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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
José Victorino Lastarria. Diario Político. 1849-1852
Año 1849

Junio de 1849.
Las Cámaras se abren en circunstancias que el Ministerio de septiembre había hecho ya su dimisión [1] Vial y Sanfuentes habían declarado definitivamente su separación del Ministerio y sólo acompañaron al Presidente [2] en la apertura del Congreso por cortesía.

La política era incierta, nadie sabía lo que ocurría en el Gabinete, ni aun se sospechaba, quienes entrarían a reemplazar a los Ministros salientes.

La Cámara de Diputados principió sus funciones.

En la elección de Presidente, Vice y Secretario predominaban las influencias del Ministro Vial. Vallejo [3], que pertenece al club opositor, inicia la primera cuestión política, diciendo de nulidad de la elección del diputado por la Laja don Juan Bello, y contra la del suplente por La Serena don Carlos Bello. Yo me presento a defender estas elecciones, fijándome más en la de don Juan, cuya ciudadanía era menos disputable, y la elección triunfa por una mayoría inmensa. La de don Carlos se declaró nula por no ser ciudadano [4]. En esos primeros días se introducen por algunos particulares patrocinados por los opositores, un reclamo contra la elección de Los Andes y otro contra la de San Fernando; al mismo tiempo presenté yo un proyecto para que se derogue la ley de imprenta de 1846 y se reemplace por la del 28, mientras se discute la reforma que me propongo hacer. En varias incidencias que ocurren triunfamos siempre de los opositores por una mayoría considerable, que se componía de todos los amigos del Ministerio saliente. Esta mayoría comienza a disciplinarse.

El 12 de junio entran al Ministerio del Interior don Joaquín Pérez; al de Hacienda, A. García Reyes, y al de Justicia, M. A. Tocornal, quedando P. N. Vidal en el de la Guerra. Había yo hablado con García y Tocornal sobre su elevación, y les había prometido apoyarlos y ponerme de acuerdo con ellos, siempre que en la política no fuesen restrictivos ni patrocinasen las aspiraciones de Bulnes.

García me aseguraba que nos pondríamos de acuerdo y que ellos sólo querían el bien del país. Principia el debate sobre mi proyecto de libertad de imprenta a los dos días de estar en el Ministerio estos opositores al de septiembre. Ellos no temían ya a la mayoría, estaban muy ufanos y creían que sus fuerzas auxiliadas por Montt [5] y Vallejo eran suficientes para afianzarse. Emprenden su primer ensayo: quieren salvar a Montt del ataque que, en su concepto, envolvía contra él mi proyecto, y hacen que Vallejo me lo objete tachándolo de personal y ofensivo y aun de virulento. Esta objeción me presenta la oportunidad de analizar la ley de 1846 y de desarrollar mis principios sobre libertad de imprenta en un discurso que arranca prolongados aplausos de la barra que me era hostil, porque se componía de los amigos del nuevo Ministerio.

Viéndose ellos perdidos, Tocornal pide que se aplace la discusión hasta que se presente el nuevo proyecto de reforma, prometiendo que el Gobierno prorrogará las sesiones y hará cuanto le sea posible para que la reforma se sancione en esta legislatura; pero su indicación es desechada, porque yo presento en el acto el proyecto de reforma, y es aprobado también el que se discutía.

En esa misma noche hablé con García Reyes, reprobándoles su conducta imprudente, porque ellos no debían por título alguno haberse empeñado en lucha contra la mayoría, la primera vez que se presentaban como Ministros ante la Cámara. García me respondió, para justificar esta imprudencia, que ellos se hallaban en el caso de rechazar este proyecto que yo había presentado para derogar la ley de 1846, porque era reaccionario y ofensivo a Montt y a su administración. Yo le protesté que no había tenido presente a Montt, ni me había formado el propósito de ofenderlo; que yo lo respetaba y que mi único objeto era atacar un sistema de principios que creía erróneo, y que no debía dejar de atacarlo por consideración a personas. Ambos nos reiteramos la promesa de ponernos de acuerdo para ver si podíamos uniformar nuestra marcha, y yo le llamé la atención al interés que ellos tenían en respetar la oposición, en no irritarla y aun en no hacerme aparecer a mí en los papeles ministeriales como opositor, pues era amigo de ellos y no aspiraba a otra cosa que a verlos en mi camino.

En los días posteriores tuve varias entrevistas con el mismo García Reyes, le confié varias observaciones e indicaciones por escrito que iba a presentar en la contestación al Mensaje de apertura [6], le rogué que retirasen su reclamo contra las elecciones de San Fernando y le di mi proyecto sobre facultades extraordinarias y sitios [estados de sitio], para que me comunicara su opinión. En estas conferencias me desengañé sobre sus propósitos. Acerca de mis indicaciones al Mensaje, me hizo algunas reflexiones que yo atendí, y aun modifiqué mis indicaciones en obsequio de la armonía. En lo de las elecciones de San Fernando le hallé obstinado. En vano le hice ver que no les convenía provocar este nuevo choque, porque habían de salir derrotados; en vano le aseguré que yo no permitiría que se anularan las elecciones, porque no quería ni debía darle al club pelucón la ventaja de introducir en la Cámara a sus afiliados, como lo pretendía en su plan de anular aquellas elecciones. Nada valió; él se me mostró resuelto a arrostrarlo todo, por vengarse a lo menos, me decía, de las ofensas que a él y a su familia había inferido el Intendente de Colchagua [7]; y por defender su honor comprometido en este asunto. En cuanto al proyecto de extraordinarias y de sitios, me lo devolvió rogándome que no lo presentara, porque ellos tenían trabajado otro. Me hizo muchas objeciones contra él, tachándolo también de reaccionario y procurando demostrarme que yo me equivocaba peligrosamente en mi marcha, porque quería debilitar al Gobierno y soltar las amarras que mantenían el orden y la tranquilidad. Como habíamos hablado muchas veces del peligro de que Bulnes se declarara dictador y nos habíamos convenido en contrariar todas las aspiraciones a la tiranía que descubriésemos en él, le recordé estas ideas; pero él ya apreciaba mucho a Bulnes y no le tenía miedo como antes. Ciertas reservas, ciertas reticencias de su conversación y su empeño en mantener el orden antiguo de cosas políticas, me revelaron que era inútil mi propósito de apoyarlo y de ponerme de acuerdo con él. Teníamos distintos principios, opuestas simpatías de partidos e intereses diversos en las circunstancias actuales; no era posible la fusión, tanto más cuanto que él me mostraba poco ánimo de marchar conmigo y aun me llegó a decir una vez que él y Tocornal no podían menos de estar modificados por Bulnes, por Montt y por el club a que debían su elevación y con el cual no podían romper. Tocornal me repitió lo mismo y me reprochaba mi liberalismo, haciéndome cargos serios porque no aceptaba el único camino que me convenía, el de hacerme conservador. Haciéndoles la promesa de no presentar mi proyecto sobre extraordinarias y sitios, me retiré de ellos para siempre; desde entonces me propuse organizar y fortificar nuestro partido.

Para este fin teníamos muchos elementos: la mayoría de la Cámara influida por Vial y comprometida ya por los debates y votaciones en que había triunfado; las influencias de algunos de sus miembros, como Eyzaguirre, por ejemplo, y la palabra de otros que podían prestarnos un poderoso auxilio; los numerosos amigos con que contaba el Ministerio caído y los muchos individuos que principiaban a ser incomodados y aun atacados por el Ministerio de junio. Tales fueron las bases que se me presentaron en aquellos días como las más a propósito para organizar el nuevo partido progresista. Ya no era posible conquistar en favor de los buenos principios a los dos jóvenes que se habían elevado al Ministerio; no era posible introducir por su medio reforma ninguna en la política corruptora y corrompida de los pelucones; no era posible sustraerlos a las influencias de ese círculo de pelucones que los había elevado y por el cual tenían tan fuertes simpatías. El único arbitrio que restaba era el de apoderarse de los elementos de oposición que había, darles nuevo tono, comprometerlos en favor de los principios liberales y elevar el estandarte de la verdadera república.

Se abren los debates sobre la contestación al discurso de apertura, y yo aprovecho la ocasión para comprometer a la mayoría que debía votar conmigo, ataco la política mezquina que hasta entonces había dominado en el Gobierno y combato el sistema restrictivo practicado por el partido pelucón; proclamo una política más liberal e inculco principios verdaderamente republicanos, valiéndome de la posición incierta de los nuevos ministros y sacando partido de las ideas que ellos mismos habían publicado como opositores días antes en La Tribuna. El resultado de estos debates es que la Cámara sanciona por una gran mayoría el principio de que el Gobierno no debe intervenir en las elecciones y debe seguir una marcha distinta de la acostumbrada en las relaciones exteriores. Juan Bello me ayudaba en esta empresa sin conocer mi propósito. La mayoría queda así comprometida en favor de una nueva política.

A principios de julio, se empeña la discusión sobre las elecciones de San Fernando. Yo sostengo con calor la validez y revelo que el Ministerio no representa otra cosa en esta cuestión que intereses de círculo. El día nueve hubo sesión por la mañana: Vallejo toma la palabra y trata de refutar en un discurso estudiado el que yo había pronunciado en la sesión anterior. Acaba de hablar y García Reyes se levanta gritando: “¡Aplausos a mi amigo el diputado del Huasco!” La barra, que se componía, en su mayor parte, de ministeriales reunidos allí para silbar a la mayoría, prorrumpe en gritos y aplausos estrepitosos. González [8] y otros varios diputados se levantan de sus asientos gritando que el Ministro de Hacienda provoca el desorden; el Presidente levanta la sesión; la barra invade los asientos de los diputados; éstos se agolpan a la mesa del Presidente y se traba allí una riña de insultos y reconvenciones acres entre González, García Reyes, Sanfuentes, Pérez y otros. Taforó [9] exclama que debía dejarse al pueblo en la sala; González negaba a la barra el título de pueblo, nadie se entendía. Yo estaba a un lado burlando a Vallejo porque había confesado en su discurso que era de mayor edad que yo, y de cuando en cuando trataba de mantener la excitación para aprovechar algún partido ventajoso que se presentara. Pero la alarma continuaba sin resultados, y, bien visto, el miedo estaba en los semblantes de todos. Entonces dirijo un requerimiento a los diputados para que vuelvan a sus asientos, todos ellos dicen que quieren deliberar sin la presencia de la barra, yo me dirijo a ella, rogando a mis amigos y a mis discípulos que se retiren y en efecto comienzan a desfilar. Cuando quedaban muy pocos en la puerta, García Reyes me llamó para que los invitase a salir, yo no quise, por no exponerme a un desaire; pero la sala quedó pronto despejada.

Continuó la discusión. González pidió al Ministro de Hacienda diera una satisfacción a la Cámara en presencia de la barra. García Reyes, conmovido y con los ojos humedecidos, tomó la palabra para excusarse y confesó que había hecho mal, que se había dejado llevar del primer arrebato y que su intención no había sido promover un desorden. Estaba vencido: yo me aprovecho de esto para ganar con menos trabajo la cuestión principal, acepto la satisfacción de García, sostengo que no debe obligarse a satisfacer en presencia de la barra que nada valía, porque se componía de gente insignificante, procuro poner paz y aplacar los ánimos irritados y obtengo que se declare la Cámara en sesión permanente, hasta resolver la cuestión de las elecciones. Montt y Vallejo hacen esfuerzos por diferirla, conociendo mi intención, y embarazan con artículos y mil incidentes hasta que se vota definitivamente. En todas las votaciones que hubo, triunfó la mayoría y por fin las elecciones se declararon válidas.

Después de tan tempestuoso debate, continuaron las sesiones en cierta calma aparente, que, a los ojos de cualquier observador, no era otra cosa que una especie de cansancio producido por la agitación misma. Yo obré de modo que se mantuviese esta calma, porque no habría sido posible mantener por más tiempo en excitación a aquellos hombres acostumbrados al reposo y tan amigos de posponer el mayor interés público a su tranquilidad. El combate que habíamos sostenido había necesitado un esfuerzo extraordinario y hasta cierto punto contrario al carácter nacional y a los hábitos de sumisión por tanto tiempo alimentados en la Cámara y apreciados como un sistema de orden y progreso...

Los asuntos que continuaron en discusión fueron el proyecto de arreglo y orden en la barra, el de rebaja de sueldos de la Universidad y otros de poca importancia. En el de la Universidad se había empeñado el debate entre la mayoría, que sostenía la rebaja y los ministeriales que la resistían. La mayoría volvió a triunfar pero pacíficamente. Yo, por mantener la disciplina, tuve que votar con ella a pesar que no estaba por la supresión de sueldos.

Mientras tanto la prensa ministerial no cesaba de proclamar los errores más funestos en política y administración, e insultaba con el mayor cinismo a la mayoría de la Cámara. Estos ataques producían el mejor efecto para nosotros, porque acababan de enajenar completamente el aprecio de los diputados por los ministros y los preparaban para luchar con más valor. El 20 de julio comenzó el debate sobre mi proyecto para reglamentar las declaraciones de [estado de] sitio y el uso de facultades extraordinarias. Los ministros, cada vez más imprudentes, y sin querer comprender que les interesaba no ponerse en choque con la mayoría, presentaron un contra-proyecto, oponiéndose a los puntos más sustanciales del mío. Las discusiones fueron interesantes y nosotros triunfamos en todas las votaciones. La prensa ministerial continúa atacándonos con la impudencia y desatino de siempre: antes nos trataba de inicuos, ahora nos trataba de infractores de la Constitución y no perdona dicterio. Los ministros creen que no pueden triunfar si no combaten y si no insultan. ¡Necedad que ya les ha sido muy funesta!

La división de los dos partidos está ya muy marcada: los diputados de oposición no se tratan con los ministeriales y en la secretaría se dividen en círculos y se hablan en voz baja. En nuestras reuniones privadas, no ceso yo de excitarlos y de animarlos y todos mis esfuerzos se dirigen a la disciplina. Yo no tomo actitud ninguna; me bufoneo con todos, me muestro humilde, uso de chanzas en todo; pero avanzo ideas y sugiero la marcha que debemos seguir, sin imponerla. Larraín, Sanfuentes y otros toman regularmente a su cargo el triunfo de mis ideas, porque también son las suyas y tienen mucho empeño en que marchemos bien. Los diputados me estiman pero no me aprecian; estoy seguro de que Eyzaguirre [10], Vial Manuel y otros miran en mí un buen instrumento. A Sanfuentes se le escucha siempre con respeto, lo mismo a Larraín. Cuando yo hablo me celebran. Vial principia a reírse cuando tomo la palabra, como si esperase trivialidades. Yo me muestro enérgico en mis opiniones, valiente para con los adversarios, dócil con mis compañeros y disputo mucho con Infante para disciplinario, lo cual es muy celebrado por los demás. El único prestigio que cuento entre los diputados se lo debo a mi manera decisiva de tratar las cuestiones y al tal cual acierto con que he vencido algunas dificultades ocurridas en los debates y votaciones de la Cámara.

Aprobado el proyecto de ley sobre  sitios [estados de sitio] en la Cámara de Diputados, me comisionaron a mí y a Sanfuentes para sostenerlo en el Senado. El 19 de agosto se trató en el Senado. Don Andrés Bello propuso una cuestión previa, a saber, si el Congreso actual, siendo legislativo, podía o no dar reglas a los Congresos futuros, como se trataba de darlas. Bello opinaba por la negativa y con esto se proponía apoyar al Ministerio, procurando que se desechase el proyecto como inconstitucional. Benavente [11] tenía la misma pretensión de atacar lo resuelto en la Cámara de Diputados. Cuando Bello acabó de hablar pregunté yo a Sanfuentes, que estaba a mi lado, si quería responder; me dijo que no. Sanfuentes estaba amedrentado, su voz era más balbuciente que nunca; este joven es muy tímido, no tiene confianza en su talento e instrucción, es pusilánime y, sobre todo, estima en mucho el aprecio u opinión de los viejos. Yo miraba a aquellos senadores que no tienen más títulos para ocupar sus asientos que su riqueza. Lamentaba en secreto la suerte de este país, cuyos destinos se encuentran en manos de aquellos hombres ignorantes que no tienen más sentimiento que su egoísmo, ni más idea en política que la de conservar lo que existe. Los dos más hábiles que hay entre ellos, Bello y Benavente, son egoístas y servirán a cualquier gobierno. Con desaliento tomé la palabra y refuté a Bello lo mejor que pude; pero la cuestión quedó pendiente, porque Vial del Río [12] pidió que se difiriese.

En la sesión del 22 de agosto, González interpela al Ministro del Interior sobre el decreto que había librado para impedir que la Municipalidad de Santiago removiese a su Procurador de ciudad. Este negocio nos había ocupado durante el día. Todos estaban alarmados por el atentado que había cometido el Ministerio al tomar parte en este negocio municipal en favor del Procurador Campo [13], que tan odiado era por los municipales. Estos, en la sesión de la noche anterior, habían hecho una protesta enérgica contra el decreto del Gobierno. Los pormenores del negocio están en las [actas de las] Sesiones de la Cámara. La interpelación produjo un debate acalorado en que yo tomé parte, convirtiendo la cuestión en punto de derecho público. Errázuriz [14] promete acusar al Ministerio.

En la sesión del 23 lo acusa efectivamente, y después de hecho el sorteo de la Comisión que debe informar, Tocornal me provoca a presentar por escrito la indicación que en la sesión anterior había hecho para que se declarase que la Municipalidad de Santiago había obrado en el círculo de sus atribuciones. La presenté.

La barra estaba apretada. Los ministros tenían en ella a todos los satélites que acostumbraban llevar para que los aplaudiesen y nos silbasen a nosotros. Multitud de jóvenes perdidos, otros interesados y esperanzados y muchos de los enemigos del ministro Vial, que se creían triunfantes con su caída, formaban el séquito de los ministros en la barra. Nosotros no teníamos simpatías, nuestra situación era ambigua a los ojos del vulgo.

Los liberales que estaban en expectativa no se pronunciaban y todos creían las voces que el Ministerio propagaba para presentarnos como instrumentos de Vial sin más propósito que el de restaurar a este Ministerio. Así es que la barra se dejaba influenciar [influir] por los ministeriales y tributaba aplausos a los ministros y nos silbaba a nosotros. Los diputados temían mucho esta actitud de la barra; yo la despreciaba, no como insignificante, sino porque me sentía fuerte para dominarla.

Esa noche, principió Tocornal su discurso con la pompa y aparato cómico que acostumbra, y trató de demostrar que nosotros queríamos despotizar al Ministerio, suponiendo que mi proposición no tenía otro objeto que pedirle al Presidente la destitución de los Ministros, porque la Cámara no tenía confianza en ellos y al decir estas palabras: “pero si tal fuese, también podría el Gobierno decir a su vez: tampoco merece mi confianza la Cámara de Diputados”, la barra, que estaba extasiada oyéndolo, prorrumpe en lo más estrepitosos aplausos, que son seguidos por los de Vallejo, Ortúzar [15] y otros diputados. Yo me levanto de mi asiento y exclamo “El Ministro de justicia insulta a la Cámara y provoca el tumulto”. Mi voz pone silencio un momento, Tocornal trata de excusarse; Yo digo en alta voz que los ministros llevan a la barra gentes que son bastante imbéciles o bastante corrompidos para aplaudir los insolentes insultos que el de Justicia nos dirige; me silban y me vivan, y yo vuelvo a gritar que antes de entrar en sesión se me ha asegurado que un Tocornal estaba aleccionando a los de la barra para los aplausos. Nuevos silbidos y vivas. Yo grito para hacerme oír, reclamo el amparo de la Cámara, la autoridad del Presidente, para que nos haga respetar; golpeo la mesa con mi sombrero y trato de dominar el tumulto. El Presidente levanta la sesión.

Inmediatamente se vienen a mí los ministros seguidos de los suyos y principian a altercar conmigo. Yo les corto el altercado diciéndoles que no vayan a armar allí pleitos de p... y que si son caballeros se entiendan conmigo como tales. Tocornal me dice que sí y que lo siga a la secretaría; llegamos, todos me rodean y Tocornal principia a sacar la historia de todo lo ocurrido desde el principio de las sesiones, como para convencerme de inconsecuencia. Como me presentaba desfigurados los hechos, yo le interrumpí diciéndole: “No estamos conformes en los hechos y, por tanto, no puede aquí haber discusión, sino pleito. Si tú quieres entenderte de otro modo...“. Montt le dijo entonces: “vámonos, señor don Manuel Antonio”. “Es lo mejor que pueden hacer”, les repliqué, “allí está la puerta”. Se fueron y me dejaron solo con Ramón Vial, que era el único que me acompañaba. Yo había resguardado mi espalda en la pared y tenía mi bastón pronto para rechazar cualquier insulto.

Al día siguiente, 24 de agosto, fuimos a sesión. Las entradas a la Cámara estaban ocupadas por un gentío inmenso, cuyo mayor número era ministerial. Yo entré con González, abriéndome paso con arrogancia; infinitas miradas amenazadoras se fijaban en mí, yo las contestaba con indiferencia y serenidad, pronto a tender do un garrotazo al que me hiciera el menor insulto. La secretaría estaba ocupada por los diputados. El momento era solemne. Los ministeriales no se rozaban con los de la oposición, y todos hablaban en voz baja. Me pareció ver el miedo pintado en todos los semblantes; a lo menos había cierto aire que mostraba que todos estaban en una situación violenta, incómodos. Se me ocurrió probar fortuna, para ver si algún lance ocurría para templar los ánimos, y comencé a pasearme en todas direcciones con insolencia, pasando con desprecio por entre los ministeriales; pero ninguno me dijo nada y todos me abrían paso. Entramos en sesión privada: los pormenores están en el acta, yo estaba extenuado, enfermo y sólo con un vaso de soda. Me callé y dejé que los adversarios se gastasen en las discusiones preliminares que suscitaron. Después de los ultrajes que Vallejo dirigió a los municipales que fueron contestados por Tagle [16], González y Errázuriz, oí voces en la secretaría, fuime allá y vi a Montt, Vallejo, Tagle, González y otros que altercaban furiosamente. Metíme al medio de ellos y exclamé: “Es indigno que Uds. se estén gritando: ¿si son caballeros por qué no se entienden de otra manera?” Montt se retiró diciendo: “Lo mismo digo yo.” González continuó con Vallejo y yo insistí hasta lograr que el primero dejase el asunto para después.

Eran ya las 7 de la noche y estaba el negocio en estado de votación. Observé que Taforó se había retirado; Infante, pretextando un dolor de estómago, se había ido a su casa; Larraín me había dicho que no votaba porque era pariente del Ministro del Interior. Otros diputados de oposición se me mostraban igualmente amedrentados; pero no desesperé. Apuré la votación y triunfó la primera parte de mi indicación por veinte votos contra dieciséis. Esto me alarmó; cuatro votos componían nuestra mayoría, había peligro; y cuando Sanfuentes salió pidiendo se suprimiera la segunda parte de mi proposición, perdí toda esperanza. Al instante la vi perdida. La petición de Sanfuentes era bastante para quitarme no sólo los cuatro votos de mayoría, sino otros muchos; no me quedó otro partido que adherir a Sanfuentes para salvar con honor mi proposición y no perder tanto trabajo. Sanfuentes, tan estudioso, tan honrado como es, nos ha de perder por su pusilanimidad.

Salimos a las 7:30 por una puerta excusada. Los infinitos hombres que habían permanecido todo el día fuera, esperando el resultado, se alarmaron contra la mayoría y comenzaron a gritar mueras a mí y vivas al Ministerio. Lo que nos había hecho perder más en la opinión del público, era el secreto de la sesión. Yo no habría permitido tal, si no hubiera sido que Montt y Vallejo habían pedido con tanta insolencia que se hiciera pública. Ellos insultaron al Presidente Lira [17], quien se había sostenido dignamente; y no era posible que yo saliese apoyando a los que insultaban a nuestro Presidente, ni era propio que la mayoría lo desairase. Si esos diputados no hubieran iniciado tal cuestión, yo habría conseguido pacíficamente que Lira dejase entrar la barra.

Unos cuantos ministeriales reunieron populacho y se fueron gritando vivas y mueras a la casa de Tocarnal: Valdés [18], González y yo fuimos a comer a casa de Ramón Vial y atravesamos el tumulto. En circunstancias que yo me escabullía entre mujeres, dejando a Valdés y González que hablaban con otros, gritaron en mis barbas un muera Lastarria que me dio rabia, pero no me di a conocer.

Después de esta sesión continuaron otras dos en la cuales se trataron varios asuntos de interés general y se cerraron las ordinarias.

La excitación y la enemistad entre las dos fracciones de la Cámara habían subido mucho de punto. Los ministeriales me aborrecían, y García Reyes estaba ya completamente mal conmigo.

En la sesión del 24 me había tocado sentarme a su lado; al hacerlo le saludé y él me respondió: “No le hablo a Ud., señor don Pepe.” Yo me callé, le di vuelta la espalda y luego tomé otro asiento.

La efervescencia e irritación en el público habían llegado a su colmo. La prensa ministerial que había moderado sus insultos desde la aparición de El Timón, diario nuestro destinado a retaliar personalidades, vuelve a ultrajarnos con un furor nunca visto. El Corsario, que no había dejado de atacarme desde el primer día de su aparición, me llamaba huacho, roto, pícaro y lamentaba que se me hubiera dado educación de balde, según decía. El Mercurio y La Tribuna nos insultaban igualmente y se extendían a sostener que la Cámara debía ser disuelta, que era una Cámara imposible, inicua, que la soberanía estaba en el Ejecutivo, y otras sandeces de este jaez. El Progreso no se detenía en estas majaderías y seguía la marcha elevada y noble que le ha dado Mitre. El Timón retaliaba a las mil maravillas: en él escribían varios, entre los cuales Lillo e Irisarri [19] tenían la mejor parte. Yo escribía a menudo y cada artículo mío valía un millón de veces más que todos los ministeriales, porque no podían igualarme en fuego y oportunidad para ese género de guerra, a que me veía arrastrado por ellos mismos. Yo había resistido mucho la publicación de un papel semejante y sólo cuando ya no me fue posible calmar la irritación que en los opositores producía la prensa ministerial, consentí y cooperé a la publicación de El Timón. Mi ánimo había sido no mezclarme en esta nueva polémica y limitarme a los artículos serios que de cuando en cuando publicaba en El Progreso; pero no pude resistir a la tentación de aprovecharme de El Timón para atacar a mis adversarios. A mí no me causaban impresión sus diatribas, que casi nunca leía, pero yo procuraba causársela a ellos para hacerles sentir la necesidad que tenían de moderar la prensa.

Un accidente vino a turbarme. Después de la sesión del 24, los ministeriales formaron una poblada de doscientos estudiantes e hijos de familia y de unos cuantos hombres sin representación, que presididos por Alcalde, Vicente Izquierdo, Varas, Montt, Mujica y Barros [20], se presentaron al Presidente pidiéndole que conservase al Ministerio. El día en que se reunieron, varios hombres influyentes en la plebe se presentaron en mi estudio ofreciéndome hacer otra poblada, y muchos exaltados de la oposición se reunieron en la oficina de El Progreso con el mismo objeto. Yo juzgué peligroso este medio y expuse que la poblada de los ministeriales era inútil; por eso me opuse a que se llevase adelante tal propósito, fundándome en que a nosotros nos era muy fácil levantar un acta que dijese lo contrario de la que estaban levantando los ministeriales, y hacerla suscribir por muchas y buenas firmas. Yo no confiaba en semejante medio ni me prometía nada de él, pero me fijé en él para evitar una manifestación inútil como la que se quería. Si hubiéramos hecho una poblada, nos exponíamos a chocar con la de los ministeriales, la fuerza nos habría atacado, como que así lo proyectaba el Gobierno, y un tumulto y un estado de sitio nos habrían sobrevenido y nos habrían anonadado. No podíamos menos de perder todo lo avanzado, porque por una parte no teníamos preparación ni plan ninguno para un suceso semejante, ni contábamos con elementos para resistir ni para continuar una vez que desterrasen o aprisionasen a los principales, y además los diputados estaban muy cansados con la batalla del día anterior. Yo lo estaba también, así es que habiendo hablado con algunos para sugerirles una idea y evitar un desastre, monté a caballo y me fui a mi quinta, donde me puse a leer las poesías de Meléndez. A las 5 volví y me eché a andar por las calles. Ya había sucedido la procesión ministerial.

Pero la procesión ministerial ha producido efectos admirables: los ministros y sus adictos han triunfado y se creen seguros, porque Bulnes ha recibido bien a los comisionados, y el vulgo comienza a atribuir poder al Ministerio por esta manifestación. La prensa se ocupa en elogiar a los ministros y en publicar las firmas de los ciudadanos que piden su permanencia.

Es admirable la impudencia de tales ministros: no solo arrostran la oposición sino que se hacen desentendidos de las infinitas derrotas que han sufrido en la Cámara y se ponen en lucha con ella, negándole su autoridad y atacándola por cuantos medios pueden. Todavía más, ocurren a la farsa ridícula de hacerse pedir al Presidente por una chusma imbécil y con esto se creen seguros y cohonestan su impudencia y su osadía.

No han sido prorrogadas las Cámaras y es seguro que se cierran. Nosotros nos reunimos con frecuencia. Se ha llevado adelante el arbitrio de recoger firmas. El acta en que se recogen ha sido firmada por la mayoría de diputados reunida en casa de Eyzaguirre. Varios proyectos se han hecho de ella y se han decidido por uno que nada dice y que más bien dice lo mismo que la de los ministeriales. Se han recogido más de 500 firmas, pero hay muchos que se resisten a firmar. Este medio no produce otro efecto que el de entretener la actividad de la oposición. Respecto del Presidente Bulnes no ha de valer nada.

La resolución de los ministros de permanecer a toda costa en sus puestos es firmísima. La han hecho un punto de honor. La poblada los ha alentado mucho. La clausura de las Cámaras los fortifica y nos debilita a nosotros. Las provincias no se pronuncian y cuanto más hacen es dudar de la oposición de Santiago. Yo veía malo, malísimo nuestro estado uno de estos días: nuestros triunfos en la Cámara no nos habían traído popularidad ni poder, ni habían destruido esa aura feliz que rodea a un Ministerio nuevo, ni las esperanzas que despierta en los pretendientes. Nuestra organización era débil. Larraín [21] se presenta en mi estudio. Le digo que estoy aburrido y que no sólo me retiraré de la oposición, sino del país, si no nos organizamos, si no procedemos con más firmeza. Larraín se ríe de mis palabras porque no cree mi resolución y la combate. A un tiempo convinimos los dos en que lo único que puede salvarnos es la proclamación de un candidato. Ya habíamos hablado sobre esto en días pasados, fijándonos en Errázuriz [22]. Larraín es un hombre de inteligencia clara, de corazón, firme en sus resoluciones y el pipiolo más capaz de concebir y realizar un plan. El ve también nuestro mal estado e inmediatamente ponemos manos a la obra. Llegan a la sazón Ramón García, Intendente de Aconcagua, e Irisarri; les comunicamos nuestra resolución y la aplauden. Convinimos en reunirnos a las 5 de la tarde en casa de Manuel C. Vial para tratar este asunto. Encargamos a García de avisárselo y le damos una lista de los individuos que debe citar. Yo con Irisarri nos vamos a hablar a Freire para proponerle la candidatura de Errázuriz.

Hablamos con Freire. Se nos muestra quejoso de que los liberales hayan tomado esta resolución sin consultarlo, y tiene muy a mal el desprecio que hacen de él. Yo le aseguro que la resolución es de aquel momento y que los liberales me habían encargado siempre de comunicarle todas las resoluciones y que yo no lo había hecho. Me atribuyo toda la culpa y lo consuelo. Él acepta la candidatura.

Una sola conferencia había tenido la mayoría de diputados sobre candidatura el mismo día en que acordamos el acta en que debían recogerse firmas. Nada se acordó, porque muchos diputados se oponían a que se proclamara un candidato por no ofender a Bulnes, de quien esperan todavía. Yo combatí esta esperanza y hablé esa vez con mucha energía. Es la única ocasión en que me he manifestado dominante. Pero como nada se acordó, nada había tenido que comunicar a Freire hasta ahora.

A las 5 nos reunimos en casa de Vial y acordamos la candidatura de Errázuriz por unanimidad, quedando de reunirnos al día siguiente en casa de Federico Errázuriz para notificársela a don Ramón. Yo y Larraín sostuvimos en esa conferencia la necesidad de esta candidatura y los buenos resultados que iba a producirnos.

Al otro día, 30 de agosto, me he ido con Irisarri a casa de Freire para hacerlo ir a la de Federico Errázuriz. Se ha resistido, pero me ha dado una carta en que expresa que su voto es por Errázuriz, se excusa de la asistencia y dice que su más positivo deseo es por el triunfo de esta candidatura. Su carta está dirigida a mí.

Nos reunimos en casa de Federico, él mismo, Manuel Vial, presbítero Eyzaguirre, José Francisco de la Cerda, Melchor Concha, Manuel Tagle, Ramón Tagle, Bruno Larraín, Rafael Correa, Marcial González, José Santiago Luco, Juan de la Cruz Gandarillas, Salvador Sanfuentes y yo. Fuimos a la una a casa de don Ramón Errázuriz, le hicimos saber por boca de Vial nuestra resolución. El dijo que no le parecía oportuna; yo y Larraín lo rebatimos, demostrándole la necesidad en que nos hallábamos. Le leemos la carta de Freire y acepta, comprometiéndose a trabajar con nosotros.

Errázuriz había aceptado el programa que nosotros publicamos el 8 de agosto, programa que redactó Sanfuentes y que acordamos entre los diputados de la mayoría.

En estos días ha publicado también Errázuriz una manifestación aprobando la conducta de la Municipalidad y desmintiendo a la prensa ministerial que había asegurado que dicho Errázuriz había siclo sorprendido al firmar el acta de la oposición.

Acepto la candidatura Errázuriz como un medio, no como un fin. Este hombre, por sus antecedentes políticos, por su educación, por su carácter, me parece a propósito para realizar los principios que defiendo, para afianzar la política nueva que he proclamado. Por su buena reputación y por su posición social, me parece que tiene más probabilidades de ser elegido que Freire y que cualquier otro. Yo no espero nada para mí; tomo a éste y a los demás hombres como auxiliares de la causa que defiendo. Si yo me guiara por enemistades o afecciones, seguramente no me uniría ahora con algunos liberales que son mis enemigos, ni me habría separado de Tocornal y García que son amigos de mi infancia y a quienes aprecio de veras. La desgracia está en que ellos sostienen una causa que no es la mía, una política que condeno como funesta: son mis adversarios. Si contribuyo a su caída, lo sentiré. Harto me cuesta herir mis afecciones por ellos. Desgraciadamente se colocan de atajo en el camino de la causa de los principios que defiendo, y tengo que pasar por sobre ellos. Los que no comprenden mi situación, los que no ven en mí sino al hombre apasionado y vulgar, me condenan como ambicioso, como amigo desleal, como traidor, pero yo debo vindicarme a los ojos de mis hijos, para quienes hago estos apuntes, y por eso me limito a protestar seriamente contra semejantes imputaciones.

29 [de septiembre]. El mes de septiembre continúa en calma por parte de la oposición, pero no por parte del Ministerio. No hallo cómo explicarme la inconsecuencia que a cada paso revelan los ministros: continúan haciendo destituciones ruidosas e injustas, porque lo que desean es apoderarse de las intendencias y de todos los demás puestos para colocar a sus adeptos, y su política es restrictiva, no hacen más que rehabilitar los errores y los hombres que han sido tan funestos en la administración de Portales, Tocornal y Montt.

La oposición se organiza: se ha formado una junta directiva de los negocios de la oposición y 12 comisiones, cada una de las cuales debe atender a los trabajos de una provincia. En estas comisiones se hallan los hombres más importantes del partido liberal y del partido pelucón reformado, que sostenía a Vial. Todos han adherido a la candidatura Errázuriz. Aún los adversarios no la objetan sino como extemporánea.

En Valparaíso, adonde he estado, no tenemos partido. Allí prevalecen los ministeriales. Son muy atrasados los porteños. No comprenden la reforma. No ven claro ni saben a derechas lo que pasa en Santiago.

Octubre.
Se asegura que el Ministerio trabaja para formarse mayoría en la Cámara de Diputados, y que no abrirá las sesiones hasta que se procure algunos votos.

La oposición progresa. La comisión directora ha reunido algunos fondos y se ha suscrito al Progreso con 300 pesos mensuales y al Comercio con 9 onzas. Asisten a esta comisión Vial, Luco, Concha, Cerda, Larraín Bruno, los Eyzaguirre, los Errázuriz, González, yo y otros. Vial no hace más que divagar, no tiene cálculo para nada, su política se funda sólo en los chismes que corren; no se puede tratar con él ninguna cuestión, por que estando la discusión empeñada, él sale contando lo que dijo Fulano, lo que pasó en el club godo y otras consejas que él cree decisivas en los negocios. Concha [23] embaraza todas las discusiones poniendo dificultades y argumentos en un lenguaje detestable, con una lógica confusa y con un tono melifluo, pero que lleva los aires de consejero. Sanfuentes habla poco, sólo cuando se le pide su parecer, y siempre con mucha mesura, sin abandonar su timidez. Larraín y yo somos los agitadores. Si nosotros no propusiéramos e hiciéramos resolver los asuntos, nada se haría. Federico Errázuriz es decidido y valiente. Eyzaguirre, el clérigo, es vivo, agitador, enérgico y no hay ninguno como él para mover a estos hombres tortugas que tanto abundan; su autoridad, su carácter sacerdotal le dan mucho prestigio ante ellos.

El 12 de este mes se han abierto las Cámaras. La mayoría siempre firme y disciplinada. En la primera noche hemos derrotado al Ministerio mandando devolver la acusación fiscal contra los municipales. Se ha seguido tratando del proyecto de instrucción primaria que Montt presenta sobre su responsabilidad, haciéndose órgano ciego de las ideas disparatadas de Sarmiento [24]. A propósito de una indicación que hice para regularizar el debate de este proyecto, en la sesión del 15, se opusieron Montt y García. Al levantarse la sesión, dije a media voz que éstos se oponían sólo por ser yo el autor de la indicación. García se me acercó y tuvimos este diálogo:

- Le digo a Ud. que no me nombre deshonorablemente.
- Le nombraré cuantas veces quiera y en la forma que me dé la gana.
- Pero no me ofenda Ud.
- Le ofenderé.
- Si Ud. quiere explicaciones, ahora mismo se las daré.
- Bien.

Nos quedamos allí para disimular y luego me dijo que él tenía que irse; yo le propuse que llamase a un amigo, que yo iría con González, porque esta entrevista debía ser delante de testigos. El me replicó que no había necesidad. Yo insistí diciéndole que la había, porque ellos, los ministros, eran unos embusteros y no quería que fuesen a suponer en mi contra lo que no sucedería. Llamé a González y salimos los tres. En la calle tuvimos un altercado fuerte en que le ofrecí de bofetadas y me retiré asegurándole que cuanto viese de mi parte respecto de él lo tuviera por ofensa, porque mi ánimo era ofenderle y que se guardase de mirarme siquiera, por que yo tomaría eso también como ofensa. Marcial tuvo lástima de él y procuró moderarme.

Han seguido los debates y las votaciones siempre de un modo favorable a la oposición. El presupuesto del interior está discutiéndose. La mayoría, que se reúne a menudo, ha acordado las partidas que debe desechar o modificar. Pérez se muestra en la discusión de su presupuesto muy dócil, pero muy ignorante. No satisface ninguna dificultad. Este hombre, de buen carácter, es extremadamente perezoso; no estudia, no trabaja ni prevé nada. Se va con el día y tira sólo a enterar su tarea. No sé por qué le gusta tanto ser ministro, él no es dominante, no es ambicioso ni tiene miras ni planes de ningún género; creo que así como admite un Ministerio podría admitir una intendencia, un empleo de aduana. A lo que parece, necesita de una ocupación para distraer el tedio que debe producirle su inercia, y como ahora no juega ni tiene entretención ninguna, admite empleos que no puede desempeñar. Tocornal, García y Montt no le ayudan en el debate, le dejan solo y se están mudos y cabizbajos. Se susurra que están descontentos con él.

A principios de este mes se organizó una sociedad en casa de Vicente Larraín Aguirre para obrar en la barra de la Cámara. Los ministros quisieron llevar a sus adeptos y aún hicieron ir a la barra a los empleados de policía; pero por una parte nuestros amigos y por otra el denuncio por la prensa, que yo les hice de estos planes, los han hecho desistir. La barra está ocupada por un sinnúmero de antiguos pipiolos que hoy son nuestros afiliados, mediante la candidatura Errázuriz.

La sociedad de la barra ha tomado incremento. Godoy [25] es en ella el agitador y es quien la ha organizado en un club llamado Sociedad Reformista. Esta sociedad ha tenido una instalación solemne, presidida por Sanfuentes, que ha pronunciado un buen discurso. Otro leyó Rafael Vial.

En la comisión directora nos ocupamos de organizar nuestros trabajos en las provincias. Los provincianos cada día más desorientados. Ya comienzan a dudar del Ministerio, pero no aceptan a la oposición. En Talca rechazan la candidatura Errázuriz, dicen que no quieren nada de Santiago y se inclinan a la federación. En Coquimbo se muestra la prensa afecta al Ministerio, y en Concepción está dudosa.

Yo he escrito a Fernández, redactor de La Bandera, de Talca, disuadiéndolo, y él me contesta en buen sentido.

 

Noviembre.
Continúan nuestros triunfos en la Cámara. El Senado aprueba los presupuestos y se muestra ministerial. Benavente nos ridiculiza pero yo lo batiré. Este hombre, que dicen que ha sido tan hábil, es ahora muy vulgar. Tiene miedo y mucho egoísmo, y por eso es un conservador ciego. Su opinión capital es que el Ministerio debe conservarse cualquiera que sea su carácter, aunque sea malo, porque es feo no tener nada. Al lado de esta imbecilidad quiere mostrar independencia y trata de tomar el papel de imparcial, de juez en todas las cuestiones. Como es muy respetado y tiene una alta fama, a la cual he contribuido mucho yo, entre mis amigos nadie se atreve a contradecirle.

En la comisión directora hemos organizado la Sociedad de la Reforma, procurando darle las formas de un club, para tener un punto céntrico adonde se asocien nuestros amigos, aunque no tengan ninguna acción política. Lo que importa es que se reúnan. Sin embargo, hemos establecido en él dos bufetes para que se encarguen de la correspondencia al norte y sur de la República.

Hoy 8 nos ha llamado a su casa Vial a mí, Eyzaguirre, F. Errázuriz y Sanfuentes. Nos relató una larga conversación que había tenido con Bulnes para convencernos de que éste puede llamarnos y unirse con nosotros, y que no está muy bien con sus ministros. El resultado de este cuento fue proponernos que aprobásemos la partida de gastos secretos, porque así interesaba a Bulnes y era preciso que nosotros no lo disgustásemos. Yo vi en esto una de estas dos cosas: o Bulnes había querido alucinar a Vial para que nos alucinase a nosotros, acostumbrado como estaba a jugarse y servirse de él; o Vial entraba en estos planes por temor de que los acreedores a los gastos secretos le cobrasen a él. Deseché su proposición diciéndole que, por mi parte, no sólo estaba dispuesto a negar los gastos secretos, sino también todo el presupuesto. Vial se me agravió y yo me retiré. Los demás permanecieron allí, divagando, como no puede menos de divagar el que habla con Vial, y al fin no acordaron nada. Pelearon unos con otros y se retiraron protestando no trabajar en la oposición. Vial probablemente le dijo a Bulnes, con ese aire de director que se da, que él lo arreglaría todo y por eso nos llamó: para evitar cualquier amaño he visto hoy a los principales diputados y los he ratificado contra los gastos secretos.

Hoy 11 ha comenzado a asegurarse de positivo que sale Tocornal del Ministerio, porque no puede avenirse con Pérez.

La noticia de la renuncia de Tocornal es ya del dominio público y de la prensa. Se dice que también se retira García Reyes, que ha chocado con Pérez. Los ministeriales miran esta renuncia como necesaria, la desean, la justifican. Forman muchas combinaciones para el nuevo Ministerio. El Mercurio me propone a mí, por que dice que quiere verme subir para que me gaste.

15. Anoche batí al Ministerio en la partida para un diario oficial y les gané la votación. Tocornal y Pérez sostuvieron la partida muy mal y con poco interés.

30. Ha transcurrido este mes y los ministros permanecen en sus puestos todavía. Lo de la renuncia era una mentira originada de la mala situación en que se hallan. Conocen los ministeriales que han perdido inmensamente en la opinión, que cada día aumenta su número y su poder la oposición, y se inquietan por buscar remedio a estos males, por evitar su ruina. El arbitrio mejor que ellos hallan es una nueva combinación ministerial, que separe del Gobierno a Pérez, con el cual no pueden marchar, según ellos dicen, porque es inerte e incapaz de tomar medidas vigorosas.

El 16 negamos en la Cámara los gastos secretos por una mayoría de 28 votos contra 14.

Hemos discutido los presupuestos de Justicia y Hacienda y hemos hecho en ellos modificaciones importantes en el sentido de nuestra política.

 

Diciembre.
Continúa la discusión de los presupuestos. El Senado insiste en las partidas que hemos desechado o modificado en la Cámara de Diputados. Vial y Errázuriz, que están en el Senado, no nos ayudan, por son cobardes, inertes, y temen que se les tache de connivencia con la mayoría de diputados y han entrado en la moda de aparecer imparciales. Benavente lleva la voz en el Senado, y a fuer de imparcial y consecuente con ese carácter de juez que se atribuye en estas cuestiones, sostiene todos los vicios y abusos que nosotros combatimos. Es bien ridículo e indigno el papel que este hombre se ha propuesto desempeñar: se muestra conservador hasta el extremo de decir que está dispuesto a apoyar al Gobierno, por malo que sea, y es el primero en conservar todo el poder anticonstitucional que se ha ido acumulando en sus manos por consecuencia del sistema restrictivo y absoluto que en tantos años ha predominado. De Benavente no tiene nada que esperar el país.

En este mes han partido para el sur el Regimiento de Cazadores y el Batallón Yungay con el objeto de castigar a los indígenas. Se aseguró en Santiago que los indígenas estaban sublevados y que el general Cruz pedía fuerzas para batirlos, y al mismo tiempo se escribía de Concepción que había mucho movimiento de fuerza armada, a causa de ciertas órdenes de Santiago, sin que hubiera la menor novedad entre los indígenas.

Por esto interpelé al Ministro del Interior en la Cámara, y me respondió que lo que daba motivo a esta medida era la noticia de que los indios de Puancho habían partido con los de Boroa el botín que obtuvieron los primeros en el saco del Joven Daniel, y que como debía castigarse a los primeros, se temía que los segundos les prestasen auxilio y por eso el Gobierno había dispuesto que el general Cruz moviese su fuerza desde Concepción y que fuese secundado por Viel que marcha a Valdivia con la infantería. Yo aprobé este proceder, no porque sea necesario, sino porque nos conviene que salgan de Santiago las tropas en el mayor número posible, para libertarnos de ellas.

Los indígenas no se han movido ni dan la menor muestra de sublevación. Lo que hay de cierto es que Bulnes, que tiene la persuasión de que será elegido el candidato que tenga más gloria y más popularidad y como intenta sacar a Cruz, quiere laurearlo con un hecho de armas y llamar sobre él la atención del país, por medio de una batida a los indios. Cruz puede estar o no en este plan; pero lo cierto es que se muestra también muy empeñoso por atacar a los indígenas.

Cada día se hacen sentir mejor los soporíferos efectos de la estación. Ahora todo duerme; la política no marcha, porque la oposición está laxa como el Ministerio. El presupuesto de Guerra que se discute actualmente no ofrece interés.

23. En la sesión de anoche 22 ha habido animación. Se discutió la partida del presupuesto relativa al Regimiento de Granaderos, que sirve de escolta al Presidente. Los ministros Tocornal, Vidal y Pérez han hecho esfuerzos por sostenerla, pero fue desechada por 24 votos contra 16. El resultado de este hecho puede no sernos favorable, porque los militares se animarán contra el partido de la oposición y se dispondrán mejor en favor del círculo ministerial que los ha defendido; pero en primer lugar hemos dado el gran paso de hacer oír en el seno de la Cámara por primera vez la opinión que condena como innecesario y antirrepublicano el ejército, y en segundo lugar hemos dado a Bulnes una muestra de nuestro valor y de lo que somos capaces, cuando le hemos quitado el cuerpo del ejército que forma su guardia pretoriana y en el cual tiene él tantas esperanzas.

 

Notas.

1. Gabinete integrado por los ministros de Interior, Manuel Camilo Vial, de Justicia, Salvador Sanfuentes y de Guerra y Marina Teniente Coronel Pedro Nolasco Vidal.

2. Presidente de la República era Manuel Bulnes.

3. Se refiere a José Joaquín Vallejo.

4. El 8 de junio de 1849, la Cámara de Diputados acordó lo que aquí señala Lastarria. Sin embargo, con posterioridad, el 21 de agosto de 1850 se declaró, por la misma, que Carlos Bello podía ejercer como diputado suplente por La Serena. En el fondo se debatía un problema de carácter doctrinario relativo al alcance de la nacionalidad por gracia especial concedido al padre de ambos, Andrés Bello.

5. Se refiere a Manuel Montt, quien más tarde ocuparía la Presidencia de la República.

6. Se refiere a las contestaciones que se hacían al mensaje presidencial en la apertura de la legislatura ordinaria.

7. Intendente de Colchagua era Domingo Santa María.

8. Marcial González.

9. Francisco de Paula Taforó.

10. José Ignacio Eyzaguirre.

11. Diego José Benavente, a la sazón Presidente del Senado.

12. Juan de Dios Vial del Río.

13. Evaristo del Campo.

14. Federico Errázuriz Zañartu, más tarde Presidente de la República.

15. José Ángel Ortúzar.

16. Ramón Tagle.

17. José Santos Lira, Presidente de la Cámara.

18. Cristóbal Valdés.

19. Eusebio Lillo y Hermógenes Irisarri.

20. Se refiere, respectivamente a Juan Agustín Alcalde, Antonio Varas, Manuel Montt, Máximo Mujica y Diego Antonio Barros.

21. Se refiere a Bruno Larraín.

22. Ramón Errázuriz.

23. Melchor de Santiago Concha.

24. Se refiere al argentino Domingo Faustino Sarmiento.

25. Pedro Godoy.