanos, virtuosos.
A la participación de esta suerte os llama, ¡oh pueblo chileno!, el curso inevitable de los sucesos. El antiguo régimen se precipitó en la nada de que había salido por los crímenes y los infortunios. Una superioridad en las artes de dañar y los atentados impusieron el yugo de estas provincias y una superioridad de fuerza y de luces las ha librado de la opresión. Consiguió al cabo el Ministerio de España llegar al término porque anhelaba tantos siglos: la disolución de la Monarquía. Los aristócratas, que sin consultar nuestra voluntad, afectaron sostener la causa del desastrado Monarca, lo vendieron vergonzosamente; y destituidos de toda autoridad legítima, cargados de la execración pública, se nombraron sucesores en la Soberanía que habían usurpado. Las reliquias miserables de un pueblo vasallo y esclavo como nosotros a quienes o su situación local, o la política del vencedor, no ha envuelto aún en el trastorno universal; este resto débil situado a más de 3 mil leguas de distancia de nuestro suelo, ha mostrado el audaz e impotente deseo de ser nuestro Monarca, de continuar ejerciendo la tiranía y heredar el poder que la imprudencia, la incapacidad, y los desórdenes arrancaron de la débil mano de la casa de Borbón.
Pero sean cuales fueren los deseos y las miras que acerca de nosotros forme todo el universo, vosotros no sois esclavos, ninguno puede mandaros contra vuestra voluntad. ¿Recibió alguno patentes del cielo, que acrediten que debe mandaros? La naturaleza nos hizo iguales; y solamente en fuerza de un pacto libre, espontáneo y voluntariamente celebrado, puede otro hombre ejercer sobre nosotros una autoridad justa, legítima y razonable.
Mas no hay memoria de que hubiese habido entre nosotros un pacto semejante. Tampoco lo celebraron nuestros padres. ¡Ah! ellos lloraron sin consuelo bajo el peso de un Gobierno arbitrario, cuyo centro colocado a una distancia inmensa, ni conocía ni remediaba sus males ni se desvelaba porque disfrutasen los bienes que ofrece un suelo tan rico y feraz. Sus ojos humedecidos con lágrimas se elevaban al cielo y pedían para sus hijos el goce de los derechos sacrosantos que concedieron a todos los hombres, y de que ellos mismos fueron atrozmente despojados. Pero esforcémonos por dar una idea clara del actual estado de las cosas y de lo que realmente somos.
Numerosísimas provincias esparcidas en ambos mundos, formaban un vasto cuerpo con el nombre de Monarquía Española. Se conservaban unidas entre sí y subyugadas a un Rey por la fuerza de las armas. Ninguna de ellas recibió algún derecho de la naturaleza para dominar a las otras ni para obligarlas a permanecer unidas eternamente. Al contrario, la misma naturaleza las había formado para vivir separadas.
Esta es una verdad de geografía que se viene a los ojos, y que nos hace palpable la situación de Chile. Pudiendo esta vasta región subsistir por sí misma, teniendo en las entrañas de la tierra y sobre su superficie, no sólo lo necesario para vivir, sino aún para el recreo de los sentidos; pudiendo desde sus puertos ejercer un comercio útil con todas las naciones, produciendo hombres robustos para el cultivo de sus fértiles campos, para los trabajos de sus minas, y todas las obras de le industria y la navegación; y almas sólidas, profundas y sensibles, capaces de todas las ciencias y las artes del genio; hallándose encerrada como dentro de un muro y separada de los demás pueblos por una cadena de montes altísimos, cubiertos de eterna nieve, por un dilatado desierto y por el mar Pacífico, ¿no era un absurdo contrario al destino y orden inspirado por la naturaleza, ir a buscar un gobierno arbitrario; un ministerio venal y corrompido; dañosas y oscuras leyes, o las decisiones parciales de aristócratas ambiciosos a. la otra parte de los mares?
¿Era necesario este sistema destructor y vergonzoso de dependencia para conseguir el gran objeto de las sociedades humanas, la seguridad en la guerra? ¿No sabemos que antes, cuantas veces fueron atacadas las provincias de América, rechazaron los esfuerzos hostiles sin auxilio de la Metrópoli? Pero la separación nos pone, o en estado de gozar una paz profunda, o de repeler con gloria los asaltos de la ambición, aunque un nuevo César se apodere en Europa de toda la fuerza y recursos del continente; aunque se estableciese en América un conquistador para la revolución inesperada de los sucesos. Entonces las provincias chilenas animadas del vigor y magnanimidad que inspira la libertad y la sabiduría de las leyes, gozando ya de una gran población de hombres robustos, opusiera de un modo terrible el número y aliento de sus naturales, de sus caballos, y el cobre de sus minas.
Estaba pues, escrito, ¡oh pueblos! en el libro de los eternos destinos, que fuereis libres y venturosos por la influencia de una constitución vigorosa y un Código de Leyes sabias; que tuvieseis un tiempo, como lo han tenido y lo tendrán todas las naciones, de esplendor y de grandeza; que ocuparéis un lugar ilustre en la Historia del Mundo y que se dijere algún día, la República, la Potencia de Chile, la Majestad del Pueblo Chileno.
El cumplimiento de tan halagüeñas esperanzas depende de la sabiduría de vuestros representantes en el Congreso Nacional; va a ser obra vuestra, pues os pertenece su elección; de su acierto nacerá la sabiduría de la Constitución y de las Leyes, la permanencia, la vida y la prosperidad del Estado. Sea lícito al compatriota que os ama y que viene desde las regiones vecinas al Ecuador, con el único deseo de serviros hasta donde alcancen sus luces y sostener las ideas de los buenos y el fuego patriótico, hablaros del mayor de vuestros intereses.
Los Legisladores de los pueblos fueron los mayores filósofos del mundo. Y si tenéis una Constitución sabia y leyes excelentes, las habéis de recibir de manos de los filósofos, cuya función augusta es interpretar los derechos de la naturaleza, sacarlos de las tinieblas en que los envolvió la tiranía, la impostura y la barbarie de los siglos; ilustrar y dirigir los hombres a la felicidad. Acostumbrados a la contemplación, saben apartar con prudentes precauciones los males de los bienes que promueven y de los medios que proponen para promoverlos, siendo una de las miserias de los hombres, que los bienes se mezclen con los males. Ellos evitan el escollo de los establecimientos políticos, dando una sanción útil en un momento crítico, en una época peligrosa, pero funesta en tiempos posteriores. Ellos se lanzan en lo futuro y leyendo en lo pasado la historia de lo que está por venir y descubriendo los efectos en las causas, predicen las revoluciones y ven en los sistemas gubernativos el principio oculto de su ruina y aniquilación. Aristóteles predice las convulsiones de la Grecia; Polibio, la disolución del imperio Romano; Reynal, las revoluciones memorables de toda la América y de toda la Europa. ¿Cuál es el principio de la fuerza y acción de cada gobierno, cuáles sus vicios y ventajas, cuál desorden tendrá por término? Todo esto describe Aristóteles; qué dicha hubiera sido para el género humano, si en vez de perder el tiempo en cuestiones oscuras e inútiles, hubieran los escolásticos leído en aquel gran filósofo los derechos del hombre, y la necesidad de separar los tres poderes, Legislativo, Gubernativo y Judicial, para preservar la libertad de los Pueblos! ¡Cuán diferente aspecto presentara el mundo si se hubiese oído la enérgica voz de Reynal, cuando transportado en idea a los consejos de las Potencias, les recordaba sus deberes y los derechos de sus vasallos!
En los siglos de oprobio, en que todas las profesiones literarias consagraron sus desvelos a la conservación de las cadenas del despotismo, cuando unos sostenían el edificio vacilante de la arbitrariedad con el apoyo de exterioridades célebres y otros lo decoraban con todas las gracias de la imaginación, sólo los filósofos se atrevieron a advertir a los hombres que tenían derechos y que únicamente podían ser mandados en virtud, y bajo las condiciones fundamentales de un pacto social. Al sonido de su voz varonil se conmovieron los cimientos de a antiguo edificio, y la antorcha de la verdad que elevaron entre las tinieblas, descubrió grandes absurdos y grandes atentados.
De esta clase distinguida de hombres que por un dilatado estudio conocen los medios que engrandecieron y postraron las naciones; que unen al conocimiento de los sucesos, la noticia de la política de los gobiernos presentes, deben salir vuestros legisladores. No exige menor copia de conocimientos la obra difícil y complicada de la legislación.
Entonces viviréis dichosos en el seno de la paz, verificándose la sentencia celebrada por los siglos: Los hombres fueran felices, si los filósofos imperaren, o fueran filósofos los emperadores.
A la ilustración del entendimiento deben unirse las virtudes patrióticas, adorno magnífico del corazón humano. El deseo acreditado de la libertad; la disposición generosa de sacrificar su interés personal del pueblo en el momento en que se constituye un hombre legislador por el voto y la confianza de sus conciudadanos, deja de existir para sí mismo y no tiene más familia que la gran asociación del Estado.
Tan puros y elevados sentimientos suelen abrigar los corazones grandes en el retiro, que no merecieron las gracias de la caprichosa fortuna ni compraron los honores de la tiranía que aborrecieron. Seguramente no habéis de buscarlos en los que han acreditado odio y aversión al nuevo Gobierno ni en los que afectaron una hipócrita indiferencia en nuestra memorable revolución ni en los que han intrigado por obtener el cargo de representantes. Todos estos vendieron el derecho de los pueblos y sacrificaron a sus particulares intereses el interés general.
Pero el hombre virtuoso, el ilustrado patriota, el que más haya contribuido a romper las cadenas de la esclavitud, éste es el que conoce mejor los derechos del hombre, el que quiere conservarlos, el que está animado de espíritu público y el que merece la confianza de todos los hombres”.
Fuera de la anterior proclama, diariamente se divulgan otras muchas, todas ellas dirigidas al mismo intento de despertar [a] los pueblos del sueño profundo de la decantada tiranía, con dulces alicientes de una libertad aparente. A más se echan a luz muchas poesías alusivas de lo mismo, muchos diálogos; entre ellos se singularizan, el uno intitulado Diálogo entre el Portero del Cabildo y Portero de la Junta; el otro, Diálogo entre el Español Americano ilustrado y el Español Europeo pata rajada. Todos estos y otros manuscritos que así corren por falta de imprenta, son dirigidos a infundir horror y detestación al Gobierno antiguo, a la Monarquía Española y a nuestros soberanos, para de aquí inferir la grande utilidad y ventajas de la Junta, inspirando en el ánimo de los habitantes ideas ambiciosas de honor, de exaltación, de mandos, de prosperidades en sí y en sus descendientes por la recuperación de unos derechos que llaman sagrados e imprescriptibles de los pueblos, atribuyendo los de la conquista al rigor, al despotismo y a la injusticia de una dura e insoportable servidumbre, para con este lenguaje y sus coloridos alucinar y atraer a todos el séquito de su sistema, y de sus depravadas ideas, engañados con una vana y halagüeña esperanza de ser en adelante grandes príncipes, grandes generales y de obtener otros sublimes empleos con que subsistir brillantemente.
En todos estos papeles se deprime y desprecia al Europeo Español, se le detalla como un hombre intonso y rudo, de una baja estirpe, que oprimido de la mendicidad en la Península, emigró a estas Américas en clase de grumetes y marineros y que sujetándose a vergonzosas servilidades, sacrificado en la miseria en que ha vivido, ha conseguido enriquecerse, y por lo mismo exaltarse sobre los americanos con la prepotencia del dinero que ha robado a sus naturales. No hay dicterios con que no se le retoque, no hay delito de que no se le acuse, vejamen ni improperios con que no se le trate; todo con el fin de hacerle detestable a los pueblos en que habita.
Por esto es que los europeos en esta época son generalmente el objeto de la venganza, de la ira, de la detestación de todos aquellos americanos que se saludan con el nombre de patriotas; todo también con el fin de conciliar los ánimos, vencer la tenacidad y oposición que puedan hacer a su sistema y que sofocando la semilla de la fidelidad a su Rey, vengan a rendir la rodilla a la nueva Deidad que se ha erigido. ¡Cuánto me duele que la brevedad del tiempo me detenga para no acompañar aquellos documentos que respiran el anatema contra todos los europeos! Pero por lo dicho podrá inferirse la triste y melancólica situación en que viven y vivimos todos los que adheridos a la buena causa del Rey, estamos preparados y prontos a dar el mejor testimonio de lealtad, sin temer los rigores ni los contrastes de la fortuna en este borrascoso mar de tempestades.
Como quiera que para promover y sostener la elevada torre de Babel de la independencia, era necesario el hacerse de fuerzas militares, así para mantener el decoro y respeto del nuevo Gobierno, como también para ponerse a cubierto de las hostilidades, así domésticas, como de las provincias inmediatas que no son del mismo dictamen, en virtud del decreto expedido el 14 de diciembre se procedió al cumplimiento de aquel superior mandato, destinándose a los partidos un Teniente de Asamblea para realizar la recluta: en su consecuencia, a organizar dos Batallones, el uno de Infantería con el nombre de Granaderos, y dos de Caballería con el de Húsares, o Batallón de Dragones de Santiago, a distinción de otro creado en Penco para la defensa de la frontera, ambos con sus respectivos comandantes, jefes y oficiales.
También por el mismo principio se incrementó el Real Cuerpo de Artillería con 232 artilleros, respectivos cabos, sargentos y oficiales hasta el número de 293 plazas con la dotación correspondiente.
La fuerza total que demandan todos estos cuerpos militares veteranos, su dotación respectiva y cuanta noticia pueda apetecerse en la materia, suministra el plan que se acompaña, donde con la debida distinción se detalla cada uno particularmente de un modo que al golpe de vista pueda comprenderse el estado actual de la fuerza militar de esta capital.
No me ha parecido menos congruente para perfeccionar los conocimientos de lo que aquí pasa, incluir la lista o razón circunstanciada de los nombres y apellidos de todos los sujetos entre quienes se han distribuido las condecoraciones de oficiales, respectivamente en cada uno de los cuerpos, en inteligencia de que para aquellas ha compelido el particular mérito de cada uno en haber cooperado por su parte con proyectos, sugerimientos, fuerza y armas, a la grande obra de la instalación de la Junta y como de premio a sus fatigas e influencia, que con la debida distinción, es como sigue:
Cuerpo nuevo de cuatro compañías de Artillería en Santiago de Chile.
Capitanes. Don José María Ugarte, don Luis Carrera, don Rafael Baraínca, don Manuel Blanco Cicerón.
Sub Tenientes. Don Domingo Valdés, don Joaquín Gamero y Toro, don Juan José Zorrilla, don José Lorenzo Mujica, don Tadeo Quezada Cristi, don José Antonio Vincenti Guerra, don Nicolás García, don José Domingo Mujica y Godoy.
Ayudante Mayor. Francisco Formas.
Infantería de Granaderos.
Comandante. Don José Santiago Luco y Herrera.
Sargento Mayor. Don Juan José Carrera.
Ayudante Mayor. Don José Santiago Muñoz.
Capitanes. Don Fernando Márquez de la Plata Encalada, don José Vigil y Toro, don Manuel Díaz de Salcedo y Díaz, don Juan Rafael Bascuñán, don Manuel Araos, don Miguel Ureta, don Domingo Huici, don José Diego Portales Palazuelos, don Francisco Manuel Sota y Manso.
Tenientes de otros cuerpos. Don Francisco Solano Lastarria, don Diego Guzmán, don Manuel Larraín, don Francisco [de] Paula Echagüe y Andía, don José Julián Fretes (era Guarda de Tabacos), don Diego Lavaqui, don Enrique Campino, don Bernardo Vélez, don Francisco González Concha.
Subtenientes. Don Félix Antonio Vial, don Manuel Fernando Pinto, don Santiago Bueras, don Manuel Correa, don Manuel Fiñón y Osuna, don Carlos Vigil y Toro, don Bartolo Gutiérrez Palacios, don Ramón de la Cuadra, don Manuel Dionisio Lizardi.
Abanderados. Don Juan de Dios Vial y Arcaya, don Pedro Fontecilla.
Dos escuadrones de Caballería.
Comandante. Don José Joaquín Guzmán.
Sargento Mayor. Don Pedro José Ugarte.
Ayudante Mayor. Don Lucas Melo.
Capitanes. Don José Antonio Vargas y Prado, don Pedro Luis Uriondo, don Gabriel Larraín y Vargas, don Juan Tadeo Silva.
Tenientes. Don Joaquín Luco, don José Antonio Prieto (era empleado en el Resguardo de la Aduana), don Juan Manuel Cevallos, don Pedro José Valenzuela, don Pedro Nolasco Astorga, don Pablo Cevallos.
Alféreces. Don Ramón Cavareda, don José Ramón Avaria y Zárate, don Manuel Palacios y Calderón, don Diego José Benavente, don José Santiago Gómez, don Domingo Guzmán y Palacios.
Porta Estandartes. Don José Ignacio Larrañaga, don José Camilo Benavente [3].
Razón del costo que hacen los sueldos de los cuerpos militares veteranos destinados para el servicio de esta capital: a saber, las cuatro Compañías de Artillería, el Batallón de Infantería de Granaderos de Chile y los dos Escuadrones de Caballería de Húsares de Santiago.
Plazas Artillería
|
|
Sueldo Mensual
|
Costo Anual
|
Total
|
4 Capitanes
|
65
|
780
|
3.120
|
8 Sub Tenientes
|
32
|
384
|
3.072
|
1 Ayudante Mayor
|
52
|
624
|
624
|
4 Sargentos primeros
|
21
|
252
|
1.008
|
8 Sargentos segundos
|
18
|
216
|
1.728
|
4 Tambores
|
13
|
156
|
624
|
16 Cabos primeros
|
14
|
168
|
3.024
|
16 Cabos segundos
|
13
|
156
|
2.496
|
232 Artilleros
|
12
|
144
|
33.408
|
Total
|
|
|
49.104
|
Nota 1. El tren volante, pronto y expedito, se compone de 24 cañones de 4 hasta 12.
|
Nota 2. En los sueldos de la Artillería no se comprende el de 2.800 pesos [de] que goza el Coronel Francisco Javier de Reina, Comandante de dicho cuerpo, porque esta dotación la tenía antes de la erección de la Junta.
|
Plazas Batallón de Infantería
|
|
Sueldo Mensual
|
Costo Anual
|
Total
|
9 Capitanes
|
55
|
660
|
5.940
|
9 Tenientes
|
37
|
444
|
3.996
|
9 Sub Tenientes
|
30
|
360
|
3.240
|
9 Sargentos primeros
|
15
|
180
|
1.620
|
18 Sargentos segundos
|
14
|
168
|
3.024
|
18 tambores
|
11
|
132
|
2.376
|
36 Cabos primeros
|
12
|
144
|
5.184
|
36 Cabos segundos
|
11
|
132
|
4.752
|
596 Soldados
|
10
|
120
|
71.520
|
Plana Mayor
|
Comandante
|
125
|
1.500
|
1.500
|
Sargento Mayor
|
80
|
960
|
960
|
Ayudante Mayor
|
45
|
540
|
540
|
Capellán
|
30
|
360
|
360
|
Cirujano
|
30
|
360
|
360
|
Tambor Mayor
|
15
|
180
|
180
|
Tambor de Órdenes
|
12
|
144
|
144
|
[Total]
|
|
|
105.696
|
Plazas Escuadrón de Caballería
|
|
Sueldo Mensual
|
Costo Anual
|
Total
|
6 Capitanes
|
60
|
720
|
4.320
|
6 Tenientes
|
40
|
480
|
2.880
|
6 Alféreces
|
32
|
384
|
2.304
|
12 Sargentos [primeros]
|
16
|
192
|
2.304
|
12 Sargentos [segundos]
|
16
|
192
|
2.304
|
6 Tambores
|
12
|
144
|
864
|
24 Cabos
|
13
|
156
|
3.744
|
258 [Soldados]
|
11
|
132
|
34.056
|
Plana Mayor
|
1 Comandante
|
135
|
1.620
|
1.620
|
1 Sargento Mayor
|
90
|
1.080
|
1.080
|
1 Ayudante Mayor
|
50
|
600
|
600
|
1 Tambor Mayor
|
16
|
192
|
192
|
2 Porta Estandartes
|
64
|
384
|
768
|
[Total]
|
|
|
54.732
|
Gasto Total
|
|
Al Mes
|
Al Año
|
De la Artillería
|
4.092
|
49.104
|
De la Infantería
|
8.808
|
105.696
|
De la Caballería
|
5.661
|
54.732
|
De los Abanderados de Infantería
|
60
|
70
|
[Totales]
|
18.621
|
210.252
|
Como se deja ver por el estado de enfrente [anterior], en la creación de tropas veteranas ni en la fuerza que se ha erigido en la capital, no se comprende la que anteriormente tenía, a saber: la compañía de Dragones de la Reina, las dos de los Dragones de Penco, todas ellas de tropa de línea, y menos los regimientos de milicias disciplinadas, el del Rey de Infantería, y los dos de Caballería, Príncipe y Princesa, que desde la instalación de la Junta han estado en una rigurosa, casi diaria disciplina. La misma diligencia se ha practicado con los respectivos regimientos de carla partido y en cada uno se ha erigido un batallón de Infantería, cuya disciplina se ha encargado a diferentes oficiales que la Junta ha nombrado para dicho fin, todo ello con el objeto de incrementar la fuerza militar del Reino para sostener el actual sistema de gobierno.
Creció de pronto a la Real Hacienda el excesivo gasto anual de 210.252 pesos solo en las tropas veteranas nuevamente erigidas, sin traer a consideración los sueldos de los vocales y otros empleos de nueva creación en que se consumen gruesas cantidades. No podía soportarle el Real Erario, que aún en el Gobierno antiguo salía anualmente en descubierto y tenía que apelar a las cajas de Lima por 150 mil pesos para auxiliar al situado de Valdivia. Era consecuencia que en el nuevo Gobierno, en prueba de la felicidad ofrecida al público, le viniera a gravar con nuevos pechos, y derechos.
Así sucedió. El primer establecimiento fue el de la baja en los sueldos de los empleados, así en el estado secular como eclesiástico, ordenando que todo aquel que gozaba el sueldo de 600 pesos para adelante hasta mil, contribuyera con el descuento de un diez por ciento, desde esta última cantidad hasta la de 3 mil con el 15 por ciento y de ésta para arriba con el 25 por ciento, cuyo ramo, según la investigación que he hecho, asciende a 50 mil y más pesos.
El segundo arbitrio ha sido el aumento de un peso en cada libra de tabaco en polvo, un real en cada mazo de rama y tres cuartillos en cada baraja que se puso en planta en todo el reino desde 1º de diciembre de 1810. Este aumento constituye, según la noticia que he adquirido, sesenta y cinco mil pesos anuales.
No siendo bastante aquellos recursos, el 8 de enero se mandó parar la fábrica de la Iglesia Catedral y se echó manos de las vacantes mayores. No sólo se valieron de ese arbitrio, sino que el ramo de subvención del uno por ciento en que se gravó al comercio en sus exportaciones de efectos, cuyo cobro estaba encargado al Real Consulado para remitirle al de Cádiz, para la satisfacción de los empeños del Rey, de que se había[n] recogido cien mil y más pesos, se mandaron también traer a las Cajas Reales para que sirviera de brazos a la nueva monarquía chilena.
No hay fondo público, ramo de Real Hacienda, por sagrado que sea, que no se haya sacrificado a las ideas de defensa que se ha propuesto el nuevo Gobierno. ¡Ah! No sucedió así cuando el Reino estaba amenazado de ingleses. Todos los arbitrios se conjuraban con descarada oposición al Gobierno antiguo, porque no se fomentaba el espíritu de independencia ni se lisonjeaban las esperanzas de los naturales con grandes promesas. ¡Ah!, moribunda la Madre Patria, casi avasallada de sus enemigos, ha clamado mil veces por el socorro y auxilio de sus hijos americanos. ¿Qué impresión han hecho sus tristes ecos? El gritar todos los naturales con uniformidad que a España no se debía mandar un real y que los arbitrios y caudales debían servir pan la defensa del Reino. Sólo en el comercio y en sus comerciantes europeos y algunos pocos verdaderos patriotas, pudo labrar el clamor de la Madre Patria y por esto sólo el le prestó algún auxilio en sus mortales agonías.
El día 11 de enero atacó al autor repentinamente la gravísima enfermedad de cólico a ambas vías y casi desahuciado, pensó abrir las puertas de la eternidad, dejando trunca y sin concluir su obra, a pesar de su empeño y dedicación. Dios, por su alta misericordia, le conservó la vida después de 45 días de cama, y muchas reliquias que le han tenido y le tienen siempre achacoso. Luego que se vio libre del mayor riesgo, aún sin salir de la cama, velaba en colectas las noticias y sucesos, en apuntarlos por ajena mano y en organizarlos al punto que se halló capaz de seguirle. No por aquel motivo serán menos exactas sus noticias en lo sucesivo.
El 20 de enero llegó aquí la fragata Flor de Mayo procedente de Montevideo, con 52 días de navegación. Al instante que se supo la noticia, comisionó la Junta a don Juan Mackenna, para que, pasando a Valparaíso, reconociera el buque, tomara declaraciones a su tripulación y hacer otras investigaciones sobre su cargamento y pasaporte y que en todo caso de hallársele con la falta de algún requisito, se le quitara el timón.
Mackenna evacuó su comisión con la empeñosidad más escrupulosa. Al buque le importó el venir de todos los despachos y formalidades necesarias, y aunque sus oficiales padecieron allí varios vejámenes y persecución por la comisión de Mackenna, con todo, salieron libres y con la licencia necesaria para seguir su viaje a Lima.
Con ocasión de que en el propio buque, entre los muchos pliegos que llegaron de nuestra península, vino el retiro del señor Gobernador don Joaquín de Alós con el grado de Brigadier, para que la vacancia sirviera de ascenso a Mackenna (a que anhelaba con el mayor empeño) se le dio pronto obedecimiento. La ciudad de Valparaíso luego que entendió quién iba a ser el sucesor en el mando, y los males que le amenazaban con recaer éste en un extranjero y principalmente caudillo de la Junta, le empezó a manifestar su desagrado con diferentes pasquines. No obstante, él siguió en su solicitud y consiguió los despachos de Gobernador de dichos puertos.
Cerciorados ya los vecinos de la realidad del mando, y de las muchas alianzas de los facciosos, principales autores de las revoluciones en aquel puerto, a saber don Agustín Vial, don Agustín Bayner, don Remigio Blanco, y don José Antonio Pedregal, pusieron a éstos diferentes pasquines con sus retratos en forma de estar ahorcados como traidores al Rey. Este suceso acaloró de tal manera la imaginación de Mackenna, que le hizo figurar que el pueblo todo estaba en insurrección, sin quererle reconocer ni prestar obedecimiento al mando que se le acababa de conceder por la Junta.
El 26 hizo Mackenna un extraordinario comunicando a la Junta la fermentación en que se hallaba aquel vecindario, de los pasquines que se habían puesto y los ahorcados en estatua, sin otro mérito que la adhesión al nuevo gobierno.
El día 27 a las diez de la mañana salieron de esta capital por orden de la Excelentísima Junta 110 Dragones de Penco al mando de don Miguel Benavente, Teniente Coronel de dicho cuerpo, con el aparente fin de aquietar al pueblo y sostener la autoridad de Mackenna en su nuevo Gobierno. Los verdaderamente críticos opinan que toda aquella convulsión popular que se escribió a la Junta, fue obra de la tramoya de los facciosos, así para colorir la deposición del señor Gobernador Alós, como para quitar otro cualquiera embarazo, que se temía al tiempo de la recepción de Mackenna. La tropa siguió con pasos acelerados y el martes 29 entró a Valparaíso infundiendo terror y espanto en sus habitantes, habiendo vuelto el resto de ella a esta capital a pocos días después.
El Excelentísimo señor Virrey del Perú, que como primer planeta de la América meridional, ha ilustrado a todos los pueblos de la dominación española, aún aquellos que no se hallan dentro de la órbita de su jurisdicción, extendiendo sobre todos con benéfica mano sus auxilios cuando han tratado de sostener los derechos de S. M., como al contrario, de abrazar a fuego vivo los que han querido sacudir el suave yugo del imperio que siempre han obedecido; en el que ha hecho sobresaltar los ánimos de estos habitantes, que llenos de terror, se han persuadido que su valiente mano ha de ser la restauradora de este suelo a la reintegración del patrimonio del Monarca en esas regiones.
Por la indicada razón, los facciosos se desvelan en la investigación de su conducta y operaciones, porque creyéndole enemigo del sistema que se han propuesto, creen también que tarde o temprano ha de ser el Hércules español reconquistador de este Reino y pacificador de sus tumultuosos movimientos. A lo dicho alude el oficio secreto que con fecha 31 de enero dirigió a esta Junta el Gobernador de Valparaíso don Juan Mackenna, que a la letra es como sigue:
“Bien me persuado, señor excelentísimo, que ninguna precaución es demás en este importante puerto, tal vez el más delicado del Reino en el día, después de la capital; pero descanse Vuestra Excelencia en mi celo y vigilancia, no sólo para la seguridad de este destino, sino para investigar las operaciones del Virrey, de que a la llegada de cada buque, daré una puntual noticia a Vuestra Excelencia de cuanto indague que merezca crédito, y sea digno de la atención de Vuestra Excelencia. Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. 31 de enero de 1811.Excelentísimo Señor. Juan Mackenna. Señores de la Excelentísima Junta de Santiago de Chile”.
Notas.
1. La referencia debe entenderse en el sentido de que las fuerzas revolucionarias de Buenos Aires habían logrado el dominio del Alto Perú. (C. Guerrero L).
2. El texto que Talavera agrega a continuación no fue redactado por Joaquín Larraín, sino que por Camilo Henríquez, quien lo circuló manuscrito bajo el pseudónimo de Quirino Lemachez. (C. Guerrero L).
3. En la edición de 1937 de esta obra, la identificación de los tenientes, alféreces y porta estandartes de los escuadrones de Caballería está situada tras las tablas explicativas de los gastos militares. A fin de evitar confusiones, la hemos copiado en este lugar. (C. Guerrero L).