Prólogo
La palabra empeñada por medio de la aceptación, produce en el hombre la obligación más sagrada. La mía es más estrecha como dirigida del ínfimo vasallo a su Soberano, y al interesante objeto de instruir especialmente su Real ánimo sobre todos los acontecimientos, según la serie sucesiva de los hechos ruidosos que han inquietado y turbado la paz de este Reino. Acaso la parte comprensiva de este Diario desde el 25 de mayo hasta el 15 de octubre, que he remitido, no es tan interesante como la que voy a entretejer desde aquella época hasta el 25 de mayo, a que se extiende: así porque el exordio de las operaciones no suele dar toda la idea del fin de sus designios, como también porque una hipocresía afectada envuelve y oculta el espíritu que anima los sistemas de los hombres, el que solo se descubre en el retoque y combinación de sus dogmas.
La instalación de esta Junta bajo la sombra y al abrigo del respetable nombre de nuestro amado Rey y Señor don Fernando VII, con subordinación y reconocimiento al Supremo Consejo de Regencia a pesar de la innovación en el Gobierno nacional, parece que en lo demás nada tiene de reprensible, pero sí mucho andado para su aprobación. Más en la combinación de ideas, de proposiciones, providencias, alianzas, desobedecimiento a sus Reales Despachos, auxilios prestados a quien no le reconoce, antes bien le hace absoluta oposición, manifestando con él un identificado interés y por último la libre y general licencia de verter y escribir proposiciones de independencia, no corregir, antes bien proteger a sus autores como adictos al sistema que han abrazado, son otras tantas pruebas declarativas del objeto a que se dirigen sus establecimientos y contratos: todo ello resalta con la exposición sencilla de los hechos y mucho más de los documentos que se acompañan a la letra, cuya verdad la juro por el Dios vivo, y su sagrado respetable nombre.
Esta áncora, este sagrado auxilio me ha sido necesario en las presentes circunstancias, en que el testimonio de los documentos era imposible, como insuperables casi los tropiezos que he tenido que vencer para haberlos a las manos; en lo que, fuera del ruego, la súplica y amistad, con un cierto quidam, ha tenido mucha parte el dinero en repetidas gratificaciones para ganarles siempre el corazón, y tenerle adicto a mi sistema.
Todo doy por bien empleado y por muy justas mis fatigas y el riesgo mismo de mi vida, con tal que todo ello sea en beneficio de la Patria y del Soberano, cuya fidelidad y amor han sido los poderosos alicientes de mi resolución y que de nuevo me impulsan a seguirle con el mismo empeño y dedicación que antes en la forma siguiente.
