ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Primera Parte. Contiene desde el 25 de Mayo hasta el 15 de Octubre de 1810.
Agosto de 1810.

AGOSTO DE 1810

Desde el 22 de julio empezó el sistema de la Junta a tomar cuerpo, bien que el día 16 del mismo, época de la abdicación del mando, ya se traslucía el fuego que ocultamente se abrigaba, como que el Doctor don Manuel Borrego [1], puesto en el patio del palacio del señor Presidente a la hora de estar formada la Junta de Guerra, gritó por dos o tres veces, “Junta queremos”. Algunos de los que allí se hallaban le pusieron en silencio. Salió a la plaza, donde encontró a don Juan Enrique Rosales, presidiendo un corrillo, en el que estaban los dos Carreras hijos de don Ignacio [2]  y dándose un golpe en la frente dijo, “hemos perdido el tiro”, aludiendo a que era la mejor ocasión para haber instaurado la Junta.

Quitada desde aquella época la máscara, perdido el recato para hablar libremente sobre el sistema de la Junta, se empezaron a formar diferentes conventículos y corrillos, principalmente en la quinta del Conde de Quinta Alegre [3], en casa del Canónigo don Vicente Larraín, y una que otra vez en la de don Agustín Eyzaguirre, bien que en menos número de gentes que en las demás partes. Estas tres familias con sus enlaces de afinidad y consanguinidad, con la adherencia de los naturales de Buenos Aires y algunos mendocinos, con corto número de otros de este país que no tienen enlace de parentesco, forman el complot de los partidarios.

El Cabildo patrocina el dictamen de la instalación de la Junta: no todos, pues los regidores don Pedro González, don Pedro Prado, y don Joaquín Rodríguez, son contrarios; también se dice que el alcalde don José Nicolás de la Cerda, aunque no con tanto descaro ni resolución.

Para allanar y auxiliar el Cabildo sus miras, dirigió una representación el día 20 de julio al señor Presidente, pidiendo se dignase conceder permiso al Cabildo, para agregar 6 regidores electivos, 3 de ellos de la patria y 3 europeos, alejando a este fin la complicidad de tantos y tan graves negocios; que el pedir los tres europeos era para dar pruebas a estos de la ninguna rivalidad de los de la patria. Llegó el expediente a vista fiscal. Ha padecido rigurosa oposición, así porque la ley de Indias prohíbe, como también porque aquella solicitud era encubierta a otras miras, y en bosquejo retrata todo el plan del sistema de los juntistas. Sobre el particular, nada hay resuelto.

Con anticipación se había meditado hacer cabildo abierto el 5 de agosto, llamando a él [a] 40 vecinos de su facción, para que allí se acordara sobre la instalación de la Junta; mas, sabedor este jefe, repartió algunas rociadas dando a entender su desagrado, con lo que no se atrevieron, principalmente con la oposición que hizo al Cabildo abierto.

Con motivo de haber llegado aquí varios impresos de Europa con la noticia de la creación del Consejo de Regencia, y su reconocimiento en varias provincias de nuestra península, se presentó el Fiscal exigiendo lo mismo en esta capital. En estado de subordinación llegaron las órdenes circulares remitidas por el Marqués de las Hormazas [4]  para dicho reconocimiento, y agregándose al expediente promovido, se pidió informe al Cabildo, y éste a su Procurador General don José Miguel Infante, acompañándose también varios impresos de gacetas conque se comprobaba el reconocimiento que se había hecho de esta suprema autoridad en Badajoz, Galicia, en Valencia, etc. y por los Generales de nuestras tropas.

El Procurador de ciudad en su vista impugna la legitimidad de la instalación del Supremo Consejo de Regencia. Alega lo 1º que la Junta Central como delegada para la soberanía que ejercía a nombre de las provincias, no podía subdelegar con [en] otros de la misma facultad; lo 2º que no habiendo aquella representación, tampoco pudo adquirirla el Consejo de Regencia: concluyendo por todo, que no debía presentarse el obedecimiento.

Este empeño de oposición, aseguran muchos, nace de no querer recibir al señor don Francisco Javier de Elío, de Presidente, y al Doctor don Antonio Garfias de asesor, porque por la justificación y entereza del 1º, y patriótico conocimiento de los autores de la Junta que tiene el 2º, cuyos hechos anteriores han sido bien ruidosos en el gobierno, temen justicia sin misericordia, y lo que es más, atajar el cáncer a que aspiran sus miras.

Para nutrir, alucinar y sembrar la doctrina de la instalación de la Junta, asientan varios rumores, noticias de mucha consecuencia y por lo mayor estudian en desavenir los ánimos de los europeos con los patricios. Dicen lo 1º, que la España está perdida, que Napoleón y sus tropas ocupan toda ella. Impugnan como apócrifas todas las noticias favorables, diciendo que son forjadas por hombres crédulos nacionistas. Desde el 5 de agosto, hasta el 13 esparcieron que México estaba hecha República; que el Perú se había levantado, y habiendo depuesto a su Virrey, habían exigido Junta; que los que se oponían a ella en este Reino eran carlotinos, empeñados en que la Carlota, Princesa de Portugal, viniera a mandar en estos dominios, que para ello tenía secretas inteligencias con muchos de la capital, que la erección de la Junta era con ánimo de guardar estas posesiones a nuestro Rey Fernando, para el caso de salir alguna vez de su prisión y así, que había de mandar a su nombre en prueba de su lealtad, que los perversos, esto es los que no se adhieren a su sistema, son los que quieren entregar el reino a Napoleón: nuevo efugio después del de los carlotinos. Fingen para ello que se ven escuadras de enemigos por la costa, sin duda para sorprender al Reino.

El pueblo agitado de día y de noche con estas noticias, encendido el fuego cada día más con las proclamas más seductivas, principalmente una que se llama “Agonías Últimas de la Nación”; con rumores de tener gente alarmada; de ser prevalente la opinión de la Junta por correspondencia que se tiene con Buenos Aires, de donde vienen todo el áspid y veneno en los papeles públicos, tiene al vecindario lleno de sobresaltos, el comercio sin contracción, y a las familias sin orden, esperando el más lamentable y funesto suceso, y de un día a otro la instalación de la Junta, y en la oposición un derramamiento de sangre increíble.

En este estado estaba la capital el domingo 12 de agosto, cuando por la mañana llegó la correspondencia de Lima por los buques Cantabro y Milagro; se nos comunican confirmatoriamente las noticias más lisonjeras de nuestra península venidas por el navío San Juan, que llegó al Callao con 3 meses 20 días de navegación; que México, fiel deposito de la lealtad, había garantido de nuevo (lejos de faltar a ella con la erección de república) todos los empeños de la nación por los gastos, y auxilios para la guerra que ha franqueado el inglés; que Lima, otro ejemplar de lealtad, se había opuesto incontinenti al reconocimiento y objeto de la Junta de Buenos Aires; que su Virrey había recibido obsequiosamente los oficios de Charcas, La Paz, Potosí y Córdoba del Tucumán, que solicitaban su agregación al virreinato del Perú, por la oposición y desagrado a la Junta de Buenos Aires; que se nos remite ejemplar del Bando Proclama del señor Virrey, en que declarando que unidas al gobierno de Lima las susodichas provincias en los ramos de guerra, hacienda, política y justicia, les franquea toda su generosa protección, y les ofrece todos los auxilios necesarios para el caso de que la Junta de Buenos Aires quiera oprimirlos hostilmente; por último se supo que por solo el rumor de que este reino estaba en una clase de insurrección, había intentado cerrar el puerto y expatriar a todos los chilenos.

Ese mismo día 12 de agosto a la tarde llegó el correo de Buenos Aires con correspondencia de nuestra península, y en ella las más plausibles noticias de los triunfos y victorias de nuestras armas, con el particular detalle de algunos combates, y casi la total evacuación de la Andalucía. Que la Galicia estaba enteramente libre, que iban a salir 30 mil hombres, que sólo esperaban 40 mil fusiles, con otras noticias de esta naturaleza.

El mutuo concurso de estas nuevas en un propio día, sorprendió demasiadamente el ánimo de los juntistas, tal que el primer cónsul (así llaman a don Juan Enrique Rosales) estando en casa de don Ignacio Aránguiz, Regidor y partidario, habiendo escuchado a don Manuel Figueroa, de este comercio, que llegó allí a visitar a dicho Aránguiz que estaba enfermo, las noticias venidas de Lima, le reprendió acremente por haberlas publicado, y volvió una y otra vez a decirle que el Excelentísimo señor Virrey del Perú había perdido a ellos y a toda la América.

Debilitado así algún tanto el ardor de los partidarios de la Junta y mucho más por la rivalidad que le declaró ya el gremio de los europeos y muchos nobles patriotas, procedió el Cabildo el 13 de agosto a hacer acuerdo sobre el reconocimiento del Supremo Consejo de Regencia. Puestos a este fin los alcaldes y regidores en la sala capitular para tratar de este asunto, como a las diez de la mañana llegó repentinamente el Muy Ilustre señor Presidente a personar el Acuerdo o Acta Capitular. Se asegura que a esta deliberación dio margen el aviso anticipado que tenía de que el Cabildo se oponía al reconocimiento del Supremo Consejo; mas, se dice, que tenían la gente alarmada y una citación general de los juntistas para proceder en esa mañana a su instalación. Sea lo uno, o sea lo otro, lo más probable es que el jefe con su presencia trató de impedir la oposición del cabildo; y a reconocer por sí el sistema personal de cada uno.

Se sabe que don Fernando Errázuriz combatió descaradamente al reconocimiento del Supremo Consejo de Regencia, tratando de demostrar los vicios de nulidad que revistieron su instalación. Se dice también que el Secretario don José Gregorio Argomedo, que por influjo del Jefe entró con él a Cabildo y por su insinuación habló, rebatió poderosamente los discursos de Errázuriz y que reducida la materia a votación, discordaron entre sí don Pedro González, don Pedro Prado y don Joaquín Rodríguez, fueron de sentir que se debía reconocer y jurar al Supremo Consejo de Regencia. El Conde de Quinta Alegre, adhiriéndose al dictamen del Procurador de ciudad por las nulidades y vicios que este objetaba, contestó negativamente sobre uno y otro extremo. Los demás en mayor número, conociendo las miras que pudiera tener la asistencia del Jefe, contestaron que se le debía prestar reconocimiento sin la calidad de jurarle. Venció esta mayor parte, y se acordó la [sic] Acta en los términos siguientes:

“Los que abajo firmaron, precedidos por el Muy Ilustre señor Presidente, y habiéndose hecho relación del expediente relativo al reconocimiento del Supremo Consejo de Regencia nuevamente instalado en la isla de León, en que se vieron varios impresos de la Suprema Junta Central, que transfiere su dominio en dicho Supremo Consejo, y oído el dictamen del señor Procurador de ciudad, en que manifiesta los vicios y nulidades de que adolecía aquella Junta, y el Consejo nuevamente instalado, aduciendo la variedad de opiniones del pueblo a quien representan y consultando el mayor bien de la nación y tranquilidad pública, acordaron se informase al Superior Gobierno que, por aquellas consideraciones, se reconociese dicho Supremo Consejo de Regencia, mientras exista en la Península, del modo que se ha reconocido por las demás provincias de España, sin que se haga juramento, como otras veces se ha hecho indebidamente, y constando esto para la mayor seguridad, y defensa común. Y así lo acordaron y firmaron dichos señores, de que doy fe. Eyzaguirre”.

El 16 del propio Agosto se celebró nuevo Cabildo, y aunque por lo presente nada se supo, pero por la consecuencia se sacó el antecedente, pues apenas se concluyó, cuando se vio pasar al palacio del Muy Ilustre señor Presidente una diputación compuesta de don Diego Larraín, de don Francisco Pérez García, su cuñado, de don Fernando Errázuriz y del Procurador General de ciudad. Puestos en presencia del Jefe a nombre de su Cabildo, le dieron las más resentidas quejas contra el señor Doctor don José Santiago Rodríguez, Canónigo Doctoral de esta Santa Iglesia Catedral, su Provisor y Vicario Capitular, haciéndole ver que dicho señor por medio de su influencia con sus curas trataba de revolucionar todas las ciudades y villas del reino. Manifestaron sin duda una carta remitida por alguno de los curas de su facción, en que decía, que ganando el corazón de la parte más sana y caracterizada del vecindario, hicieran firmar cierta protesta o juramento; que para ello había consultado a varios señores del Real Acuerdo y cabildantes. Expusieron que uno y otro era falso; que sus miras eran patrocinar el partido de la Carlota, con quien tenía correspondencia.

El Jefe, instruido de la queja, con ánimo de dar satisfacción al Cabildo, incontinenti pasó recado de estilo al señor Proveedor a que se llegara a tratar un punto interesante al Estado. Hízolo así, y requerido sobre los cargos del Cabildo, contestó a la diputación, que sus procedimientos eran muy contrarios a revolucionar los pueblos; que sus deliberaciones habían sido arregladas al alto carácter, patriotismo y fidelidad a su soberano; todas ellas dirigidas a cortar y desarraigar los arbitrios de erigir Junta, que era a lo que aspiraba el Cabildo. Le replicó don Francisco Pérez, ¿quién era el que fomentaba semejante sistema? Le contestó el señor Proveedor así a este Regidor, como a Errázuriz, que le hizo la misma pregunta, “que dicho Pérez reunido con toda su familia y enlaces recíprocos de su casa, y la de Errázuriz, eran los autores del depravado sistema de la Junta; que incontinenti les daría la prueba con las verduleras de la plaza; que sus corrillos y conventículos eran bien escandalosos y constantes a todo el pueblo, como también manifiestas sus operaciones y medidas tomadas para este fin”.

Convencidos así con la mayor energía, trataron de reconvenirle sobre que todo aquel procedimiento era dirigido a que estos dominios reconocieran la regencia de la Carlota, con quien guardaba correspondencia y que se le registraren todos sus papeles, a pesar de exponer su carácter y negocios eclesiásticos de tanta consecuencia que manejaba, como la ofensa a su honor y a su empleo. Se defirió prontamente y con la protesta de entregar 10 mil pesos como se le encontrara una carta. Contestó el Procurador de ciudad que las tendría ocultas y repuso el señor Provisor, que este y otros eran sus maliciosos efugios, todos ellos a sorprender y alucinar a los menos advertidos, para ocultar y colorir los perversos fines a que se dirigían, y que para avergonzarlos iba a traer la protesta que a su influjo habían firmado los cabildantes y vecinos de la villa de Rancagua y entonces presentó la que va a la letra:

“Los muy leales, buenos y honrados vecinos de esta villa que abajo firmamos, deseosos de dar una prueba nada equívoca de nuestro verdadero patriotismo y del respeto y veneración con que miramos la sagrada persona de nuestro augusto soberano, la constitución y las santas leyes bajo cuya influencia han vivido nuestros padres y abuelos, de las que no nos es permitido, ni en nuestra intención apartarnos por ninguna causa, pretexto o motivo, tanto porque así cumplimos con el juramento que tenemos hecho, como porque de otra suerte no podemos ser felices, evitando por este medio los designios de ambición, odio y avaricia que pudieran concebir algunos pocos, queriendo innovar el orden establecido por la legítima potestad, a quien siempre hemos obedecido, y deseando también que ésta no decaiga de su autoridad, ni se degrade por sorpresa, o acaloramiento de una corta parte del pueblo, que suele tomar el nombre del vecindario por sus miras y fines particulares, muy distantes de la felicidad pública y seguridad individual que ahora disfrutamos, y temeríamos Perder en cualquier otro sistema, o peligrosa innovación.

Por todas estas justas consideraciones y otras infinitas que a nadie se le ocultan, protestamos bajo nuestro honor y conciencia y la sagrada religión del juramento que ratificamos, que seremos constantemente leales y fieles a nuestro muy amado Rey y señor natural, y al gobierno que legítimamente le represente, no admitiendo ni consintiendo las peligrosas innovaciones y novedades que se han intentado en otros puntos de esta América, sin otro fruto ni provecho que la desolación y la muerte que han padecido los culpados e inocentes y todos los demás ciudadanos útiles y honrados que en estas crisis terribles sufren las más horrorosas extorsiones, vilipendios y violencias en que los malvados encuentran su aparente y momentánea felicidad. Y para que se logren nuestras justas y sanas intenciones y la pública tranquilidad que tanto apetecemos y es inseparable de la fidelidad y obediencia a las leyes y autoridades legítimas, ponemos a disposición del Superior Gobierno y Tribunal de la Real Audiencia, nuestras personas, bienes, arbitrios y facultades”.

Con este documento, que es el espíritu más expresivo de la lealtad y patriotismo, los combatió nuevamente con el mayor esfuerzo, y les hizo ver que su sana intención era la de impedir la anarquía y que el Cabildo y protectores de la Junta, no sorprendieran los pueblos a traerlos a su devoción, como también el que tratándose de Cabildo Abierto para su instalación, entendieran por estos documentos que las ciudades y pueblos del reino, no eran de ese sistema, y que el de la sola capital no era bastante para introducir novedades escandalosas en el gobierno. Pidió también que en lo sucesivo no se le hiciera llamar a estos vergonzosos careos, pues que por su empleo, así el Cabildo como el Gobierno, en todos los negocios debía entenderse por medio de oficios y que le sería muy satisfactorio si el Cabildo tomaba la resolución de acusarle, para darle entender sus procedimientos.

El Cabildo remitió a la Real Audiencia el expediente promovido sobre el reconocimiento del Supremo Consejo de Regencia con un oficio liso y llano, defiriéndose a dicho reconocimiento sin acompañar el testimonio de la [sic] acta capitular que arriba se expresa, y menos la representación del Procurador General de ciudad, en que manifestaba los vicios de nulidad de la instalación del Supremo Consejo. Corrióse la vista al Ministerio Fiscal, quien conociendo que la demora de este acto perjudicaba por momentos, extendió su vista exigiendo por el cuanto antes, con la reserva de pedir la [sic] acta capitular y representación del Procurador de ciudad, luego que se allanase aquel paso, para que agregadas al expediente, deducir sobre ellos lo que convenga, dándose de todo con el correspondiente testimonio, cuenta a Su Majestad.

El 17 se hizo el Real Acuerdo, a que también asistió el Ministerio Fiscal, e hizo la misma protesta y se acordó que a la mayor brevedad se jurase y reconociese el Supremo Consejo de Regencia por todos los Tribunales, con Bando Real y público en la forma de estilo. Como quiera que este reconocimiento arruinaba el edificio de la Junta; que el Cabildo no quería acreditar su despecho ni oposición, en su consecuencia se juntó esa noche y meditaron hacer una representación al Jefe, pidiendo que el reconocimiento fuese privadamente en su palacio. Se asegura que esta representación fue subscrita por 5 regidores partidarios y el Procurador General de ciudad.

A las diez de la noche de ese mismo día la pasaron al Superior Gobierno, y teniendo al asesor Doctor don Gaspar Marín de su propia facción, consiguieron a medida de sus deseos la providencia, y se dejó para otro día el Bando, a saber, para el que señalare el Cabildo. A las 11 de la noche se notificó por el escribano de Cabildo la providencia a los señores del Real Acuerdo. Quedaron absortos al ver el trastorno de las providencias libradas y penetrar al punto toda alma de estas deliberaciones.

El proyecto era no hacer público el reconocimiento en el día 18 señalado, sino el Martes 21. A este fin hicieron los preparativos siguientes: 1º, al punto de ganar las providencias expidieron varios emisarios a traer gente armada de caballería de las campañas. Entre los varios emisarios se dice fueron don Baltasar Ureta y don Luis Carrera. 2º, que esta gente el día antes a las 12 de la noche, víspera del 21 debía entrar a la ciudad. 3º, que al tiempo de publicar el Bando en ese mismo día 21, salieran todos a la plaza tumultuando al pueblo, y pidiendo a gritos Junta; que para animar y fermentar los ánimos iban a incorporarse con la gente 6 u 8 faccionarios de los jóvenes, disfrazados de ponchos a manera de campestres, y estos debían formar la primera algazara; que últimamente, en seguida debían pedir Cabildo Abierto, impedir la publicación del Bando e inmediatamente proceder a la instalación de la Junta.

Penetrado todo este plan, de que luego corrió una vaga noticia, los señores de la Real Audiencia en la mañana del 18 acordaron que el señor Regente [5]  en persona pasara a hacer presente al Muy Ilustre señor Presidente que no había mérito para revocar ni retardar el reconocimiento público, ni la publicación del Bando Real que el Jefe mismo había acordado se hiciere en ese día con dictamen del Tribunal, que la providencia librada esa noche anterior era maliciosa y no se le debía dar cumplimiento. A poco rato llegaron los demás señores de la Real Audiencia, y ratificaron el mismo pensamiento.

Expuso el Jefe que aquella deliberación era porque se le había informado que el pueblo estaba dividido en partidos, que su conmoción era gran de, en particular de los europeos contra los patricios; que aquellos como carlotinos trataban de impedir la publicación del Bando Real, y que correría mucha sangre [en] caso de llevarse adelante aquella primera providencia. Entonces se le hizo ver que todos esos rumores eran tramoyas de los juntistas, que el pueblo estaba pacífico y solo ellos trataban de inquietarlo. Con estas y otras reflexiones le hicieron condescender en que se ejecutaría como se había acordado por la Real Audiencia.

A poco rato empezaron a entrar los cabildantes, jefes militares, y los de Real Hacienda, prelados de las religiones, citados para el reconocimiento. Cerciorado[s] éstos de los antecedentes por combinaciones secretas, exigieron que en aquella misma hora se publicara el Bando, a que todos asistirían gustosamente para pública atención de su lealtad. El Sargento Mayor de Plaza don Juan de Dios Vial opuso diferentes tropiezos, y el principal de no estar junta ni citada la tropa cuya reunión sería muy difícil. Clamaron todos (menos los cabildantes que repetían las mismas excusas de Vial) que con la tropa que hubiese, aunque fuera de las guardias, se publicara el Bando, pues que la escasez de aquélla nada hacía, cuando se iba a solemnizar aquel acto con la asistencia del Jefe, de la Real Audiencia, Prelados de las comunidades, Comandantes militares, etc.

A pesar de esta oposición por la pluralidad y sublime carácter de las personas que allí se hallaban presentes, convino el Jefe en todo cuanto acababan de proponer, y habiéndose dado la orden correspondiente para venir la tropa, salieron muchos del Congreso a la sala, patio y otras piezas a divertir el tiempo mientras que se hallaban los preparativos para el Bando. El Muy Ilustre señor Presidente fue uno de los que se apartó al dormitorio, y uno de los corredores de su casa que sirve de palacio. A esta media vuelta, y con la ocasión de encontrarle solo, se le arrimaron, según dicen, don Diego Larraín y don Francisco Pérez García, suscriptores del escrito antedicho y con la mayor energía y vehemencia trataron de persuadirle que había una gran conmoción popular, y que la mayor parte del vecindario por ser de la secta carlotiana, trataban de impedir el bando, que si se publicaba, habría gran carnicería, que respecto de ser diferible, era cordura dejar aquel acto para otro día.

El Muy Ilustre señor Presidente así por la vehemencia de estas persuasiones, como por las lágrimas de la señora Condesa, su mujer [6], que por igual principio estaba sorprendida y le suplicaba se dejase de eso, y que no expusiera su vida, sino a consentir de nuevo a dejar la publicación para otro día, y habiéndose insinuado sobre esto con el señor don Manuel de Irigoyen y don Jerónimo Pizana, que a la sazón se hallaban en la sala donde se dirigió el jefe, inmediatamente se le opusieron representándole que aquel tumulto era figurado, que el pueblo estaba tranquilo, el vecindario muy prevenido y obediente al reconocimiento del Consejo de Regencia; que cualquiera otro sugerimiento era muy sospechoso y contra las justas miras del pueblo, a quién se acriminaba con injusticia; y que si había algún riesgo, ellos y cuantos componían aquel congreso eran los primeros que habían de sufrir el ataque, pero que todo era falso y obra de la seducción.

Con este razonamiento, a que inmediatamente concurrieron los demás, reuniendo sus sentimientos y clamando todos por la pronta expedición de tan sagrado acto, volvió el Muy Ilustre señor Presidente a recobrarse de los sustos y sospechas que le habían influido. A poco rato llegó la tropa, y procediendo todos de acuerdo se fueron reuniendo para salir a solemnizarle. Estando ya a la puerta batiendo la marcha, de paso volvieron a sorprender al jefe con breves pero eficaces insinuaciones de que no saliera afuera, pues que peligraba su vida, que el tumulto era grande. Allí mismo ya en el zaguán de la casa hizo presente al congreso, que no podía salir, y que desde luego no se exponía a que le quitaran la vida, que ellos hiciesen lo que gustasen. Todo este efecto surtió aquella ligera nueva momentánea seducción, obra de la malicia más refinada.

Los señores del acuerdo y jefes, conociendo el espíritu y origen de esta retractación repetida del jefe, alentándole de nuevo y ganando ya muchos la calle prácticamente, le demostraron que todo era falso, que la tranquilidad del pueblo no podía ser mayor, con lo que se pudo conseguir saliera igualmente a solemnizar el Bando Real, siempre lleno de sorpresas, hasta que se presentó en la plaza mayor y tomando ensanches el corazón, recobró su espíritu al golpe de tantas aclamaciones y vivas del pueblo numerosos [sic] que se hallaba presente. Los comerciantes que ocupaban los balcones del café del Serio arrojaban todo el dinero que tenían consigo, con las demostraciones más sinceras de la alegría que ocupaba sus almas. Así incontinenti se vio que el pueblo era depósito de la fidelidad de su monarca, y que el tumulto, la sedición nacía de los que le intentaban por tantos, y tan reprobados arbitrios con el fin de instalar su Junta. Sin duda estos perversos han estudiado en la escuela de Napoleón sus máximas para revolucionar los pueblos, y conseguir sus miras depravadas.

Bien se deja entender lo bien que recibiría el pueblo los tres días de iluminación, Te Deum, y salvas correspondientes, con lo que parece haber declinado la grave enfermedad y proyecto de Junta; mas estudiando sus protectores en la escuela de la mentira nuevas cavilaciones, a los pocos días empezó a rugirse que el partido de los europeos estaba alarmado, que su intención era sorprender el cuartel de Artillería y reunidos a la fuerza de estas armas, trataban de reponer en su mando al señor don Francisco Antonio García Carrasco.

Con esta nueva invectiva encendían el fuego de la discordia entre los naturales y europeos. Con ocasión de las frecuentes conversaciones que se suscitaban en el pueblo sobre este punto en los corrillos, en los cafées, y en todas partes, sucedió que estando el 23 del corriente don Francisco Antonio de la Carrera en la Secretaría de Cámara al cargo de don Melchor Román, se le provocó a la misma conversación y convencido de la malignidad con que se promovían estos susurros por los partidarios de la Junta, por un modo burlesco dijo allí que tenía dos mil hombres para reponer al Señor Carrasco a su mando. Esta expresión revestida de todo el ropaje del mayor crimen de Estado, se publicó inmediatamente y elevando sus quejas, unos dicen que el Cabildo y otros que el Procurador de Ciudad, al Muy Ilustre señor Presidente, al instante se le fulminó la sumaria, encargándose de ella don Diego de Larraín, que con aparatos y hojarascas, trataba de persuadir había llegado el último exterminio del pueblo, o que estaba en el mayor peligro. ¡Ay malicia!

Sin más antecedentes me aseguran que salieron de esta ciudad don Baltasar Ureta y don Luis Carrera a convocar gentes de caballería, que según dicen en número de 300 han estado en la chácara del finado don Pedro del Villar, distante 3 leguas de esta ciudad. Atimidado el Superior Gobierno por estas sombras del horror, figuradas vivamente por los partidarios que diariamente le rodean, al punto dirigió órdenes a todos los cuarteles, hizo poner a la tropa sobre las amias con bala y así está desde el día 23 hasta hoy 27 del corriente. También se asienta que se va a erigir dos compañías de veteranos y que se van a poner bajo la disciplina y comandancia del Sargento Mayor don Juan de Dios Vial. Este, que se dice partidario, unido a algunos oficiales de igual facción, se asegura formarán la defensa para la instalación de la Junta. Este arbitrio se ha tomado por la suma escasez de veteranos, pues la Artillería, aunque con 70 hombres de las milicias bajo la formal práctica y diario ejercicio y acuartelados, más por el poco tiempo y la ninguna firme estabilidad de unos soldados voluntarios, no adelantan, ni puede contarse con ellos para nada, principalmente no habiendo más oficial en esta capital que su Comandante el señor don Francisco Javier de Reina, tan contrario al sistema de la Junta.

Quedó la tropa en sus respectivos cuarteles el 27 de agosto, y ha continuado siempre sobre las armas, siguiendo en su riguroso instituto militar, porque el sistema de la junta y la convulsión popular se iban acrecentando sucesivamente. El 29 predicó en el convento grande de nuestra Señora de Mercedes el Padre Fray José María Romo de la misma orden, en la misión que llaman de San Ramón. Se explicó ciñéndose a los asuntos del día, en los términos siguientes:

“¡Oh, ciudadanos de Santiago! ¿Tengo yo razón para aplicaros, lleno de un amargo dolor estas sentidas quejas del profeta? ¿Puedo deciros hoy, que todas vuestras miras son por las cosas de la tierra y que habéis echado a vuestro Dios en olvido con dureza y obstinación deplorables? ¡Ay de mí! Y ojala tuviéramos tantos motivos para quejarnos en nombre del Señor de vuestra obcecación espantosa.

¿Cómo? ¿Lo diré? ¿Y porque no lo he de decir, cuando este es el escándalo de nuestros días, lo que arranca lágrimas y gemidos a las almas justas y lo que hace estremecer los atrios de la casa del Señor? ¿Qué cosa?

Ese espíritu revolucionario y altanero que reina en muchos de nuestros amados chilenos que se creen verdaderos patriotas, cuando no hacen más que desnudar el cuello de la patria para el degüello. Hablemos claro, que ninguna cosa embaraza más que esta el negocio de nuestra salvación y ninguna puede acarrearnos mayores males. Porque ¿cómo podrán pensar en su salvación unos cristianos conmovidos y agitados con ese nuevo plan de gobierno, contra las leyes de nuestra monarquía y contra los preceptos de Dios?

Digan lo que quieran los que intentan introducir este nuevo sistema. Lo cierto es que para una alteración de tanta consecuencia no tenemos orden de la Península. La constitución de los gobiernos de América está en su ser. No se nos ha dado órdenes para que la alteremos, no se nos ha dicho que podemos gobernarnos por nosotros mismos y a nuestro arbitrio. Antes bien, sabemos que la junta, que representa la autoridad del monarca, ha dado sus órdenes, ha elegido y autorizado al jefe que debe venir a gobernarnos. Pensar, pues, en resistir a estas órdenes es querer resistir a la ordenación de Dios, como lo dice el Apóstol: Quit potestati resistit, Dei ordinatione resistit.

En España no sabemos que haya otra autoridad que la de la Junta, reconocida por la nación; esta nos ha dado la Providencia en estos días, y a esta nos ha sujetado por la ausencia y desgracia de nuestro soberano. Decid, pues, claro, que no queréis sujetaros ni obedecer aquel precepto de Dios: Omnis anima potestatibu sublimioribu, subdita sit, que no queréis obedecer a la potestad de los reyes de España, que Dios nos dio desde la conquista y que nos ha conservado hasta hoy misericordiosamente. Decid que pensáis gobernaros mejor, por vosotros mismos que por la potestad de lo alto, y entonces no os admiréis de que declamemos en los púlpitos contra una desobediencia tan escandalosa, contra una soberbia tan luciferina y contra una ambición tan funesta, que no solo desagrada a nuestro reino del concepto de fiel, obediente y sumiso, en que lo han tenido las naciones, sino que excita la justicia de Dios, a que descargue sobre nosotros todos sus rayos y anatemas.

No vale decir que sólo se intenta el nuevo gobierno para conservar estos dominios al Rey católico y entregárselos cuando fuese colocado en su trono, porque, decidme, hermanos míos, permitidme que os haga esta pregunta, uno que no sabe de materias de Estado, uno que no sabe más que confesar y predicar, como decís, permitidme, digo, que os pregunte ¿cómo los demás reinos y provincias de América no han hecho semejante alteración en sus gobiernos? ¿Por una sola ciudad de Buenos Aires, que la ha hecho, queréis seguir su ejemplo y no queréis seguir el de la capital del Perú, el de la de México, Montevideo y otras ciudades y plazas que se mantienen fielmente obedientes a sus legítimos superiores? ¿Es posible que sólo en nuestro pequeño Chile se hallen hoy los verdaderos sabios, los verdaderos políticos, los verdaderos patriotas y que todas las demás provincias de América, esas dilatadas provincias y populosas ciudades, no sepan lo que hacen? ¿No es esta una vergonzosa soberbia que merece los castigos del cielo?

Pero cuando vuestro proyecto fuera justo por sí mismo, ¿lo sería también por sus consecuencias? ¿Podéis asegurar el verificativo sin derramamiento de sangre? ¿Sin introducir las violencias, los robos, el saqueo de nuestros templos, de vuestras casas, la muerte de mil inocentes, los estupros, los incendios y otras calamidades? Y aún cuando estuviereis seguros de conseguirlo, a medida de vuestros deseos y sin que se siguiera de los ya referidos espantosos males, ¿cuánto duraría este nuevo gobierno en vuestras manos? ¿Lo podríais conservar por muchos meses y aun quizás por muchos años para entregarlo, después de pasada la guerra de España, a su legítimo soberano, caso que este sea vuestro pensamiento? ¿Qué sería de nosotros si en el entretanto, valiéndose de la ocasión oportuna, apareciese una flota de enemigos en las costas de nuestro reino, abiertas de Sur a Norte en esas costas despobladas y sin resguardo? ¿Cuántas disensiones, a más de esto, cuántos partidos, cuántos resentimientos se suscitarían entre los extranjeros y los españoles? ¿Son éstos, decidme, unos vanos temores de una imaginación acalorada? ¿No son más bien unas consecuencias necesarias y experimentadas en las ciudades que han querido alterar sus gobiernos, en nuestros días y en nuestra América? ¿Cómo pues, chilenos, si sois sabios, no advertís que es mejor y más acertado tomar todos los medios para aplacar a Dios, que tan irritado le tenemos y para merecer su protección, pues con ella todo lo tenemos y sin ella no habrá mal que no venga sobre nosotros?”.

Aquel sermón, a pesar de que todo su asunto era amonestar al pueblo sobre la debida subordinación y obediencia al Rey y a las autoridades legítimamente constituidas por aquél; con todo, por las expresiones indicativas de tumultos y revoluciones en que estaba el pueblo, resintió al Cabildo en términos que él mismo dirigió su queja al Superior Gobierno, sin otro principio que el de parecerle se dirigía a entorpecer sus miras a la instalación de la Junta. La queja y resentimientos del Cabildo lo manifiesta su representación fecha 31 de agosto, siguiente:

“Todo el pueblo se halla escandalizado con lo que públicamente predicó el Reverendo Padre Romo la noche del miércoles 29 del corriente en la devota novena que su convento grande de esta ciudad hace al glorioso Padre San Ramón. Allí trató a este pueblo de tumultuoso e infiel. Allí atribuyó especial y señaladamente esta grave nota a los patricios chilenos. Sentó que tenían planes de independencia, que trataban hacer una Junta de Gobierno opuesta a las autoridades constituidas; que el objeto era colocarse en aquellos empleos los mismos que la proyectaban; que las resultas de aquella perjudicial e infiel innovación sería el saqueo de casas y templos, el asesinato de muchos y una total insubordinación y perturbación de la paz y tranquilidad pública. Allí graduó de ilegal y tumultuaria la Junta de Gobierno instalada en Buenos Aires, protestó que a este pueblo revolucionario querían imitar y seguir los chilenos y no a los de Lima y México, donde reinaba la fidelidad. Fueron tantos los horrores que habló aquel religioso, que muchos sujetos de probidad sorprendidos y escandalizados quisieron salir de la iglesia y por atención de religión no lo hicieron. De este propio cuerpo hubo quienes sean testigos auxiliares de esta verdad, y de cuanto dejamos expuesto. De manera, Señor, que en concepto de este religioso han sido tumultuarias todas las Juntas establecidas en los reinos de España, que ya no tienen otro gobierno y últimamente la de Cádiz, que a más de hacerlo, propone por modelo su deliberación a cuantas personas quieran imitarle, pasando de oficio al Superior Gobierno y a este Cabildo un tanto de cuanto instalaron, para nuestro gobierno y ejemplo. Todos esos pueblos serán sin duda tumultuarios en el concepto, y faltará en ellos la jurada fe a nuestro monarca.

Un pueblo, señor, que ha oído predicar esto en la Cátedra del Espíritu Santo, ¿qué opinará de aquella provincia? ¿Qué de la de Buenos Aires? ¿Y qué hará si en esta capital alguna ocasión las circunstancias obligan a lo mismo? Atentado es este digno del más público y severo escarmiento. Aquella Cátedra dispuesta para repartir el pan evangélico, se ha hecho el teatro donde se insulta a este pueblo día por día: parece que ya no hay otros delitos que remediar, ni otra doctrina que enseñar, que la del Estado y fidelidad. Supone esta perfidia en el pueblo más sosegado, fiel, honrado y pacífico de los derechos todos de “nuestro Católico Monarca Fernando 7º; agravio a la verdad, que no se atreviera a hacerlo ni el más alto magistrado, y unos sujetos ignorantes en estas materias tan ajenas de su instituto, ¿es posible se les permita? ¿Han de quedar impunes esos excesos? Si por sus confesiones saben lo que predican, deben comunicarlo al Supremo Gobierno, donde sólo reside la autoridad competente para el remedio: no haberlo hecho así, les consiente en la clase de culpados. El Cabildo, señor, pide a V. S. que sin pérdida de instantes se haga traer a la vista aquel sermón y saliendo ser efectivo cuanto queda expuesto, mandar se apliquen al Padre las penas condignas, ordenando se pasen oficios a todos los prelados de las religiones, para que ninguno en adelante toque directa ni indirectamente esta materia en los púlpitos, reconociendo para ello todos los sermones y pláticas doctrinales antes que se publiquen, o lo que V. S. estime más justo, para que así se satisfaga a este Cabildo y el pueblo injustamente ofendido. Cabildo de Santiago, y agosto 31 de 1810”.

Requerido el religioso por el señor Presidente, y su asesor sobre el agravio en sus expresiones y queja del Cabildo, expuso que también era muy propio de su obligación hablar de la debida subordinación de los vasallos a su Rey, a sus leyes y a sus autoridades y declamar contra aquellos que conspiran contra ellas que la convulsión popular no podía ser más notoria como tampoco su origen; que el Superior Gobierno en este punto acordara lo que gustase, pues que estaba pronto a sufrir toda corrección y vejamen; que nada más suplicaba ni quería del gobierno, sino que del sermón que había presentado, del escrito o representación del Cabildo y de la providencia que se dignase dictar, se le diera el integro testimonio para usar de su derecho.

La corrección fue verbal, suave y casi amistosa, porque el carácter sacerdotal, la religiosidad, virtud y sabiduría del Padre Romo, sostenida de su pública opinión, contuvo bastante la acrimonia de la corrección que esperaban sus acusadores. No fue ésta la primera vez en que el Cabildo expuso iguales quejas contra los predicadores que anticipándose a la instalación de la Junta hablaban contra ella, como también contra las seducciones revolucionarias, pues habiéndose seguido misión en Santo Domingo y San Agustín, y oído allí iguales declamaciones, también elevaron sus quejas al Superior Gobierno verbalmente: trataban de que el pueblo no entendiera sus miras y atimidar o acallar así todos los del partido contrario.

 

Notas.

1. Natural de Buenos Aires, se encontraba en Chile habiendo cursado sus estudios en la Real Universidad de San Felipe. Político de tendencia federalista, en 1827 fue electo Gobernador de la provincia de Buenos Aires, siendo derrocado por los unitarios, quienes lo fusilaron en 1828. (C. Guerrero L).

2. Se refiere a Luis y Juan José Carrera. (C. Guerrero L).

3. Juan Agustín Alcalde Bascuñán, quien más tarde formaría parte, en calidad de Diputado suplente, del primer congreso nacional. (C. Guerrero L).

4. Nicolás Ambrosio Garro y Arizcun, quien se desempeñó como Ministro de Estado   interino desde el  31 de enero al 20 de marzo de 1810. (C. Guerrero L).

5. Juan Rodríguez Ballesteros. (C. Guerrero L).

6. Toro Zambrano había contraído matrimonio en 1751 con María Nicolasa Valdés y Correra. (C. Guerrero L).